Datos personales

Trujillo, La Libertad, Peru
Un espacio para mostrar ideas y puntos de vista ligados al arte, a la cultura y la vida de una sociedad tanto peruana como universal
Mostrando entradas con la etiqueta Leimebamba. Mostrar todas las entradas
Mostrando entradas con la etiqueta Leimebamba. Mostrar todas las entradas

domingo, 1 de diciembre de 2019

REVASH, CON LOS PUEBLOS DE LAS NUBES.




Martes 23 de julio. Nuestro último día en Chachapoyas. Tomamos prácticamente un tour particular que nos llevaría a Revash (hermoso) y Leimebamba. Ya por la noche nos íbamos a Trujillo.
Salimos temprano a nuestros objetivos. Ya habíamos dejado todo listo y quedamos que todas nuestras cosas y las de Eduardo se quedasen en nuestra habitación para una ducha final antes del retorno. Una vez listo todo y haber tomado nuestro desayuno, nos enrumbamos a nuestros objetivos. Anteriormente he visitado Leimebamba, pero Revash era una nueva visita. Estuve confundido con anterioridad, puesto alguna vez pensé que este sitio se veía desde la carretera que une Chachapoyas con Leimebamba, pero no es así. En el camino, hicimos un primer alto: nos bajamos a comprar frutas y un poco de agua. Aquí vi una fruta que por primera vez la veía detenidamente: la pitajaya. Es una fruta de rara forma (la llaman del dragón), pero que tiene una serie de propiedades por las cuales el consumo de esta está creciendo exponencialmente y desplaza otras actividades. Sucede que esta planta es de fácil cultivo y crece en forma casi natural en esta región. Bajamos a comprar esta y otras frutas. Aquí más datos de la pitajaya, que es una de las extrañas frutas (exóticas), pero que no deberían serlo para nosotros, pues son oriundas y de fácil consumo. Como reglas del famoso mercado, esta fruta ahora se vende caro en la costa, tanto por su demanda como los costos de su traslado. Aquí más datos: https://wapa.pe/salud/2013-08-18-pitajaya-para-bajar-de-peso-sin-caer-en-la-anemia-sabes-que-otros-beneficios-tiene; más:  https://andina.pe/agencia/noticia-conozca-a-pitajaya-y-rambutan-los-frutos-exoticos-exportacion-de-selva-central-708424.aspx. Incluso su producción se ha vuelto en una suerte de amenaza para la ganadería, como se ve en este video: https://www.youtube.com/watch?v=LKXwsRsSlJs.



Una vez concluida nuestra rápida visita a los puestos de venta de frutas, nos fuimos hacia nuestro primer objetivo: Revash. Y fue una grata visita. Como el auto iba exclusivamente para nosotros, nos detuvimos en varios tramos para ver el paisaje peculiar de la zona: la selva alta. Ya acercándonos, veíamos las caprichosas formaciones rocosas de esta zona y en cuyas fisuras o balcones los chachapoyas construyeron sus ciudades y sus necrópolis. Como lo habíamos visto dos días antes en Pueblo de los Muertos, esta zona es estratégica y yace oculta a simple vista. Llegamos a un pequeño poblado, San Bartolo, bastante limpio y muy ordenado. Es sorprendente, las casas y los servicios hechos para que puedas acceder a los restos arqueológicos; incluso han colocado unas barandas con el fin de poder ayudarte en la marcha al lugar. Esto es algo que falta en varios lugares en Amazonas, un buen ejemplo que podría replicarse. El camino no es tan sinuoso, pero estábamos un poco cansado por las marchas de Pueblo y de las cataratas de Gocta. Llegamos al lugar, en el que tienes dos rutas y dos opciones. Como la parte superior estaba con un numeroso grupo de turistas, preferimos descender para tener una vista prodigiosa del lugar. Ves unas construcciones que asemejan a casas con techo a dos aguas. Están pintadas con colores vivos como el ocre, que le da bastante vistosidad. Una vez que el grupo comenzó a bajar nosotros ascendimos para tener una mejor vista de las construcciones de la necrópolis. En el folleto que te dan en el centro de interpretación nos dan algunas explicaciones de los muchos dibujos en ocre y otros colores que hay en sus paredes y muros del cerro: una placa discoidal significa el ciclo de la vida (hipotético), la cruz chacana es la madre tierra, muchas imágenes zoomórficas. Es una visita imprescindible de haber ido a Chachapoyas. Aquí hay más datos: https://www.viajaporperu.com/blog/caminata-a-los-mausoleos-de-revash-de-los-chachapoyas-la-ruta-corta-y-la-larga/;  (https://arturobullard.com/revash-una-joya-en-chachapoyas/)





Terminada nuestra visita nos enrumbamos a Leimebamba. La primera vez que estuve aquí en el año 2000, el acceso era por una carretera sin pavimento que hacía el trayecto más largo; ahora es todo lo contrario. En ese entonces, el incipiente museo estaba en plena plaza de armas en la que hallaban arrinconadas todas las momias que iban hallando. Ahora ya se tiene un buen museo que debe de ser visitado por todos los peruanos para ver una parte muy interesante de nuestra historia. Este museo fue financiado por el gobierno austríaco y fue la misma ministra de cultura quien vino desde Viena para su inauguración. Desde el punto de vista arquitectónico, el museo presenta el interés de muchas personas, pues este se construyó de acuerdo con la usanza de la región y con material del lugar. Ahora este museo le ha cambiado el rostro a este pueblo, pues ahora hay mejores servicios y hoteles para turistas que usan este lugar como una pascana para ir a Cajamarca desde Chachapoyas o viceversa. Una buena gestión turística daría más vida a este museo que aún recibe pocos visitantes pese a todo el valor que contiene, muy bien expuesto gracias a una buena museografía. Antes de ir al museo, fuimos a almorzar. Nos fuimos al restaurante San Cristóbal, justo cuando empezaba una fuerte pero corta lluvia. La caminata nos había abierto el apetito y nos sirvieron prodigiosamente. Aquí se come como Dios manda. Una buena sopa de la región nos levantó el ánimo. Barriga llena, corazón contento. El museo ahora permite tomar fotos en su interior, bien. Lo más interesante es ver la sección de las momias, las cuales las ponen en penumbra para que no se dañen por la luz. Hay momias hasta de perros y cuyes. Y justo por estos días veía perros y gatos embalsamados en la cultura egipcia. Además, hay una buena interpretación de las labores, como tejido y agricultura, que se hace en la zona.  Aquí hay más información de este buen museo: http://www.centromallqui.pe/amazonas/museoleymebamba.html; https://www.enperu.org/museo-de-leymebamba-cataratas-region-amazonas-atractivos-turisticos-cataratas-del-mundo.html






Una vez concluida nuestra visita, retornamos a Chachapoyas para preparar nuestras cosas, un buen duchazo e irnos a la agencia, pues nuestro bus salía a las 7:30 pm. De vuelta a casa.





domingo, 21 de agosto de 2011

NUEVA VISITA AL MUNDO CHACHA

22 de julio. Por la tarde, 4:30 pm. Un grupo de personas se embarca en un bus con destino a la capital del Dpto. de Amazonas. Por tercera vez me dirijo a esta interesante zona en la que hay aún mucho por descubrir. Iba conmigo, Carmen Ortega, una buena amiga española a quien le quería enseñar otra parte del Perú, zona aún poco conocida por nosotros mismos, pero que se está volviendo una suerte de vedette en el mundo internacional del turismo. Y razones no le faltan.
Tras un largo viaje (ya hay zonas de la carretera que han ido deteriorándose o colapsando) llegamos a Chachapoyas temprano. Con hambre, nos íbamos instalando en diversos hoteles de la ciudad. Tuvimos un inconveniente, producto de la movilidad en la que fuimos: las calles céntricas de la ciudad no están previstas para unidades de transporte de gran calado. Al dejar a parte del grupo en un hotel, el bus hizo una maniobra que nos tomó casi media hora para salir del atolladero en el que nos habíamos metido. Lo recomendable es moverse en unidades más ligeras (tipo Custer) para poder desplazarnos mejor y evitar los bloqueos de calles que se provocaron más de una vez. Una vez instalados en nuestros hoteles (en un total de 4, ya que éramos 45 personas) y haber tomado el desayuno respectivo, empezamos nuestras actividades para recorrer los alrededores de la ciudad. E íbamos a tener buenas sorpresas. 
El primer lugar que visitamos es uno que fui hace exactamente 13 años, cuando Chachapoyas no era muy conocida. Era el cañón de Huancas, una miniversión del Colca, con vientos fuertes y un buen mirador. Se encuentra cerca a un poblado, el de Huancas, poblado que trabaja mucho la alfarería. Quisimos entrar a la pequeña iglesia del poblado a pedido mío, puesto que recordaba que tenía bellezas de la época colonial en sus altares. No había llave, pena. Del lugar nos enrumbamos a almorzar, ya que "hacía hambre". Así pues nos dirigimos a la ciudad a un restaurante a servirnos comida de la región. Carmen iba en este viaje descubriendo muchas cosas ocultas de nuestro vasto país, así como nuestras locuras en cuanto a la seguridad. El partido de fútbol con Venezuela generó una división en el grupo; varios prefirieron quedarse a ver el partido, otros más preferimos ir a ver un orquideario. En un principio habíamos decidido ir sólo 10 personas, pero luego varias personas (como siempre) decidieron cambiar de idea y se creó el caos. Nuestro grupo de cuatro personas fue enviado en un taxi al supuesto lugar, pero el chofer más atento al partido que a las indicaciones dadas de la dirección emprendió el camino y nos llevó al lugar equivocado. Nos fuimos a una zona perteneciente al tío de una exalumna; dicho tío ha hecho una interesante y bella inversión en ese terreno.Pero no era el orquideario. Gentilmente llamó un taxi y nos llevó al verdadero destino donde íbamos a hallar toda una explosión de color: bellas orquídeas, un regalo al ojo.
Terminamos el primer día con una serenata para todos nosotros con bailes típicos y un buen anisadito para la noche. De ahí a dormir para salir temprano a Kuélap, la joya del viaje.
Viajar con un grupo numeroso puede acarrear muchos problemas con el control de tiempos. Para ir a Kuélap, no puedes ir en un gran bus, debes ir máximo en una custer por lo que nos dividimos en tres movilidades. Algunos salieron más temprano que los otros, pese a que nuestra movilidad ya estaba lista a primera hora. No importa, nosotros sí hicimos una visita excepcional. Algunos pasajeros estuvieron un poco indispuestos, pero partimos todos. Kuélap puede ser tranquilamente el Machu Picchu del Norte. Asi de sencillo. Una suerte de peregrinaje del cual no se puede salir decepcionado. Varios a paso lento iban llegando hasta el lugar, el cual ya visito por tercera vez. La primera vez la visité con mis alumnos y el lugar estuvo desolado, sólo roto el silencio por nosotros. Pero cuando fui hace dos años y esta última vez, el lugar estaba repleto de gente. Para suerte nuestra, se han habilitado nuevos espacios y han limpiado muchos más. Se ha habilitado el torreón, pero hay que mantenerlo cerrado o con acceso restringido sea por seguridad como por mantenimiemto y preservación del lugar. El turismo trae sus malas secuelas también. Las últimas zonas limpias muestran el final de lo que fue este regio lugar: fue abandonado por la epidemia de la viruela, la enfermedad que vino antes de la llegada de los españoles. Incluso Huayna Cápac murió de esta enfermedad; el descubrimiento de varios esqueletos hallados de manera desordenada hace suponer que la gente fue cayendo en el lugar en lenta agonía de manera dispersa. Los sanos huyeron hacia otros poblados y Kuélap quedó abandonado hasta fines del siglo XIX. Kuélap está allá arriba y es toda una incógnita cómo llegaba el agua hasta ahí. Y la construcción en sí. Pero el lugar es impresionante y hay mucha gente que no sabe de él; en la vía vimos Macro. Los pueblitos que están en torno a la carretera han comenzado a hacer negocios con el turismo. El lugar está lleno de leyendas, se habla de una barra de oro difícil de lograr. Pero ver todo el paisaje e imaginarse cómo era el lugar es de por sí un buen viaje al pasado. Chachapoyas tiene ante sí un gran potencial. Regresamos tranquilos con una breve pascana para almorzar y comentar lo visitado. El problema es que el retorno toma algo de cuatro horas y llegamos bastante tarde a Chachapoyas. Comimos algo ligero y preparamos maletas para el día siguiente.
Ya lunes nos íbamos a Leimebamba para ver el museo del lugar, el famoso Museo de las Momias de la laguna de Los Cóndores. Habíamos dejado todo listo, pero como de costumbre hubo retrasos para poder salir puntualmente y salir presionados de retorno a Trujillo. En esta oportunidad iba a ser testigo de algunos gestos y acciones no dignas de docentes. El museo está bien tenido y hay ciertas reglas que hay que respetar, como por ejemplo no tomar fotos o filmar. Pero hubo varios profesores (incluso uno de Filosofía y Ética) quienes con el mayor descaro tomaban fotos o filmaban escondidamente. Esta fue una situación que me molestó mucho y desagradó a otros colegas; pero la mayoría se mostró indiferente y eso es bastante grave, puesto que hablamos de docentes quienes exigen reglas a los jóvenes y ellos llegaban tarde o trasgredían las instrucciones sin importarles su entorno. Fue la nota más negra del viaje por lo que esto significa en un mundo en que queremos cambiar a una juventud que quiere reglas claras y vemos que los encargados de hacerlo les importa un comino respetarlas.
Ya de regreso a Chachapoyas, con Carmen nos fuimos a buscar los últimos regalos y compras para retornar a Trujillo. Con Carmen nos hemos hecho la firme promesa de regresar, pero con más buenos colegas a ver Gocta, las bellas cataratas de la zona, Revash, Pueblo de los Muertos, y otros cientos de lugares más que quedan por descubrir. Estamos ante un cofre de maravillas.

viernes, 31 de julio de 2009

CHACHA, VIAJE A UN PASADO ORGULLOSO

El día viernes 24 salí para hacer un viaje maravilloso, un viaje al pasado. Habíamos decidido ir a una zona mágica y misteriosa, en la que haya historia y naturaleza, en la que sea de fácil acceso, pero que aún sea poco atosigada por el turismo caníbal que ahora abunda en nuestro país (luego de esto de las "maravillas naturales" y toda esa tontería).


Hacía una semana había estado en Las Aldas (o Haldas) y venía con ese envión por ver más cosas de nuestro pasado. Y quedé gratamente satisfecho. Alejándome de las barbaridades de nuestra vida diaria (sobre todo la política), salí a Chiclayo y de ahí a Chachapoyas o simplemente Chacha, como la llaman las personas del lugar. Tomamos el bus de Moviltours a las 7.30 de la noche con destino al Dpto. de Amazonas. Habíamos estado ahí en abril para las fiestas de Semana Santa. Habíamos meditado también sobre los tristes sucesos de junio. Y en mi caso, regresaba exactamente una década después. Era un interesante reencuentro con varias expectativas. Había estado en esta zona en julio de 1999, en ese entonces había decidido ir gracias a la motivación que muchos alumnos míos (en ese entonces) de la Universidad me habían encomendado en ir. Ahora ellos han hecho su vida cada uno y sabía que iba a hacer un encuentro con mis recuerdos también.
Ahora la carretera es mil veces mejor. Hay zonas con paisajes increíbles, pero teníamos la obligación de ir lo más rápido posible hasta nuestro objetivo final. Mucha gente desconoce la realidad física de esta zona y muchos suelen llegar con ropa de verano a esta ciudad que está más allá de los dos mil metros de altura. Las noches son frías y ameritan gruesa ropa. Llegamos a las cinco de la mañana. Decidimos dormir en nuestro hotel para reparar fuerzas. Quizá la altura y el frío hayan medrado nuestras fuerzas. Nos despertamos a las 11 de la mañana y fuimos a desayunar-almorzar para recuperar fuerzas. Como la ciudad está en las faldas de colinas, vemos ascensos y descensos por doquier. Queríamos ir a ver el pozo de Yanayacu, lo recordaba alejado de la ciudad e hicimos una caminata tentativa. Pero ahora este pequeño sitio está rodeado por construcciones y el sitio ha quedado relegado a un pequeño santuario perdido entre casas. La ciudad ha crecido relativamente. Hicimos el descenso, pues la lluvia amenazaba con mojarnos agresivamente. Fuimos a hacer otra siesta hasta una hora respetable. Salimos más tarde a ver y cenar. 


Ya el viaje al día siguiente estaba arreglado. Fuimos a dar una vuelta por la ciudad. Estaba un poco decepcionado del lugar. Gruesa equivocación.El domingo 25 hicimos un viaje a un lugar que había querido visitar hacía tiempo: los sarcófagos de Karajía. Nos enrumbamos con un grupo muy simpático de turistas. un grupo grande de señores argentinos (de Córdova), una familia limeña, una chica de Indonesia y un holandés. Llegar a Karajía es una travesía por el tiempo, llegamos a Luya y luego a Lámud. Son lugares muy interesantes, con costumbres, vestimentas y tradiciones tan originales y diferentes. Se ve mucha pobreza, pero muy diferente al sur andino nuestro. La caminata a Karajía es todo un espectáculo y demandó esfuerzo físico. El tiempo te pasa factura indudablemente. Dejamos el vehículo en Cruzpata y descendimos hasta el lugar: fascinante. Había visto las fotografías que alguna vez Kaufmann Doig, el arqueólogo, había difundido en sus textos allá por los 80. La primera vez que vine, este lugar era inaccesible. Ese día estuve tocando el cielo, tanto por la historia que te llega a martillar la cabeza como la belleza natural que rodea al lugar: hiere tus ojos.


El lento ascenso nos permitió conversar con este interesante grupo humano que nos acompañamos. Con ellos, en su totalidad, nos íbamos a ver dos días más. Luego de esta impresionante visita, nos fuimos a almorzar al simpático pueblo de Lámud. Cuando estudiaba en el colegio, me había llamado la atención este nombre. Este último 26 pisé este lugar para validar su existencia en mi imaginario escolar. Luego del almuerzo, nos dirigimos a la cueva de Quiocta. Interesante, pero personalmente hubiera preferido ir a Pueblo de los Muertos. Quería más historia y Chacha tiene mucho para ofrecerte. El cofre de sorpresas se estaba abriendo.


Luego del viaje nos encontramos con Nadège, Marilou y una amiga de la primera: Aurelienne. El encuentro fue casual, por la noche luego de este estupendo primer viaje, fuimos a tomar un buen chocolate caliente. Ahí nos encontramos con estas niñas terribles, fuimos a comer algo más: la cocina quizá no sea muy variada, pero la calidad de la carne es buena. El día anterior había, además, comido una buena trucha. Con ellas acordamos ir a Kuélap al día siguiente.
27 de julio. Fuimos a tomar un desayuno sustancial frente a nuestros hoteles (ellas estaban cerca al nuestro). Vimos que sí podíamos ir todos juntos a este bello lugar. Aunque el vehículo que nos tocó era insufrible, pero valió "bien la misa". En el camino nos detuvimos a ver Macro, una población que pende en las faldas de una colina, cerca de Tingo. Frente a este bello lugar, empezamos el ascenso a Kuélap. Prácticamente a mitad de esta ruta ya puedes ver la silueta de esta zona religiosa fortificada. Está cerca de las nubes, como eran llamados sus habitantes "hombres o guerreros de las nubes". El ascenso en vehículo es penoso, hay zonas muy estrechas, fuera del hecho que ese día fue lluvioso, situación más riesgosa y adrenalínica, hay momentos en que vas suspendido en el aire. Pasas Longuita y María, llegas después de casi 3 horas y media al estacionamiento de esta ciudad aérea.

La primera vez que fui éramos 10 personas; este 27 había cientos de personas, subían y descendían por doquier. Quizá ese día el lugar haya tenido la visita de medio millar de personas, lleno de autos y gente por todas partes. El ascenso fue un poco fastidioso por el lodo generado por la lluvia: pero de pronto ves con más claridad los inmensos muros del lugar. Impresionante.
Los altos muros, la forma de las casas, el paisaje, la naturaleza, todo te golpea a la imaginación. Caminamos sorprendidos entre tanta historia y misterio, los diversos pisos construidos por esta enigmática cultura que desafió a los incas. En muchos aspectos se parece a San Agustín en Colombia. Todo este gran conjunto ocupa un espacio más grande que Machu Picchu y tiene unas vistas espectaculares. Cuando salió el sol podías ver la vastedad del paisaje y la extensión de los Andes. Maravilloso. Luego de casi 3 horas de visita iniciamos el retorno. Hay zonas con interesante restauración y algunas con una discreta reconstrucción para tener una idea de lo que estábamos viendo. Fuimos por un buen momento habitantes de las nubes, difícil era bajar de ellas.
Llegamos a Chacha, ahora más animada por la inmensa cantidad de turistas que deambulaban por la ciudad. Al día siguiente, nuestro último día se hizo complicada la elección: cataratas de Gocta o el museo de Leimebamba. Decidimos por Leimebamba: hubiera preferido haber ido a Revash. Pero al ver una fotografía del nuevo museo, cambié de ánimo y decidimos ir a ver el museo de las momias. Precisa decisión.


El camino es el mismo para Kuélap hasta la zona de Tingo, de ahí se bifurca y seguimos al río Utcubamba. Es una zona bella, con paisajes extensos, de carácter (es cierto que la sierra de nuestro país es la que más identidad tiene y su belleza agreste en todo momento te lo hace saber).

Llegamos a Leimebamba y de ahí al museo. Grata sorpresa. Un bello museo ha sido construido gracias a la cooperación del gobierno austríaco y a la decisión férrea de la arqueóloga Sonia Guillén de sacar adelante el proyecto de la Laguna de los Cóndores. El museo es didáctico, organizado y con piezas impresionantes. Lo que me dio una inmensa pena es que recibe tan pocos visitantes. El año 2008 tuvo sólo 6 mil. Voy a ver cómo comenzar a llevar grupos de alumnos a esta zona tan rica de historia.



Al ir cerrando nuestro viaje y ver cuántas cosas me faltaba por ver no dejé de sentirme orgulloso de todo lo que esta zona tenía para nosotros los peruanos, para saber quiénes somos y que este conocimiento nos sirva para proyectarnos al futuro. No para vivir embelsados del pasado y añorarlo, sino para aprender de él y ver qué hacer y qué no hacer. Cuando hacíamos este viaje hacia el pasado, el presente también nos tocó fuerte: ver pobreza, ver zonas con relaves mineros, ver zonas deforestadas; escuchar el aún latente problema de Bagua. No, no debemos ocultarlos. Daba pena y rabia que los turistas extranjeros eran más respetuosos de nuestra historia y patrimonio que nosotros, que ellos eran más solidarios con nuestra gente; eran más curiosos por saber sobre nuestra realidad y situación que muchos de nosotros. Ellos estaban más alertas a detalles de la vida y tejido social de los pobladores y eso golpeaba a nuestra indiferencia.
Tanto Gustavo, yo y otra gente estamos decididos a regresar para ver, ahora sí, su belleza natural (difícil divorciarla de la arqueológica) y conocer este pedazo de territorio aún desconocido pero que va saliendo de su aletargo. Ojalá podamos acompañarlos bien.


sábado, 3 de enero de 2009

CHACHAPOYAS, PARAÍSO.





Si algo siempre me ha llamado la atención, es la historia. Ella es un gran cuento de la humanidad en la que nuestros sueños, ideas, frustraciones y locuras se han plasmado. Cada espacio que visito en mi errancia es para mí una fuente de emociones muy intensas en cuanto a todo lo que la mente humana puede hacer con su entorno. La presencia de templos para sus dioses, inmensos castillos, nobles y humildes casas, sus cementerios, son todos lugares en los que ves una forma muy peculiar de un determinado grupo de hombres y mujeres que ha querido perpetuarse. La historia es ese espacio de perpetuación, de transcendencia de la especie humana.


Vacaciones de Fiestas patrias de 1998. Un grupo bastante extenso de amigos y conocidos había decidido viajar a Chachapoyas; uno de los promotores me informó que el grupo ascendía a casi 15 personas, iba a ser una experiencia colectiva. En la Universidad, tenía un buen grupo de alumnos míos que me empujaron a ir para conocer su tierra y como algunos de ellos tenían buenos hoteles, hice la gestión para separar habitaciones. Al final de todo el único viajero fui yo. En fin.
El periplo era un poco largo; sé que hay buses desde Trujillo, pero ellos me aconsejaron ir vía Chiclayo. El día 02 de agosto de ese año tomaba el bus para dirigirme a esta linda ciudad, cuando veo en TV la noticia del incendio del Teatro Municipal de Lima. En secreto, ya sentado en el bus no dejé de derramar algunas lágrimas puesto que ese teatro había significado mucho tanto en mi vida universitaria, cuando cantaba con el Coro de la Católica (la memorable Juanita La Rosa, Chino Vásquez, Mariella Monzón, tantos amigos) o cuando cantábamos en la ópera. Mucha pena. Volvamos a nuestro viaje. Salí a las 2 de la tarde aproximadamente y comenzó el ascenso; el viaje transcurrió sin contratiempos, pasamos por Bagua Grande a medianoche: un calor infernal (casi 30 grados- con razón le dicen el infierno peruano-) El bus ascendía, nos íbamos a ceja de selva alta. Llegué a Chachapoyas a las 4 de la mañana. Frío serrano me rodeó, pero gracias a mis alumnos había llevado una casaca para las circustancias. Me dirigí a mi hotel a esa hora; el administrador preguntó por los demás, mi gesto lo dijo todo. Horas más tarde me encontré con los chicos quienes me guiaron para conocer su pequeña pero simpática (e histórica ciudad). Chachapoyas en ese entonces tenía servicios al turista limitados (ahora me dicen que tienen muchas cosas buenas como hoteles, restaurantes y otros servicios). La ciudad está plagada de balcones, en su plaza uno puede ver varios de diversos tamaños. Hay una suerte de colina en la que se halla una fuente, de Yanayacu (agua negra en quechua), desde la cual puedes tener una buena vista de la ciudad. Fuimos a ver el Arzobispado donde se encuentran varios archivos que han sido objeto de estudios por diversos historiadores. Un amigo mío hizo una investigación concreta de al música barroca colonial de esta zona, ya que era un jurisdicción importante. Luego varias personas me contaron que la selva encierra restos de ciudades españolas que fueron abandonadas por estar ubicadas en lugares inhóspitos. La casa del Arzobispado está muy bien tenida; luego los chicos me llevaron a conocer una pequeña plaza que tiene una iglesia reconstruida que reemplaza a la antigua: Santa Ana.
La ciudad con sus techos a dos aguas es muy acogedora y por la
noche fuimos a un mini pub donde escuchamos música y tomanos algunos tragos. La suerte mía era que los chicos me invitaban a comer; incluso Leo Rojas y su hermana, hijos del Alcalde de la ciudad en ese entonces me hicieron una generosa invitación. En general, todos los chicos fueron excelentes anfitriones. A través de ellos conseguí una movilidad por dos días: esta movilidad estaba a mi disposición todo el día para ir donde quisiese. Al día siguiente fui a mi objetivo principal: KUÉLAP. Luego de casi 4 horas de viaje, por una estrecha carretera de trocha (ahora me dicen que es mejor y más corta) llegamos a este sorprendente lugar. Uno llega y desde la carretera ve en la parte superior una gran muralla, ya de sí el entorno es impactante; antes habíamos pasado por otro sitio arqueológico llamado Macro, una suerte de necrópolis que me hizo recordar a Combayo u Otuzco en Cajamarca. Los chachapoya fue una cultura que se vinculaba con la gente de la selva alta y sus restos hacen recordar a los de San Agustín en Colombia. Personalmente, no he estado en el Gran Pajatén, pero son del mismo espacio histórico. El dominio de la piedra es impresionante y las construcciones son abrumadoras, el tamaño de ellas te empequeñece y abruma; quizá esa era la intención de aquel que llegara a esta ciudad, el verse sorprendido y apabullado por el poder manifiesto de sus habitantes. Ingresas por un sendero y llegas a una explanada antes de ingresar a la ciudad misma; aquí ves los impresionantes muros que comenté anteriormente; este muro circunda a la misma y hay sectores que aprovechan el precipio como defensa natural. En el interior encuentra construcciones circulares, algunas de las cuales llevan unos diseños en rombo que asemejan ojos (es una teoría) Otras tienen incrustaciones de rostros (algunos parecen a los vistos en Kuntur Wasi). Las construcciones son impresionantes, pero lo que hace el lugar mágico es el espacio en el que se ha construido. La humedad pasa la factura a los grupo y pronto necesitamos líquidos, algunos altos en el camino nos permitía apreciar sus ricas con una buena bebida; lo que sí me sorprendió es que este inmenso lugar haya sólo un guardián. Cerca al lugar pasaban pastores con sus ovejas. Terminada nuestra caminata, regresamos pero no sin antes comer una rica gallina de corral estofada en Tingo, el hambre apretaba.
Tercer día: me habían dicho que Leimebamba iba a ser el boom de la arqueología del futuro, lo es. Hacía poco habían descubierto una cueva-tumba con varias momias en la Laguna de los Cóndores. Nos aprestamos para ir todo el grupo a Leimebamba, incluso nos acompañaron los padres de una de las chicas, ya que nunca habían estado ahí. El viaje era más largo y en el camino recogimos a una pareja de turistas mochileros; eran israelíes (están por todas partes) y les dimos un aventón hasta Leimebamba. El pueblo era pequeño, pero los habitantes ya estaban enterados de la razón por la cual eran tan visitados, ni bien bajamos del micro los chicos nos llevaron al museo de las momias. Una pena que no se permitieran fotos.
El último día antes de partir me llevaron a Luya un pequeño poblado cerca de Chachapoyas; una de las cosas anecdócticas era que en ese pueblo estaban construyendo la cárcel. Algo de lo que siempre tendré como nostalgia gastronómica será la famosa humita de la zona y los juanes de yuca, había probado los de arroz, pero de yuca fue "mi primera vez". Esta es una de las razones (y muchas más) por la que he de volver a este gran pedazo de historia de nuestro país. Uno de los momentos que nunca olvidaré fue cuando fuimos a visitar a un tío de una alumna, Vanessa Chávarri, y él mostraba su descontento hacia el país y su identificación con lo ecuatoriano, esta amargura resultaba de la excesiva centralización en nuestro país y el descuido de la selva. Estaba orgulloso del pasado de los chachapoya, pero a él (como a los demás que estuvieron en la parrillada que hicieron a la cual me invitaron) le indigna que seamos tan indiferentes con los rincones más notables y viejos de nuestro país. Él cultiva orquídeas (el clima es como Moyobamba) y protege plantas que las condena a la extinción la agricultura y la depredación. Espero que su esfuerzo no sea en vano y espero que esto que escribo (aunque muy tardío) invite a más gente a preocuparnos por esos espacios, tanto por la gente como por su riqueza. Ojalá.