Los cambios vividos en los últimos años, tanto desde la
perspectiva tecnológica como la conciencia colectiva, han originado diversas transformaciones sustanciales en todas las áreas de la actividad humana. Las
comunicaciones, las herramientas aplicadas en tal o cual labor y las
concepciones del espacio han sufrido severas modificaciones que han hecho que
actividades y profesiones hayan ido adecuándose a los nuevos retos o,
finalmente, desapareciendo.
Una de estas ha sido la docencia. Fuera del hecho de que esta
profesión tiene sus fundamentos en la vocación, fundamento que no se ha tomado
en cuenta muchas veces en la profesionalización de esta actividad, la docencia
ha venido experimentando una serie de cambios tanto en las herramientas que
complementan su desarrollo, así como en el espacio físico, social e intelectual
en el que se desenvuelve cotidianamente. Estas transformaciones son bastante
vertiginosas y han creado incertidumbre en el mundo del profesorado, puesto que
muchos de ellos han ido quedando rezagados por su escasa capacitación,
sobrecarga laboral, o el desinterés o rechazo a cambios o perturbaciones que
signifiquen salir de sus zonas de confort. En los últimos años, la masificación
de la enseñanza ha dado paso a una más personalizada; sin embargo, cabe
resaltar que de todas las profesiones, esta es la que tiene más interacción
humana que cualquiera de las otras. Un docente se vuelve, fuera de dispensador
de conocimiento, confidente, psicólogo, confesor, mediador, oyente, padre,
hermano, policía, un sinfín de funciones a lo largo de sus ocho o más horas de
trabajo. Y este despliegue de funciones se da no solo en el aula y para niños o
jóvenes. No existe profesión en la que la interrelación humana tenga tanta
intensidad como la del docente. Pese a la introducción de diversos recursos en
el aula para complementar el proceso de enseñanza, la relación entre el docente
y sus alumnos es vital y única. Y es por eso que amerita un tratamiento
especial, el cual se ha visto entorpecido en varias oportunidades por una
excesiva burocracia o por malas interpretaciones que tienden a hallar en el
docente el responsable e, incluso, culpable inmediato. Para nadie es un secreto
que el nuevo mundo jurídico de protección al niño o al adolescente ha creado
una serie de recursos mal empleados por personas que hallan fácilmente vacíos en
el accionar diario para obtener beneficios bastante discutibles. Muchos
docentes trabajan atemorizados por el hecho de que una palabra o un gesto hecho
por estos en el aula o durante una conversación puedan ser rápidamente
tergiversados por su interlocutor. Los ejemplos y evidencias son varios, más
aún en casos en los que los adultos tienden a sobreproteger a sus niños o
jóvenes, justificándolos en desmedro de la autoridad del docente o del centro
educativo.
Estas situaciones se han trasladado también a la universidad
y paulatinamente se han generalizado al haberse convertido en un servicio más
ofrecido al alumno, mal llamado cliente.