En los últimos años, gracias a un movimiento mundial centrado
en el respeto de los derechos esenciales de la persona, la sociedad peruana ha
ido experimentando una serie de cambios positivos para mejorar la calidad de
vida de los ciudadanos en la búsqueda de hacer respetar los derechos básicos y
resarcir hechos errados en el pasado con el fin de lograr una sociedad más
justa y digna. Diversos estados del mundo se han ido adhiriendo a propuestas
filosófico-jurídicas para proteger a sus ciudadanos y darles la seguridad de
poder cubrir sus necesidades básicas. Este es el ideal de todos los hombres y
mujeres que pueblan el planeta. O, por lo menos, el de la mayoría.
Sin embargo, la realidad suele distar de esta suerte de aún
entelequia por diversas razones. En su realización, vemos diversas situaciones
por las cuales los derechos no son aplicados en su cabalidad. Las razones son
muchas, siendo el principal condicionante, lo económico. Sería largo discutir
esta causa en un espacio como este. Vayamos, eso sí, a una reflexión sobre lo
cotidiano. El motivo del origen de muchos conflictos diarios se da por el
escaso conocimiento o una información tergiversada que se ha impartido en las
personas sobre la aplicación de tales derechos personales. La presencia de
derechos individuales va acompañada de los colectivos, puesto que el
reconocimiento y la aplicación de mi individualidad y mis derechos se dan en
cuanto en interrelación con más individuos, con una colectividad. El equilibrio
entre lo personal y lo colectivo es lo que debería de regir nuestras vidas, las
relaciones armoniosas. Pero, la corrupción y el afán de lucro han ido distorsionando
las mismas. De un desamparo permanente que tenían diversos sectores de la
sociedad se ha pasado a una sobreprotección nada saludable que es explotada por
cientos de personas inescrupulosas, creando entornos jurídicos para beneficiar
a aquellos evidentes trasgresores de las más mínimas leyes de convivencia. No
solo hay delincuentes probados que salen campantes e impunes a continuar con
sus fechorías bajo raros y efectivos mantos legales, o choferes de transporte
público que son unos verdaderos asesinos del volante y siguen manejando en una
ciudad convertida en una jungla por sus bravuconadas; también hay una serie de
ciudadanos simples que han hallado en estos vacíos formales la posibilidad de
generar una renta permanente o justificar su accionar trasgresor con sus
vecinos, sus círculos sociales o los círculos de otros. No es el sentido del
derecho lo que persiguen las más de las veces, sino las pingües ganancias que
obtendrán gracias a la colusión con personajes oscuros del mundo judicial.
La educación ciudadana debe de formar a los individuos para
defender de sus derechos; también honrar sus obligaciones y ser consciente que
sus acciones deben de tener una consecuencia; estas dos últimas son
frecuentemente olvidadas. Una amnesia intencional, obviamente.
No hay comentarios:
Publicar un comentario