El reciente y lamentable suceso acaecido en la ciudad de
Orlando, EEUU, o lo sucedido con el asesinato de un joven travesti de 15 años en La Esperanza, Trujillo, son
muestras de las diversas manifestaciones de los sentimientos más oscuros que
movilizan el comportamiento humano. En el caso norteamericano, todo apunta a que
el móvil no ha sido una acción terrorista de carácter político, sino que sus
raíces se funden en el odio al otro. Este sentimiento, definido por la RAE como la antipatía y aversión
hacia algo o hacia alguien cuyo mal se desea, genera una profunda
repulsión hacia una persona, cosa, idea, fenómeno; e incluso provoca en la
persona que odia un deseo vesánico e irracional de destruir a su objetivo. El
odio se origina, generalmente, en el miedo a lo que rechaza. Para entender más
el hecho que segó la vida de 50 personas tomo prestado el siguiente párrafo del
ensayo Odio
y racismo en la institución imaginaria de la sociedad globalizada del Dr. en
Filosofía Harold Valencia López de Colombia: “El odio al otro […] se instala a través de dos canales. Un canal se
dirige al otro (objeto) real, como revés de la imagen positiva de sí mismo. El
otro canal refracta en odio a sí mismo, porque el YO como fabricación social
es uno de los primeros extranjeros en uno mismo. Es el extranjero que
habita en mí y que el proceso de socialización me ha forzado a alojar, […].
Este odio de sí mismo tiene como característica su universalidad, y el sujeto
necesita desplazarlo hacia objetos exteriores para poder sobrevivir. Desde esta
óptica, hay una tendencia profunda de la psique humana de encerrarse, de rechazar,
odiar, de sentir con hostilidad todo lo que no es ella misma, lo otro, lo
distinto lo que representa una amenaza, un peligro. Esta tendencia […] es
generalmente reforzada […] al conjugarse con la otra tendencia profunda de las
sociedades […] a su clausura. […], la tendencia al cierre de toda sociedad, a
hacer imposibles ciertas preguntas, su rechazo y hostilidad frente a lo
extraño, al extranjero. […] la podremos denominar la raíz social del odio.”
(pág. 4, subrayado es mío http://www.ub.edu/demoment/jornadasfp2009/comunicaciones/3_miercoles/valencia-harold-odioracismo.pdf)
Así podemos entender que las denominadas minorías alojan el odio de los
demás en los miedos colectivos, manipulados por diversos intereses como los
económicos, políticos, religiosos que toman esas características de la
universalidad de las minorías; estas pueden ser de toda índole: racial,
lingüísticas, generacional, geográficas, de clase, de género. Simplificamos en
las minorías nuestros miedos-odios fortalecidos por las construcciones
sociales. Y así crecen los miedos sociales como la homofobia o la xenofobia. Da
pseudo fundamentos al racismo y la intolerancia religiosa, a la discriminación
laboral y a la generalización ramplona de un grupo humano. La sociedad peruana,
en cierta manera, resultó siendo violenta por su pasividad ante la terrible
masacre con los peruanos que reunían ciertas características: pobre, quechua
hablante, indígena. NN para la mayoría de la sociedad urbana costeña.
Estos miedos y odios son aprehendidos por diversos medios: el hogar, el
grupo social, los medios de comunicación e, incluso, políticas de Estado, como
lo fue el Nazismo como modelo más sofisticado de exterminio. Incluso todos los
niveles estructurales de esa sociedad funcionaron para justificar exterminios:
desde la filosofía hasta la forma de producción (llámese campos de
concentración). Los odios están latentes y esperan una coyuntura para
“exorcizar sus demonios” y están presentes en nuestra sociedad: así entendemos
las barras bravas o la muerte de dos policías en la sierra liberteña.
Pero es la Educación la verdadera herramienta que puede contrarrestar
esos desbordes. Por eso debe de ser prioridad en una nación que quiere cerrar
heridas y tender puentes a las minorías con las mayorías. Proceso lento, pero
urgente.
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