Esta última semana fui testigo de dos
eventos que se enmarcan en esas décadas de guerra interna (1980 – 2000): la
presentación del libro Señor Cioran de Luis Eduardo García y la sentencia
dictada a los autores de la masacre de Accomarca hace 31 años.
Luego del retorno de la democracia formal
en nuestro país con la elección de
Fernando Belaunde, un movimiento sedicioso llamado Sendero Luminoso hacía
pública su presencia ante la comunidad peruana con la famosa quema de ánforas en un pequeño pueblo llamado
Chuschi un 17 de mayo de 1980. Para los que íbamos, por esos años, a diversas
universidades nacionales o privadas en diferentes partes del país, este
movimiento clandestino ya era conocido en los pasadizos y en las elecciones de
Centros Federados o de representantes por aula. Lo digo por experiencia propia.
Pero nadie les dio la debida importancia sobre sus oscuras intenciones: dar el
gran salto. Diversos autores intelectuales, entre historiadores, antropólogos,
sociólogos y periodistas, han tratado de hallar explicaciones para este
movimiento al cual Simon Strong denominó “el movimiento subversivo más letal
del mundo” (HarperCollins Publishers, 1992); los trabajos de Carlos Iván
Degregori (El surgimiento de Sendero Luminoso, 1990) y Gustavo Gorriti
(Sendero, historia de la guerrilla milenaria en el Perú, 1990) son libros
obligados que todo peruano debe de leer y debe de incluirse como tema a ser
estudiado en las aulas por nuestra niñez y juventud a pedido de muchos
educadores. No solo la academia abordó este periodo oscuro de nuestra historia;
el arte ha ido más lejos. Muchos artistas, por su vena social, fueron
confundidos como terroristas. Cuando Juan Acevedo y su famoso Cuy aparecían
entonces en el Diario Marka, o los diversos dibujantes y escritores bajo la
batuta de Nicolás Yerovi publicaban Monos y Monadas, solo esperábamos que la
censura o la prisión no fuesen el destino de alguno de ellos. O quizá una
bomba. Dura fue la experiencia de Francisco Lombardi y toda su gente para filmar
La boca del lobo; tuvieron todas las trabas posibles en un año tan duro (1987)
para que sea rodada en las sierras de Tacna. Los excesos se cometían por todos
los frentes
No hubo peruano o familia que no haya sido
tocado por este periodo. Muertos, exiliados, clandestinos, desterrados, aterrados por coches bombas y por una inflación galopante, corrupción y
desgobierno. La mayoría tenía sed de venganza; por eso se aceptó todo lo que
vino con el Fujimorato, el cáncer que destruyó instituciones íntegras que se
tenían por sólidas e impolutas. Muchas personas canalizaron inadecuadamente esos
demonios que los peruanos aún no hemos exorcizado. La CVR presidida por Salomón
Lerner dio pautas y líneas para que el Perú oficial y su sociedad comiencen a
abordarlos con criterios de justicia para que en cada uno de nosotros comience a restañarse esas heridas que quedan en nuestra psique social.