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Trujillo, La Libertad, Peru
Un espacio para mostrar ideas y puntos de vista ligados al arte, a la cultura y la vida de una sociedad tanto peruana como universal
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martes, 23 de diciembre de 2014

CRÓNICAS PIURANAS II: EL ETERNO SOL


























03 de mayo sábado. Tomamos la ruta playera norte. Lorena, una de las compañeras de viaje nos había comentado sobre algunas playas paradisíacas con buenas instalaciones cerca de Máncora. Allí fui hace 5 años aproximadamente. En realidad, no me gustan mucho las zonas bulliciosas, llena de todo tipo de servicios para gente de alta rotación. Los residentes, como pasa en otros lugares como Huanchaco, prefieren ir a playas aledañas para evitar la muchedumbre que puede convertir tu día de solaz esparcimiento en un pesadilla inolvidable. Luego de premunirnos de todas las vituallas necesarias para no detenernos a almorzar, nos enrumbamos hacia Máncora como “frontera” de nuestro viaje y de ahí retornar deteniéndonos para disfrutar diversos atractivos. El sistema vial piurano, recalco, no es nada malo y espero sobreviva al siguiente año que amenaza la llegada de un Niño. La autopista que une Piura con Sullana es un ejemplo de lo que será la ansiada Autopista del Sol. Pero la construcción es lenta. Espero viva el día de su inauguración. Otra de las ideas es la un tren rápido que una Lima con Sullana. Eso sí sería ideal, viajar en tren sin cortes ni demoras por el absurdo tráfico que uno haya en la Panamericana. Sueños que espero alcanzar a ver.
Cruzamos Sullana y nos dirigimos al norte. En Marcavelica se hizo la primera pausa obligada: compramos pipas de coco con su jugo helado. Delicia norteña. María compró bastante pulpa de coco y jugo por separado, puesto que iba a preparar posteriormente al viaje (como lo hizo) comida a base de coco y mariscos, oriunda de su tierra, Portugal. De ahí nos dirigimos a Máncora. Esta zona estaba, como siempre, muy movida. Es una suerte que hasta la fecha no haya habido accidentes, puesto que varios hoteles, restaurantes y otros servicios están en la misma Panamericana por la que transitan camiones, buses y todo tipo de vehículos. Este lugar, por ejemplo, está prohibida como visita privada por parte de instituciones de intercambio estudiantil. Se ha ganado mala fama. Para iniciar el retorno tomamos previamente un café y vimos algo de sus playas como sus puestos de ventas de todo tipo de artesanías u objetos playeros (lentes, ropas de baño, sandalias, pareos, etc.); otra cosa que intrigó a María (es arquitecta) las formas riesgosas de construcción de algunas viviendas. Se han construido bonitas viviendas en zonas de deslizamientos e incluso vimos una al borde de un cerro. Como vista panorámica es interesante, pero pareciera que no se respetara medidas de seguridad en la construcción sobre estos tipos de terrenos. Una fuerte lluvia comprometería los cimientos de varias de estas edificaciones.  Y lo peor de todo es que son hoteles. Nos fuimos de Máncora, con cierta desazón, para dirigirnos a Los Órganos, gracias a las recomendaciones de un buen amigo, Raúl Silva, su asiduo visitante.
Nos fuimos a Punta Veleros, lugar que ofrece  diversas atracciones y que sería digno de gozar si hubiéramos decidido quedarnos más días en la zona. Las casas y hoteles presentan más medidas de seguridad, hay una franja arenera más amplia y cuenta con instalaciones más espaciosas y menos “invadidas”. Pero éramos “aves de paso”. Previamente, habíamos ingresado a un cerro llamado El Encanto, el cual ya está todo lotizado y tiene ya varias edificaciones de todo tipo. Muchas tratan de preservar el paisaje. Pero todos estos terrenos ya tienen un propietario, no solo entre peruanos, sino ecuatorianos quienes han visto esta zona con un potencial turístico por hacer.

Terminada nuestra visita, nos dirigimos hacia el sur para ir a Colán, nuestro siguiente objetivo. Las demás zonas costeras las íbamos a recorrer en julio, como así lo hicimos. El camino de retorno fue tranquilo, hicimos una nueva pausa en Mallares. Llegados al óvalo de Sullana, volteamos hacia la derecha para tomar el camino hacia Sojo, La Huaca, Colán y Paita. En la ruta hacia este balneario, nos topamos con la casa Sojo. La casa hacienda derruida se ve a lo lejos; perteneció a la familia Checa, familia que tuvo muchos intelectuales ligados al derecho y al periodismo, como el caso Genaro Carnero Checa. Recuerdo que algunos estudiantes piuranos de arquitectura de la Universidad en la que trabajo presentaban esta inmensa construcción como una propuesta de hotel-hacienda. Pero hay varios problemas que hay que sanear. Cuando colgué la foto de este en Facebook hubo una gran cantidad de personas que querían movilizar planes de rescate y darle el valor que merece. Ojalá. Nos acercamos María y yo lo más que pudimos. El estado de la misma es deplorable y espero que pronto los herederos tomen una sana decisión para sacarla del olvido. Cruzamos diversos caseríos de la zona, recuerdo cuando recorrí estos lugares en 1999.
La pista está bien tenida, es una ruta que va en paralelo al cauce del río Chira. Entramos por “accidente” al Pueblo Nuevo de Colán, pequeño caserío que tiene el cementerio con la vista más bella que haya visto: el estuario del Chira.  Dejamos el pueblo y nos fuimos al viejo Colán. Tuvimos gran suerte, puesto que la antigua iglesia, la más vieja del Perú, estaba abierta para un matrimonio. Los cuatro tuvimos el tiempo necesario para visitarla, disfrutarla, verla en sus detalles. Bien. Dejamos la iglesia para llevar a las chicas a ver las construcciones de palafito de las casas que están a orillas del mar. Como era mayo, la temporada había acabado por lo que todo se hallaba cerrado. Nos las ingeniamos para ver algo de su litoral, ver su mar, la puesta del sol y distinguir a lo lejos Paita, nuestro siguiente y último objetivo.

A Paita llegamos ya con la noche, les dejé el “gusanito” de la curiosidad por este centenario puerto. Aquí murió Manuela Sáenz, la amante ecuatoriana de Simón Bolívar; además, cerca de este lugar y siempre ligado a Bolívar, en Amotape está enterrado el que fue su gran maestro e ideólogo, Simón Rodríguez. Lo poco que pudimos ver de noche nos permitió entender que Paita tuvo su época de gloria y que promete volver a tenerla (siempre y cuando arregle su caótica organización), vimos la fachada del Club Liberal, antaño bello e imponente, ahora deslucido. Y nos dirigimos a su Plaza de Armas para ver su iglesia matriz. Estaban en misa.


Salimos, pues, ya tarde de Paita para ir a cenar a Piura y cerrar nuestra última noche en la ciudad del sol. Nos fuimos a la Santitos a zambullirnos en sabores norteños. 

lunes, 18 de agosto de 2014

PRESENTACIÓN DEL LIBRO LEGADO DE LUZ EDITH DE LA CRUZ CUZCANO OP

Ante todo, quiero agradecer a José Luis Mendoza y a la congregación Dominica por esta oportunidad de poder exponer sobre la obra de una mujer cuya actividad literaria le permitió hacer la labor propia de su vocación. Antes de empezar a hablar sobre la obra de nuestra artista, haré una presentación general muy breve del trabajo realizado en el mundo de la literatura por mujeres religiosas que tomaron los hábitos para contextualizar el trabajo por Edith de la Cruz y en la segunda, hablaré de la obra realizada por la autora.
Estuve revisando la labor literaria femenina monacal. Hallé personajes notables medievales como la poeta alemana Hrovist, llamada Rodeswinda; a Santa Hildegarda de Bingen o las abadesas místicas de monasterio de Helfta, como Santa Gertrudis, la Grande, o Santa Mectildis de Magdeburgo que escribía en alemán. Todas reunidas en el trabajo Escritoras alemanas en la literatura religiosa medieval de Elizabeth Reindhart [1]. O en los ensayos de Martina Vinatea Recoba (Mujeres escritoras en el virreinato peruano durante el siglo XVI y XVII)[2] o el de Patricia Martínez y Álvarez (Mujeres religiosas en el Perú del siglo XVII: notas sobre la herencia europea y el impacto de los proyectos coloniales en ellas)[3]. Demás está decir de la obra notable de dos grandes escritoras de hábitos: Sor Juana Inés de la Cruz, jerónima mexicana del siglo XVII y XVIII, y la doctora en mística, Santa Teresa de Jesús. Incluso, algunas mujeres de credo protestante usaron la literatura para enfrentar la marginación como lo estudió Antonia Sagredo[4] en su ensayo Mujeres marginadas y perseguidas por sus creencias religiosas en el periodo colonial norteamericano. Juana de Asbaje usó los hábitos para su independencia como mujer intelectual; no así Santa Teresa. Esta última es la senda de la Hna. Edith.
La obra de Edith de la Cruz[5] debe tener como referentes su vida personal, su familia y su espacio geográfico. Nelsa Edith de la Cruz Cuzcano nace un 25 de julio de 1957 (estaría cumpliendo 57 años este mes) en Paullo, cerca en Lunahuaná. Por la propia autora, tenemos una sucinta descripción  de del árbol genealógico de sus padres y el suyo: sus padres fueron Oswaldo Ferrer de la Cruz Llanos y Dalila Victoria Cuzcano Casas. Tuvo diez hermanos: Venerando (lleva el nombre del abuelo paterno), Oswaldo, Susana Dalila, Percy, Elmer, Javier, Elva Milena, Teodoro Walter y Teresa Haydée. De los once hermanos, Edith es la tercera hija y la hermana mayor de esta vasta prole. Según la explicación que nos alcanza la autora en su autobiografía de las páginas 25 a la 28, el padre perdió a su madre de temprana edad y esto quizá haya motivado a que haya decidido tener una numerosa familia.  La bucólica naturaleza que rodeó la niñez de Edith fue decisiva, ya que va a ser un recurrente leit-motiv a lo largo de su obra poética. Solo basta indicar que en su primer poemario Estación del Silencio, la poeta hace alusión a la tierra (hiperónimo) y todos los elementos terrestres vegetales, 48 veces; en su segundo poemario, 164 veces. Incluso en dos poemas esencialmente teológicos, los elementos terráqueos son nombrados dos veces y doce veces en sus poemas no clasificados que son reunidos bajo el título de Líneas sueltas.  Además recuerda frecuentemente tanto su lugar de origen, como lo fue Paullo y Lunahuaná, como Sullana y el valle del Chira, la ciudad y la geografía que la cobijó en su adolescencia y que será tema central de su segundo poemario. Su familia de gran raigambre rural se mudó de Lunahuaná al cálido valle del Chira, donde realizará sus estudios primarios en el Colegio 1041 de Malingas, zona que corresponde a una ex hacienda y poblada por más de 1500 habitantes, muchos de ellos ligados a la agricultura, ganadería y la apicultura; los estudios secundarios los realizó en el colegio Las Capullanas en la ciudad de Sullana, colegio que pasó por épocas difíciles y tuvo cambios constantes de directoras y hasta la designación de una Supervisora interina enviada, desde Lima, por el Ministerio de Educación, la Sra. Consuelo Monroy,  hasta  que un 15 de agosto de l968 llegan a Sullana las Madres Dominicas de la Inmaculada Concepción. El pequeño grupo estaba presidido por la Madre Provincial, en aquellos momentos, Madre María Cristina Rodríguez, quien encargó la dirección del colegio a Sor Paulina Espinoza Barba[6]. La congregación va a regentar el colegio hasta la actualidad. Ella va a realizar sus estudios secundarios entre 1970 y 1974, y el espíritu dominico va a influir en su vocación. Según los datos biográficos ofrecidos por su hermano Teodoro, Edith realiza estudios de administración por tres años y luego, por su fuerte vocación, se enrumba hacia nuestra ciudad para ingresar al Noviciado de las Dominicas de la Inmaculada Concepción en 1978. Estuvo en labores religiosas en Chincha, Arequipa, Trujillo y Lima. Falleció el 31 de enero del 2013.
El libro está dividido en tres partes:
1)    La primera parte contiene dos dedicatorias, una anónima y una segunda ofrecida por la poeta sullanense Luz del Carmen Arrese Pacherres, poeta autora de dos poemarios, Retorno de los latidos y Canicas de Papel[7]. Las reflexiones de una escritora, a las cuales llama Auscultando las huellas de la luz, nos acerca a la visión íntima de una escritora que utiliza el lenguaje para evidenciar una fe, principio que rige a todo hombre y mujer religiosos. Tomando las palabras de Carmen Arrese, el contenido del libro es “[...] una doble convicción, producto de una percepción paralela, la del alma y la del cuerpo [...]”. En esta primera parte, además leemos un poema SUEÑOS en los que la poeta rinde homenaje a la Congregación Dominica. Y para culminar con la primera parte del libro, tenemos dos biografías y una autobiografía. La primera, bastante escueta, es la narración puntual del hermano menor y penúltimo de la vasta fraternidad. La segunda biografía es hecha por la Hna. Elfi de María Pozo Aguilar a quien le dedica una copla que hallamos en el libro entre las páginas 115 a la 117. La Hna. Elfi ofrece más un testimonio del intenso vínculo que hubo entre ambas y nos da una propia visión del trabajo realizado por la Hna. Edith.  Y por último, una autobiografía, que en realidad es una generosa descripción de los orígenes de su familia, remontándose al árbol genealógico de ambos padres. Así nos nombra a sus abuelos y tíos paternos y maternos. Asimismo nos transmite ese amor que tiene nuestra artista por la naturaleza, que como ya comenté líneas arriba, se vuelve en un referente obligado para expresar su mundo interior. Además nos narra sucintamente de una los restos arqueológicos más olvidados de nuestro país: Incawasi, ruinas incaicas  cerca de Lunahuaná. De manera indirecta, nos menciona ese campo de oportunidades que significó la creación de la represa de San Lorenzo en el Chira.
2)    La segunda parte es la parte poética. Su poesía es escrita en verso libre, tanto en métrica como en rima, igual en su cadencia acentual. Esta encierra dos grandes poemarios en sí por su unidad estructural: Estación del Silencio y Alma de Algarrobo. El primer poemario cuenta con 25 poemas, por ella misma numerados. Es un poemario muy personal, elegíaco, escrito en el proceso de asimilar la muerte de su madre. Desconozco la fecha de este lamentable suceso, y los poemas carecen de las mismas también. Influida por tan duro evento, advierte a los lectores en la página 37 con una introducción Antes de avanzar. En el último párrafo del mismo dice: “Si has vivido la Estación del Silencio, comprenderás el silencio de mi estación […]” y termina con una frase conmovedora: “Entra con los pies descalzos al santuario de mi alma que está abierto para ti”. Los poemas podríamos distribuirlos entre íntimos, referentes al alma, como los poemas I, VIII, XIII, XIV y XIX; y aquellos que se refieren a los elementos prestados de su entorno, sobre todo la naturaleza. Así evoca su casa, los brazos de su madre, los olores que la recuerdan, las aves, el agua, los elementos naturales que la acompañaron en su niñez y juventud, sobre todo en el poema III. El poema XXV es su Ars Poética, es su testamento como mujer escritora. El poema XII, uno de los más interesantes de su primer poemario, tiene fuertes evocaciones del poema “A mi hermano Miguel”[8]. Incluso el poema V está teñido de un impresionismo realista por la forma cómo describe el paisaje. Esta actitud también la vemos en el segundo poemario, Alma de algarrobo, el cual está constituido por 16 poemas. Es un canto a Sullana; hace descripciones impresionistas de los elementos naturales vivos del paisaje sullanense: los algarrobos, el chilalo, el cuculí, los cocoteros (el cual recibe dos poemas) y sus frutos, el chivillo (ave de plumaje muy negro), el famoso Piajeno, a quien describe, como Juan Ramón Jiménez en Platero y yo, con mucha ternura como el caso del poema L2. Hay dos poemas, uno de carácter histórico: Alma de capullana, homenaje a la mujer de Sullana; y el bello poema El churre de ayer. Encierra vocablos típicos de Piura. Cierra este poemario con Tu nombre hermoso, Sullana, que condensa la toponimia con sus memorias de la ciudad de su vida. 
Concluye este bloque con dos poemas teológicos, un bloque de 8 poemas reunidos bajo el nombre de Líneas sueltas y las coplas dedicadas a la Hna. Elfi por sus bodas de plata.
3)    La obra en prosa está dividida en dos partes: la primera consta de diversas obras narrativas entre crónicas de viaje (Misión Atahualpa), impresiones de actividades realizadas en su misión religiosa, unos reportajes escritos por su actividad en el Capítulo Provincial, reunión de la congregación, realizada en Lima en el 2008. En esa oportunidad, se hace pasar como una reportera que escribe bajo el seudónimo de DIC. Además, escribe una breve pieza de teatro en homenaje a Rosa de Oliva, Santa Rosa de Lima. La segunda parte es un estudio detallado de la fundadora de orden  de las Hermanas Dominicas de la Inmaculada Concepción, Eduviges Portalet. Ella fundó la orden en 1884. Fue una religiosa muy activa y tuvo presencia en suelo americano en 1889, en Ecuador. Luego sus religiosas llegarán al Perú, fundando en 1898 el Colegio Santa Rosa en Trujillo.[9] Su obra narrativa tiene momentos hilarantes y de buen humor, como la descripción que hace de su viaje a Bambamarca (pág. 128) o el manual para los sullaneros (pág. 131)
Fue una mujer que usó la palabra para hallar la luz en la vida y se las otorgó a muchos más.
Muchas gracias.





[5] DE LA CRUZ CUZCANO, EDITH. Legado de Luz. Palabra y obra para la eternidad. ENFOKO, Lima, 2014.
[7] CABEL, JESÚS; MURAL BIBLIOGRÁFICO DE LA POESÍA PERUANA SIGLO XX, Asamblea Nacional de Rectores, Lima, 2009