Los peruanos estaremos decidiendo hoy
domingo quién nos estará gobernando por los siguientes cinco años. Es una de
las elecciones más reñidas de las últimas décadas, teñidas de muchas
irregularidades que surgieron durante la primera y la segunda vuelta. Durante
la primera, se excluyeron candidatos por
irregularidades como la de la compra de votos que motivaron la cancelación de
un fuerte contendor como lo era César Acuña; sin embargo, no se actuó con el
mismo rigor con otra candidata quien había hecho lo mismo a todas luces y con
claras evidencias en sus actividades proselitistas en zonas populares. Se
sacrificó a su vicepresidente Vladimiro Huaroc, a modo de “premio consuelo”.
Así ingresamos a una segunda vuelta, con
dinosaurios heridos de muerte como el caso de AGP. Pero la sombra de un flagelo
que ha estado corroyendo las sociedades latinoamericanas, el narcotráfico,
hacía su presencia en estas elecciones. Este fantasma acompaña todo tipo de
lides electorales en nuestro país desde hace tres décadas. En estas presidenciales,
esta amenaza ha saltado delante de nosotros. Y ha movido a la sociedad civil
desde sus cimientos, pese a que este mal ya está enraizado en diversos sectores
productivos como lo es el de la construcción o de servicios. Inicialmente, varios personajes que
solventaban los millonarios gastos de los diversos partidos en la contienda
fueron cuestionados en una primera instancia con el escándalo de los Panamá
Papers: muchos financistas aportadores de casi todos los partidos de la primera
vuelta estaban involucrados en sociedades creadas en paraísos fiscales. Pero la
bomba vendría con las denuncias del diario Univisión: lo de Joaquín Ramírez
tenía que volverse internacional (aunque hubo medios locales que ya difundían
este caso desde hace dos años) y con sello de la DEA para que la sociedad
peruana se despercudiera de su letargo. Y más grueso escándalo fue el de los
audios editados con tan toscos resultados que motivaron la renuncia de una
periodista, el cierre del tendencioso programa que los propaló y la
desaparición automática del hombre que era la imagen de una de los contendores.
Hablar de ello en el último debate hubiera sido suficiente para desequilibrar a
un partido que tiene entre sus principales cabezas a tales personajes. Es más,
si hubiera mayor conciencia política y un fuerte sentido ético en nuestra
sociedad, hubiera habido un desbande de muchos de sus seguidores y otros
dirigentes ante semejantes hechos. Pero pareciera que no es así. Nos estamos
volviendo cínicos. Un cinismo peligroso, no solo para la actualidad, sino para
el futuro de la sociedad que se quiere tener.
En la educación, todos sabemos que se
enseña con el ejemplo. Los niños y jóvenes ven en sus padres y adultos el
modelo de los valores que han de regir su mundo. Creo que el cinismo es lo que estamos
enseñando en las calles y en nuestros actos a ellos.
Después no nos quejemos.