Datos personales

Trujillo, La Libertad, Peru
Un espacio para mostrar ideas y puntos de vista ligados al arte, a la cultura y la vida de una sociedad tanto peruana como universal
Mostrando entradas con la etiqueta Karajía. Mostrar todas las entradas
Mostrando entradas con la etiqueta Karajía. Mostrar todas las entradas

viernes, 31 de julio de 2009

CHACHA, VIAJE A UN PASADO ORGULLOSO

El día viernes 24 salí para hacer un viaje maravilloso, un viaje al pasado. Habíamos decidido ir a una zona mágica y misteriosa, en la que haya historia y naturaleza, en la que sea de fácil acceso, pero que aún sea poco atosigada por el turismo caníbal que ahora abunda en nuestro país (luego de esto de las "maravillas naturales" y toda esa tontería).


Hacía una semana había estado en Las Aldas (o Haldas) y venía con ese envión por ver más cosas de nuestro pasado. Y quedé gratamente satisfecho. Alejándome de las barbaridades de nuestra vida diaria (sobre todo la política), salí a Chiclayo y de ahí a Chachapoyas o simplemente Chacha, como la llaman las personas del lugar. Tomamos el bus de Moviltours a las 7.30 de la noche con destino al Dpto. de Amazonas. Habíamos estado ahí en abril para las fiestas de Semana Santa. Habíamos meditado también sobre los tristes sucesos de junio. Y en mi caso, regresaba exactamente una década después. Era un interesante reencuentro con varias expectativas. Había estado en esta zona en julio de 1999, en ese entonces había decidido ir gracias a la motivación que muchos alumnos míos (en ese entonces) de la Universidad me habían encomendado en ir. Ahora ellos han hecho su vida cada uno y sabía que iba a hacer un encuentro con mis recuerdos también.
Ahora la carretera es mil veces mejor. Hay zonas con paisajes increíbles, pero teníamos la obligación de ir lo más rápido posible hasta nuestro objetivo final. Mucha gente desconoce la realidad física de esta zona y muchos suelen llegar con ropa de verano a esta ciudad que está más allá de los dos mil metros de altura. Las noches son frías y ameritan gruesa ropa. Llegamos a las cinco de la mañana. Decidimos dormir en nuestro hotel para reparar fuerzas. Quizá la altura y el frío hayan medrado nuestras fuerzas. Nos despertamos a las 11 de la mañana y fuimos a desayunar-almorzar para recuperar fuerzas. Como la ciudad está en las faldas de colinas, vemos ascensos y descensos por doquier. Queríamos ir a ver el pozo de Yanayacu, lo recordaba alejado de la ciudad e hicimos una caminata tentativa. Pero ahora este pequeño sitio está rodeado por construcciones y el sitio ha quedado relegado a un pequeño santuario perdido entre casas. La ciudad ha crecido relativamente. Hicimos el descenso, pues la lluvia amenazaba con mojarnos agresivamente. Fuimos a hacer otra siesta hasta una hora respetable. Salimos más tarde a ver y cenar. 


Ya el viaje al día siguiente estaba arreglado. Fuimos a dar una vuelta por la ciudad. Estaba un poco decepcionado del lugar. Gruesa equivocación.El domingo 25 hicimos un viaje a un lugar que había querido visitar hacía tiempo: los sarcófagos de Karajía. Nos enrumbamos con un grupo muy simpático de turistas. un grupo grande de señores argentinos (de Córdova), una familia limeña, una chica de Indonesia y un holandés. Llegar a Karajía es una travesía por el tiempo, llegamos a Luya y luego a Lámud. Son lugares muy interesantes, con costumbres, vestimentas y tradiciones tan originales y diferentes. Se ve mucha pobreza, pero muy diferente al sur andino nuestro. La caminata a Karajía es todo un espectáculo y demandó esfuerzo físico. El tiempo te pasa factura indudablemente. Dejamos el vehículo en Cruzpata y descendimos hasta el lugar: fascinante. Había visto las fotografías que alguna vez Kaufmann Doig, el arqueólogo, había difundido en sus textos allá por los 80. La primera vez que vine, este lugar era inaccesible. Ese día estuve tocando el cielo, tanto por la historia que te llega a martillar la cabeza como la belleza natural que rodea al lugar: hiere tus ojos.


El lento ascenso nos permitió conversar con este interesante grupo humano que nos acompañamos. Con ellos, en su totalidad, nos íbamos a ver dos días más. Luego de esta impresionante visita, nos fuimos a almorzar al simpático pueblo de Lámud. Cuando estudiaba en el colegio, me había llamado la atención este nombre. Este último 26 pisé este lugar para validar su existencia en mi imaginario escolar. Luego del almuerzo, nos dirigimos a la cueva de Quiocta. Interesante, pero personalmente hubiera preferido ir a Pueblo de los Muertos. Quería más historia y Chacha tiene mucho para ofrecerte. El cofre de sorpresas se estaba abriendo.


Luego del viaje nos encontramos con Nadège, Marilou y una amiga de la primera: Aurelienne. El encuentro fue casual, por la noche luego de este estupendo primer viaje, fuimos a tomar un buen chocolate caliente. Ahí nos encontramos con estas niñas terribles, fuimos a comer algo más: la cocina quizá no sea muy variada, pero la calidad de la carne es buena. El día anterior había, además, comido una buena trucha. Con ellas acordamos ir a Kuélap al día siguiente.
27 de julio. Fuimos a tomar un desayuno sustancial frente a nuestros hoteles (ellas estaban cerca al nuestro). Vimos que sí podíamos ir todos juntos a este bello lugar. Aunque el vehículo que nos tocó era insufrible, pero valió "bien la misa". En el camino nos detuvimos a ver Macro, una población que pende en las faldas de una colina, cerca de Tingo. Frente a este bello lugar, empezamos el ascenso a Kuélap. Prácticamente a mitad de esta ruta ya puedes ver la silueta de esta zona religiosa fortificada. Está cerca de las nubes, como eran llamados sus habitantes "hombres o guerreros de las nubes". El ascenso en vehículo es penoso, hay zonas muy estrechas, fuera del hecho que ese día fue lluvioso, situación más riesgosa y adrenalínica, hay momentos en que vas suspendido en el aire. Pasas Longuita y María, llegas después de casi 3 horas y media al estacionamiento de esta ciudad aérea.

La primera vez que fui éramos 10 personas; este 27 había cientos de personas, subían y descendían por doquier. Quizá ese día el lugar haya tenido la visita de medio millar de personas, lleno de autos y gente por todas partes. El ascenso fue un poco fastidioso por el lodo generado por la lluvia: pero de pronto ves con más claridad los inmensos muros del lugar. Impresionante.
Los altos muros, la forma de las casas, el paisaje, la naturaleza, todo te golpea a la imaginación. Caminamos sorprendidos entre tanta historia y misterio, los diversos pisos construidos por esta enigmática cultura que desafió a los incas. En muchos aspectos se parece a San Agustín en Colombia. Todo este gran conjunto ocupa un espacio más grande que Machu Picchu y tiene unas vistas espectaculares. Cuando salió el sol podías ver la vastedad del paisaje y la extensión de los Andes. Maravilloso. Luego de casi 3 horas de visita iniciamos el retorno. Hay zonas con interesante restauración y algunas con una discreta reconstrucción para tener una idea de lo que estábamos viendo. Fuimos por un buen momento habitantes de las nubes, difícil era bajar de ellas.
Llegamos a Chacha, ahora más animada por la inmensa cantidad de turistas que deambulaban por la ciudad. Al día siguiente, nuestro último día se hizo complicada la elección: cataratas de Gocta o el museo de Leimebamba. Decidimos por Leimebamba: hubiera preferido haber ido a Revash. Pero al ver una fotografía del nuevo museo, cambié de ánimo y decidimos ir a ver el museo de las momias. Precisa decisión.


El camino es el mismo para Kuélap hasta la zona de Tingo, de ahí se bifurca y seguimos al río Utcubamba. Es una zona bella, con paisajes extensos, de carácter (es cierto que la sierra de nuestro país es la que más identidad tiene y su belleza agreste en todo momento te lo hace saber).

Llegamos a Leimebamba y de ahí al museo. Grata sorpresa. Un bello museo ha sido construido gracias a la cooperación del gobierno austríaco y a la decisión férrea de la arqueóloga Sonia Guillén de sacar adelante el proyecto de la Laguna de los Cóndores. El museo es didáctico, organizado y con piezas impresionantes. Lo que me dio una inmensa pena es que recibe tan pocos visitantes. El año 2008 tuvo sólo 6 mil. Voy a ver cómo comenzar a llevar grupos de alumnos a esta zona tan rica de historia.



Al ir cerrando nuestro viaje y ver cuántas cosas me faltaba por ver no dejé de sentirme orgulloso de todo lo que esta zona tenía para nosotros los peruanos, para saber quiénes somos y que este conocimiento nos sirva para proyectarnos al futuro. No para vivir embelsados del pasado y añorarlo, sino para aprender de él y ver qué hacer y qué no hacer. Cuando hacíamos este viaje hacia el pasado, el presente también nos tocó fuerte: ver pobreza, ver zonas con relaves mineros, ver zonas deforestadas; escuchar el aún latente problema de Bagua. No, no debemos ocultarlos. Daba pena y rabia que los turistas extranjeros eran más respetuosos de nuestra historia y patrimonio que nosotros, que ellos eran más solidarios con nuestra gente; eran más curiosos por saber sobre nuestra realidad y situación que muchos de nosotros. Ellos estaban más alertas a detalles de la vida y tejido social de los pobladores y eso golpeaba a nuestra indiferencia.
Tanto Gustavo, yo y otra gente estamos decididos a regresar para ver, ahora sí, su belleza natural (difícil divorciarla de la arqueológica) y conocer este pedazo de territorio aún desconocido pero que va saliendo de su aletargo. Ojalá podamos acompañarlos bien.


sábado, 3 de enero de 2009

CHACHAPOYAS, PARAÍSO.





Si algo siempre me ha llamado la atención, es la historia. Ella es un gran cuento de la humanidad en la que nuestros sueños, ideas, frustraciones y locuras se han plasmado. Cada espacio que visito en mi errancia es para mí una fuente de emociones muy intensas en cuanto a todo lo que la mente humana puede hacer con su entorno. La presencia de templos para sus dioses, inmensos castillos, nobles y humildes casas, sus cementerios, son todos lugares en los que ves una forma muy peculiar de un determinado grupo de hombres y mujeres que ha querido perpetuarse. La historia es ese espacio de perpetuación, de transcendencia de la especie humana.


Vacaciones de Fiestas patrias de 1998. Un grupo bastante extenso de amigos y conocidos había decidido viajar a Chachapoyas; uno de los promotores me informó que el grupo ascendía a casi 15 personas, iba a ser una experiencia colectiva. En la Universidad, tenía un buen grupo de alumnos míos que me empujaron a ir para conocer su tierra y como algunos de ellos tenían buenos hoteles, hice la gestión para separar habitaciones. Al final de todo el único viajero fui yo. En fin.
El periplo era un poco largo; sé que hay buses desde Trujillo, pero ellos me aconsejaron ir vía Chiclayo. El día 02 de agosto de ese año tomaba el bus para dirigirme a esta linda ciudad, cuando veo en TV la noticia del incendio del Teatro Municipal de Lima. En secreto, ya sentado en el bus no dejé de derramar algunas lágrimas puesto que ese teatro había significado mucho tanto en mi vida universitaria, cuando cantaba con el Coro de la Católica (la memorable Juanita La Rosa, Chino Vásquez, Mariella Monzón, tantos amigos) o cuando cantábamos en la ópera. Mucha pena. Volvamos a nuestro viaje. Salí a las 2 de la tarde aproximadamente y comenzó el ascenso; el viaje transcurrió sin contratiempos, pasamos por Bagua Grande a medianoche: un calor infernal (casi 30 grados- con razón le dicen el infierno peruano-) El bus ascendía, nos íbamos a ceja de selva alta. Llegué a Chachapoyas a las 4 de la mañana. Frío serrano me rodeó, pero gracias a mis alumnos había llevado una casaca para las circustancias. Me dirigí a mi hotel a esa hora; el administrador preguntó por los demás, mi gesto lo dijo todo. Horas más tarde me encontré con los chicos quienes me guiaron para conocer su pequeña pero simpática (e histórica ciudad). Chachapoyas en ese entonces tenía servicios al turista limitados (ahora me dicen que tienen muchas cosas buenas como hoteles, restaurantes y otros servicios). La ciudad está plagada de balcones, en su plaza uno puede ver varios de diversos tamaños. Hay una suerte de colina en la que se halla una fuente, de Yanayacu (agua negra en quechua), desde la cual puedes tener una buena vista de la ciudad. Fuimos a ver el Arzobispado donde se encuentran varios archivos que han sido objeto de estudios por diversos historiadores. Un amigo mío hizo una investigación concreta de al música barroca colonial de esta zona, ya que era un jurisdicción importante. Luego varias personas me contaron que la selva encierra restos de ciudades españolas que fueron abandonadas por estar ubicadas en lugares inhóspitos. La casa del Arzobispado está muy bien tenida; luego los chicos me llevaron a conocer una pequeña plaza que tiene una iglesia reconstruida que reemplaza a la antigua: Santa Ana.
La ciudad con sus techos a dos aguas es muy acogedora y por la
noche fuimos a un mini pub donde escuchamos música y tomanos algunos tragos. La suerte mía era que los chicos me invitaban a comer; incluso Leo Rojas y su hermana, hijos del Alcalde de la ciudad en ese entonces me hicieron una generosa invitación. En general, todos los chicos fueron excelentes anfitriones. A través de ellos conseguí una movilidad por dos días: esta movilidad estaba a mi disposición todo el día para ir donde quisiese. Al día siguiente fui a mi objetivo principal: KUÉLAP. Luego de casi 4 horas de viaje, por una estrecha carretera de trocha (ahora me dicen que es mejor y más corta) llegamos a este sorprendente lugar. Uno llega y desde la carretera ve en la parte superior una gran muralla, ya de sí el entorno es impactante; antes habíamos pasado por otro sitio arqueológico llamado Macro, una suerte de necrópolis que me hizo recordar a Combayo u Otuzco en Cajamarca. Los chachapoya fue una cultura que se vinculaba con la gente de la selva alta y sus restos hacen recordar a los de San Agustín en Colombia. Personalmente, no he estado en el Gran Pajatén, pero son del mismo espacio histórico. El dominio de la piedra es impresionante y las construcciones son abrumadoras, el tamaño de ellas te empequeñece y abruma; quizá esa era la intención de aquel que llegara a esta ciudad, el verse sorprendido y apabullado por el poder manifiesto de sus habitantes. Ingresas por un sendero y llegas a una explanada antes de ingresar a la ciudad misma; aquí ves los impresionantes muros que comenté anteriormente; este muro circunda a la misma y hay sectores que aprovechan el precipio como defensa natural. En el interior encuentra construcciones circulares, algunas de las cuales llevan unos diseños en rombo que asemejan ojos (es una teoría) Otras tienen incrustaciones de rostros (algunos parecen a los vistos en Kuntur Wasi). Las construcciones son impresionantes, pero lo que hace el lugar mágico es el espacio en el que se ha construido. La humedad pasa la factura a los grupo y pronto necesitamos líquidos, algunos altos en el camino nos permitía apreciar sus ricas con una buena bebida; lo que sí me sorprendió es que este inmenso lugar haya sólo un guardián. Cerca al lugar pasaban pastores con sus ovejas. Terminada nuestra caminata, regresamos pero no sin antes comer una rica gallina de corral estofada en Tingo, el hambre apretaba.
Tercer día: me habían dicho que Leimebamba iba a ser el boom de la arqueología del futuro, lo es. Hacía poco habían descubierto una cueva-tumba con varias momias en la Laguna de los Cóndores. Nos aprestamos para ir todo el grupo a Leimebamba, incluso nos acompañaron los padres de una de las chicas, ya que nunca habían estado ahí. El viaje era más largo y en el camino recogimos a una pareja de turistas mochileros; eran israelíes (están por todas partes) y les dimos un aventón hasta Leimebamba. El pueblo era pequeño, pero los habitantes ya estaban enterados de la razón por la cual eran tan visitados, ni bien bajamos del micro los chicos nos llevaron al museo de las momias. Una pena que no se permitieran fotos.
El último día antes de partir me llevaron a Luya un pequeño poblado cerca de Chachapoyas; una de las cosas anecdócticas era que en ese pueblo estaban construyendo la cárcel. Algo de lo que siempre tendré como nostalgia gastronómica será la famosa humita de la zona y los juanes de yuca, había probado los de arroz, pero de yuca fue "mi primera vez". Esta es una de las razones (y muchas más) por la que he de volver a este gran pedazo de historia de nuestro país. Uno de los momentos que nunca olvidaré fue cuando fuimos a visitar a un tío de una alumna, Vanessa Chávarri, y él mostraba su descontento hacia el país y su identificación con lo ecuatoriano, esta amargura resultaba de la excesiva centralización en nuestro país y el descuido de la selva. Estaba orgulloso del pasado de los chachapoya, pero a él (como a los demás que estuvieron en la parrillada que hicieron a la cual me invitaron) le indigna que seamos tan indiferentes con los rincones más notables y viejos de nuestro país. Él cultiva orquídeas (el clima es como Moyobamba) y protege plantas que las condena a la extinción la agricultura y la depredación. Espero que su esfuerzo no sea en vano y espero que esto que escribo (aunque muy tardío) invite a más gente a preocuparnos por esos espacios, tanto por la gente como por su riqueza. Ojalá.