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Trujillo, La Libertad, Peru
Un espacio para mostrar ideas y puntos de vista ligados al arte, a la cultura y la vida de una sociedad tanto peruana como universal

lunes, 29 de diciembre de 2008

GUAÑAPE, ISLAS ALUCINANTES



El mar siempre es una atracción fascinante. Su inmensidad te apabulla, pero el sonido te arrulla y permanentemente te evoca que descendemos de su seno y que (¡qué duda cabe!) somos gran parte de nuestro cuerpo, líquido. Pero en nuestra evolución, nos hemos convertido en seres terrestres y, por esa voluntad de la naturaleza, tendemos buscar pedazos de tierra en el inmenso mar. La figura de la isla adquiere muchas dimensiones en la vida del ser humano, tanto como aislamiento así como salvación.
En mi vida he tenido oportunidad de estar en algunas islas tanto en Perú como en otras latitudes; estuve en Tequile en el Titicaca, en Isla Blanca en Chimbote; en algunas islas griegas como Egina, Poros e Hidra. Viví dos meses en la isla de Borholm en el Báltico. La sensación de estar rodeado de mar es muy ambigua. Personalmente, amo tierra firme y estar rodeado de esa gran masa de agua me genera un poco de inseguridad y una suerte de aislamiento. Pero ver los contornos de la isla, sus costas son siempre una grata visión y una sensación de acaricia, ese encuentro entre agua y tierra.
Había escuchado de estas islas, pocas para el vasto mar que tiene nuestro país. Me habían comentado de Macabí. Tenía unas fuertes ganas de ir a conocer estas islas guaneras. De repente surgió una excelente oportunidad. En enero del 2006, Christian, el entonces director de la Alianza Francesa de Trujillo, hizo contactos para hacer este inesperado viaje a las islas nombradas. Nos fuimos un sábado a Puerto Morín, nuestro punto de partida; en realidad no sé por qué le dicen "puerto", puesto que no hay ningún muelle o algo por el estilo, por lo que uno debe suponer que la partida la hicimos con un bote que estaba en la orilla; ahí empezó la locura; subimos al bote y el pescador empujó el mismo mar adentro, una vez más internados, prendió el motor para ir avanzando hacia nuestro objetivo; estábamos adentrándonos en el ensenada y a lo lejos veíamos Cerro Negro. Grandes y numerosas bandadas de pájaros surcaban el aire, algunas tan cerca de nosotros que podíamos tocarlas: gaviotas, zarcillos, pelícanos (¡qué elegante vuelo!), nos íbamos dando una idea de lo que íbamos a ver; no nos olvidemos que estas islas son guaneras, plagadas de aves por doquier. Llegamos a la primera pequeña isla (en realidad un gran peñasco) y nos encontramos rodeados de lobos marinos, todos juguetones. Nos contaba nuestro guía que ciertas temporadas llegaban las orcas para darse un festín con ellos o los pingüinos de Humboldt. Quise lanzar un pedazo de galletas pero me detuvieron, iba a romper el ciclo de acciones que los animales hacen en su búsqueda de alimentos, los iba a malcriar. Me puse en mi sitio, tienen toda la razón.
Llegamos a la mayor de las islas a una suerte de atracadero; había dos formas de subir, Vania y yo optamos por subir por la escalera de nudos; Melissa, Orietta, Christian, su chofer y su cocinero esperaron atracar el bote para poder descender. Una vez en tierra firme comenzamos a recorrer las instalaciones de la compañía guanera. Vimos comedores, sillas salitrosas, reposteros y en su interior vajilla inglesa bella pero deteriorada. Además vimos algunos archivos en cajas, algunos de los cuales son de 1963.
Salimos de las instalaciones (que son usadas cada dos años cuando se ha acumulado cierta cantidad de guano) y fuimos a ver la isla en sí: es grande. Vimos cantidades de aves y nos dirigimos a una cueva grande, en la entrada veías restos de aves muertas y varias agonizantes y con defectos físicos o accidentadas (alas o patas rotas). Era una suerte de cementerio de aves.
Seguimos caminando, bastante cubiertos nuestros pies e incluso la boca de los pantalones bajo las medias para evitar que ingresen bichos. Al acercarnos a la zona de los nidos de las gaviotas, estas se pusieron bastante alteradas. Por un momento recordé LOS PÁJAROS de Hitchcock y temí que estas lindas avecillas se pusieran agresivas. Había miles de aves, fuimos por un sendero muy estrecho y llegamos a una suerte de precipicio. Esta caminata nos hizo descubrir pequeños recodos que funcionaban como playitas secretas, escondidas. Bacán.
Regresamos a comer algo ligero y vimos que algunos bichos estaban adheridos a nuestras ropas.
El retorno fue también alucinante; parecía que las aves que habían ido con nosotros hacia las islas también hayan optado por regresar. El cielo estaba cubierto de ellas.
Al llegar a la orilla se nos complicó un poco la cosa. Una frenada en seco e irnos un poco con el oleaje en la orilla nos mareó un poco. Melissa casi cayó, pero su agilidad de gata no le hizo perder el equilibrio. Nos sacamos los zapatos para poder saltar al agua y empujar el bote.
Una vez en la orilla buscamos algo para comer. Mala suerte. Tuvimos que irnos a Trujillo. Pero el sabor y olor de mar nos persiguió una semana.

GUANAJUATO, UNA APURADA VISITA


Si alguna vez a uno le ha pasado que el cúmulo de malos entendidos puede ser motivo de un viaje accidentado, esa puede ser la situación que se me presentó cuando me tocó visitar ese bello rincón de México que es Guanajuato.


Había salido de Toluca con el objetivo de hacer dos viajes a destinos claves para mi viaje: Querétaro y Guanajuato. Gracias a los consejos de Luz del Alba y sus amigos, tomé el bus EL CAMINANTE, en un viaje a la ciudad de Querétaro (bella y hablaremos luego de ella) y atravesé el estado de México (no el DF.). Salí a las 8 de la mañana y en el camino llegamos a pequeñas ciudades como Ixtlahuaca y Atlacomulco (me impresionó tanto ese nombre que lo recuerdo exactamente). Cruzar esta suerte de meseta es un poco aburrido y es por eso que caí en sueño; el paisaje no es tan accidentado, eso me hubiera mantenido despierto; además en el bus íbamos, creo, unas 7 personas.


Al llegar a una estación (no la reconocí) bajamos un rato a estirar las piernas; ellos cargaban combustible y me acerqué a preguntar dónde estábamos: era Querétaro. Si no hubiera preguntado, hubiera seguido viaje hasta...¡Tijuana, destino final! En México todos los buses siempre se dirigen a un terrapuerto, tiene una buena organización vial (fuera de sus magníficas carreteras) y eso te permite ubicarte rápidamente. Tomé un taxi y me instalé en un totel simpático de la ciudad; en Querétaro me quedé dos días y salí rumbo a Guanajuato.
Al salir, decidí no hacer siesta alguna con el fin de pasar algún otro contratiempo. Falsa idea. Pasamos Celaya, Salamanca y llegamos a Irapuato. En mi desvarío, leí Guanajuato, pero no me percaté que era Irapuato, Estado de Guanajuato. En mi premura leí lo último y bajé del bus; muy seguro voy a buscar un hotel, al Irapuato, y me alojé. Estaba segurísimo que las momias me esperaban para visitarlas. Pero algo raro veía, la geografía que solía ver de Guanajuato era distinta a la que veía. Guanajuato tiene calles en pendientes, lo que veía eran calles planas, sin ninguna colina a varios kilómetros a la redonda, donde estuviera la famosa estatua monumento al Pípila (leí su historia como niño héroe a los 7 años). Mi seguridad terca no me hizo preguntar tan pronto en el hotel, hasta que al conserje le pregunto el horario de atención del museo de las dichosas momias; el conserje me miró con extrañeza y me explicó que eso quedaba en Guanajuato y no en la ciudad que estaba. Ni modo, decidí sacarle el jugo a Irapuato e ir en bus ida y vuelta a Guanajuato al día siguiente. Luego de almorzar e ir de cacería fotográfica, me di cuenta que esta ciudad tenía sus encantos, pero quería ver mi objetivo principal. Lo impresionante de México son sus iglesias; había visto unas impresionantes en Toluca, Querétaro y aquí; pero lo que vi en Guanajuato y Taxco no se borrarán de mis retinas.
Al día siguiente salí temprano a Guanajuato en bus; llegué a eso de las 11 de la mañana y tomé un taxi para hacer el tour de los "alrededores", así fui al museo de momias (bacán), pasamos por los túneles (que hay varios por las excavaciones de plata que la hicieron famosa), nos dirigimos al monumento del cura Hidalgo y otros lugares más; luego me dejó en el centro de la ciudad y comencé a recorrer esta vieja villa barroca; aquí se hace el Festival Cervantino en su teatro que es una joya, lástima que estaba cerrado. La iglesia de los Jesuitas es otra joyita que hay que verla con calma y gusto. Recorrer sus calles es recorrer la historia de México, fui a ver la casa en la que colgaron (en cada esquina del inmeso palacio) a los héroes de la Independencia, entre ellos al Padre Hidalgo Costilla en su famoso Grito de Dolores, pasear por la amplia escalera de entrada de la Universidad Autónoma, haber visitado el cerro San Miguel y haber tenido una impresionante vista de esta ciudad, que fue el corazón político y cultural de México. Debo volver para estar mínimo un par de días bien trajinados. Un pendiente.



viernes, 26 de diciembre de 2008

PUNO, TECHO DEL SUR (1)



Semana Santa de 1997. Pensaba en hacer algún viaje simpático, no creo que alguno de mis amigos tuviese la voluntad de acompañarme así que me organicé para ir solo. Hurgué muchas posibilidades y me concentré en el sur. Ya había estado en Tacna y muchas veces en Arequipa y Cuzco. Puno y el lago Titicaca, era el espacio. Así que me puse manos a la obra: organicé todo el viaje de tal modo que todos los días había algo que hacer. Eso quizá fue una de las situaciones que han de entrar en crisis durante en el viaje como luego contaré.


Salí de Trujillo temprano en AEROCONTINENTE e hice conexión en Lima con un vuelo de FAUCETT (ambas líneas áereas ya no existen, gracias al libre mercado). Llegué por la tarde al aeropuerto de Juliaca, habíamos hecho escala en Arequipa; la señora que iba sentada atrás tuvo la infeliz iniciativa de mostrarle a su compañera de viaje dónde había caído un avión de la misma empresa el año pasado (donde murió uno de los hijos de De Szyslo). Eso me inquietó un poco, ya que fue por un error de aterrizaje que el avión cayó con sus 125 personas. Felizmente aterrizamos sin problemas. La vieja desgraciada bajó ahí también, no la hubiera soportado hasta Juliaca.
Por avión pasas por encima del Misti y Chachani, es una sensación interesante. Llegas a Juliaca 20 minutos después, lo que por tren te demora casi 24 horas (¿cuándo mejorarán nuestros trenes? Ni por haber sido privatizados han mejorado).
Ya en Juliaca el frío y la altura te pasan una cierta factura al cambio. La agencia de viajes se había comprometido a recogerme; Puno no tiene aeropuerto, pero la distancia de Juliaca a Puno no es exagerada, en 15 a 20 minutos ya ves el lago y la ciudad. Me instalé en un hotel regular, no tan lejos de la ciudad. Luego de almorzar, nos fuimos a Sillustani; en el viaje hice buenas migas con una pareja de brasileños. El viaje sí fue impresionante. El lago que uno ve como paisaje de fondo no es el Titicaca, es la laguna Umayo. Los monumentos por su condición líticas están regularmente preservados. Lo interesante es su origen, no es inca sino Colla y este espacio necrológico fue usado por los señores del Cuzco. Los conquistadores españoles quisieron rápida ganancia y dinamitaron estas tumbas; algunas de ellas se ven colapsadas y las preservan así para ver la brutalidad y la estupidez a la que puede llegar el ser humano. En el retorno nos detuvimos en el pueblo de Paucarcolla, había una fiesta de San Tiago Labrador; vimos una de las andas totalmente cargadas de frutas y todo tipo de vegetales para rendir homenaje a su santo patrón. En el retorno hablando con los brasileños y luego de haber entonado alguna canción de María Bethânia, ella reflexionaba sobre lo que veía de Puno (y de todo el Perú). Le extrañaba que casi todos los edificios estaban a medio acabar; todo nuestro país tolera esta visión que tenemos de nosotros: no hay nada concluido. Y esa trasgresión visual la toleras como normal. Nada de enlucido, que quede sólo el ladrillo.
Al día siguiente me esperaba un viaje alucinante, fuimos al muelle y vi la cantidad de algas que se había expandido por el muelle, a causa de la polución. Estas algas estaban matando el resto de la flora y fauna, ya que no deja filtrar los rayos solares. Espero que a estas alturas ya hayan mejorado eso. Nos íbamos a la isla Tequile. Estuve en Puno en 1973 (cuánto tiempo) y 1977; pero esta vez sí me aventuré a más. En el 73 y el 77 estuve en la isla flotante de los Uros; pero esta vez me fui más allá (cuando estuve en Bolivia en 1993 llegué hasta Taraco e ingresamos a unas islas pequeñas donde vimos a otros uros fabricando balsas). El viaje en barco fue simpático y todos los turistas que íbamos en él estábamos muy entusiasmados de lo que veíamos, en un momento oí una sugerencia de nuestro guía: no agitarnos tanto ya que íbamos a necesitar nuestra energía para lo que venía. Llegamos a Tequile, vimos el pequeño embarcadero pero no la población, de pronto el guía nos señala nuestro objetivo: estaba en la parte superior de la isla. Menuda caminata nos esperaba. Cuando comenzó la ascensión, vimos a varios hombres del lugar que llevaban maletas de varios viajeros que iban a pasar la noche ahí. El ascenso fue penoso. Pregunté cómo se llamaba la escalinata: el calvario. Nunca mejor nombre colocado. Mientras los naturales subían sin problemas (con bultos, además) los demás éramos objeto de misericordia.
Al llegar a la parte superior, nos encontramos con los residentes lugareños, quienes son peruanos por elección, gracias a un convenio que han firmado las autoridades de esta pequeña isla y el gobierno peruano; vimos a los varones llevar simpáticos chullos, los colores indicaban su situación marital. Bacán.
Una vez distribuida la gente que se iba a quedar con los habitantes del lugar, los demás hicimos una pequeña marcha por el lugar, donde hay restos pre e inca. Personalmente tuve mis reparos para comer, pero el hambre apretaba: te ofrecen pescados del lago, sobre todo lifes que fríen delante de ti. También la papa y el chuño son parte de su gastronomía. Desde este lugar, el lago adquiere una nueva dimensión. Los pequeños poblados tienen algunas construcciones en piedra desde la colonia; el poblado tiene otra entrada, más larga, pero menos accidentada como ascenso. El lago está por todas partes.
Descendimos para nuestro retorno, el atardece pintaba el cielo. Iba a llover un poco (como así sucedió) y retornamos a Puno. Llegar a Puno de noche desde el lago es impresionante. Bello viaje.
Luego contaré mi viaje bordeando el lago para visitar Juli, Pomata y Copacabana; eso amerita otro archivo.

EL CALORCITO DE TARAPOTO




1998. En nuestro país, pese a todas las circusntancias, por ese entonces podías realizar viajes internos por avión sin necesidad de tocar Lima. Desde aquí, Trujillo, podías tomar un vuelo para Chiclayo, Piura, Cajamarca e incluso Tarapoto. Pero recuerdo que en 1985, habíamos podido viajar desde aquí hasta Iquitos, con escala en Yurimaguas. Eso ahora ya no existe. Con un grupo de amigos vimos la posibilidad de ir a la selva con este vuelo directo y no lo dudamos más.
Fiestas julias de ese año; todo el grupo de 6 personas subió al avión de AEROCONTINENTE que nos llevaría a nuestro destino. El vuelo salía a las 9 y media de la mañana y recuerdo que ese día hacía un buen clima, un sol radiante. La selva nos esperaba.


En el avión montados, vi a Canilla, uno de los viajeros, muy nervioso por el despegue del avión. El vuelo de casi una hora fue sin contratiempos. Llegamos a Tarapoto y no bien bajamos del avión, el calorcito pegajoso nos rodeaba, el trópico. Salimos a almorzar a una suerte de cabaña en una ruta que nos llevaba a las cataratas de Ahuashiyacu. El paisaje era bacán, feraz. La atmósfera era ardiente. La cabaña quedaba a un borde del camino colindando con un precipicio, había una suerte de zoológico muy divertido, con una buena cantidad de monos. Terminado nuestro almuezo, fuimos a ver las cataratas: algunos nos metimos al agua, pero no sabía que las aguas de esta cascada es friísima. El entorno alucinante, como alguna vez había soñado estar en un lugar así, rodeado de colinas suaves y cubiertos del sol (el sol, cuando quiere, puede masacrar).
Regresamos casi al atardecer en rumbo a Lamas. El paquete turístico estaba muy apretado. Ya llegamos con la penumbra y vimos poco. las casas de adobe casi rojizas y gente que nos trataba de vender artesanía. Esta gente es la heredera de los chancas, quienes fueron masacrados por los incas y luego los sobrevivientes fueron desarraigados de su tierra (valle Huanca en el Mantaro) y trasladados hasta aquí. La guerra originó un vocablo sólo usado por el castellano del Perú: el verbo "chancar". Sé que el año 2006 hubo un fuerte terremoto que dañó muchas casas ahí, una pena
Por la noche, hicimos algunas visitas a discotecas (había dos de regular calidad) y las chicas del grupo estaban decididas a ir. También es interesante ese periplo, el de la noche. En una de las discotecas sentimos un poco de tensión, es zona donde la droga corre a raudales y hay una fuerte presencia del narcotráfico. Tocache no está muy lejos que digamos.
Al día siguiente nos fuimos todo un día a la LAGUNA AZUL, paraíso en medio de la selva. Tomamos una camioneta y ella nos ubicamos. El camino estaba "encalaminado" por lo que nos la pasamos saltando de un lado a otro. Hicimos transbordo sobre el río Huallaga en una suerte de ferry que tenía poca seguridad. Alucinante. En el camino cruzamos un bello lugar llamado LIMONCOCHA (Cocha = laguna) Los hoteles de LAGUNA AZUL se veían deslucidos; unos años antes era un lugar de esplendor; esa fue su desgracia, ya que los del MRTA y Sendero atacaron algunas veces este balneario y comenzaron a irse los propietarios. Me dicen quen ahora ya está mejorado. Nos metimos en la laguna un rato, había muchas algas, no tengo mucho hábito de nadar; es más, son un pésimo nadador y el espacio no me hacía mucha gracia por eso. El lugar es bello, caminar por el pueblo con gente tan amable era muy simpático. Subimos a una colina para ver el paisaje de manera muy panorámica. Espléndido.
Nuestro retorno fue más tranquilo, vimos el atardecer y coincidió en el lugar de nuestro "ferry" al retorno. La noche fue para mí un lugar para dormir, tenía la piel quemada y estaba agotado. mi cama me esperaba.
Al día siguiente, penúltimo de nuestra estadía, decidí hacer mi propio viaje: todos querían hacer canotaje. No me cuadraba mucho eso, y había escuchado sobre MOYOBAMBA que estaba a 3 horas en combi desde Tarapoto. Truqué el tour y me fui solo a esta bella y pequeña ciudad. Moyobamba está más alto que Tarapoto (recordé a Moyobamba cuando estuve en Chachapoyas, el mismo paisaje y el clima especial de ceja de selva alta). Así que me fui a la ciudad de las orquídeas. El viaje fue tedioso (espero que hayan asfaltado esa pista), pero Moyobamba sí valió la jornada. Me fui al Hotel de Turistas y desde su gran balcón exterior se ve el río Mayo y sus meandros: bella vista, ufff como para quedarse un par de días en ese hotel. Ahí comí algo para recargar baterías y me dirigí a los viveros a buscar orquídeas. Hay varios viveros y consulté con un mototaxista, me llevó al mejor vivero de la ciudad -dijo él- y comencé la búsqueda. Es impresionante la cantidad de orquídeas que había, de todos los tamaños, formas y colores. Por un lado da pena ver cómo depredan estas bellas plantas, pero en los viveros las ves cuidadas y "alimentadas" como debe ser. Aprendí cómo debía "criar" una planta como estas, sin mucha agua, asi suspendidas y con un buen colchón de cenizas o virutas. Eso precisamente no hicieron con el par de plantas que había comprado y murieron. Pena.
Paseé por la plaza de armas y un mototaxista me contó que cerca de ahí había unos baños termales que quedan en un cerro con una vista como si fuese un balcón. Para ir me tomaba mucho tiempo, así que lo cambié por una visita a un minizoológico. Hay una granja para lagartos pequeños, pero me dio mucha pena ver cómo estaba el coatí.
Cargado con mis dos plantas, inicié el retorno a Tarapoto, llegué tarde (casi las 10 de la noche) y comí algo ligero.
Último día, al aeropuerto nos dirigimos a las 11 de la mañana. Nuestro último día en esta ciudad mereció una visita de compras, objetos de madera y algunas cosas típicas. Cuando subí al avión sabía que la fiesta había terminado.


miércoles, 24 de diciembre de 2008

UNAS NAVIDADES BLANCAS EN ZÜRICH




Algunos viajes son bastantes soñados y planificados con mucha antelación; algunos son fortuitos y aparecieron delante de uno sin esperarlos. El viaje a Zürich me es difícil delimitarlo. Era una ciudad que no me llamaba la atención, pero al llegar a Europa en el último viaje que hice (ya hace muchos años) me sentí casi forzado incluirla en mi periplo. Tengo amigos de origen suizo (incluso un compadre mío), pero nunca había sentido una atracción por este país.





En octubre del 94 salí para Europa por una beca. Me iba a quedar ahí hasta el mes de enero, lo cual me obligaba a pasar las navidades por esas tierras. La navidad es una fiesta tribal, lo que nos obliga a reunirnos como clanes para celebrar el nacimiento del líder de nuestro culto. Ergo, tenía que buscar gente de mi clan (peruanos). Había vivido en casa de una familia muy simpática en Klemensker, los Carstensen, pero ahora me removía el sentimiento de pertenencia y todas esas cosas y emociones que te dan en navidad. Salí de Copenhague el 21 por tren e hice una conexión de Frankfurt; en mi bolsillo iban coronas danesas y marcos alemanes. Una semana y media antes había gestionado mi visa para Suiza: nunca la usé. En el tren después del transbordo, íbamos pocos pasajeros con rumbo a Zürich; muchos bajaron en diversas estaciones; en la penúltima, Schaffhausen, bajaron muchos. Llegué a Zürich casi a las 3 de la tarde del día 22; antes de entrar a la ciudad, veía cómo iban cayendo los copos de nieve, algunos de estos se estrellaban contra las lunas de las grandes ventanas del vagón. Una vez en la estación de tren, llamé por teléfono a una amiga, Ericka, en cuya casa iba a quedarme. Ellos (Ericka y su esposo, Jürgn) me devolvieron la visita al año siguiente e hicimos un viaje fabuloso a Chiclayo. Pero Ericka vivía no en la ciudad, sino en Küsnach, una suerte de barrio simpático de los que se extiende en torno al Zürichsee. Así llegué para instalarme en su casa, con su esposo y su hijita Michelle. Un poco más tarde salimos a ver Zürich de noche; era increíble la cantidad de cabarets o centros de baile llenos de dominicanos. Han invadido Zürich y tenían muchos problemas con la ley. Muchas de las mujeres se las sometía a la prostitución (¿Han visto la película PRINCESAS?)
Al día siguiente fui a la ciudad, fui al Kunsthalle y tuve un reencuentro maravilloso con un cuadro de Monet que lo había visto por primera vez en un libro de arte cuando estudiaba en el colegio en Arequipa; ese sí fue un encuentro accidental y feliz; estaba recargado de Giacometti y una vasta y bella colección de arte moderno (además de varios impresionistas). Ese encuentro silencioso fue el haber abierto un entrañable recuerdo de mi niñez. Quedé con Ericka para invitarle a comer unos pasteles y tomar un café: craso error, los precios eran exorbitantes. Antes había hecho un city tour ya habíamos visitado las vitrales de la iglesia de Zürich: impresionantes. Estos inmensos vitrales son obra de MARC CHAGALL. Por la tarde, luego de mi ataque monetario, fuimos a caminar por las estrechas calles del Zürich viejo. Bello.
El 24 fuimos a visitar la familia de Jürgn, cuya casa quedaba por las montañas de Maur, quisimos comprar algo de fruta para comer después; al ver cuánto costaba una papaya o mangos me vino una cálida añoranza por Trujillo. Cerramos ese día con una linda visita a Rappenswill: una pequeña ciudad de cuentos de hadas. Al regresar a Zürich, fuimos a una de las iglesias antiguas a ver algunos frisos y adornos navidadeños.
Ya en casa, nos sentamos a empezar a cenar; con Ericka nos vino la fuerte nostalgia, estábamos tan lejos de nuestras casas; para ella era más duro, ya que era consciente que no regresaría. La cena fue a las 6:30 de la tarde; a las 9 de la noche, ya dormíamos. Afuera caía nieve; fueron mis primeras y únicas blancas navidades.
El 25 dejaba Suiza, pero antes iba a hacer un viaje a un glaciar: estar en Suiza y no visitar uno es algo impensable. Tomé un tour que me llevó al Monte Titlis. No es muy alto; en el teleférico se improvisó una presentación de todos los extrajeros que íbamos ahí. Cuando comenté la altura aproximada del Huascarán (casi 6,750 metros) se sorprendieron de la altitud de nuestra montaña. Titlis no llega a los 3300 (3,238 para ser más exactos). Lo que sí es bacán es las excavaciones que han hecho en el hielo para hacer las instalaciones y el centro para practicar sky. Por el frío, compré unos guantes y otras cosas más de recuerdo, pagué en francos suizos. En mi bolsillo tenía aún monedas de otras partes lo que se me hizo una confusión. Más tarde, y ya calmado y sentado comencé a sacar cuentas: entre las coronas, los marcos y los francos no me quedaba claro cuánto había gastado. Lentamente me di cuenta que había pagado cerca de 150 dólares por un par de guantes. Ahora los cuido como oro..aún.
Ahora que se habla del calentamiento global y las extinciones de glaciares, me imagino que el gobierno suizo estará haciendo planes estratégicos para salvar sus glaciares, pues hay en torno a ellos grandes instalaciones que explotan ese recurso tal como es. La desaparición de Pastorruri en Huaraz no ha sido del todo sentido como debería ser; lamentable, pues los huaracinos no son conscientes ni se sienten responsables del destino de todos esos recursos que tienen, sino hay que ver lo que pasó con la laguna Parón. Algunas personas piensan que es una acción de la naturaleza, en la que el hombre no interviene. Una forma my fresca de eludir nuestra responsabilidad. Para Huaraz, esto no ha sido tan impactante como lo podría ser en Suiza, en la que hay una gran industria turística en ello.
Así cerré mi visita a Suiza, no sin antes haber atravesado y visto parcialmente ZUG y la bella ciudad de LUCERNA (LUZERN), donde habíamos hecho previamente un alto en el camino, donde pude ver parcialmente la iglesia jesuita del lugar (Lucerna es un cantón católico y mucho).
A mi retorno, me dirigí a la estación de tren para irme a BERLIN.

martes, 23 de diciembre de 2008

LA CIUDAD DEL CIELO, POTOSÍ


Si alguna vez tuve un nombre fijo en mi memoria y que se convirtió casi en obsesión por años fue Potosí. Desde cuando vivía en Arequipa y escuchaba a amigos bolivianos o por los vínculos que se tenía con ese país. Cuando aprendí Historia del Perú colonial en la Universidad Católica o Historia Económica del Perú con Heraclio Bonilla, ese nombre era con regularidad nombrado. Así como Amsterdam, Estambul, Praga o Kioto, se volvieron nombres obsesivos, Potosí engrosaba esa lista que con el tiempo se volvieron promesas u objetivos que había que cumplir en mi vida. Debo decir que se vuelven motores de mi accionar y mi planificación de vida.

En 1993 decidí hacer una buena gira por algunas ciudades serranas bolivianas: estuve en La Paz, Sucre y sobre todo en esta impresionante ciudad, donde el oxígeno decide no subir más y donde el aire es muy transparente.
En ese trayecto caí en Sucre con tres simpáticos señores chilenos; hicimos buenas migas con Ximena, quien trabaja para Codelco (¿qué será de ella? muy simpática) y luego de una opípara cena en un restaurante en la vieja Sucre, nos decidimos viajar por un solo día al "cielo"; compramos al día siguiente tres pasajes y alquilamos un balón de oxígeno por si acaso. Salimos muy temprano en un viaje de aprox. 4 horas; llegamos a Potosí a eso de las 11 de la mañana y comenzamos un breve recorrido por la ciudad antigua; esta ciudad tuvo algo así 40 iglesias (me hace recordar a Ayacucho) y fue más espledorosa que París en el siglo XVI; se cuenta que con toda la plata que se extrajo de su cerro tutelar (mina inmensa) se podía hacer un camino de este material desde ahí hasta Madrid.
La ciudad es sinuosa, con altos y bajos (no nos olvidemos que está a las faldas de un cerro, llamado Cerro Rico, por motivos obvios) por lo que caminar demandaba mucha calma para no agotar el oxígeno. Por sus estrechas calles discurría nuestro lento caminar, no había que abusar.
A pesar de nuestro lento peregrinaje sí vimos las iglesias de San Lorenzo (bueno, al menos su portada), un monumento impresionante; una lástima que no se pueda entrar con frecuencia. Sí vimos el interior del Templo de San Francisco (no sé por qué les dicen los pobres si hay una riqueza impresionante). Vimos un poco la de San Luis (por fuera).
El plato de fondo fue la Casa de la Moneda, con su interesante máscara en la fachada. Esta visita es muy bacán, ves tantas cosas en su solo espacio; no sólo numismática, sino pintura, muebles, máquinas de acuñamiento; sus patios interiores son interesantes.
Antes de irnos de Potosí, fuimos al mercado y compré un antiguo dije de varios pescados de plata de la zona. Un buen recuerdo.
Nuestro viaje de retorno fue en bus a Sucre, llegamos tarde; pero para suerte nuestra nos acompañaba la luna llena y podías ver las siluetas de los cerros del camino. Un lindo viaje.


ÅRHUS, un interesante rincón del mundo


En octubre de 1994 pisé tierras danesas. En mi vida hubiera imaginado recalar en este lejano (para mí, cuestión de perspectivas) rincón del planeta. Había ganado una beca de AFS, una suerte de stage en un colegio de la pequeña ciudad de Klemensker en la isla de Borholm. Debo confesar que hasta el momento en que me dijeron que la había ganado, poco sabía de Dinamarca y los daneses. Mis conocimientos eran sólo literarios (Hans Christian Andersen) e históricos (tierra de los vikingos, como el resto de los países nórdicos-salvo Finlandia-). Así que con este miserable bagaje cultural, subí al avión de Iberia que me llevaría a København (Copenhague), vía Madrid. Así empezó mi largo periplo de un poco más de tres meses en tierras noreuropeas en un relativo invierno moderado.


Cuando pisé Dinamarca, recibí por advertencia el estar preparado a esa nueva sensación que iba a recibir en el reloj biológico: la duración de la luz solar. Mi primer día en casa de una pareja muy simpática fue casi de shock: a las 4 de la tarde......ya había cientos de estrellas en el firmamento. Pero aún no caía en cuenta de lo que se me venía. El segundo día en una corta siesta, al despertar mi sensación de desubicación cronológica era total. Así como existe la adecuación física (soroche y esas cosas) , también no hay que maltratar nuestro reloj incorporado; es terrible trabajar en esos vuelos intercontinentales, pues quedas patas arriba. Eso que llaman Jetlag.


Tras mi trabajo escolar en Klemensker y luego de mi periplo por Suiza y Alemania, me decidí por conocer más tierras danesas. Había estado en Roskilde, ciudad tan cargada de historia, pero quería ver más. Muchos daneses me decían ir a Odense u Århus, me decidí por la última, ya que no tenía mucho tiempo y había cosas interesantes de esta ciudad. Era cierto lo que había oído.


Tomé el tren desde Copenhague y me esperaban ya allá. Lo bacán de AFS es la red que se arma entre los miembros de esta institución para poder alojar a la gente de otras partes (eso me sirvió en Berlín y Estocolmo también). Llegué en el tren ICE puntualmente (más exacto que los alemanes) y los Rassmussen me esperaban. La casa de ellos estaba en el centro y me hospedé sin problemas. Por la tarde-noche salí a dar una pequeña vuelta para conocer la ciudad, cuyos orígenes se pierden en la historia de vikingos y el intensos comercio del medioevo. Esta ciudad es muy activa y es el puerto más importante de toda Dinamarca. Muchas de las cosas que vi en Copenhague, en el Museo Nacional de la Edad de Bronce fueron halladas por estos territorios.


Lo impresionante de esta vieja ciudad son sus iglesias; tanto la Catedral (Domkirken), impresionante edificio (aunque, valgan verdades, más me impresionó la de Roskilde) y la bella (sí, bella) y pequeña Vor Frue Kirke (la iglesia de Nuestra Señora), la cual tiene los restos de otra iglesia adentro. Esta "gran" iglesia es gótica y la del interior es románica. Tiene unos altares maravillosos, que hacen recordar los de la Catedral de Colonia (otra belleza) y los dípticos o trípticos de pintura de Van Eyck. Las altas paredes están pintadas con viejos detalles religiosos que se distinguen gracias el blanco color que tiene como base. La cúpula interior está pintada con imágenes de santos y santas, y se destaca el trazado de la arquería como si fuesen vetas anudadas. El remate de los arcos son ojivales, un bonito detalle. Las partes expuestas de las arquerías están pintadas con detalles miniaturistas. La iglesia tiene ahora una decoración sobria (abruma el blanco, ya que casi no hay pinturas en sus paredes), típico de lo luterano. Pero su altar mayor es una explosión de imaginería como pocas veces había visto en otras iglesias de la zona o en los museos de arte religiosos en Copenhague u otras partes (hay uno en Rønne, muy simpático).
Cuando miraba embelesado todo, una amable señora se acercó a interrogarme; al decirle que era peruano, sus grandes ojos azules se abrieron y me dijo si en algún momento su hija podría ser recibida en mi casa cuando hiciese una gira por Sudamérica; le respondí gustoso que sí. Esto fue en enero de 1995. Aún la espero.
Estuve dos breves días en esta bella ciudad, insuficientes. Lástima que fui en invierno, pues me dicen que en verano esta ciudad vive su ritmo. Me la imagino.
Antes de irme y uno de mis principales motivos de viajes, fui a visitar al hombre de Grauballe, este estaba en un museo que queda un poco lejos de la ciudad, en el Forhistorisk Museum Moesgård; este es un interesante museo, ves objetos prehistóricos, así como objetos vikingos, por supuesto las famosas piedras rúnicas (tienen una buena colección). Pero el cadáver intacto de este hombre que fue sacrificado hace siglos es impresionante. En realidad, es un poco morboso lo que uno hace como visitante, ves el cuerpo de un hombre que fue estrangulado como sacrificio y lanzado a un depósito de turba (parecido al carbón) que lo preservó por siglos (casi 20, en la edad de hierro) y que fue hallado en Billund. Puede uno observar muchos detalles, incluso sus huellas dactilares. Debido a la larga permanencia en los depósitos de turba, todo su cuerpo es oscuro. la ciencia moderna ya ha estudiado su cuerpo y la reconstrucción hipotética que se ha hecho a los momentos previos a su sacrificio. Además parece que se dio para ingerir hongos alucinógenos (como a la niña llamada momia Juanita en Arequipa, que le dieron chicha para emborracharla).
Luego de esta alucinante visita, estuve en un pequeño museo que las feministas han hecho para honrar a una mujer que trabajó por los derechos de las mujeres y que fue una investigadora de botánica. Una puntual e interesante exposición de sus trabajos y de sus ideas: Maria Sibylla Merian.
Dejé con mucha pena esta linda ciudad, pero me iba hacia el sur a Bélgica y Alemania; Bruselas me esperaba.

sábado, 20 de diciembre de 2008

QUITO, BELLA (1)



Casi la mitad del mundo. A pocos grados se encuentra la capital de este país que lleva por nombre el de la famosa línea equinoccial que divide el planeta en norte y sur: Ecuador. Quito es una ciudad serrana, rodeada de montañas y un volcán, el Pichincha. Este viaje lo realicé en febrero de 1992, llegué un 03 de febrero desde Cuenca, luego de una extensa visita a unos amigos que vivían en esa ciudad. Había ido a este país por dos motivos personales: visitar precisamente a Laura y Patrick (y su hijito Camilo); y reacomodar mi vida, ya que estaba dejando Lima tras muchos años para instalarme en Trujillo. Antes de tomar la decisión final, quise hacer este periplo.


Había estado en Ecuador en 1976, pero había llegado hasta Machala; en realidad, no era mucho. Esto sí era más extenso. Ecuador estaba en una bonanza económica y nosotros salíamos del desastre que fue (no lo olvidaré) el gobierno de Alan García. Muchas instituciones, turistas, proyectos se habían alejado de nuestro país por la violencia, la inestabilidad política y la terrible inflación que nos comían. Ecuador estaba lindo, pujante; sus carreteras eran envidiables y sus lugares se veían llenos de personas que querían conocer un país andino. Y Quito puede ofrecer muchas cosas como ciudad.


Una vez instalado en un hotel céntrico y apoyado de una guía, me dirigí a recorrer el centro viejo, cerca del Panecillo. Quizá para muchas personas no hallen atractivo las ciudades con calles en subida y bajada, pero como había vivido muchos años en Arequipa, las ciudades así me atraen mucho (Trujillo es excesivamente plana). Las estrechas calles del Centro Viejo son atractivas, bulliciosas. Me fui a la Plaza Mayor, por ahí había que empezar; el palacio de Carandolet, la sede de gobierno no es algo notable; tampoco lo es la catedral; pero si hay algo bello por ver en esta ciudad son las iglesias de San Francisco y la Compañía, extraordinarios monumentos barrocos que han sufrido modificaciones por las reconstrucciones hechas luego de diversos violentos terremotos que asolaron la ciudad. Si uno quiero ver la joya de la ciudad, uno debe ir al convento de San Francisco. Iglesia y claustro son una belleza impresionante. En realidad, con las iglesias de El Sagrario y La Compañía, esta ciudad tiene para competir con las de Cuzco, Guanajuato o Potosí. Entrar a ver los espacios aéreos, cúpulas totalmente labradas, sus altares en pan de oro y sus innumerables cuadros de la escuela quiteña te apabullan por la belleza y el boato. Mención aparte es sus yeserías, sus imágenes, muchas de ellas hechas por un gran artista como fue Bernando Legarda (hay una en la iglesia de San Francisco en Trujillo, ciudad en la que hay bastantes trabajos de la escuela quiteña - por ejemplo, el convento de las carmelitas es obra de jóvenes quiteñas-). Hay que ir a ver el Museo de Arte Colonial, es una visita obligada. Los claustros de San Francisco tienen su propia identidad y difieren bastante del complejo construido por esta congregación en la ciudad de Lima.
Quito no sólo es iglesias; otra visita obligada es al museo Guayasamín, impresionante y además un verdadero obsequio de arte y arquitectura de este predilecto a su ciudad.