En mis clases de
Lengua de antaño con Luis Jaime Cisneros en las aulas de la PUC, leíamos un interesante
texto de Luis de Góngora y Argote: el panegírico al Duque de Lerma. En este,
todo el pensamiento y la técnica del mundo barroco llega a su máximo esplendor.
La construcción barroca, abigarrada y confusa de primera impresión, “estiraba”
el lenguaje para ver todas sus posibilidades. Pero, el enrevesado texto ensalza
a uno de los personajes de más dudosa conducta y en el que la corrupción,
promovida por él y sus hombres de confianza, comienza a socavar la corte
española.
En los últimos años, nuestra
lengua, la de la geografía humana peruana, ha ido adquiriendo raras excepciones
y eufemismo, gracias al dilecto grupo de políticos y personajes de otras ramas
(periodistas, empresarios, religiosos, gente de otros quehaceres o de la
farándula). Desde “no se cayó, se desplomó” a las nuevas acepciones del robo
generado por la corrupción o “prisión preventiva”, las palabras se han ido
estirando hasta límites insospechados. Estamos, pues, ante una nueva explosión
del barroco lingüístico no generado por poetas o literatos, sino, en nuestro
caso, por personas que exploran, por así decir, una suerte de “resiliencia” de
las palabras. Diversos personajes políticos construyen nuevas versiones para
justificar a sus líderes, los cuales se hallan, cada vez, más envueltos en
gruesos escándalos comprobados de corrupción; por tal motivo, se dedican a
explorar algún vacío semántico al cual aferrarse para “salvar” la dignidad de
la cabeza de su vapuleado partido o institución. Ejemplos, como “no lo nombró”,
surgen como una extrema explicación para justificar lo indefendible. También
está la omisión intencionada o accidental de incluir a todos aquellos
personajes sobre los cuales recae la descripción adecuada para ser
identificados y posteriormente recibir la sanción justa. Muchos medios y
periodistas están obviando al poderoso mundo empresarial (por ejemplo, el
famoso Club de la Construcción o la CONFIEP), puesto que muchas personas se
juegan sus puestos, su razón de vida, entorpeciendo investigaciones para llegar
a la verdad. Es más fácil exponer a un personaje público, como lo es un
político, que a otros que mueven hilos más gruesos y silenciosos en el oscuro
manejo del país.
Otros elementos más están
jugando en esta interesante creatividad lingüística: la condición relativa de
los actos. La prisión preventiva de los Humala, vista como un acto de justicia para
la comunidad oficial y de oposición de todos entonces, se ha ido decantando en un
acto de lesa humanidad y exceso una vez que los implicados y sancionados son
otros. Declaraciones de políticos desgarrándose las vestiduras rozan lo
ridículo, habida cuenta que se tienen muchas evidencias que contradicen su
posición.
El mundo político
peruano está hecho pedazos. Y caerá, pese a su búsqueda de sobrevivir. ¿Y qué estamos
haciendo como sociedad civil ante esto?