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Trujillo, La Libertad, Peru
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domingo, 17 de noviembre de 2019

NUEVA VISITA A GOCTA




Lunes 22 de julio. Cataratas de Gocta. El día anterior ya había hecho los arreglos con Eduardo en la agencia para ir a las cataratas. Ambos íbamos a repetir el plato, pero ahora mejores premunidos y preparados para la marcha. El bus salió temprano con muchos turistas de todas partes: había chilenos, franceses, varios peruanos. Maria había decidido quedarse en el hotel, pues estaba fatigada del día anterior y tenía, además, material pendiente de la universidad. Con nuestra mochila, las cámaras y todo lo necesario nos íbamos a recorrer este interesante lugar.
Nuestro destino era Cocachimba, un pequeño poblado que se haya a un poco más de 42 kilómetros de Chachapoyas. La carretera es asfaltada, pero tiene un tráfico intenso por lo que llegar a este lugar te puede tomar más de una hora. Cocachimba hasta hace 20 años era un poblado de 200 personas aproximadamente. Ahora con el boom de las cataratas de Gocta, el lugar ha crecido e, incluso, tiene los mejores hoteles de la Región Amazonas. Gente con mucha visión comenzó a comprar terrenos a muy bajo costo para el futuro boom que previeron. Ahora hay simpáticos hoteles, pues mucha gente prefiere este lugar para descansar, poder visitar las cataratas con calma y dedicarse al “dolce far niente”. La oferta hotelera es buena y cuando estuvimos ahí vimos que estaban llenando su capacidad. Ahora tienes más restaurantes y con variada oferta. Antes de hacer el recorrido, es importante que uno separe su almuerzo, pues íbamos a regresar con mucha hambre (como así fue). En esta oportunidad alquilamos unos bastones de madera que iban a ser de mucha utilidad tanto para el ascenso como el descenso. Nos reunimos todos los viajeros; algunos iban a ir a caballo, otros a pie; nosotros decidimos ir a pie para hacer buen ejercicio. La marcha del día anterior nos había entrenado, así que salimos a buen trote. En el viaje te das cuenta de muchos detalles; los peruanos somos turistas de poco caminar, mientras que los viajeros son de un buen y sostenido trote; en realidad, el extranjero se informa mucho sobre el lugar que va a visitar para no encontrarse con sorpresas. Muchas personas confunden Chachapoyas como una zona selvática en la que hay mucho calor y, luego, sufren las consecuencias. He ido ya varias veces a esta zona y he visto más de un pobre turista muriéndose de frío. Ya preparados y manejando nuestros tiempos, Eduardo y yo salimos a nuestra meta: la catarata. El camino fue tranquilo en un inicio, había aún energías. Casi al inicio, vimos varios fósiles. Felizmente no hacía mucho calor ni había un sol aplastante. La primera vez que estuve desconocía el trazo de este territorio, sus pendientes y lo tortuoso de algunos tramos del camino. Tras casi tres horas de caminata, llegamos a nuestra meta. La catarata es vista desde muchas partes de la ruta; pero, a medida que uno se acerca a la misma, las dimensiones sí son impresionantes. La caída de agua, nos comentan es más abundante y el ancho de la misma más visible en los meses de verano, pues hay fuertes lluvias. Nos habían indicado que este lugar tiene dos sitios a visitar, puesto que el primer “tramo” de la catarata forma un pequeño lago desde el cual cae el segundo “tramo”. Por eso hay un hotel hecho por un norteamericano que falleció sin ver culminado todo su proyecto. Creo que una próxima visita bien vale la pena hacer la marcha desde ahí. El día anterior habíamos visto la trayectoria cuando estuvimos en el Pueblo de los Muertos, que halla literalmente al frente de este notable lugar.






Al llegar al lugar, en esta oportunidad tuvimos más tiempo para disfrutar el lugar y hacer más fotos que la anterior oportunidad. Hubo algunos jóvenes que se metieron en las frías aguas, pero el caso más notable fue el de una señora madura que decidió darse un chapuzón (bueno, eso parecía). Iniciamos el camino de retorno de manera pausada, pues ahora sí había buenos tramos de ascenso. Casi a mitad de camino, nos pescó un fuerte aguacero, justo en el puesto que usan para dejar las mulas de carga. Nos quedamos un rato ahí guareciéndonos, hasta que amainando la lluvia. Continuamos con nuestra marcha y en el trayecto nos encontrábamos con más personas que iban hacia la catarata. Nuestros ponchos de plástico nos salvaron de quedar hechos una sopa. ya casi llegando, hicimos un alto para tomar un delicioso juego de caña de azúcar, tonificante, reparador. Al llegar a Cocachimba, nos fuimos a almorzar pues teníamos un hambre voraz. Lo bueno de estas zonas es la abundancia de sopas y caldos que levantan hasta el más muerto; un buen almuerzo sustancial con trucha frita. Como comentaba al inicio de esta crónica, la oferta de hoteles, restaurantes y cafés ha incrementado notablemente y es una buena señal de desarrollo para los lugareños que han encontrado nuevas formas de ingresos económicos en sus vidas. Incluso las rutas de acceso, aunque aún no asfaltadas, han mejorado ostensiblemente. El retorno fue tranquilo, muchos regresábamos dormitando por el exigente esfuerzo físico desplegado. Aquí datos del lugar: https://www.conservamospornaturaleza.org/noticia/ruta-al-valle-de-las-cataratas/. Otro más: https://www.rumbosdelperu.com/destinos/13-08-2017/travesia-a-gocta-la-catarata-que-toca-el-cielo/. Aquí en una nota del Diario El Comercio, se habla sobre esta catarata y otras en Perú: https://elcomercio.pe/vamos/peru/gocta-cataratas-viajero-debe-conocer-peru-noticia-579133-noticia/?foto=6.



Al llegar a Chachapoyas, fuimos al hotel a ver a María. Había almorzado con la señora Reyna. Muy simpática. Por la noche había quedado cenar con mi exalumno de la UPN, Leonardo Rojas y su esposa. Nos íbamos a cenar a una pizzería que resultó ser todo un descubrimiento: La Esquina Artesanal Pizzería. La carta es muy variada y ha logrado una interesante fusión de la tradicional comida italiana y los insumos de la región usando chorizos de la zona y otros deliciosos ingredientes. Muy bien. Debe de mejorar, eso sí, su infraestructura en servicios para poder satisfacer una buena demanda en una zona cuyo potencial turístico crece cada vez más. Aquí su página: https://laesquinaartesanal-pizzeria-trattoria.negocio.site/.


Luego regresamos a pie a nuestro hotel para descansar y estar listos para nuestro último día. En el camino, Leonardo nos mostró los errores de la intervención hecha en la plaza de armas y su pileta republicana. Nos contó que hay algunos pueblos abandonados que han tenido bellas piletas que datan de la colonia y que se pierden con el tiempo y desidia. Aquí más datos de esta simpática ciudad: https://www.reinadelaselva.pe/pastillitas/28/plaza-de-armas-de-la-fidelsima-ciudad-de-chachapoyas-parte-i.
Así terminamos nuestro penúltima día en Chachapoyas.





martes, 31 de diciembre de 2013

CRÓNICAS DE VIAJE 2013: GOCTA

Se cierra un año más, un año fructífero. Pese a diversas las circunstancias que obligarían a uno mejor quedarse en casa, este 2013 fue un año que me permitió conocer bellos parajes, interesantes ciudades y muchas personas simpáticas dispuestas a compartir las bondades de sus ciudades o pueblos, y los secretos que estos encierran. Este año tuve la oportunidad de viajar a Tacna no sólo para encontrarme con viejos amigos, sino para visitar la sierra de esta zona, una sierra amable, poco agreste y con bellos tesoros que los turistas chilenos admiran más que los peruanos. Pero en el mes de marzo hice un viaje, con un grupo de amigas, mi harem, a la ciudad de Chachapoyas. Todas ellas, Lorena, María, Elsia e Isabel, iban por primera vez a esta ciudad. Para mí, era mi cuarta visita, pero es un lugar en el que siempre hay tanto para conocer. Y así iba a ser. Había contactado previamente, vía internet, los servicios de un hotel céntrico y desde el cual íbamos a hacer todas nuestras actividades. Esos dos únicos días tenían que ser exprimidos al máximo, pero las lluvias de verano iban a jugarnos malas pasadas. Habíamos salido un viernes por la tarde para estar a temprana hora en Chachapoyas y empezar nuestra visita a Kuélap, un sitio arqueológico que he visitado en todas las oportunidades previas. Ya prontos a llegar a la ciudad, un derrumbe había cubierto la carretera en un breve trecho, pero iba a tomar regular tiempo para ser reabierto. Llamé a nuestro hotel y la administración nos envió una movilidad (la misma que nos iba a llevar a Kuélap luego) para recogernos. Caminamos cierto trecho y llegamos al lugar en el que se había aparcado la camioneta; en realidad, estábamos muy cerca de la ciudad. Llegamos a nuestro hotel, tomamos un rápido desayuno y salimos rumbo al sitio arqueológico: el viaje fue bastante emocionante, habida cuenta que en temporada de lluvias se vuelve muy dificultoso. Un tramo bastante breve está asfaltado, el resto es trocha; el lodo se veía a lo largo del sendero. Nos detuvimos a contemplar la belleza e imponencia de Macro. Siempre hay algo que ver por ahí. No había muchas movilidades que iban en dirección a nuestro objetivo, así que hacer todos los contratos para el almuerzo no eran complicados. Recuerdo cuando fui para fiestas patrias y tanto la ruta como el lugar era un hormiguero. Hechas las gestiones, nos fuimos hacia el complejo.  Llegamos sin contratiempos a una buena hora. Recorrimos el lugar y nos dimos con la triste sorpresa que muchos muros están colapsando. María, como buena arquitecta, estaba sorprendida por el descuido que presentaba tan bello lugar. Ascendimos a las plataformas que albergaban, hipotéticamente, a las castas de esta cultura. Las explicaciones para obtener el agua siguen siendo bastante complicadas, pero todo parece que el agua era acarreada desde las partes inferiores. No hay evidencias de reservorios, ni fuentes de agua por las cercanías. Menudo trabajo. Esta vez sí me preocupó todo ese gran muro en peligro de caer, nos advertían no acercarnos a ciertas zonas por temor a derrumbe o desprendimiento de rocas. Aunque tarde esta crónica, el sitio permanece y los ciudadanos de Chachapoyas, el mundo arqueológico, entidades privadas del turismo y el Estado deben canalizar esfuerzos para el rescate de este soberbio lugar, como otros tantos que hacen de Amazonas un departamento tan rico como Cuzco. Es casi su equivalente en el Norte peruano. A las tres de la tarde comenzó nuestro retorno. Almorzamos con calma, una deliciosa sopa regional con quinua y luego trucha. Llegamos a Chacha a golpe de 6 y media. Luego de un buen duchazo salimos a cenar, no sin antes visitar la nueva iglesia que reemplaza a la caída en un terremoto y visitar las calles aledañas. Han hecho bonitos paseos por los que puedes caminar y ver cómo han restaurado varias casas, algunas ya convertidas en hospedajes simpáticos. Fuimos a un restaurante típico a cenar y para cerrar la noche, fuimos a otro a tomar un vino entre todos nosotros para celebrar nuestro primer día de aventuras. Antes de irnos a dormir, salimos a la plaza y cayó un corto chapuzón. Nuestro hotel no estaba muy lejos, así que nos dirigimos al mismo para preparar nuestras cosas para el día siguiente.
Temprano, ya domingo, fui al mercado a comprar pan; el pan de esta zona es muy rico y tienes muchas variedades; vino María conmigo y escogimos frutas diversas para llevar a nuestro nuevo objetivo: Gocta. Había quedado deslumbrado de todo lo que informaban al respecto y lo vi “con mis propios ojos”. Sin embargo, previamente, íbamos a experimentar ciertas situaciones que no teníamos la menor idea. El viaje se hace por la carretera que va a Pedro Ruiz, la que íbamos a tomar esa noche para retornar a Trujillo. Aún se veían los rastros del deslizamiento y veíamos el caudal del río Utcubamba bastante cargado. Hay muchos tramos en que la carretera va en paralelo al río, atravesando túneles y en zonas donde el caudal casi toca el pavimento. En el camino ves desprendimientos de rocas, algunas lo bastante grandes como para obstaculizar tu camino. Llegamos al poblado de Coca y doblamos hacia la derecha para ingresar hasta Cocachimba, por una estrecha trocha. Cocachimba es un lugar simpático y ya los habitantes se han organizado para poder ofrecer diversos servicios a los viajeros atraídos por las cataratas. Hay pequeños hoteles, pero ya un español ha construido un hotel de ensueño desde el cual ves las cataratas como si alimentaran las aguas de la piscina del mismo. Nuestra visita era por el día y fue una pena que no nos hayan advertido más para poder haberle sacado el jugo. La caminata toma más de dos horas y es una caminata que demanda resistencia física, tenacidad y paciencia. A lo largo de la ruta ves la catarata, pero demoras más de horas en llegar a ellas. El sendero está muy bien trazado, pero es accidentado e irregular. No va en ascenso o descenso. Vi a un par de viajeros que llevaban los bastones que te sirven para asegurar tu marcha. Si llevases esos bastones, harías el trayecto más rápido y menos esforzado. Todo el grupo decidió no tomar caballos, sino caminar. En realidad, no sabías lo que nos iba a pasar. Como uno es una persona sedentaria, pegada a su auto y a su mesa de trabajo, el caminar tantas horas nos iba a pasar la factura. Felizmente no había sol que nos retumbase sobre la cabeza, pero sí humedad que hacía más pegajoso nuestro sudor. Si no hubiéramos tenido la presión, además, de tener que retornar temprano a Chacha para nuestro bus a Trujillo, hubiéramos disfrutado más el lugar. Creo que el hospedarse en la zona sería lo ideal, ya que tus tiempos serían otros, podrías salir más temprano para evitar el calor, disfrutar más la catarata y regresar pausadamente, sin apuros. Para la próxima vez. Pronto, Isabel, una acompañante del grupo pidió un caballo. Nuestro guía, Don Telésforo, iba a acompañar más al grupo de Lorena, María y Elsia hasta la meta. En el camino vas viendo parajes bellos, todo cubierto por la vegetación. Hasta que llegamos a nuestro destino. Impresionante. Las cataratas centrales no están solas, hay otras pequeñas cerca de la mayor, tan altas como la principal y que es reconocida como la tercera catarata más alta del mundo. Su caída tiene “dos tiempos” y una vez que llegas a la parte final de esta, una gran garúa cubre el lugar; por esa razón, debes ir con un poncho de plástico para que no termines completamente mojado. Nos quedamos casi media hora en el lugar, disfrutando el paisaje. La gente llega al lugar y suelta sus emociones, todos juegan con las finas gotas y se quedan embelesados viendo la imponente caída. Don Telésforo, ya en un descanso, nos contó algunas leyendas que hay del lugar y, algo más triste, la amenaza de minería de oro hallado en el lecho del lago que se encuentra en la parte superior y que da sus aguas a la catarata. Si sigue
la ambición de grandes y chicos, esta belleza se extinguirá en poco tiempo.

El retorno fue también accidentado. Me había agenciado de un bastón que había tenido Isabel y que me lo obsequió. Hacia el final del camino, el pobre estaba casi quebrado. Había cumplido su noble misión. Devoramos nuestro delicioso almuerzo, la caminata nos había abierto el apetito. Ya en nuestro bus, y con la prisa de estar en Chacha para arreglar nuestras cosas, cancelar el hotel y cenar algo previamente, pedimos al chofer que regresáramos a la ciudad. Nuestros reclamos fueron oídos y llegamos a las 6:30 aproximadamente para hacer los últimos arreglos. Ya en el hotel, me encontré con un amigo de la PUCP que no veía en años Hugo Fukushima, quien ya tiene años trabajando en la zona. Grato encuentro. Arregladas nuestras cosas, salimos a buscar un chocolate caliente para el viaje. Nos levantó el espíritu, pagamos nuestro consumo y saliendo para ir al hotel, se desató un fuerte aguacero. Pensé, íntimamente, que el camino de retorno iba a estar bloqueado por deslizamientos u otra cosa así. No, nuestro retorno fue tranquilo y feliz.