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Trujillo, La Libertad, Peru
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sábado, 27 de agosto de 2011

CASCAS, UN NUEVA BÚSQUEDA
























    El viaje a Cascas fue un reencuentro con un lugar al que había ido hacía 19 años con varios grupos de alumnos del colegio en el que enseñaba en ese entonces. Cuando en 1992 planeaba viajes de estudios con mis estudiantes, surgió a sugerencia de una amiga, Lutgarda Reyes, la idea de visitar ese lugar. Ella me comentaba que se encontraba en la iglesia mayor del lugar uno de los altares barrocos más bellos de la manifestación indígena de esta parte del país (algo así como la portada de la iglesia de Huamán de Trujillo). En ese año hice tres visitas planificadas con diversos grupos, realizadas durante un solo día con un bus pequeño (los grupos no excedían delos 20 chicos). Hicimos una breve visita a la ciudad en la que podíamos ver una interesante producción de viñedos y de uva para consumo humano y una incipiente producción vitivinícola. Esa fue mi primera experiencia con este pequeño pueblo, con verdes entornos, bonitos paisajes y una geografía interesante que motivó que los hayamos visitado tres veces durante tres fines de semana seguida.


























   Luego de haber visitado Chachapoyas y por fiestas patrias, habíamos acordado con Carmen, mi amiga española, y otras personas más, la posibilidad de ir a Cascas por dos días. Indagué a varias personas sobre la situación actual de la zona, tanto en servicios turísticos como la infraestructura vial. Recordaba que ir hasta ahí era un poco penoso, ya que el camino corre paralelo al río Chicama, río de cauce irregular que crece en temporada de lluvias de sierra (enero a marzo) y que el cauce suele excederse e inunda y arrasa el camino, aislando muchas veces a todos los pueblos de la zona. Cuando visitaba Cascas en 1992, ésta pertenecía al Dpto. de Cajamarca. Ahora pertenece al Dpto. de La Libertad y esto ha generado una suerte de situaciones de corte político que luego comentaré. Hablé con una amiga, Bárbara Wong, quien me dio varios datos valiosos (sobre todo, restaurantes y algunos lugares de interés), pero también iba con nosotros Freddy Cerdán, compadre de Carmen, quien trabaja en la zona en la capacitación de agricultores en el proceso de viñedo desde el cultivo hasta la industrialización de su fruto. Íbamos a descubrir, gracias a él, toda una gama de oportunidades generadas por la agricultura en los últimos años. Ahora hay viñedos por doquier y sus productos derivados se venden por todas partes: vino, mermeladas o la fruta en sí. Además, íbamos a Cascas en plena celebración de la vendimia, fiesta en la cual íbamos a estar como partícipes.

Habíamos quedado con Carmen y Gustavo para salir el 29 de julio en la camioneta de ella; además iba con nosotros otra amiga de ella, Carmen, otra Carmen, docente también quien nos iba a acompañar en esta aventura. Luego de cargar combustible, nos fuimos a buscar a Freddy y su familia, quienes también iban en su camioneta. Como Freddy iba en busca de otro par de personas, nosotros decidimos adelantar el camino y nos dirigimos al cruce que hay entre la carretera Panamericana y el camino que nos lleva a Sausal y Cascas, ambos pueblos importantes de la sierra liberteña de esta zona, la zona de Gran Chimú, del alto Chicama. En esa zona, mientras esperábamos, vimos a un pequeño zorro que merodeaba entre los cañaverales. Esta región costera es conocida como zona de caña de azúcar, que perteneció a grandes ingenios azucareros como Casagrande. Anteriormente para ir a esta zona, uno tenía que pedir un permiso especial para cruzar este trecho o, en su defecto, uno debía “ascender” hasta Casagrande para luego, desde allí, “descender” hacia ese cruce formado por ese trecho de unos 10 kilómetros. El tramo es asfaltado y eso nos dio la esperanza de que íbamos a tener un viaje bueno con asfalto hasta el mismo Cascas. No iba a ser así.

Desde el cruce, íbamos a ir con otra persona más en la camioneta, y desde ahí nos dirigimos hacia nuestra meta. El paisaje es bastante atractivo e íbamos a hallar varios lugares arqueológicos en el camino, lugares que esperan la paciencia de los justos para poder ser estudiados o desaparecer como otros tantos lugares. La carpeta asfáltica ha desaparecido de muchos tramos, demasiados; más diría que es una suerte que haya aún asfalto en algunos tramos. Vamos bordeando el río y parece ser que cada estación de lluvias este camino sufre el embate de las lluvias y las crecidas. Me imagino que la delgada capa de asfalto que le hayan colocado y la hayan inaugurado como muestra de preocupación de gobiernos regionales o centrales, ya ha sido arrebatada y no queda más que pedir disculpas a tus riñones por hacerlos sufrir con baches y piedras. Felizmente íbamos en una camioneta, pero imagino un auto promedio como el mío en esos trances. En fin. Como compensación, íbamos viendo los cambios de una costa, que pese a tener alta zona de producción de caña, tiene un paisaje aburrido sea por la aridez, sea por el monocultivo: ver durante kilómetros sólo caña de azúcar no es todo un placer de la biodiversidad. Parece ser que toda la costa peruana va a estar condenada a ello. Homogeneidad a rabiar en el verde paisaje. Ni modo.

La sierra se salva de ello y es, por ello, la fuente de su desgracia por la visión de la mono producción. No sé por qué, pero bajo esos criterios sólo produces algo para que con ese algo puedas comprar todo lo demás que solías producir. Contradicciones de la vida, del sistema y el empobrecimiento del concepto de auto abastecimiento. Pero la sierra ya está en proceso. Cada vez hay más zonas, como en estos casos, destinados a los viñedos; pero han condicionado todo el entorno de esta región. Aún. En el camino, íbamos contando anécdotas, pero Carmen era la que más sufría, puesto que no pensaba hallar en ese estado la carretera. Yo, tampoco. Un pequeño tramo asfaltado fue la Vía de Evitamiento por la zona de Sausal; antes tenías que ingresar al pueblo, en la actualidad no tienes que hacerlo. Como teníamos prisa, no ingresamos a ver cómo había crecido esta población. La recuerdo hace años como un lugar de paso y con una población agrícola fiestera (bueno, siempre pasaba por este lugar los días sábados e, incluso, una vez con una amplia delegación de profesores del Fleming, entre ellos, Gladys, Milagros, su esposo, los Peeddle, muchos más)

Un poco antes de llegar a Cascas y comenzar el ascenso (se sube más allá de los 1200 metros), a la altura de Ochape, hay un buen tramo asfaltado hasta Cascas en sí. Aquí entre curvas y montaña, vamos viendo los mejores paisajes de la zona. Una pena para Carmen, pues ella estaba más concentrada en el volante que ver paisajes.

El camino, ya más agradable, estaba relativamente transitado. Cascas estaba recibiendo a muchos viajeros, como nosotros, a sus celebraciones que habían comenzado el día 27 y seguían hasta ese domingo. Nosotros sólo íbamos a ser partícipes de dos “fechas”. Ya arribados al lugar, decidimos ir a buscar nuestros alojamientos y comenzar la visita. Bárbara nos había hecho el contacto con un restaurante del lugar, llamado Restobar y allí hicimos nuestro primer centro de operaciones, puesto que las habitaciones del hotel no estaban aún listas. Así que decidimos hacer el paseo por la ciudad. Tuvimos un par de guías a disposición: un señor mayor, fuente notable de información de tradición, datos y chismes de la zona. Con él comenzamos a caminar por el poblado que iba recordando de mis primeras visitas, hacía 13 años. La plaza estaba igual, pero ahora tenía estrados, puestos de venta para la feria central y la verbena que iba a celebrarse esa noche. Antes Cascas pertenecía al Dpto. (Región) Cajamarca y dependía de Contumazá. Así la conocí en 1992. Desde 1994, ya es capital de una nueva provincia, Gran Chimú, y esa situación le ha generado grandes ventajas (y algunas rencillas con su anterior “jefa”). Pero en nuestra caminata, íbamos a tener un brusco cambio en nuestros planes. Habíamos caminado por parte de la plaza a la cual habíamos llegado por las estrechas calles, llenas de juegos y tenderos. Ascendimos por una escalinata para ir hasta la iglesia mayor, pero estaba cerrada. Quería ver otra vez ese altar barroco. No conseguí hacerlo. Habíamos visto el paseo que se había hecho al costado de la iglesia y vimos a todo el mercado fuera de su habitual local, puesto que lo están reconstruyendo y mejorando. Cascas tenía toda una atmósfera de fiestas y pronto íbamos a estar en el meollo del asunto. De repente, Freddy se acerca a nosotros a pedirnos ser jurado del concurso de uva y cata de vino. Carmen y yo fuimos invitados a participar en esta actividad, la cual estaba caóticamente organizada. Varios de sus jurados les habían “fallado” y echaron mano de nuestras presencias. Invitados a subir al escenario, íbamos a envolvernos de reinas, degustadores, periodistas y una bulla infernal. Una vez dadas las reglas del concurso, Carmen y yo empezamos nuestras labores de jurado. Carmen llevaba la peor parte, ya que tenía que degustar bastantes calidades de vino artesanal, entre blanco y rojo. En cambio, a mí me cupo la alegría de probar las diversas calidades de uvas que se producen en el valle, ciertamente algunas de ellas, impresionantes. Las decisiones nos tomaron un poco más de una hora y el grupo se fue directamente a almorzar, mientras nosotros dos participábamos en los resultados de nuestros respectivos grupos. Una vez concluida nuestra participación, nos fuimos al restaurante a comer; teníamos hambre, pese a haber estado comiendo uvas o bebiendo vino. Una vez instalados en nuestro hotel, Rosa Ermila, salimos un pequeño grupo, los cuatro iniciales, a hacer las visitas pactadas desde Trujillo: el árbol de las mil raíces, los dos miradores y el cristo de la roca. En el ascenso al árbol de las mil raíces, tuvimos la mala suerte de hallarnos con un imbécil al volante; un tipo que utilizaba un bus interprovincial como si fuese una moto, corriendo como loco en esa trocha estrecha y sin asfaltar, levantando una polvareda que enterraba casas, autos y peatones. Parecía ser que el chofer no pasaba de ser un mozalbete de unos 20 años, irresponsables no sólo con su vida, sino la de sus pasajeros y de todos aquellos que tenemos la mala suerte de encontrarnos con idiotas como ése. En tu viaje por la carretera Panamericana te encuentras con cientos de ellos como luego contaremos en nuestras andanzas por el sur. La visita a los lugares son simpáticos, aunque les falta señalización y un mejor servicio en general. El lugar del árbol nos hallábamos frente a la casa de un señor que muchas veces tiene reacciones desconcertantes como nos contaba nuestro guía. La visita al cementerio fue también interesante; vi un pequeño mausoleo en que mostraba, según los obituarios, que el padre, la madre y la hija habían fallecido entre todos en un intervalo de dos o tres días en un mes de noviembre (¿Alguna plaga?), así como una tumba destrozada en que, según contaba nuestro guía, se hallaba el cadáver de un señor muy gordo que estalló. La vista desde el cementerio es interesante. Pero íbamos a ir a otro, Chunkazon, que es una pequeña colina hacia el sur de la ciudad y desde la cual se ve la entrada del pueblo. El ascenso fue un poco penoso, el sendero estrecho nos hacía temer algún mal momento. Felizmente no lo hubo. Luego de esta visita, decidimos regresar al hotel, tomarnos un baño, ver un partido de vóley y hacer una siesta. Fue una buena y mala decisión. Buena, ya que el cuerpo lo amerita; mala, porque no logré entrar a ver el altar barroco de la iglesia mayor. En fin.
Por la noche, comimos algo ligero y salimos a unirnos a los casquinos y visitantes: había retreta, feria, fuegos artificiales. La borrachera se extendía rápidamente y, a pesar que no hubo grescas, algunos borrachos ya perdían el equilibrio y generaban algunas situaciones bochornosas. Muchos ya sólo orinaban en la misma plaza. Molesta el hecho de que mucha gente estaba viendo los castillos y tenían delante de ellos a personas bastante irrespetuosas con sus actitudes. Por la noche, se realizó una fiesta mayor en el coliseo, muchos del grupo fueron a bailar pero otros preferimos descansar. Lo bueno es que no se dejó ingresar a la gente en estado totalmente calamitoso. Un acierto.
Día siguiente. Habíamos quedado con una señora para tomar desayuno en su local. Literalmente se olvidó, dejó a todo el grupo abandonado y tuvimos, en ese momento, que hallar una alternativa rápida, ya que iban varios niños con nosotros y el hambre ya los molestaba. Hallamos en la esquina de la plaza de armas un lugar simpático. Un hecho de destacar es que el día anterior la plaza había quedado bastante sucia por el evento. Pero esa mañana lucía limpia, sin señales de haber quedado con varios restos de comida, botellas, cartones, bolsas de plástico entre otras cosas. Bien.
Luego de hacer nuestras últimas compras, dejamos Cascas para ir a visitar parte del proyecto que Freddy está realizando en la zona con campesinos para mejorar su productividad y calidad de vida. Fuimos a ver un molino y, sobre todo, un colegio que se ha hecho con ayuda de fondos españoles. El paisaje es bonito y rodeado de viñedos (aunque hay varios productos de panllevar), pero el camino es difícil. En el retorno, paramos en un puesto que se dedicaba a la comida hecha a base de pato. Una anécdota: cuando pedí a la señora que me trajera la pata del ave, ella me trajo las patas literalmente y no los muslos que uno suele recibir. Aquí se aprovecha todo.
En el camino de retorno hicimos un alto a orillas de río Chicama para descansar y algunos (por no decir, casi todos) tomar un baño refrescante. Hacía calor y las aguas se veían frescas; creo que no hay asentamientos mineros por la zona, sino sería fatal para la agricultura. Carmen tuvo un pequeño incidente con su gorra, Gustavo se lo tomó a broma. En nuestro retorno, hicimos alguna que otra parada más; una de ellas fue para comprar fruta, sobre todo, uva. A veces parábamos para ver el paisaje el cual no habíamos del todo aprovechado cuando nos dirigíamos en dirección contraria.

Llegamos a Trujillo alrededor de las 5 de la tarde. Cascas fue toda una experiencia.