El flagelo de la esclavitud no ha desaparecido. La
explotación laboral de muchos niños de pobre condición envuelve una actitud
esclavista en la actualidad. Se la empleó en épocas pasadas y actualmente
tenemos formas cada vez más sofisticadas y justificadas de estas veleidades
humanas. La esclavitud es la forma más barata de conseguir un recurso de trabajo
casi gratuito y para eso se debe de degradar al ser humano a la condición de
una bestia de carga o de una máquina, pues es una fuente de energía laboral que
debe de generar muchos réditos y poco gasto. En otras palabras, una forma de
alta rentabilidad.
En la antigüedad, la esclavitud logró sus formas de
sofisticación durante el Imperio Romano, en el que se estableció un complejo sistema
para comercialización y categorización de diversos grupos humanos (hombres,
mujeres y niños), incluso con un intrincado aparato legal que permitía a una
persona convertirse en un ciudadano libre o, por el contrario, en un esclavo.
Los famosos gladiadores fueron, en muchos casos, esclavos que podían ganar su
libertad; o, sino, una derrota de un ciudadano metido de gladiador significaba
convertirse en un esclavo más. El cristianismo cuestionó este sistema y esta
posición le permitió ser acogido masivamente por miles de personas en esa
condición. Pero la cristianización no va a ser un impedimento de su difusión;
las conquistas europeas desde el siglo XIV en adelante va a encontrar “carne
fresca” en diversos continentes, sobre todo África. En América, las discusiones
si los aborígenes contaban con alma o no, pese a las discrepancias o
justificaciones por parte de hombres religiosos como Bartolomé de las Casas,
solo van a generar atenuaciones en el trato duro y salvaje que tuvieron los
conquistadores con los diversos pueblos sometidos. El nuevo sistema de
esclavitud va a tener diversos nombres como obraje, encomienda u otras formas
de usurpación sobre diversas etnias y culturas de la América precolombina. Lo
interesante es que no solo trabajaban gratis, sino que además debían de pagar
impuestos por su condición de avasallados sin importar la edad o sexo.
La expansión de los DDHH después de la
Revolución Francesa ha sido un proceso largo de concientización. Y no acabará.
Los últimos dos siglos han sido turbulentos con independencias violentas en antiguas
colonias africanas (como Congo Belga o Argelia) o la macabra maquinaria del
nazismo que clasificaba a muchas etnias como infrahumanos. En realidad, los DD.HH. van en contra de la
lógica de una obtención escandalosa de ganancias, que incluso tienen hasta
legitimación (se crea un cuerpo legal para su justificación). Las condiciones laborales de muchas empresas
en el extranjero, como las famosas maquilas, no es sino una forma de
explotación tan frecuente en la que se emplea a mano de obra más barata como lo
son las mujeres y los niños. Y muchas empresas hacen la vista gorda ante esta
cruda realidad. Es que es una ganancia redonda. Y los estratos más vulnerables,
débiles e invisibles de la sociedad como lo es el niño es carne fácil de una
pirámide de explotación que nace, en muchos casos, en hombres de corbata hasta padres Inescrupulosos que los emplean para obtener ganancias indebidas. Tapar el sol
con un dedo.
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