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Trujillo, La Libertad, Peru
Un espacio para mostrar ideas y puntos de vista ligados al arte, a la cultura y la vida de una sociedad tanto peruana como universal
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jueves, 3 de diciembre de 2015

CRÓNICAS AREQUIPEÑAS 1

Tras algunas indecisiones y gracias a la visita de Soraia, hija de María Ramos, una muy buena amiga, el viaje a Arequipa se hizo realidad. Después de arreglar y coordinar todo lo necesario para que todo estuviese caminando como se debe, salí el viernes 16 de octubre en un vuelo nocturno hacia Lima. Trujillo carece de conectividad aérea con el resto del país y el mundo, todo está centralizado en la capital, escala obligada para todo. Así pues, tuvimos que soportar algunas horas de madrugada en el saturado aeropuerto internacional limeño (el único) para registrarnos en el vuelo de Peruvian a las 4:30 am. El vuelo salió un poco atrasado, pero llegamos sin ninguna novedad al aeropuerto Alfredo Rodríguez Ballón, muy bien equipado, y accedimos a sus instalaciones gracias a las mangas para pasajeros que tiene.




Una vez recogidas nuestras maletas, empezamos el periplo antes de llegar a nuestro hotel. Arequipa siempre es un lugar interesante para visitar. Como hay bastante movimiento turístico, los días sábados y domingos tienen una intensa actividad que logramos aprovechar. Así que ese sábado 17 y domingo 18 iban a ser bien aprovechados. En el trayecto a nuestro primer objetivo vimos parte del inmenso puente Chilina (http://www.puentechilina.com/) que conecta Selva Alegre con Cayma, construcción que alivia el denso tráfico que hay en la ciudad y que satura los puentes viejos que tiene el centro histórico como el Grau (1898) y el Bolognesi (1577). Viví en esta ciudad por 12 años, prácticamente mi niñez la pasé por sus calles y parques, y es aquí donde culminé mis estudios escolares. Tenía el bonito recuerdo del parque Grau que  tenía (y tiene) instalaciones infantiles a las cuales mis padres nos llevaban (a mi hermana y a mí) los domingos familiares en los 60; recuerdo sus calles con tranvías, tristemente desaparecidos. Muchas cosas y espacios vistos por un niño son vistos y vividos a través de experiencias y emociones que luego pasan el filtro del tiempo. He regresado numerosas veces a esta ciudad y volverse a topar con tus recuerdos es toda un encuentro teñido de nostalgia. Muchos espacios prefiero recordarlos como se instalaron en mi memoria.  Con esta sensación personal iba pues a reencontrarme, una vez más, con Arequipa.
El primer objetivo era el mirador de Carmen Alto. En 2011 y 2013 estuve allí por una visita que hice por la Alianza Francesa y por el reencuentro promocional del colegio La Salle por nuestros 40 años de egresados. A diferencia de las visitas anteriores, en esta oportunidad tuvimos todo el espacio para nosotros, ya que aún no llegaban los buses turísticos y solo estábamos nosotros tres más nuestro guía. Luego de hacer una explicación de la andenería (que veríamos con mayor esplendor en la ruta a Chivay), nos disertó sobre las frutas de la región. María y Soraia conocían por primera vez la papaya arequipeña, el tumbo. Además me enteré de una característica nociva de la uña de gato, poderoso antiinflamatorio que solía beber diariamente; había oído que no era bueno (no sé si verificado) para personas que tienen problemas de presión arterial (como es mi caso), pero lo que se comentó ese día me pareció alarmante: afecta a la visión (como lo dicen de la caigua). Estuve buscando información en internet y sale más sobre sus propiedades benéficas en tratamiento contra el cáncer. Pero lo otro, casi nada.
Luego de esta breve estancia en Carmen Alto, nos dirigimos a Yanahuara (http://www.muniyanahuara.gob.pe/index.php?option=com_content&view=article&id=15&Itemid=9), lugar del que tengo entrañables y positivos recuerdos. Este barrio fue la imagen visual de la ciudad en los años 70, con las del claustro de Santa Catalina, que identificaba la arquitectura e historia urbana arequipeñas. Las autoridades municipales de ese entonces acordaron llevar a cabo un ambicioso proyecto de crear un concepto turístico global. Y Arequipa entera se volcó a hacer de su ciudad, uno de los lugares más interesantes y bellos para visitar: no solo limpiar, restaurar, modificar espacios o crear otros, sino cambiar la conciencia de la mayoría de sus habitantes. Los arequipeños se sienten orgullosos de su ciudad; entonces, tenían que evidenciarlo con verdaderas acciones que mostrasen el aprecio de su ciudad: ordenarse, mantenerla limpia, cambiar la actitud hacia el foráneo, conocer su historia y detalles de la misma, que cada rincón sea significativo para ellos y que todos los ciudadanos lo sean de su urbe y sus alrededores. El camino fue arduo, pero los resultados se vieron casi tres décadas después. La ciudad, su casco histórico, logró ser declarada Patrimonio Histórico de la Humanidad por la Unesco. En este rescate de la urbe, Yanahuara fue uno de los barrios que se vio más beneficiado y que aprovechó su arquitectura y ubicación privilegiada para crear el primer mirador de la ciudad desde su plaza principal. 








La visita a su vieja iglesia nos permitió conocer los detalles de la construcción en sillar del barroco indígena. Por primera vez entendí toda la simbología que se expresa a través de imágenes de esas esculturas de un Gólgota ubicado generalmente cerca del ingreso principal de las iglesias de reducciones de indios. Tuve la oportunidad  de ver otra en el patio exterior de la iglesia de indios de Mórrope. Con esculturas sencillas, así como se hacía con los murales, la feligresía analfabeta era “educada” en la cosmovisión cristiana. Bueno, esa la creencia de los primeros extirpadores de idolatrías y, luego, de los curas evangelizadores. Desde entonces empezó el sincretismo religioso que invade todas las iglesias de América Latina (lo vi en Ecuador, Bolivia y México). Concluida nuestra visita por las estrechas calles de este bello barrio y haber visto abundante queso helado para calmar la sed, nuestra movilidad nos recogió para ir a nuestro hotel, dejar las cosas y darnos una buena ducha. Ubicado en San Lázaro, nuestro hotel resultó un espacio simpático y estratégico. Ahora este barrio, al cual recuerdo tranquilo y silencioso, se ha visto rodeado de hoteles, restaurantes, cafés, todo tipo de servicio para el turista. Luego de la ducha, nos fuimos a caminar por el centro, bajamos por la calle Jerusalem hasta llegar a la calle Mercaderes para hacer algunas compras y, luego, dirigirnos a los claustros y la iglesia de la Compañía. La visita siempre es agradable, con sus bellas tallas en la piedra y la iglesia, sobre todo con su famosa capilla, San Ignacio, en la que hay dos pinturas de  Bernardo Bitti, reconocido pintor y sacerdote jesuita italiano (http://www.estudiosindianos.org/glosario-de-indias/bernardo-bitti/)  (http://www.dibam.cl/dinamicas/DocAdjunto_40.pdf) (http://www.misionjesuitaperuana.com/#!bernardo-bitti/c6y7); además, todas sus paredes y techo están profusamente cubiertos de pintura de imaginería local que muestran plantas, árboles y animales de la selva.  Para más detalles de esta bella iglesia, dejo este vínculo para que lean su historia y detalles (http://moleskinearquitectonico.blogspot.pe/2010/08/iglesia-de-la-compania-arequipa.html).







Luego de esta visita, con encuentro casual con un amigo de mi hermano, nos dirigimos a Santa Catalina. Previamente una breve pascana para tomar un jugo de papaya arequipeña. Los estragos del viaje, más la mala noche (peor a Soraia que estaba sufriendo el cambio de horario) nos estaban pasando factura. Además, Arequipa es una ciudad que está por encima de los dos mil metros (2335), detalle que hay que tomar severamente en cuenta. Luego de esta breve pausa, nos fuimos al objetivo final de este día. E íbamos a cerrar con broche de oro. Santa Catalina es siempre un encuentro con un espacio que te lleva automáticamente al pasado. Aunque su silencio se ha roto desde los 70 cuando se abrió el monumento a la población y al turismo, queda todavía toda esa mística y forma de vida de las monjas que pasaron por sus paredes. Cada rincón se va abriendo a tus ojos con un estallido de colores que no ves con mucha frecuencia en otras partes, dándole un contraste entre la severidad de la clausura y el color vivo del cielo y las paredes de la magna edificación. Desde su apertura en 1970, lo he visitado toda vez que he podido hacerlo. “Bien vale una misa”. Alcanzo algunas fuentes para que revisen los méritos de este bello espacio (http://www.santacatalina.org.pe/) (http://www.hostraptors.com/convento/historia-del-monasterio-de-santa-catalina-de-arequipa.html).










Luego de nuestro viaje al pasado, nos dirigimos a descansar para reponer fuerzas. Por la noche salimos a cenar al restaurante Zigzag. Un primer día intenso y sin aburrimientos.

martes, 30 de agosto de 2011

VIAJE A LA NOSTALGIA: AREQUIPA

























Los retornos a los lugares del pasado son también viajes a esos rincones de tu mente que se quedaron congelados en algún momento de tu vida. Lugares que fueron permanentes recuerdos regresan a ti cuando pisas nuevamente ese recuerdo geográfico. Este es el caso de Arequipa. En ella viví casi 11 años e hice toda mi vida escolar. Llegué de muy corta edad y nos instalamos, mi padre, mi madre y mi hermana Lucero en una primera casa en la calle Santo Domingo, frente a la oficina en la que mi padre trabajaba y había sido enviado desde Piura como gerente.

El día 12 de agosto salimos Laetitia y yo para tener una serie de reuniones con la gente de la Alianza Francesa de Arequipa para devolver una visita hecha a nuestra Alianza este año en los primeros meses. Un viaje rápido en avión con una forzada escala en Lima (tenemos el fuerte centralismo que nos obliga pasar por Lima a y desde cualquier lugar que vaya o venga por avión) nos llevó a Arequipa, ciudad a la que llegamos a eso de las 7 de la noche. Teníamos una invitación ya ese día para estar en su local, una bella casa antigua que es la envidia de todas las Alianzas del país. La ciudad de noche no se percibe mucho (“de noche, todos los gatos son negros”), pero veíamos el denso tráfico y la excelente iluminación que tiene la ciudad me iba a dar con varias sorpresas, tanto para mí (que no la visitaba desde 1998) como para Laetitia. La ciudad es ahora una urbe de más de un millón de habitantes y los servicios que ofrecen son buenos y variados, y la hacen con toda justicia la segunda ciudad del país. Luego del simpático espectáculo hecho por alumnos de la Alianza e invitados, nos fuimos a comer a un restaurante que queda en la misma Alianza que tiene instalaciones muy simpáticas y con una buena y variada oferta gastronómica. Arequipa es una ciudad en que hay de todo, para todos los bolsillos y con una gama culinaria tanto local como foránea. Y durante cuatro días y lo íbamos a comprobar.


Tras una pequeña salida nocturna, nos fuimos a dormir temprano para ir a reunión temprano. Aunque la ciudad estaba de fiesta (desde el 14 hay desfiles), la Alianza estaba abierta. Visitamos todas las instalaciones, su mediateca, su laboratorio de media, sus aulas. Luego de eso, muy gentilmente nos invitaron las entradas a Santa Catalina; antes, habíamos contemplado una marcha de pobladores que se aunaban a la celebración de sus fiestas, gente que se dirigía a la Plaza de Armas. Todos coreaban vivas a Arequipa con un orgullo que pocas personas de otras partes del país toleran, culpándolos de chauvinistas. Pero su ciudad amerita todos los adjetivos posibles de belleza y trabajo; en Arequipa la gente trabaja duro por su desarrollo personal y también por su ciudad, cosa que no vemos en otras partes de nuestro país. La gente sentía orgullo de su ciudad, su cultura y sus derechos por los cuales, ellos sí luchan con denuedo.

Santa Catalina es un inmenso claustro que fascina a todos. La combinación de colores, el manejo de espacios y perspectivas hacen de este monasterio una visita obligada. Una cosa que causó mi sana envidia es la cantidad de turistas que hay en la ciudad. Por todas partes ves cantidades de ellos copando servicios que felizmente no colapsan, ya que la ciudad ya está preparada a ello. Esa es la razón por la cual la ciudad va a recibir la convención minera, la que estaba prevista para Trujillo, pero que por motivos infraestructurales se perdió. El monasterio estaba lleno de turistas tanto nacionales como extranjeros. Pero el problema en todas partes era el guía. Salvo en Chachapoyas donde tuvimos un buen guía, tener un buen guía informado y variado, que no se haya aprendido el parlamento de memoria y que haya investigado más es un logro muy difícil de hallar. Muchas veces una visita puede potenciarse o desplomarse si tienes un buen guía que te motive a investigar, a imaginar, a hacerte una idea sólida del sitio que visitas, o por otro lado caer en el absurdo de explicaciones contradictorias del lugar que estás observando. He oído versiones anacrónicas o totalmente desubicadas en las explicaciones dadas por ejemplo en la Catedral en la que el guía me decía que Francisco Laso, pintor limeño del siglo XIX, era un pintor del barroco peruano. O cuando un lugar, como el caso de Santa Catalina, con una belleza arquitectónica relevante, la información de los que la edificaron sea pobre (no supimos quién fue el arquitecto inicial) y prioricen sólo datos de corte religioso. El manejo de la historia, geografía, arte es en general pobre. Es el producto del descuido de la educación actual que le da más prioridad a computación que a la filosofía o las ciencias sociales. En todas partes “se cuecen habas”. Así pues, con todos estos datos, sacamos con Laetitia nuestras propias conclusiones del monasterio que teníamos delante de nosotros. Visité Santa Catalina, por primera vez, en 1972. Lo visité varias veces, ya que llevaba a amigos o parientes que llegaban de visita a nuestra casa. Las otras oportunidades se dieron en las visitas posteriores cuando ya residía en Lima o Trujillo. Ahora en 2011, veo a este bello espacio, mejor presentado, con nuevos espacios al visitante, con mejor señalética y, sobre todo, con unos colores más vivos que resaltan sus muros, cúpulas, puertas, esquinas, plazas. Nos hubiera gustado verla de noche (ahora hay visitas nocturnas) o verla con todo su esplendor en algún concierto de música barroca como alguna vez organizamos en lugares especiales como la Iglesia de Huamán en Trujillo. Sus formas acogen a quienes caminan entre sus estrechas calles; una vez vi una publicidad promocional del Caretas en los años 70 (creo 71 ó 72) que vistió de monjas a dos modelos arequipeñas y las hicieron posar en diversas partes del monumento. Alucinante.


Saciados de belleza nos fuimos a dar rienda suelta de nuestra hambre física y nos fuimos a la búsqueda de rocoto relleno y chupe de camarones. Un opíparo almuerzo coronó nuestra mañana y antes de ir a la siesta, decidimos ir a la iglesia de La Compañía. Estaba cerrada, pero fuimos a sus claustros en la búsqueda del restaurante de un francés instalado en la ciudad. Arequipa tiene una notable presencia de extranjeros residentes que han instalado todo tipo de servicios y restaurantes que hacen de esta ciudad un verdadero paraíso del cual en Trujillo carecemos. Fuimos al Zigzag de unos suizos, con una carta impresionante; o la de comida turca en diversas versiones para todos los bolsillos. Comida francesa, argentina, chilena, alemana, fuera de los tradicionales chifas. Falta uno japonés. Ahora, en verdad, todo eso es sostenido por la cantidad de turistas que llegan a esta ciudad. El centro antiguo es un bazar de empresas de turismo para todos los gustos. Con Laetitia hicimos la promesa de ir al restaurante francés para una buena degustación de buenos vinos y, sobre todo, quesos. Nunca logramos ir. Queda pendiente.

Decidimos ir a descansar un rato, mientras el centro de la ciudad se iba volviendo un loquerío, puesto que se preparaba la serenata de la ciudad. Teníamos una cena de confraternidad y nos preparamos para ir. Fue un momento de buena conversación, buena comida, calidez de personas que trabajamos por un objetivo común. Los directores de la Alianza de Arequipa son unos buenos anfitriones y lo demostraron ese día. Terminada nuestra velada, nos decidimos ir al hotel a dormir.


























El 14 de agosto, domingo, decidimos ir a la campiña. En Arequipa hay una suerte de fiebre con estos buses paisajistas que han colmado la ciudad. Esto es muy peruano: descubrimos una interesante fuente de ingreso y automáticamente la idea es tomada por todos. En Lima lo ves con la cantidad de ópticas que se instalaron en el centro de Lima; lo mismo pasó con las farmacias que se instalaron por todas parte juntas (en un encuentro de dos avenidas tienes hasta 6 farmacias grandes que se hacen una competencia feroz y no sé cuánto nos beneficie). En Arequipa se da con los estos vehículos panorámicos. En un principio hubo 2; ahora más de 12. Y ahora ya se ve en algunos de ellos deterioros debido a la distorsión de precios que genera las sobreoferta. Ya queda poca ganancia debido a los costos no cubiertos y que a la larga se vuelve un peligro a los usuarios. En el caso nuestro, los frenos de nuestro ómnibus nos hacían dudar de su mantenimiento. A veces la competencia no es tan sana, sino se la regula. Pero se llama reglas del mercado, hasta que un accidente te saca del mismo. Espero que ninguno de nosotros sea el que sufra las consecuencias de esta competencia. El viaje fue simpático en un inicio, pero luego se fue tornando en una pesadilla cuando eres arrastrado por todo el grupo. Yanahuara estuvo bien, así como la campiña; pero luego en camino a Sachaca y el palacio Goyeneche, ya cerrado al público, la cosa se hizo más rutinaria. Ya en la mansión del Fundador, nuestra paciencia eclosionó. Las cientos de personas que se hallaban en el local nos impedían hacer una visita sosegada. Peor aun cuando tenías impertinentes que iban con sus equipos de sonido o preferían la foto sin importarles los demás. Salvajes. Y el colmo fue el hecho que un grupo de familia se puso a discutir entre ellos a gritos sobre una herencia. A vista y paciencia de todos nosotros. La pesadilla culminó con la visita al molino de Sabandía. Fue uno de los puntos negros de nuestro viaje. Pero todo iba a ser recompensado con un buen almuerzo en el restaurante La Viña (Laetitia comió su segundo chupe de camarones) y luego una interesante visita a las instalaciones donde tienen a la momia Juanita. El sitio está bien tenido, hay una ordenada y bastante detallada exposición de objetos hallados con los sacrificios hechos (objetos de culto, cerámica, los valiosos tejidos como hablaba John Murra). Obviamente, la estrella principal es la momia de esta niña que fue sacrificada en las faldas del Ampato. Una de las cosas que más me llama la atención es que toda referencia de Miguel Zárate, quien apoyó al hallazgo de estos restos, haya sido totalmente borrada. Como si no hubiera existido. Recuerdo que cuando salió el espacial de National Geographic, el volumen 189, número 6 de junio 1996, con este descubrimiento se lo nombraba y había fotos con él, como el de la página 67. Pero ahora, está totalmente borrado. Quise indagar más, pero parece que es una historia larga, puesto que su hermano, Carlos, a quien luego visité brevemente, no tuvo tiempo para contarme los detalles. Pese a todo, la visita fue todo un regalo a la imaginación.