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viernes, 25 de diciembre de 2009

JULIANO, EL APÓSTATA: UN DESCONOCIDO BRILLANTE

"Prisco piensa que hay que alfabetizar al pueblo. Salustio cree que no, y sostiene que el conocimiento de la literatura sólo puede hacer que los hombres humildes se sientan insatisfechos con su condición. Yo participo de la opinión de ambos. Una educación superficial es peor que ninguna: fomentaría la envidia y la pereza. Pero una educación completa abriría los ojos de los hombres sobre la naturaleza de la existencia humana y todos nosotros somos hermanos, como recuerda Epicteto. Aún no he hallado el problema". Esta es una de las tantas reflexiones que he destacado en un libro fantástico (Juliano, el Apóstata, de Gore Vidal, escrito en su estancia en Roma en el cuerpo diplomático norteamericano entre el 1956 al 58) que acabo de concluir precisamente ayer, vísperas de la mayor fiesta cristiana (para los cristianos, no para la humanidad).
Muchas veces actuamos los cristianos pensando que la religión profesada es la única, la verdadera.  Y esta observación tan profunda, que llevó  a que la humanidad haya creado un parámetro más de división entre nosotros, fue remarcada por Juliano, a quien lo llamaron Apóstata.
Juliano es de la línea de Constantino, el emperador que vio peligrar la unidad religiosa impuesta y que había promovido el cristianimo, haciendo una jugada magistral para su aceptación en  el mundo romano de oriente. se hizo llamar "Enviado de Dios cristiano sobre la Tierra". Este magistral golpe geopolítico pronto se vio en problemas por las disputas de los arrianos con la religión oficial del papado insipiente. Juliano fue testigo de las tremendas contradicciones de la nueva religión que proclamaba amor y usaban diestramente el cuchillo para degollar; predicaba la pobreza, pero las suntuosas residencias de los jerarcas, así como todas las manifestaciones de riqueza del purpurado, contradecían (aún lo hace) esta prédica; pedían el respeto, pero construían sus iglesias (osarios) sobre los templos de los antiguos dioses (así como sucedió con las huacas y templos de las culturas prehispánicas). Los ejemplos cotidianos hicieron reflexionar a este hombre que gustó mucho de la filosofía (estuvo algunos años en Atenas siguiendo a algunos maestros, Máximo uno de ellos) y que, ante tanta contradicción, quiso volver a sus antiguos dioses. Uno de los puntos que exarcerbó a Juliano fue el hecho que la religión se volvió una cuestión de estado, a tal grado que se volvió "religión oficial", en una cultura en la cual convivían cultos religiosos de toda índole. Las exigencias de las autoridades religiosas se fueron tornando cada vez más intransigentes con las personas que no eran sus adeptos.
No hay que olvidar que nuestras dos religiones monoteístas (no el judaísmo, pero sí el cristianismo en todas sus formas; así como el musulmanismo, en todas sus formas también -recordar la Hégira) son marcadamente proselitistas; las campañas de los cristianos (cruzadas, conquista de América, evangelización) no son sino estrategias (algunas de ellas terriblemente sangrientas) para ganar más adeptos.
Juliano supo vivir entre dos mundos, supo llevarse bien con hombres y pueblos de su época. La obra de "romanización" de la Galia y la zona conocida como "Selva Negra" alemana (Schwarzwald, con zonas tan importantes como Colonia) se llevó a cabo bajo su mandato y contuvo en cierta manera el derrumbe ya visto de la Roma imperial.
Juliano se hizo llamar "helenista" y amaba la filosofía, porque veía en ella el fin del hombre a sus respuestas. Sabía que, en cierta forma, la filosofía era contraria a dogmas, por lo que a los pocos meses de su muerte, en su campaña en Persia, dudaba también de los dioses a los cuales invocaba.
Esta otra frase lo pinta de cuerpo entero, haciendo la salvedad del tiempo transcurrido (ojo, la esclavitud existió hasta el siglo XIX, me atrevo a decir que hasta ahora, ya con el cristianismo dominante). Esta frase es una belleza y sintetiza el afán de un hombre que quiso rescatar la esencia de la humanidad:
"...Los escudos habían sido cubiertos con resina para ser protegidos. Me sentí muy impresionado al mirar esas reliquias de esa batalla que había tenido lugar hace ochocientos años antes. Esos jóvenes hombres con sus esclavos - sí, por primera vez en la historia los esclavos lucharon con sus amos - salvaron al mundo. Un hecho más importante es que lucharon por su propia voluntad, a diferencia de nuestros soldados, que son reclutas o mercenarios. Incluso en tiempo de peligros, nuestro pueblo no lucharía para defender a su país. El dinero, no el honor, es ahora la fuente del poderío romano. Cuando desaparezca el dinero, desaparecerá también el estado. Por ello, debe restaurarse el helenismo, para inculcar en el hombre ese sentido de su propio valor que hace posible la civilización, y que triunfó en la batalla de Maratón"