En lo que va de esta semana pasada, hemos tenido varios
momentos interesantes que son la fuente de inspiración de este artículo, siendo
los más relevantes: la celebración del Descubrimiento de América o el Encuentro
de Dos Mundos, de acuerdo a la perspectiva; y el debate presidencial
norteamericano y algunos comentarios actualizados del candidato Donald
Trump. El elemento vinculante entre
ambos es el delicado tema de la migración,
actividad humana realizada por diversas razones.
La migración en escala obedece más a factores
externos que internos de una sociedad, un núcleo familiar o persona. Una
guerra, una hambruna o debacle económica en escala, un deseo de expansión como
plan estratégico estatal, han sido generalmente los principales móviles que
han hecho que grandes grupos humanos se
hayan desplazado a lo largo de la historia y que cambian la fisonomía geográfica
social de los lugares emisores y receptores. El 12 de octubre de 1492 se inició
un proceso de poblamiento y despoblamiento en ambos lados del Atlántico. En los inicios del siglo XX una gran masa de
pobladores europeos y asiáticos hallaron en toda América, sobre todo en los
Estados Unidos, un espacio de oportunidades para mejorar sus calidades de vida.
Después de ambas guerras mundiales, fue sobretodo Europa la mayor aportante de
una población deseosa de hallar un territorio libre, fértil y pleno de
oportunidades.
Pero la migración masiva tiene en el trasfondo orígenes y
consecuencias traumáticas. Un desplazamiento masivo implica un fuerte choque
cultural, económico y político, vivenciado por la sociedad receptora al tener
nuevos miembros que no han crecido en el tejido social que los acoge. Hemos
visto esta situación internamente cuando
una fuerte cantidad de compatriotas tuvo que desplazarse de la sierra o selva
en los 50 y 60 por la promesa de una vida mejor en las ciudades costeras
gracias a la industrialización incipiente de entonces y las carreteras de
penetración; y en los 80, por la violencia terrorista o el desarrollo del
narcotráfico. La “recepción” no era del nada positiva, puesto que la gran
mayoría de estos emigrantes fue a conformar los cinturones informales de las
grandes ciudades, Lima a la cabeza, creándose los Pueblos Jóvenes. Hay que leer
los trabajos de José Matos Mar y Rolando Arellano para entender este doloroso
proceso que deviene en el Perú actual. Las crisis vividas en los 80 y 90
también creó una gran masa desplazada: muchos peruanos migraban hacia el
exterior para buscar a una vida mejor. En un dato del 2012 (OIM) hay casi dos
millones quinientos mil peruanos en el exterior: un poco menos del 10 % de la
población peruana actual; muchos de ellos en situación vulnerable frente a
posiciones radicales en los países que migraron. Posturas xenófobas como las de Trump sintetizan lo que muchos de los
pobladores piensan del emigrante, muchas veces forzado de serlo por tristes circunstancias de la vida. Una triste radiografía de una respuesta a este
susceptible problema.