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Trujillo, La Libertad, Peru
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domingo, 12 de febrero de 2023

ALERTA, PREVENCIÓN (ARTÍCULO DE OPINIÓN DIARIO CORREO TRUJILLO 12 DE FEBRERO)

 



Las escenas que nos han llegado desde Turquía y Siria son terribles. Mientras en el Sur peruano, violentas lluvias causaron mortales deslizamientos en zonas donde se asienta la minería ilegal. Y, por último, se anuncia de manera alarmante un escenario de triste recordación para los trujillanos: un posible Niño como el que tuvimos en 2017, aunque de baja intensidad. Como suele suceder, estas noticias han comenzado a diluirse en los medios de comunicación, tal como ha sucedido con la muerte de varios ciudadanos hace ya un poco de un mes en Juliaca. Todo pasa al olvido de manera intencional, quizás.

El caso del gran sismo turco está trayendo mucha cola. Las dolorosas imágenes muestran grandes edificios colapsados con mucha gente en su interior, mientras familiares impotentes tratan de rescatar entre los escombros a sobrevivientes. Extraña mucho la cantidad de edificios de más de 4 pisos que han colapsado. Son construcciones relativamente modernas que se han desplomado llevando la vida de sus inquilinos. Y las alertas han saltado en esa nación: corrupción en las licencias de edificación, promovida por los magnates turcos de la construcción. Miles de personas han perdido sus propiedades y muchas de ellas, sus vidas. Se genera automáticamente la duda para nosotros: ¿cómo estamos aquí en ese rubro? Uno ve construcciones tan precarias de varias plantas que uno se pregunta qué irá pasar con un verdadero sismo, ese que no se ha tenido en nuestra ciudad desde aquel mayo de 1970. Hay edificaciones en zonas de suelos no adecuados para construcciones de varios pisos, salvo que se cuentan con un buen reforzamiento en las bases y, en algunos casos, de zapatas en zonas pantanosas. Huelga decir dónde se hallan estas en Trujillo. Y esto va amarrado con la posibilidad de volver a sufrir un nuevo Niño que “partió” a nuestra ciudad de norte a sur aquel marzo del 2017. Tras la catástrofe, un grupo de amigos hizo las investigaciones para ver cómo se puede prevenir otro siniestro. Los resultados caían por su peso: licencias de construcción (algunas veces, construcción clandestina), titulación de terrenos en zonas de alto riesgo, un sinfín de errores que permitirán repetir el mismo escenario vivido en ese fatídico marzo. Quizás, todas las edificaciones dañadas en 2017 ya estén nuevamente “operativas” hasta el próximo desastre. Habrá que ver si se ha cumplido con la prevención en las zonas siniestradas de Pataz y Chavín de Huántar, colapsadas hace casi un año. El caso de los mineros ilegales en Secocha, Arequipa, es una evidencia de no haber acatado las disposiciones planteadas en su momento: más de 41 personas muertas por un huaico ya anunciado.

Acostumbrados a vivir en la cultura de la informalidad y la corrupción en todos los niveles de nuestra sociedad, la vida humana no es relevante para muchos inescrupulosos que prefieren lucrar ilegalmente en vez de velar por el bienestar de los demás. Dios nos coja confesados.


domingo, 24 de abril de 2016

TERREMOTO PARA DESNUDAR NUESTRA SOCIEDAD (ARTÍCULO PARCIALMENTE PUBLICADO LA INDUSTRIA DOMINGO 24 DE ABRIL)

Los desastres naturales son un reto permanente para la humanidad. Los hombres los han estado estudiando por siglos para aprender a convivir con ellos y, en situaciones extremas, reducir la mortandad en los lugares que sufriere uno de ellos. La geografía física del planeta no es estable y el hombre busca las formas y métodos para atenuar las consecuencias cuando los cambios geográficos se tornan violentos y sorpresivos. Erupciones volcánicas, terremotos, maremotos, inundaciones; diversos fenómenos naturales que han exigido al hombre aprendizajes forzosos y dolorosos. Y uno de esos aprendizajes se ha convertido en la seguridad.
La seguridad es la ausencia de peligro o la sensación de confianza que tenemos por algo o alguien. La seguridad la vamos obteniendo a través de la educación, así como, las acciones que hacemos y que se convierten en medidas y sistemas de seguridad. La población de lugares de alto riesgo termina por desarrollar una cultura preventiva con el fin de minimizar las consecuencias de un siniestro. Esto sería lo ideal.
Hay desastres naturales más allá de toda prevención y cuyas consecuencias son desastrosas y mortales. Como los históricos terremotos de Lima de 1746 o el de Lisboa en 1755,  o el caso más reciente de Japón de 2011. Sin embargo, la naturaleza humana suele perniciosa contra sus mismos congéneres y el afán de lucro está por encima y sus efectos mortales son más efectivos que los desastres en sí. Los ejemplos son de los más diversos y están muy ligados a la corrupción. Veamos dos casos: construcción en zonas riesgosas, zonas que han sido designadas como inhabitables por ubicarse peligrosamente en cauces de ríos secos o ex pantanos desecados irregularmente son ofertados como espacios urbanizados. No es raro que ante la proximidad de un nuevo fenómeno de El Niño, los medios informativos eleven reportajes advirtiendo del inmenso peligro que corren poblaciones en zonas altamente vulnerables y que no se toman medidas drásticas, sino a la espera de una desgracia mayor para recién actuar. Muchas de estas situaciones se han generado a vista y paciencia de autoridades coludidas con inescrupulosos traficantes de tierras, cubiertos con el manto de “empresarios”; la sociedad ante esta situación calla y culpa a las fuerzas de la naturalezas o divinas.

La otra está dada en el boom de la construcción que no ha sido puesto a prueba a la fecha. Es una situación bastante temeraria. Hagamos un poco de historia: en el terremoto de 1746, Lima se vino prácticamente abajo. El virrey José Antonio Manso de Velasco, Conde Superunda (sobre las olas por el terrible tsunami post terremoto) tuvo la triste misión de reconstruir Lima y Callao; pero el poder de los ricos y de la iglesia impidieron que Lima tuviese un plan coherente de reconstrucción. Diferente fue Lisboa quien tuvo a Sebastião José de Carvalho,  Marqués de Pombal, la misión de reconstruir la derruida ciudad; y este actuó con criterio científico por encima de poderosos y clérigos. E hizo una Lisboa planificada y reconstruida con un concepto de equilibrio y seguridad. En el terremoto de 1974 en Lima, nuevos edificios de concreto colapsaron pese a tener el sello de antisísmico. Queda la pregunta generada por la triste experiencia vivida por nuestro vecino Ecuador: ¿sobreviviría nuestra ciudad a un sismo de tal magnitud? Cierto es que cada sismo tiene su “identidad”; pero las fuerzas destructoras se pueden confabular con la corrupción humana. En los terremotos de Taiwán, las caídas frecuentes de edificios familiares muestran la cruda perversión de constructores: las bases de los edificios estaban rellenas de tapas de gaseosas. En un país en que los criterios de calidad se han relajado tanto para permitir el boom económico y sobrevivir a la informalidad, salta la pregunta: ¿cómo estarán las bases de los numerosos edificios familiares? Quizá, y espero equivocarme, pueda ser un temor infundado. Pero el día que Trujillo pase la dura prueba, de pasarnos algo, esperemos que no sea la acción humana la que nos cause daño.  

lunes, 1 de marzo de 2010

PENA Y APRENDIZAJE

Hablar sobre lo sucedido en Chile ya es casi redundante. Lo de este último sábado, sin embargo, ha mostrado las partes más brillantes de las personas así como sus sentimientos y emociones más oscuras. En algunos casos, las intenciones de ayudar pueden, en vez de ayudar, generar más caos y confusión. Veía en la televisión chilena a algunos reporteros que, quizá, en un acto de solidaridad pedían ayuda inmediata en tal o cual lugar cuando todavía no se había conocido la dimensión de la tragedia; algunas veces, estas situaciones pueden generar falsas expectativas a personas cuyas posibilidades de recibir ayuda son un poco remotas viendo la dantesca situación en la cual otras son más apremiantes y urgentes. Esta tragedia ha rebalsado todos los límites. Quizá Chile haya estado preparado para un sismo, pero no para el de la magnitud y calamidad como el que los ha azotado este último 27 de febrero.
El día de hoy en el comedor hablaba con los miembros de mi familia sobre las ubicaciones de las cosas útiles y urgentes que deberíamos tener a mano: qué poco preparados estamos. Una linterna, un botiquín. ¿Agua? No se ha previsto. ¿Alimentos no perecibles? Tampoco.
Este terrible y penoso acontecimiento debe invitarnos a cada uno a la reflexión en todo lugar y levantar la mirada a tu entorno. Trujillo no sobreviviría a un desastre así. Zonas como El Golf, de un suelo de alta licuefacción sería una zona de catástrofe; me parece que los edificios construidos en esa zona no cuentan con zapatas, así que la posibilidad de hundirse son altas, así como le pasó a casas de dos o tres pisos en el terremoto de Chimbote del 70. Nuestro centro histórico quedaría en ruinas y muchas de las casas semiderruidas serían trampa mortal de la gente que vive ahí. Cerca de la Alianza Francesa, tenemos 4 casas tugurizadas las cuales caerían sin remedio.
Las rutas de fuga de muchas zonas de la ciudad se convertirían en trampas mortales, ahora que se han dedicado a cerrar muchas de las calles con trancas. Es obvio que en caso de sismo pocas personas se preocuparían en levantarlas y permitir el fluido de autos, sobre todo, los vehículos de emergencia como bomberos y ambulancias,..¿o los vecinos se preocuparían? .
Es cierto los comentarios que he leído y oído en estos días: la falta de seriedad para hacer un simulacro. Los he visto en el colegio y en la universidad, centros en los que trabajé y trabajo, y la actitud de las personas (no digo los jóvenes, ellos imitan el ejemplo) es indolente, pusilánime y vergonzosa; mas el día en que se ven en aprietos, son generalmente estos incoscientes (hombres y mujeres) quienes más generan daños y desastres personales. Me pareció muy interesante las reacciones que tuvieron muchas personas a raíz de la alerta de tsunami en nuestras costas. Parece ser que algo hemos aprendido; no falta por ahí algún estúpido que se crea el hombre que puede todo y desafían los fenómenos naturales. Si fuéramos sensatos, dejaríamos a esos imbéciles a su suerte; lastimosamente, el hecho de crear esta situación moviliza a gente de apoyo y auxilio que debería estar ayudando a aquellos que los accidentes o la catástrofe afecta. Así es la imbecilidad humana.
Se ha empezado las clases. Más de ocho millones de niños y jóvenes han retornado a aulas, muchas de ellas, precarias. Espero, para el bien de todos y de la sensatez que el momento reclama, se tome esta tragedia como un tema de discusión y reflexión en todas las aulas, incluidas las universidades (más aún ahí, la casa del saber y la ciencia). Los fenómenos naturales son más grandes que la humanidad y tenemos que saber convivir con ellos, aprender a ser honestos con nuestras limitaciones y velar por el bien de todos. Sinceramente, no cabe duda de que si hubiera un sismo como el acaecido en Chile, muchas construcciones modernas caerían con sus habitantes adentro, ¿quién se hace responsable de ello?
La cultura de la prevención debe estar en todo. Empezar por los medios de comunicación: diferenciar accidente de irresponsabilidad, por ejemplo. Las dos tristes irresponsabilidades acaecidas en nuestras carreteras no son accidentes. Son fruto de la irresponsabilidad. Si un edificio cae en un terreno sobre el cual no debió construirse no es infortunio, ni castigo de dios; es irresponsabilidad.
Quizá esperemos, como las lluvias recientes, que nos suceda una catástrofe como la que ha asolado a nuestros amigos chilenos para recién descubrir cuántas irresponsabilidades pudimos haber evitado. Ojalá que tanto Usted que lee este artículo como yo que lo escribo, podamos sobrevivir a una tragedia parecida para podar constatar lo que pienso.
Desde aquí, un abrazo sincero y solidario a Sergio y Elena, Patricio y Eliana, a Marisol por lo sucedido en su patria. Fuerza.