El 14 de julio es una celebración simbólica para el
desarrollo del concepto y las ideas de la democracia. Aunque se desató una
vorágine sangrienta por casi una década, las ideas desarrolladas por un grupo
de pensadores humanistas iban a ponerse en práctica en un continente que
clamaba a gritos un cambio drástico en la estructura social y todo lo que surge
en torno a ella. La Revolución Francesa, llamada también, la revolución
burguesa, permitió un giro de 180 grados en cuanto a lo que el poder y el orden
social significaban en ese entonces. Y la sociedad occidental se inclinó por ese
cambio que va a gestar las democracias formales de muchos países de la
actualidad; además va a iniciar una perspectiva nueva de la visión del
individuo frente a toda manifestación de la construcción social como las
ideologías y la cultura. Es el triunfo del concepto de hombre que unifica a la
humanidad por encima de todas las manifestaciones que crean sus diferencias y
sus exclusiones. Ese es el valor que una efeméride como la Toma de la Bastilla
recibe por varios hombres y mujeres que luchan por ideales democráticos
alrededor del planeta.
El ataque perpetrado en la ciudad balneario de Niza asume un
peso ideológico más allá del acto criminal e insano cometido por un fanático de
origen tunecino que ha causado la triste cifra de 84 víctimas. Se ha escogido
una fecha para atacar los principios de los derechos fundamentales de la
humanidad. Es el fanatismo, en cualquiera de sus versiones, el que halla a esta
fecha como una razón antagónica a sus intereses. La acción, además de crear el
caos y la zozobra, genera el repudio a un sistema y el cuestionamiento del
propio, acentuando las diferencias y generando los recelos, caldo de cultivo
muy bien aprovechado por extremistas y fanáticos de cualquiera índole. Los
temores exacerbados atacan directamente al sistema democrático; lo debilita en
su esencia, pues se lo identifica como un modelo gubernamental débil y
excesivamente permisivo.
La raíz del problema no nace en la supuesta debilidad de la
democracia; nace en la carencia de una adecuada educación ciudadana. Por eso
los revolucionarios franceses entendieron que para que su sistema sobreviva
debían apostar por la educación obligatoria, laica y universal. Lo que hemos visto
estas últimas semanas son diversas manifestaciones que empañan la búsqueda del
trabajo común. Así se pueden entender desde los fanatismos religiosos suicidas,
la masacre de una discoteca gay en Florida, el famoso Brexit o intentonas
golpistas como la de Turquía, hasta el acaparamiento del poder por diversas
estrategias basadas en el miedo y la intolerancia en los juegos electorales que
quieren poner en jaque la estabilidad de un gobierno o diversas instituciones
que conforman el tejido social de una ciudad, región o país.
Queda un largo y tortuoso camino por recorrer.