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Trujillo, La Libertad, Peru
Un espacio para mostrar ideas y puntos de vista ligados al arte, a la cultura y la vida de una sociedad tanto peruana como universal

martes, 30 de agosto de 2011

ADIÓS A AREQUIPA

Para cerrar ese 14 de agosto, nos fuimos a comer algo turco (no hallamos el mejor que se hallaba en la calle Villalba y nosotros sólo merodeábamos por la Calle San Francisco y alrededores) y tras ello, nos fuimos a un lugar llamado Zona Cero, un complejo donde hay bar, discoteca, pub y restaurante. Teníamos intenciones de jugar billar para aprender. Hay todo un mito negativo alrededor de este juego, que incluso causa un poco de escozor entre docentes, ya que muchos adolescentes prefieren ir a jugarlo que ir a aulas. Con todo mi prejuicio, Laetitia me enseñó las reglas y comencé a jugar. Luego nos invitaron a jugar unos turistas galeses, uno de ellos muy diestro, que era profesor de matemáticas. Hablábamos en inglés y entre ellos, hablaban el gaélico, que me sonaba a holandés. Ellos estaban muy orgullosos de su nacionalidad, no ingleses: gaélicos. Es la primera oportunidad que tuve para poder hablar con personas que tenían estas perspectivas muy peculiares de su orgullo y su posición frente a los ingleses a quienes los tratan como invasores. Interesante. Una vez concluida esta larga jornada, fuimos a dormir.


Al día siguiente, lunes 15, era fiesta. Toda la ciudad se había volcado a las calles para ver el largo corso para las fiestas. Es larguísimo. El día anterior había estado Juan Vives de Colombia, pero ya la ciudad es tan grande que te enteras de todo mucho después. El día que viajábamos iba a estar Juan Luis Guerra (me hubiera gustado verlo, puesto que a Trujillo no irá, quizá, nunca). Me levanté temprano y me fui a caminar por ahí. Fui a Sta. Teresa para ver el museo, pero estaba cerrado. Lunes, día de descanso. Lo que hice fue caminar por las calles un poco y bajar a San Lázaro. Es la zona vieja de la ciudad, barrio tranquilo y limpio, con las calles arregladas y maceteros con geranios para alegrar al transeúnte. La gente cuida su ciudad con esmero y pulcritud. ¿Por qué los demás no lo hacemos con las nuestras? Laetitia me llamó y ya era casi mediodía. Así que decidimos ir a almorzar a uno de los restaurantes que se halla en la Plaza de Armas. La multitud era increíble y era muy arriesgado ver la cantidad de niños que iban con sus padres exponiéndolos al peligro. Muy censurable. Las pobres criaturas eran llevadas como muñecos y arrastradas peligrosamente por la multitud. Logramos subir a un restaurante, luego de haber intentado en uno que nos quiso cobrar 50 soles sólo por estar sentados ahí sin comer. Realmente abusivos. Fuimos un poco más allá y vimos uno moderado y con buena oferta culinaria. Todo el menú por 35 soles y qué menú. Obviamente al final tuvimos que dejar el rocoto relleno o el pastel de papa o el soltero de queso o el postre. Demasiado. Culminamos con un anisado para la digestión y partimos a seguir caminando por ahí. No nos interesaba el corso, ya que había mucha repetición: el carnaval de Arequipa lo escuchabas a la entrada de la plaza con un grupo, a la mitad con otro grupo y al final con otro más; era un chicle acústico que terminaba por aburrir. Salimos con el objeto de ir a caminar por el puente Bolognesi o Grau, pero nos topamos con un guardia que había perdido todo sentido de autoridad en una de las esquinas y estaba generando un peligroso tumulto; decidimos ir por otra esquina donde los guardias sí actuaban con sensatez. Descendimos hacia los viejas calles que llevan hacia los diversos puentes y nos encontramos con una cuadra cargada de tiendas que vendían guitarras, mandolinas, violines o charangos. En algunas se veían a músicos mostrando sus cualidades, pero es algo que no veo en Trujillo, una ciudad con mucho amor a la música, pero pocas casas musicales. Irónico. Muchos de estos conjuntos habitacionales antiguos han sido remodelados por apoyo municipal e instituciones españolas. Los vecinos cuidan sus “nuevos” espacios y los muestran con orgullo. Algunos vecinos nos invitaron a pasar a ver sus remoladas casas. Seguimos nuestro trayecto. Una buena caminata para conectarnos con el Puente Grau. Vimos bonitos paisajes. Arequipa es una ciudad fotogénica. Llevé a Laetitia a ver San Lázaro y regresamos por el conjunto San Francisco. Entramos a ver una feria y allí encontramos los regalos para llevar a todos nuestros amigos y familia en Trujillo. Muchas cosas bonitas colman sus instalaciones y gente dedicada a un trabajo honrado para todos.

Retornamos al hotel, puesto que ella y yo teníamos bastante trabajo pendiente. Ver correos, preparar una presentación que tenía ese sábado, asuntos de matrículas que iba coordinando con mis profesores en Trujillo, asuntos de la Alianza. Varios asuntos. Para cerrar esa última noche en Arequipa nos fuimos a comer al Zigzag. Una delicia. Una variedad de carnes a la piedra, de cerdo, vaca y alpaca, con una entrada con carnes de avestruz fue toda una orgía para nuestros paladares. Cuando regresábamos a nuestro hotel, en Moral, cercano a Sta. Catalina, el corso no había aún concluido. Eran las 11 y media de la noche y todo había empezado a las 10 de la mañana en punto. El del año pasado duró más allá de las dos de la mañana. Un exceso.


Último día. Martes 16. Laetitia fue a la Alianza a ver una serie de detalles. Íbamos a almorzar al Club Arequipa con el simpático Presidente de la Alianza de Arequipa. Creí haber perdido mi candado de maleta por eso fui a ver uno al Mercado San Camilo. Bajé por varias calles que las recordaba de mi niñez: Mercaderes, Dean Valdivia, Santo Domingo. Ya no existe el cine Real, ahora es un centro comercial. Arequipa ha cambiado bastante. Luego subí por Santo Domingo. Iba con mi cámara con cierto temor, pero se respiraba cierta seguridad. Eso lo percibimos más que en Trujillo, por ejemplo. Sé que hubo y hay asaltos, pero la presencia de numerosos turistas hace a una población más atenta de cuidarlos más que abandonarlos. De ahí me dirigí hacia el convento de Santa Teresa. Ahora sí tuve más suerte. El lugar es muy interesante, hay todo un tesoro en imaginería religiosa que quizá también la tenga el bello convento del Carmen de Trujillo, lugar que espero un día decida abrir sus puertas para mostrarlas a todos. El convento está en proceso de reconstrucción y tiene un museo bastante bien implementado. Una vez culminada mi visita, me dirigí hacia el Museo de Arte Moderno, pero estaba cerrado. Una pena. Pero todo se compensó con el Museo de la Catedral, situación que ha molestado a la población religiosa, puesto que la nave de la catedral es parte de la visita por lo que piden a la gente que una vez concluida la misa, la gente se retire para poder comenzar las visitas guiadas. Una situación conflictiva que acarreó posiciones encontradas como ha pasado con la Catedral de Cuzco. Sólo entras libremente cuando hay misa a las 6 de la mañana. Así está pasando en Arequipa. Pero la visita es muy interesante y tiene algunos tesoros escondidos entre sus muros. Y luego subir hasta los campanarios es un regalo a la vista: la plaza de armas, la ciudad, los volcanes, todo desde el techo de este monumento. Impresionante.
Terminada la visita preparamos las cosas para ir al almuerzo; el Club es bonito, mucho más pequeño que el Central de Trujillo. Hay una limpieza extrema y una atención de primera. Pero los tiempos nos traicionaron. Nuestro avión salía a las 4 y 15 y teníamos que estar a las 3. Pero conseguir taxi y todos esos menesteres son complicados. Llegamos al aeropuerto casi a las 3 y media, todo tuvo que hacerse rápido, no logramos comprar nuestros ansiados chocolates de la Ibérica, tenía intenciones de comprar las famosas guaguas, pero fue empresa frustrada. Con Laetitia teníamos intenciones de asaltar a algunos viajeros con cargadas bolsas de chocolates. Y además nos dijeron que teníamos que pagar impuesto de salida, que no es como en Lima o Trujillo que el impuesto está incluido en el pasaje. Terrible. Una sola ventanilla para casi cien pasajeros. Detalles que deben tenerse en cuenta para no reventar el hígado del viajero, ya que ahora tienes que pasar las medidas de seguridad (felizmente no es como en Europa que te desnudan o te sacas los zapatos). Ya en el avión hice un rápido recuento de este viaje. Un buen paréntesis para seguir adelante.

Laetitia se quedó en Lima, yo seguí viaje a Trujillo.

VIAJE A LA NOSTALGIA: AREQUIPA

























Los retornos a los lugares del pasado son también viajes a esos rincones de tu mente que se quedaron congelados en algún momento de tu vida. Lugares que fueron permanentes recuerdos regresan a ti cuando pisas nuevamente ese recuerdo geográfico. Este es el caso de Arequipa. En ella viví casi 11 años e hice toda mi vida escolar. Llegué de muy corta edad y nos instalamos, mi padre, mi madre y mi hermana Lucero en una primera casa en la calle Santo Domingo, frente a la oficina en la que mi padre trabajaba y había sido enviado desde Piura como gerente.

El día 12 de agosto salimos Laetitia y yo para tener una serie de reuniones con la gente de la Alianza Francesa de Arequipa para devolver una visita hecha a nuestra Alianza este año en los primeros meses. Un viaje rápido en avión con una forzada escala en Lima (tenemos el fuerte centralismo que nos obliga pasar por Lima a y desde cualquier lugar que vaya o venga por avión) nos llevó a Arequipa, ciudad a la que llegamos a eso de las 7 de la noche. Teníamos una invitación ya ese día para estar en su local, una bella casa antigua que es la envidia de todas las Alianzas del país. La ciudad de noche no se percibe mucho (“de noche, todos los gatos son negros”), pero veíamos el denso tráfico y la excelente iluminación que tiene la ciudad me iba a dar con varias sorpresas, tanto para mí (que no la visitaba desde 1998) como para Laetitia. La ciudad es ahora una urbe de más de un millón de habitantes y los servicios que ofrecen son buenos y variados, y la hacen con toda justicia la segunda ciudad del país. Luego del simpático espectáculo hecho por alumnos de la Alianza e invitados, nos fuimos a comer a un restaurante que queda en la misma Alianza que tiene instalaciones muy simpáticas y con una buena y variada oferta gastronómica. Arequipa es una ciudad en que hay de todo, para todos los bolsillos y con una gama culinaria tanto local como foránea. Y durante cuatro días y lo íbamos a comprobar.


Tras una pequeña salida nocturna, nos fuimos a dormir temprano para ir a reunión temprano. Aunque la ciudad estaba de fiesta (desde el 14 hay desfiles), la Alianza estaba abierta. Visitamos todas las instalaciones, su mediateca, su laboratorio de media, sus aulas. Luego de eso, muy gentilmente nos invitaron las entradas a Santa Catalina; antes, habíamos contemplado una marcha de pobladores que se aunaban a la celebración de sus fiestas, gente que se dirigía a la Plaza de Armas. Todos coreaban vivas a Arequipa con un orgullo que pocas personas de otras partes del país toleran, culpándolos de chauvinistas. Pero su ciudad amerita todos los adjetivos posibles de belleza y trabajo; en Arequipa la gente trabaja duro por su desarrollo personal y también por su ciudad, cosa que no vemos en otras partes de nuestro país. La gente sentía orgullo de su ciudad, su cultura y sus derechos por los cuales, ellos sí luchan con denuedo.

Santa Catalina es un inmenso claustro que fascina a todos. La combinación de colores, el manejo de espacios y perspectivas hacen de este monasterio una visita obligada. Una cosa que causó mi sana envidia es la cantidad de turistas que hay en la ciudad. Por todas partes ves cantidades de ellos copando servicios que felizmente no colapsan, ya que la ciudad ya está preparada a ello. Esa es la razón por la cual la ciudad va a recibir la convención minera, la que estaba prevista para Trujillo, pero que por motivos infraestructurales se perdió. El monasterio estaba lleno de turistas tanto nacionales como extranjeros. Pero el problema en todas partes era el guía. Salvo en Chachapoyas donde tuvimos un buen guía, tener un buen guía informado y variado, que no se haya aprendido el parlamento de memoria y que haya investigado más es un logro muy difícil de hallar. Muchas veces una visita puede potenciarse o desplomarse si tienes un buen guía que te motive a investigar, a imaginar, a hacerte una idea sólida del sitio que visitas, o por otro lado caer en el absurdo de explicaciones contradictorias del lugar que estás observando. He oído versiones anacrónicas o totalmente desubicadas en las explicaciones dadas por ejemplo en la Catedral en la que el guía me decía que Francisco Laso, pintor limeño del siglo XIX, era un pintor del barroco peruano. O cuando un lugar, como el caso de Santa Catalina, con una belleza arquitectónica relevante, la información de los que la edificaron sea pobre (no supimos quién fue el arquitecto inicial) y prioricen sólo datos de corte religioso. El manejo de la historia, geografía, arte es en general pobre. Es el producto del descuido de la educación actual que le da más prioridad a computación que a la filosofía o las ciencias sociales. En todas partes “se cuecen habas”. Así pues, con todos estos datos, sacamos con Laetitia nuestras propias conclusiones del monasterio que teníamos delante de nosotros. Visité Santa Catalina, por primera vez, en 1972. Lo visité varias veces, ya que llevaba a amigos o parientes que llegaban de visita a nuestra casa. Las otras oportunidades se dieron en las visitas posteriores cuando ya residía en Lima o Trujillo. Ahora en 2011, veo a este bello espacio, mejor presentado, con nuevos espacios al visitante, con mejor señalética y, sobre todo, con unos colores más vivos que resaltan sus muros, cúpulas, puertas, esquinas, plazas. Nos hubiera gustado verla de noche (ahora hay visitas nocturnas) o verla con todo su esplendor en algún concierto de música barroca como alguna vez organizamos en lugares especiales como la Iglesia de Huamán en Trujillo. Sus formas acogen a quienes caminan entre sus estrechas calles; una vez vi una publicidad promocional del Caretas en los años 70 (creo 71 ó 72) que vistió de monjas a dos modelos arequipeñas y las hicieron posar en diversas partes del monumento. Alucinante.


Saciados de belleza nos fuimos a dar rienda suelta de nuestra hambre física y nos fuimos a la búsqueda de rocoto relleno y chupe de camarones. Un opíparo almuerzo coronó nuestra mañana y antes de ir a la siesta, decidimos ir a la iglesia de La Compañía. Estaba cerrada, pero fuimos a sus claustros en la búsqueda del restaurante de un francés instalado en la ciudad. Arequipa tiene una notable presencia de extranjeros residentes que han instalado todo tipo de servicios y restaurantes que hacen de esta ciudad un verdadero paraíso del cual en Trujillo carecemos. Fuimos al Zigzag de unos suizos, con una carta impresionante; o la de comida turca en diversas versiones para todos los bolsillos. Comida francesa, argentina, chilena, alemana, fuera de los tradicionales chifas. Falta uno japonés. Ahora, en verdad, todo eso es sostenido por la cantidad de turistas que llegan a esta ciudad. El centro antiguo es un bazar de empresas de turismo para todos los gustos. Con Laetitia hicimos la promesa de ir al restaurante francés para una buena degustación de buenos vinos y, sobre todo, quesos. Nunca logramos ir. Queda pendiente.

Decidimos ir a descansar un rato, mientras el centro de la ciudad se iba volviendo un loquerío, puesto que se preparaba la serenata de la ciudad. Teníamos una cena de confraternidad y nos preparamos para ir. Fue un momento de buena conversación, buena comida, calidez de personas que trabajamos por un objetivo común. Los directores de la Alianza de Arequipa son unos buenos anfitriones y lo demostraron ese día. Terminada nuestra velada, nos decidimos ir al hotel a dormir.


























El 14 de agosto, domingo, decidimos ir a la campiña. En Arequipa hay una suerte de fiebre con estos buses paisajistas que han colmado la ciudad. Esto es muy peruano: descubrimos una interesante fuente de ingreso y automáticamente la idea es tomada por todos. En Lima lo ves con la cantidad de ópticas que se instalaron en el centro de Lima; lo mismo pasó con las farmacias que se instalaron por todas parte juntas (en un encuentro de dos avenidas tienes hasta 6 farmacias grandes que se hacen una competencia feroz y no sé cuánto nos beneficie). En Arequipa se da con los estos vehículos panorámicos. En un principio hubo 2; ahora más de 12. Y ahora ya se ve en algunos de ellos deterioros debido a la distorsión de precios que genera las sobreoferta. Ya queda poca ganancia debido a los costos no cubiertos y que a la larga se vuelve un peligro a los usuarios. En el caso nuestro, los frenos de nuestro ómnibus nos hacían dudar de su mantenimiento. A veces la competencia no es tan sana, sino se la regula. Pero se llama reglas del mercado, hasta que un accidente te saca del mismo. Espero que ninguno de nosotros sea el que sufra las consecuencias de esta competencia. El viaje fue simpático en un inicio, pero luego se fue tornando en una pesadilla cuando eres arrastrado por todo el grupo. Yanahuara estuvo bien, así como la campiña; pero luego en camino a Sachaca y el palacio Goyeneche, ya cerrado al público, la cosa se hizo más rutinaria. Ya en la mansión del Fundador, nuestra paciencia eclosionó. Las cientos de personas que se hallaban en el local nos impedían hacer una visita sosegada. Peor aun cuando tenías impertinentes que iban con sus equipos de sonido o preferían la foto sin importarles los demás. Salvajes. Y el colmo fue el hecho que un grupo de familia se puso a discutir entre ellos a gritos sobre una herencia. A vista y paciencia de todos nosotros. La pesadilla culminó con la visita al molino de Sabandía. Fue uno de los puntos negros de nuestro viaje. Pero todo iba a ser recompensado con un buen almuerzo en el restaurante La Viña (Laetitia comió su segundo chupe de camarones) y luego una interesante visita a las instalaciones donde tienen a la momia Juanita. El sitio está bien tenido, hay una ordenada y bastante detallada exposición de objetos hallados con los sacrificios hechos (objetos de culto, cerámica, los valiosos tejidos como hablaba John Murra). Obviamente, la estrella principal es la momia de esta niña que fue sacrificada en las faldas del Ampato. Una de las cosas que más me llama la atención es que toda referencia de Miguel Zárate, quien apoyó al hallazgo de estos restos, haya sido totalmente borrada. Como si no hubiera existido. Recuerdo que cuando salió el espacial de National Geographic, el volumen 189, número 6 de junio 1996, con este descubrimiento se lo nombraba y había fotos con él, como el de la página 67. Pero ahora, está totalmente borrado. Quise indagar más, pero parece que es una historia larga, puesto que su hermano, Carlos, a quien luego visité brevemente, no tuvo tiempo para contarme los detalles. Pese a todo, la visita fue todo un regalo a la imaginación.

domingo, 28 de agosto de 2011

UN BUEN VIAJE AL PASADO: CASMA



























Ir a Casma para ver Chanquillo luego de 27 de años fue para mí una experiencia excitante y para mis dos compañeras de viaje, Orietta y Carmen, un interesante descubrimiento para una y un reconocimiento de los espacios visitados con anterioridad para la otra. Había ido a la zona con cierta regularidad cuando nuestros grupos de estudiantes visitaban Caral, al norte de Lima y en su retorno a Trujillo hacían una escala en Sechín, otro de los lugares atractivos que también visitamos.

Salimos un sábado, 06 de agosto más precisos. Nuevamente en la camioneta de Carmen, Orietta y yo nos embarcamos en esta nueva experiencia que nos iba a llevar hacia el sur de Trujillo. Carmen estaba muy sorprendida por lo visto en Chachapoyas, pero lo que íbamos a ver en los alrededores de Casma la iban a emocionar más. Salimos a las 9 y media de la mañana rumbo a Chimbote. La estrechez de la carretera Panamericana, el excesivo tráfico y la terrible imprudencia de los choferes, sobre todo los de transporte público, hacían penosa la ruta. El anterior gobierno había anunciado, con bombos y platillos, la famosa Autopista del Sol, la cual debe llegar hasta Sullana. Ojalá me quede vida para poder ver esa promesa. Sé que hay tramos cerca de Casma que muestran la otra vía que acompañará a la actual, pero todo apunta que será otra carpeta asfáltica y no una verdadera autopista con todos los recursos de una vía moderna. Veremos en qué termina (me huele otro hediondo arreglo del gobierno de alan –con minúscula-). Esa travesía hasta Chimbote es toda una odisea: te cruzas con camiones llenos de caña de azúcar que violan todas las medidas de seguridad de cualquier civilizado (Carmen es española y me sentía con vergüenza de ser testigo de su indignación); además ómnibus interprovincial manejados por choferes irresponsables que llevan a su gente como ganado; automóviles que se caen a pedazos y que circulan sin luces ni otras medidas de seguridad; y la interminable retahíla de autos y otros vehículos que corrían a su destino sin importarles los demás. Manejar por nuestra Panamericana es manejar en la jungla.

Llegamos con los nervios un poco crispados a Chimbote, ciudad a la que se podría llegar en menor tiempo si no fuese por el tráfico. Chimbote tiene amplias vías bien tenidas, hay una mejor señalización vial que la que tiene Trujillo. Tiene avenidas anchas que comunican con el Nuevo Chimbote, zona donde hay buenos servicios, hoteles y una catedral bastante impresionante. Pero nosotros no teníamos muchas ganas de quedarnos aquí. El año pasado habíamos hecho una pascana aquí, en el restaurante Venecia, cuando vinimos con Gilberth y Gustavo de paso a Las Aldas. Comimos un lomo saltado extraordinario con un café reparador. Hay buenos restaurantes en el Chimbote antiguo; además recuerdo haber comido bien en el ex Hotel de Turistas. Pero esa visita gastronómica la haremos al día siguiente, luego de nuestro objetivo final. Así que seguimos camino hacia Casma. Pero ya cerca de nuestro punto de llegada, atravesando unas dunas y colinas de arena y unas impresionantes vistas del mar, Orietta nos dijo: “no me caería mal un cebichito”. Palabras claves que nos motivarán a dirigirnos a un bonito lugar que he visitado con frecuencia. Pedí a Carmen doblar en la entrada a Tortugas para que descubra una belleza de lugar, además de un impresionante cebiche que íbamos a comer para calmar nuestra hambre. Fuimos al restaurante Costa Azul, lugar donde comimos un cebiche proverbial, fuera de un delicioso chilcano y una surtida fuente de chicharrones mixtos. Todo rociado con cervecitas para calmar la sed y bajar los sabores picantes. Ya saciados, volvimos a nuestra ruta, puesto que teníamos que llegar a Casma para instalarnos en nuestro hotel y poder aprovechar la tarde y visitar Sechín (según la guía de viaje cerraba a las 5 p.m.). Llegamos a Casma, pero no nos percatamos del letrero que indicaba nuestro hotel, Las Poncianas, al cual ya había visitado en 1997. En la Plaza de Armas pedimos ayuda a un policía para que nos ayudara y nos dio la ubicación. El hotel es simpático, pero la atención un poco descuidada. Estuvimos un buen rato en la oficina de atención hasta recibir las indicaciones pertinentes. Nuestros cuartos eran cómodos, aunque las chicas tuvieron problemas con el agua caliente. Dejamos nuestras cosas y nos dirigimos hacia Sechín; la Vía de Evitamiento te ayuda a tener que soportar el tramo casi intransitable que se han tornado las seis o siete cuadras del corazón de Casma; algo así como Barranca en sus más terribles momentos.
Saliendo de Casma, ir a Sechín es cuestión de minutos. Tomamos el camino que lleva a Huaraz y en un par de minutos estás en la entrada de Sechín; el lugar da mucha pena, puesto que el mantenimiento y la información es pobre. Este impresionante lugar daría para mucho más, pero la desidia ha hecho que el lugar haya caído en una suerte de abandono. Es una las zonas más antiguas del Perú y de las Américas, y no merece el trato que tiene. Su pequeño museo está presenta un descuido total. Hay un par de restos muy interesantes: la momia de una mujer joven sacrificada de Tuquillo y un par de brazos que muestran los tatuajes que este personaje tenía. Mucho mejor preservado que la Dama de Cao. Luego de la visita al museo, fuimos solos a ver el complejo arqueológico. Todo ese templo con todo ese lenguaje iconográfico está ahí para tener la ayuda de alguien que te pueda dar luces del lugar. He escuchado muchas teorías, muchas hipótesis sobre este lugar, lleno de lugares arqueológicos por doquier. En realidad, este valle es feraz y algo que les contaba a mis compañeras de viaje es el hecho de que este valle no desaparece el sol; quizá por ello se haya construido 



























un bello observatorio solar. Pese a nuestro autoguiado, logramos recorrer todo el lugar llamado Sechín Alto. Hubiéramos tenido la ayuda de John, un profesor que nos guio al día siguiente para poder ver Taukachi Konkan o algo de Sechín Bajo, ya cubierto por la población. Antes de regresar al hotel, hicimos una visita por el valle Sechín y "subimos" un poco en dirección a Huaraz. El valle es muy fértil y ves diversas plantaciones a ambos lados de la carretera; hay viñedos y otros frutales, así como ya una fuerte presencia de compañías agroexportadoras, Ojalá que no se les ocurra hacer de esta zona, una de monocultivo. Esperemos que no.

Retornamos a nuestro hotel para descansar y salir a comer algo en la noche.

Salimos caminando hacia el pueblo. Comimos algo ligero y luego hicimos una caminata. Vimos que habían hecho una suerte de alameda en la que habían puesto detalles de las ruinas del lugar; en realidad, si quieres hacer recuerdos de la zona (turismo puro), tienes tanta iconografía para hacer recuerdos líticos o ropa. No vimos nada de eso. Fue una cultura lítica y no queda nada de esa tradición. Se perdió en el tiempo. Luego fuimos a un pequeño pub con buenos servicios y ambiente agradable, el Bohemia. Retornamos a las 11 de la noche para al día siguiente ir a nuestro objetivo principal: Chanquillo.

Ya temprano, luego de una buena ducha y del desayuno breve, partimos con nuestro guía y nuestras cosas rumbo a Chanquillo. Este lugar tiene dos accesos; uno, por el valle de San Rafael; el otro, por la carretera Panamericana. Este último lo recuerdo mucho, puesto que fue ese que tomamos cuando vinimos en 1984 con Maritza, Zoila, Pablo y yo, también viajeros impenitentes. Y fue esta la ruta que elegimos. Ya ves en el camino lo que había comentado en un inicio: la otra vía paralela a la actual de la Panamericana. A unos 16 kilómetros hacia Lima se halla el desvío. Ingresamos a un camino de arena, ya frecuentado por los arqueólogos que dirigen el proyecto. Vas adentrándote en medio de la soledad de los arenales. Aún temprano y nublado el clima, la arena aún un poco fría y estable, pero aun así nos causa temor el hecho de quedarnos estancados. Carmen es una buena pilota y llegamos a nuestro destino tras un poco de emociones. Algunas de las huellas trazadas iban a otros rumbos y en verdad fue una buena decisión haber ido con nuestro guía. A lo lejos se veía la silueta de la fortaleza-ciudad-templo. Pero en verdad, llegar a través del valle de San Rafael es más impresionante, dicen, ya que ves en la cima la construcción. Bastante parecido a Kuélap en cuanto ubicación estratégica. Descendimos de la camioneta y nos fuimos hacia el monumento. La llegada es interesante, pero a medida que nos íbamos internando, nos íbamos sorprendiendo más. El lugar ha entrado a recuperación, pero hay huellas de destrozos causados por los viajeros escolares y los no tanto, quienes dejan sus “recuerdos” de estancia pintando las paredes y dañando, en algunos casos, el estuco original. El lugar se va descubriendo lentamente y cuando ingresamos al segundo anillo, nos íbamos a encontrar con más bellezas. Comenzamos a circundar el segundo anillo y descendiendo hacia el norte, hacia el valle de San Rafael, circunvalando el espacio, vimos a lo lejos el famoso calendario solar, rodeado de arena, dunas y un poco más allá, el valle. Los paisajes que rodean al lugar son magníficos y también nos muestran lo estratégico de la ubicación de este monumento. Quizá en los momentos de asedio por parte de enemigos al valle, la población del mismo se escondía en el lugar. La visita al último anillo nos acercó a una especie de adoratorio. Todo parece indicar que este lugar no se hallaba habitado cotidianamente y no hay cementerio alguno en él. Salvo que la arqueología nos depare otras sorpresas más, como siempre en nuestro país. El lugar está en estudio y hay arqueólogos de la Católica que están liderando el proyecto.

Una vez concluida nuestra visita, pasamos a dejar a nuestro guía en Casma y partimos de retorno a Trujillo. Pero antes teníamos que ir a otro lugar en Nepeña: Punkurí.

Este lugar fue el que elegimos para visitar antes de dirigirnos a Chimbote donde almorzaríamos. Punkurí es un resto arqueológico que viene siendo trabajado entre la universidad y la empresa privada ubicada en el valle de Nepeña. El lugar está bien tenido. Hay un pequeño museo de sitio y nos indica que este lugar tiene más de cuatro mil años. Parece un espacio chavinoide. Hay figuras de felinos, parece ser el puma. Las formas la hacen parecer a Sechín, pero hay otras teorías. Este lugar es muy antiguo. Nos hubiera gustado entrar a Pañamarca, pero el hambre nos hizo dirigirnos a Chimbote. Luego de llenar el tanque, nos fuimos a un restaurante que nos recomendó un muchacho del grifo. Y estaba en lo correcto.

Luego de almorzar, tomamos el camino de retorno a Trujillo. Llegamos tranquilamente para poder disfrutar las últimas horas del domingo. Casma quedó en nuestras retinas.

sábado, 27 de agosto de 2011

CASCAS, UN NUEVA BÚSQUEDA
























    El viaje a Cascas fue un reencuentro con un lugar al que había ido hacía 19 años con varios grupos de alumnos del colegio en el que enseñaba en ese entonces. Cuando en 1992 planeaba viajes de estudios con mis estudiantes, surgió a sugerencia de una amiga, Lutgarda Reyes, la idea de visitar ese lugar. Ella me comentaba que se encontraba en la iglesia mayor del lugar uno de los altares barrocos más bellos de la manifestación indígena de esta parte del país (algo así como la portada de la iglesia de Huamán de Trujillo). En ese año hice tres visitas planificadas con diversos grupos, realizadas durante un solo día con un bus pequeño (los grupos no excedían delos 20 chicos). Hicimos una breve visita a la ciudad en la que podíamos ver una interesante producción de viñedos y de uva para consumo humano y una incipiente producción vitivinícola. Esa fue mi primera experiencia con este pequeño pueblo, con verdes entornos, bonitos paisajes y una geografía interesante que motivó que los hayamos visitado tres veces durante tres fines de semana seguida.


























   Luego de haber visitado Chachapoyas y por fiestas patrias, habíamos acordado con Carmen, mi amiga española, y otras personas más, la posibilidad de ir a Cascas por dos días. Indagué a varias personas sobre la situación actual de la zona, tanto en servicios turísticos como la infraestructura vial. Recordaba que ir hasta ahí era un poco penoso, ya que el camino corre paralelo al río Chicama, río de cauce irregular que crece en temporada de lluvias de sierra (enero a marzo) y que el cauce suele excederse e inunda y arrasa el camino, aislando muchas veces a todos los pueblos de la zona. Cuando visitaba Cascas en 1992, ésta pertenecía al Dpto. de Cajamarca. Ahora pertenece al Dpto. de La Libertad y esto ha generado una suerte de situaciones de corte político que luego comentaré. Hablé con una amiga, Bárbara Wong, quien me dio varios datos valiosos (sobre todo, restaurantes y algunos lugares de interés), pero también iba con nosotros Freddy Cerdán, compadre de Carmen, quien trabaja en la zona en la capacitación de agricultores en el proceso de viñedo desde el cultivo hasta la industrialización de su fruto. Íbamos a descubrir, gracias a él, toda una gama de oportunidades generadas por la agricultura en los últimos años. Ahora hay viñedos por doquier y sus productos derivados se venden por todas partes: vino, mermeladas o la fruta en sí. Además, íbamos a Cascas en plena celebración de la vendimia, fiesta en la cual íbamos a estar como partícipes.

Habíamos quedado con Carmen y Gustavo para salir el 29 de julio en la camioneta de ella; además iba con nosotros otra amiga de ella, Carmen, otra Carmen, docente también quien nos iba a acompañar en esta aventura. Luego de cargar combustible, nos fuimos a buscar a Freddy y su familia, quienes también iban en su camioneta. Como Freddy iba en busca de otro par de personas, nosotros decidimos adelantar el camino y nos dirigimos al cruce que hay entre la carretera Panamericana y el camino que nos lleva a Sausal y Cascas, ambos pueblos importantes de la sierra liberteña de esta zona, la zona de Gran Chimú, del alto Chicama. En esa zona, mientras esperábamos, vimos a un pequeño zorro que merodeaba entre los cañaverales. Esta región costera es conocida como zona de caña de azúcar, que perteneció a grandes ingenios azucareros como Casagrande. Anteriormente para ir a esta zona, uno tenía que pedir un permiso especial para cruzar este trecho o, en su defecto, uno debía “ascender” hasta Casagrande para luego, desde allí, “descender” hacia ese cruce formado por ese trecho de unos 10 kilómetros. El tramo es asfaltado y eso nos dio la esperanza de que íbamos a tener un viaje bueno con asfalto hasta el mismo Cascas. No iba a ser así.

Desde el cruce, íbamos a ir con otra persona más en la camioneta, y desde ahí nos dirigimos hacia nuestra meta. El paisaje es bastante atractivo e íbamos a hallar varios lugares arqueológicos en el camino, lugares que esperan la paciencia de los justos para poder ser estudiados o desaparecer como otros tantos lugares. La carpeta asfáltica ha desaparecido de muchos tramos, demasiados; más diría que es una suerte que haya aún asfalto en algunos tramos. Vamos bordeando el río y parece ser que cada estación de lluvias este camino sufre el embate de las lluvias y las crecidas. Me imagino que la delgada capa de asfalto que le hayan colocado y la hayan inaugurado como muestra de preocupación de gobiernos regionales o centrales, ya ha sido arrebatada y no queda más que pedir disculpas a tus riñones por hacerlos sufrir con baches y piedras. Felizmente íbamos en una camioneta, pero imagino un auto promedio como el mío en esos trances. En fin. Como compensación, íbamos viendo los cambios de una costa, que pese a tener alta zona de producción de caña, tiene un paisaje aburrido sea por la aridez, sea por el monocultivo: ver durante kilómetros sólo caña de azúcar no es todo un placer de la biodiversidad. Parece ser que toda la costa peruana va a estar condenada a ello. Homogeneidad a rabiar en el verde paisaje. Ni modo.

La sierra se salva de ello y es, por ello, la fuente de su desgracia por la visión de la mono producción. No sé por qué, pero bajo esos criterios sólo produces algo para que con ese algo puedas comprar todo lo demás que solías producir. Contradicciones de la vida, del sistema y el empobrecimiento del concepto de auto abastecimiento. Pero la sierra ya está en proceso. Cada vez hay más zonas, como en estos casos, destinados a los viñedos; pero han condicionado todo el entorno de esta región. Aún. En el camino, íbamos contando anécdotas, pero Carmen era la que más sufría, puesto que no pensaba hallar en ese estado la carretera. Yo, tampoco. Un pequeño tramo asfaltado fue la Vía de Evitamiento por la zona de Sausal; antes tenías que ingresar al pueblo, en la actualidad no tienes que hacerlo. Como teníamos prisa, no ingresamos a ver cómo había crecido esta población. La recuerdo hace años como un lugar de paso y con una población agrícola fiestera (bueno, siempre pasaba por este lugar los días sábados e, incluso, una vez con una amplia delegación de profesores del Fleming, entre ellos, Gladys, Milagros, su esposo, los Peeddle, muchos más)

Un poco antes de llegar a Cascas y comenzar el ascenso (se sube más allá de los 1200 metros), a la altura de Ochape, hay un buen tramo asfaltado hasta Cascas en sí. Aquí entre curvas y montaña, vamos viendo los mejores paisajes de la zona. Una pena para Carmen, pues ella estaba más concentrada en el volante que ver paisajes.

El camino, ya más agradable, estaba relativamente transitado. Cascas estaba recibiendo a muchos viajeros, como nosotros, a sus celebraciones que habían comenzado el día 27 y seguían hasta ese domingo. Nosotros sólo íbamos a ser partícipes de dos “fechas”. Ya arribados al lugar, decidimos ir a buscar nuestros alojamientos y comenzar la visita. Bárbara nos había hecho el contacto con un restaurante del lugar, llamado Restobar y allí hicimos nuestro primer centro de operaciones, puesto que las habitaciones del hotel no estaban aún listas. Así que decidimos hacer el paseo por la ciudad. Tuvimos un par de guías a disposición: un señor mayor, fuente notable de información de tradición, datos y chismes de la zona. Con él comenzamos a caminar por el poblado que iba recordando de mis primeras visitas, hacía 13 años. La plaza estaba igual, pero ahora tenía estrados, puestos de venta para la feria central y la verbena que iba a celebrarse esa noche. Antes Cascas pertenecía al Dpto. (Región) Cajamarca y dependía de Contumazá. Así la conocí en 1992. Desde 1994, ya es capital de una nueva provincia, Gran Chimú, y esa situación le ha generado grandes ventajas (y algunas rencillas con su anterior “jefa”). Pero en nuestra caminata, íbamos a tener un brusco cambio en nuestros planes. Habíamos caminado por parte de la plaza a la cual habíamos llegado por las estrechas calles, llenas de juegos y tenderos. Ascendimos por una escalinata para ir hasta la iglesia mayor, pero estaba cerrada. Quería ver otra vez ese altar barroco. No conseguí hacerlo. Habíamos visto el paseo que se había hecho al costado de la iglesia y vimos a todo el mercado fuera de su habitual local, puesto que lo están reconstruyendo y mejorando. Cascas tenía toda una atmósfera de fiestas y pronto íbamos a estar en el meollo del asunto. De repente, Freddy se acerca a nosotros a pedirnos ser jurado del concurso de uva y cata de vino. Carmen y yo fuimos invitados a participar en esta actividad, la cual estaba caóticamente organizada. Varios de sus jurados les habían “fallado” y echaron mano de nuestras presencias. Invitados a subir al escenario, íbamos a envolvernos de reinas, degustadores, periodistas y una bulla infernal. Una vez dadas las reglas del concurso, Carmen y yo empezamos nuestras labores de jurado. Carmen llevaba la peor parte, ya que tenía que degustar bastantes calidades de vino artesanal, entre blanco y rojo. En cambio, a mí me cupo la alegría de probar las diversas calidades de uvas que se producen en el valle, ciertamente algunas de ellas, impresionantes. Las decisiones nos tomaron un poco más de una hora y el grupo se fue directamente a almorzar, mientras nosotros dos participábamos en los resultados de nuestros respectivos grupos. Una vez concluida nuestra participación, nos fuimos al restaurante a comer; teníamos hambre, pese a haber estado comiendo uvas o bebiendo vino. Una vez instalados en nuestro hotel, Rosa Ermila, salimos un pequeño grupo, los cuatro iniciales, a hacer las visitas pactadas desde Trujillo: el árbol de las mil raíces, los dos miradores y el cristo de la roca. En el ascenso al árbol de las mil raíces, tuvimos la mala suerte de hallarnos con un imbécil al volante; un tipo que utilizaba un bus interprovincial como si fuese una moto, corriendo como loco en esa trocha estrecha y sin asfaltar, levantando una polvareda que enterraba casas, autos y peatones. Parecía ser que el chofer no pasaba de ser un mozalbete de unos 20 años, irresponsables no sólo con su vida, sino la de sus pasajeros y de todos aquellos que tenemos la mala suerte de encontrarnos con idiotas como ése. En tu viaje por la carretera Panamericana te encuentras con cientos de ellos como luego contaremos en nuestras andanzas por el sur. La visita a los lugares son simpáticos, aunque les falta señalización y un mejor servicio en general. El lugar del árbol nos hallábamos frente a la casa de un señor que muchas veces tiene reacciones desconcertantes como nos contaba nuestro guía. La visita al cementerio fue también interesante; vi un pequeño mausoleo en que mostraba, según los obituarios, que el padre, la madre y la hija habían fallecido entre todos en un intervalo de dos o tres días en un mes de noviembre (¿Alguna plaga?), así como una tumba destrozada en que, según contaba nuestro guía, se hallaba el cadáver de un señor muy gordo que estalló. La vista desde el cementerio es interesante. Pero íbamos a ir a otro, Chunkazon, que es una pequeña colina hacia el sur de la ciudad y desde la cual se ve la entrada del pueblo. El ascenso fue un poco penoso, el sendero estrecho nos hacía temer algún mal momento. Felizmente no lo hubo. Luego de esta visita, decidimos regresar al hotel, tomarnos un baño, ver un partido de vóley y hacer una siesta. Fue una buena y mala decisión. Buena, ya que el cuerpo lo amerita; mala, porque no logré entrar a ver el altar barroco de la iglesia mayor. En fin.
Por la noche, comimos algo ligero y salimos a unirnos a los casquinos y visitantes: había retreta, feria, fuegos artificiales. La borrachera se extendía rápidamente y, a pesar que no hubo grescas, algunos borrachos ya perdían el equilibrio y generaban algunas situaciones bochornosas. Muchos ya sólo orinaban en la misma plaza. Molesta el hecho de que mucha gente estaba viendo los castillos y tenían delante de ellos a personas bastante irrespetuosas con sus actitudes. Por la noche, se realizó una fiesta mayor en el coliseo, muchos del grupo fueron a bailar pero otros preferimos descansar. Lo bueno es que no se dejó ingresar a la gente en estado totalmente calamitoso. Un acierto.
Día siguiente. Habíamos quedado con una señora para tomar desayuno en su local. Literalmente se olvidó, dejó a todo el grupo abandonado y tuvimos, en ese momento, que hallar una alternativa rápida, ya que iban varios niños con nosotros y el hambre ya los molestaba. Hallamos en la esquina de la plaza de armas un lugar simpático. Un hecho de destacar es que el día anterior la plaza había quedado bastante sucia por el evento. Pero esa mañana lucía limpia, sin señales de haber quedado con varios restos de comida, botellas, cartones, bolsas de plástico entre otras cosas. Bien.
Luego de hacer nuestras últimas compras, dejamos Cascas para ir a visitar parte del proyecto que Freddy está realizando en la zona con campesinos para mejorar su productividad y calidad de vida. Fuimos a ver un molino y, sobre todo, un colegio que se ha hecho con ayuda de fondos españoles. El paisaje es bonito y rodeado de viñedos (aunque hay varios productos de panllevar), pero el camino es difícil. En el retorno, paramos en un puesto que se dedicaba a la comida hecha a base de pato. Una anécdota: cuando pedí a la señora que me trajera la pata del ave, ella me trajo las patas literalmente y no los muslos que uno suele recibir. Aquí se aprovecha todo.
En el camino de retorno hicimos un alto a orillas de río Chicama para descansar y algunos (por no decir, casi todos) tomar un baño refrescante. Hacía calor y las aguas se veían frescas; creo que no hay asentamientos mineros por la zona, sino sería fatal para la agricultura. Carmen tuvo un pequeño incidente con su gorra, Gustavo se lo tomó a broma. En nuestro retorno, hicimos alguna que otra parada más; una de ellas fue para comprar fruta, sobre todo, uva. A veces parábamos para ver el paisaje el cual no habíamos del todo aprovechado cuando nos dirigíamos en dirección contraria.

Llegamos a Trujillo alrededor de las 5 de la tarde. Cascas fue toda una experiencia.

domingo, 21 de agosto de 2011

NUEVA VISITA AL MUNDO CHACHA

22 de julio. Por la tarde, 4:30 pm. Un grupo de personas se embarca en un bus con destino a la capital del Dpto. de Amazonas. Por tercera vez me dirijo a esta interesante zona en la que hay aún mucho por descubrir. Iba conmigo, Carmen Ortega, una buena amiga española a quien le quería enseñar otra parte del Perú, zona aún poco conocida por nosotros mismos, pero que se está volviendo una suerte de vedette en el mundo internacional del turismo. Y razones no le faltan.
Tras un largo viaje (ya hay zonas de la carretera que han ido deteriorándose o colapsando) llegamos a Chachapoyas temprano. Con hambre, nos íbamos instalando en diversos hoteles de la ciudad. Tuvimos un inconveniente, producto de la movilidad en la que fuimos: las calles céntricas de la ciudad no están previstas para unidades de transporte de gran calado. Al dejar a parte del grupo en un hotel, el bus hizo una maniobra que nos tomó casi media hora para salir del atolladero en el que nos habíamos metido. Lo recomendable es moverse en unidades más ligeras (tipo Custer) para poder desplazarnos mejor y evitar los bloqueos de calles que se provocaron más de una vez. Una vez instalados en nuestros hoteles (en un total de 4, ya que éramos 45 personas) y haber tomado el desayuno respectivo, empezamos nuestras actividades para recorrer los alrededores de la ciudad. E íbamos a tener buenas sorpresas. 
El primer lugar que visitamos es uno que fui hace exactamente 13 años, cuando Chachapoyas no era muy conocida. Era el cañón de Huancas, una miniversión del Colca, con vientos fuertes y un buen mirador. Se encuentra cerca a un poblado, el de Huancas, poblado que trabaja mucho la alfarería. Quisimos entrar a la pequeña iglesia del poblado a pedido mío, puesto que recordaba que tenía bellezas de la época colonial en sus altares. No había llave, pena. Del lugar nos enrumbamos a almorzar, ya que "hacía hambre". Así pues nos dirigimos a la ciudad a un restaurante a servirnos comida de la región. Carmen iba en este viaje descubriendo muchas cosas ocultas de nuestro vasto país, así como nuestras locuras en cuanto a la seguridad. El partido de fútbol con Venezuela generó una división en el grupo; varios prefirieron quedarse a ver el partido, otros más preferimos ir a ver un orquideario. En un principio habíamos decidido ir sólo 10 personas, pero luego varias personas (como siempre) decidieron cambiar de idea y se creó el caos. Nuestro grupo de cuatro personas fue enviado en un taxi al supuesto lugar, pero el chofer más atento al partido que a las indicaciones dadas de la dirección emprendió el camino y nos llevó al lugar equivocado. Nos fuimos a una zona perteneciente al tío de una exalumna; dicho tío ha hecho una interesante y bella inversión en ese terreno.Pero no era el orquideario. Gentilmente llamó un taxi y nos llevó al verdadero destino donde íbamos a hallar toda una explosión de color: bellas orquídeas, un regalo al ojo.
Terminamos el primer día con una serenata para todos nosotros con bailes típicos y un buen anisadito para la noche. De ahí a dormir para salir temprano a Kuélap, la joya del viaje.
Viajar con un grupo numeroso puede acarrear muchos problemas con el control de tiempos. Para ir a Kuélap, no puedes ir en un gran bus, debes ir máximo en una custer por lo que nos dividimos en tres movilidades. Algunos salieron más temprano que los otros, pese a que nuestra movilidad ya estaba lista a primera hora. No importa, nosotros sí hicimos una visita excepcional. Algunos pasajeros estuvieron un poco indispuestos, pero partimos todos. Kuélap puede ser tranquilamente el Machu Picchu del Norte. Asi de sencillo. Una suerte de peregrinaje del cual no se puede salir decepcionado. Varios a paso lento iban llegando hasta el lugar, el cual ya visito por tercera vez. La primera vez la visité con mis alumnos y el lugar estuvo desolado, sólo roto el silencio por nosotros. Pero cuando fui hace dos años y esta última vez, el lugar estaba repleto de gente. Para suerte nuestra, se han habilitado nuevos espacios y han limpiado muchos más. Se ha habilitado el torreón, pero hay que mantenerlo cerrado o con acceso restringido sea por seguridad como por mantenimiemto y preservación del lugar. El turismo trae sus malas secuelas también. Las últimas zonas limpias muestran el final de lo que fue este regio lugar: fue abandonado por la epidemia de la viruela, la enfermedad que vino antes de la llegada de los españoles. Incluso Huayna Cápac murió de esta enfermedad; el descubrimiento de varios esqueletos hallados de manera desordenada hace suponer que la gente fue cayendo en el lugar en lenta agonía de manera dispersa. Los sanos huyeron hacia otros poblados y Kuélap quedó abandonado hasta fines del siglo XIX. Kuélap está allá arriba y es toda una incógnita cómo llegaba el agua hasta ahí. Y la construcción en sí. Pero el lugar es impresionante y hay mucha gente que no sabe de él; en la vía vimos Macro. Los pueblitos que están en torno a la carretera han comenzado a hacer negocios con el turismo. El lugar está lleno de leyendas, se habla de una barra de oro difícil de lograr. Pero ver todo el paisaje e imaginarse cómo era el lugar es de por sí un buen viaje al pasado. Chachapoyas tiene ante sí un gran potencial. Regresamos tranquilos con una breve pascana para almorzar y comentar lo visitado. El problema es que el retorno toma algo de cuatro horas y llegamos bastante tarde a Chachapoyas. Comimos algo ligero y preparamos maletas para el día siguiente.
Ya lunes nos íbamos a Leimebamba para ver el museo del lugar, el famoso Museo de las Momias de la laguna de Los Cóndores. Habíamos dejado todo listo, pero como de costumbre hubo retrasos para poder salir puntualmente y salir presionados de retorno a Trujillo. En esta oportunidad iba a ser testigo de algunos gestos y acciones no dignas de docentes. El museo está bien tenido y hay ciertas reglas que hay que respetar, como por ejemplo no tomar fotos o filmar. Pero hubo varios profesores (incluso uno de Filosofía y Ética) quienes con el mayor descaro tomaban fotos o filmaban escondidamente. Esta fue una situación que me molestó mucho y desagradó a otros colegas; pero la mayoría se mostró indiferente y eso es bastante grave, puesto que hablamos de docentes quienes exigen reglas a los jóvenes y ellos llegaban tarde o trasgredían las instrucciones sin importarles su entorno. Fue la nota más negra del viaje por lo que esto significa en un mundo en que queremos cambiar a una juventud que quiere reglas claras y vemos que los encargados de hacerlo les importa un comino respetarlas.
Ya de regreso a Chachapoyas, con Carmen nos fuimos a buscar los últimos regalos y compras para retornar a Trujillo. Con Carmen nos hemos hecho la firme promesa de regresar, pero con más buenos colegas a ver Gocta, las bellas cataratas de la zona, Revash, Pueblo de los Muertos, y otros cientos de lugares más que quedan por descubrir. Estamos ante un cofre de maravillas.