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Trujillo, La Libertad, Peru
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domingo, 31 de diciembre de 2017

TESOROS OCULTOS LAMBAYECANOS (VIAJE AL VIEJO TÚCUME)



Una rápida visita a Chiclayo siempre depara sorpresas. Esta vez fue la primera semana de noviembre con la visita de Isabelle Lemoal, quien vino desde Francia con un amigo suyo, Christian Mage, a apoyar el proyecto que tienen en Río Seco. Quedamos en salir el viernes 03 por la tarde para llegar a cenar a Chiclayo. Orietta y Lorena vendrían al día siguiente. Compré los pasajes en EMTRAFESA para salir a las 4:30 pm y llegar a las 8 pm e instalarnos en el hotel Embajador. Lo malo del hotel, aunque simpático, es la ubicación; este se halla en la calle 7 de Enero, el cual está plagado de restaurantes y al lado de una galería comercial. Felizmente, pese a ser fin de semana, el lugar no era ruidoso. Habíamos quedado alquilar una camioneta por un día (el sábado 04) pues el domingo pensábamos ir a Lambayeque y regresar a una hora moderada para estar en Trujillo temprano. Esos eran nuestros planes iniciales.
Salimos casi puntuales de Trujillo en dirección a Chiclayo. La gente del hotel nos estaba esperando para recogernos. Nos subieron en dos taxis muy pequeños con las  maletas; es un problema en Chiclayo hallar taxis grandes debido a la estrechez de las calles. Ya acomodados en nuestras habitaciones, acordamos salir a cenar a un lugar de carnes: La Parra. Nos fuimos caminando al lugar, pues no estábamos tan lejos de la Plaza de Armas y el restaurante tampoco lo estaba sobre la Balta en dirección a Santa Victoria. Cenamos bien, los platos eran generosos, todo rociado de buen vino. Retornamos al hotel para dormir temprano, pues el sábado 04 teníamos varios planes por cumplir. Íbamos a ir a Túcume y visitar, inesperadamente, Eten por la tarde. Teníamos que estar atentos, pues Orietta venía al día siguiente. Eso también cambiaría algo nuestros planes iniciales.
El sábado 04 nos levantamos temprano con el fin de ir a recoger la camioneta. Tomamos desayuno en el hotel y acomodamos nuestras cosas para ir al aeropuerto a recoger una camioneta 4X4. Las condiciones han cambiado, pues antes te dejaban el vehículo en el hotel; ahora debes de recogerlo en el aeropuerto. Fuimos a hacer la gestión para recoger el vehículo que estaba bastante usado. Luego nos fuimos a hacer compras en un supermercado como las ocasiones anteriores para comprar nuestro almuerzo: frutas, pan, huevos duros, atún. De ahí nos dirigimos raudos a Túcume para ganar tiempo y conocer algo nuevo. El museo ya lo había visitado en julio reciente, pero en el mismo había un detalle que me interesaba: la antigua iglesia de Túcume viejo.




La salida por carretera a Túcume fue toda una experiencia fascinante para Christian; había viajado en el panorámico de Emtrafesa y había visto cada cosa, impensables en Francia. Estaba viviendo la peruanidad. La carretera a Túcume fue una experiencia alucinante, exorbitante. Cada maniobra de buses o combis eran para él motivo de acercamiento a la divinidad en su más pura esencia o a los avatares, dioses hindúes que esperaban su ascenso a la inmortalidad. Nada de eso ocurrió; llegamos a Túcume y gracias a su experiencia como hombre práctico, nos ayudó muchísimo en apuros que pasamos por diversas razones. Una plantada de auto no era más que un truco del encendido; un espejo casi descolgado era solo una pequeña maniobra suya para que todo quede OK. Pese a todo, llegamos al museo de sitio que abarca ahora todas las pirámides y los otros espacios que han sido arreglados a modo de circuitos. La zona es extensa y por razones de tiempo teníamos que priorizar. Tanto María como Isabelle habían estado aquí (incluso juntas) así que con Christian fuimos a ver los lugares interesantes como ascender al cerro Purgatorio y ver una panorámica de la zona. Desde arriba tiene una visión bastante interesante de la zona. Además ahora muchas huacas están siendo intervenidas para salvarlas del deterioro natural y humano. Nunca hay pierde. Lo malo fue que al descender nos salimos del sendero y fuimos a parar a una suerte de hoya por la que bajamos de manera accidentada. Llegamos a nuestra meta. Isabelle y María no habían subido, pasamos por ellas y nos dirigimos al museo; pero en el camino para grata sorpresa nuestra había una reunión muestra de varios chamanes venidos de diversas partes del Perú, cada uno con su rito y estilo, haciendo limpias a la gente que se acercaba a ellos. Un poco incrédulos, nos aproximamos a ellos y vimos parte de los ritos; pero estábamos un poco apurados, pues tanto Orietta como Lorena estaban que llegar y no sabíamos la hora de su arribo, pues venían en el auto de otra amiga: Ena Obando. Decidimos ir al museo no sin antes haber visto el vivero. Al museo entramos con relativa calma viendo detalles que en visitas anteriores había pasado por alto.  Y esos datos pasados por alto era precisamente la vieja iglesia de Túcume, muchos de cuyos detalles son parte de la exhibición. Así que una vez concluida nuestra visita al museo, indagamos sobre esta iglesia, la cual se ubica en el pequeño caserío Túcume Viejo; este no es muy visitado por la gente. Es una iglesia de buen tamaño. Quiero tomar el texto de Fernando Vela Cossío, quien escribió un ensayo al respecto, llamado La construcción de la iglesia de Túcume Viejo. Algunos aspectos constructivos de la arquitectura religiosa virreinal de la Costa Norte del Perú. El extracto que tomo dice así: “Estas ruinas constituyen posiblemente uno de los ejemplos más interesantes de arquitectura religiosa que puede verse en toda la región norte peruana. Se trata de un templo presumiblemente de tres naves, divididas quizá por soportes intermedios de madera, sin capillas, de unos 164 pies, 8 de longitud por 52 pies de anchura, con una cabecera sencilla de 21 pies de ancho y 32 de largo, con remate recto tras el que se sitúan una serie de estancias de difícil interpretación mientras no se lleve a cabo la excavación arqueológica del conjunto, pero de uso muy probable como sacristías y espacios auxiliares. Esta clase de templo, de gran desarrollo longitudinal, es corriente como hemos visto en la arquitectura peruana de época virreinal, pudiendo encontrarse ejemplos del mismo por toda la geografía de este extenso y diverso país andino”. Felizmente el conjunto religioso se ha incluido en el programa de prevención de monumentos históricos por lo que en la actualidad hay toda una instalación que cubre el monumento. Además indagando encontré el blog de un bachiller de arquitectura, Piero Benites, quien alcanza una propuesta de preservación: http://pieroaq92.blogspot.pe/2013/06/templo-colonial-de-tucume-viejo-tema-y.html





Esta visita fue fructífera, pero tuvimos que apretar nuestros tiempos pues los demás viajeros estaban por llegar. Así que regresamos a Chiclayo.
En el hotel nos encontramos con las recién llegadas y almorzamos lo que habíamos comprado temprano. Todo lo regamos con cerveza. Por la tarde nos fuimos un grupo pequeño en la camioneta a Eten para que vean el muelle que aún queda en pie y conocer con un poco más de paciencia la capilla colonial del Divino Niño Jesús, en torno al cual hay varias leyendas (milagros) que se ven graficados en varios murales en la nueva capilla erigida no muy lejos de ahí. Es una pena que tan bella edificación colonial haya quedado en el olvido, como bien comenta el ensayo arriba nombrado y el libro de Juan Castañeda Murga, Templos virreinales de los valles de Lambayeque. Esos descuidos terminan matando la identidad de la zona, así como una posible ingente fuente de riqueza que atrae a turistas especializados que tienen gustos más precisos y que gozan de buen patrimonio personal.





Por la noche nos fuimos a cenar y, para cerrar mi ciclo de decepción, decidí que vayamos a Vichayo. El lugar estaba abierto. Había llamado y, ciertamente, había atención regular. Al sentarnos y recibir las cartas hicimos la consabida pregunta: el tipo de pescado que usaban para la preparación. Cuando el mozo nos dijo que era tollo, mi estómago se revolvió. Pregunté si había otros pescados, y nos dijo unos dos o tres más, los cuales variaban de precio y, sin embargo, esa información no estaba en la carta. Decepcionante. Última definitiva visita a este lugar que alguna vez fue bueno y ahora va de mal en peor. Nos fuimos a Casa Andina para cenar en el lugar.

Así cerramos nuestro primer día.





miércoles, 30 de agosto de 2017

EL NORTE CHICLAYANO: RECUPERACIÓN Y PENDIENTES


Luego de una cena relativamente opípara y un merecido sueño, el 29 de julio nos levantamos temprano para desayunar y cumplir con nuestro nuevo periplo hacia el norte de Chiclayo: Túcume, Mórrope y luego irnos hacia Lambayeque para alcanzar Huaca Chotuna. Luego del desayuno, fuimos por la camioneta y me encontré con estacionamiento abarrotado de vehículos; se logró sacar la camioneta y salimos rumbo al Norte. El tramo entre Chiclayo y Lambayeque es cada vez más reducido por el rápido poblamiento de ambas bermas de la autopista. Eso la hace peligrosa, pues no hay una cultura de tránsito, tanto de peatones como conductores. A veces te encuentras con personas que cruzan intempestivamente la pista o aparecer un gran camión saliendo raudamente de algunas de las fábricas que pueblan esta transitada vía. En realidad pensábamos hallar la infraestructura vial de Lambayeque dañada, pero no está tan golpeada. Cruzamos la ciudad rápidamente para irnos a Túcume. En ese tramo sí se ve bastante afectada la carretera que se dirige a Olmos y la selva Nororiental del Perú. Túcume se halla a 35 kilómetros de Chiclayo y podría llegarse con más seguridad si esta vía se convirtiera en autopista como la que conecta Chiclayo con Lambayeque. Cruzar los pequeños pueblos en bastante pintoresco, pero se ven algunas huellas dejadas por el Niño costero de este verano último. La entrada de Túcume sí muestra muchos estragos; nos hizo temer que el Museo de Sitio del complejo arqueológico iba a estar muy afectado. Sin embargo, el Museo y el complejo en general no han sufrido fuertes daños por las lluvias e inundaciones. Estacionamos el auto y nos dirigimos a la entrada a comprar los boletos. Al ingresar nos pudimos percatar que el Museo no había sido afectado. Fuimos primero a la tienda de souvenir para comprar un polo; no encontré uno de acuerdo a mis expectativas.  Antes de visitar el museo, nos fuimos a ver la Huaca Las Balsas. 





Cuando salíamos de las instalaciones para tomar un simpático sendero que lleva hacia la huaca, cruzamos la fuente artificial que adorna la entrada y la vimos llena de ranas. En el sendero nos encontramos con numerosos animales domésticos. El espacio es usado por los pobladores, quienes protegen este patrimonio. Vimos una chancha, gorda y rebosante, con numerosas crías que eran amamantadas. Así llegamos a nuestro destino. Este sitio se ha rescatado en la última década y es apoyado por el Fondo Contravalor Perú-Francia. Felizmente, las instalaciones que cubren el monumento lo han salvado de posibles daños por las fuertes lluvias que empezaron en febrero. Ni Carmen ni Orietta conocían el lugar. Hay un camino formado por rampas altas sobre el monumento. Hay un sector con bellos frisos. Al salir nos encontramos con un pequeño zorro, el cual no se inmutó con nuestra presencia, Había visto un ave que estaba malherida. Imagino que fue su alimento de día.  Retornamos al Centro del complejo para visitar ya el Museo. Ingresar a este es disfrutar de un espacio amable para toda la familia; uno puede interactuar con mucha de la información que se ofrece al público. Es un buen museo que amerita una visita más detallada. En sus instalaciones no solo se muestra lo arqueológico, sino toda la continuidad histórica de esta zona, hechos y costumbres que se repiten de antaño. La población de la zona participó con sus datos y fotografías para enriquecer la museografía.








Toda una mañana y parte de la tarde puede invertirse en todas las instalaciones de este conjunto arqueológico; por eso, y ya contra el tiempo, no alcanzamos a ver las huacas ni subir al Cerro Purgatorio que completa el extenso circuito de Túcume. Sí logramos ver el pequeño (ya no tanto ahora) de plantas oriundas que además realiza interesantes campañas educativas con los niños y jóvenes de la localidad. Hay una muestra permanente de material reciclado (sobre todo de plástico que es la basura más común generada por la población) que es utilizado para macetas o formas de riego. En realidad, es una pena ver la cantidad de basura, sobre todo bolsas y botellas de plásticas, que se ve en la entrada (o salida, depende cómo lo veamos) de nuestras ciudades que afean el panorama, más en la costa por el paisaje desértico que ve las fantasmales bolsas pegadas a los secos arbustos cercanos a la carretera Panamericana. Peor aún, es el botadero de basura (¿relleno sanitario?) que está en la entrada sureña de Chiclayo que da un aspecto lamentable. Interesante forma de recibir al visitante. En fin. Ojalá que esta campaña, quizá en solitario, que hace este museo se expanda agresivamente entre la población para que sea más consciente de su espacio (que es suyo a fin de cuentas) y no lo utilice como un gran botadero de basura. Quizá, luego de ver el uso de los diversos espacios de las muchas huacas que pueblan el mundo moche, tengan la identidad atávica de volver su espacio habitable en botaderos como lo fueron las huacas ancestrales.




Nuestra visita a este bello lugar estaba llegando a su fin. Cuando salíamos nos encontramos con una lechuza, que extrañamente tiene hábitos diurnos. Esta ave caza los animales que pronto íbamos a ver en la salida del lugar: los inmensos lagartos o pacazos. Estos apacibles animales se ponen a luz solar para “jalar” calor a sus cuerpos. Antes de partir del lugar, comimos algo de fruta. Obviamente Orietta no perdió la oportunidad de dar de comer a algunos perros vagabundos del lugar y a un perro calato que por ahí pululaba. María manejó el siguiente tramo.
De ahí nos dirigimos hacia Mórrope. En el trayecto llamamos a un restaurante en Chiclayo para ir a cenar por el cumpleaños de Orietta, además de encontrarnos en Milagros Alegría y su esposo en el mismo para celebrar el cumpleaños y el viaje. Hice las reservaciones debidas y luego tendremos el fiasco. Llegamos a Mórrope y dejamos la camioneta cerca a la Plaza que estaba engalanada por las Fiestas Patrias. Nos dirigimos al conjunto de iglesias para visitarlas, pero ya era un poco tarde y la gente estaba de feriado. Pena, solo vimos parte de ella; sin embargo, en la visita que hice con Lorena, Isabel y María hace dos años pude registrarlo (https://elrincondeschultz.blogspot.pe/2015/12/cronicas-de-lambayeque-1.html). Pero en la fiesta armada cerca de la Plaza vimos un singular espectáculo: tres niños, dos varones y una chica, disputaban el trofeo del más mamón de chicha (de maní). Había una feria de comida y una ronda de espectáculos. La niña estaba vestida a la usanza del lugar, pero los dos varoncitos ya vestían más a la “occidental”. Ganó uno de los niños que se bebió de un solo sorbo toda la chicha de un mate.




Dejamos Mórrope y nos enrumbamos a Lambayeque para llegar a Huaca Chotuna, nuestro último objetivo del viaje de ese día. Los mismos lambayecanos desconocen la ruta de acceso desde su ciudad a este sitio arqueológico. Pregunté en el Museo Brüning y la explicación fue un poco vaga. La ruta no era clara y no ha señalética alguna para ir al lugar. Paso a paso logramos dar con la ruta e, incluso, en la ruta misma hay que ir preguntando pues accedes por vario senderos agrícolas donde la señalización es escasa.
Antes de llegar a nuestro destino, indiqué a María el sendero que íbamos a tomar de retorno para salir por la caleta de San José; de repente caímos en un hueco que nos causó una gran sorpresa y susto. María hizo una pregunta ingenua que, tras los comentarios de Orietta, todos rompimos a reír abiertamente. Llegamos a Chotuna, el lugar estaba desolado, ni un alma, solo el guardián que se alegró con nuestra visita (rarísimas por el lugar). En el lugar se halló a la famosa Dama de Chornancap, la cual se halla en el Museo Brüning y, que con el tiempo como pasó con la pequeña estatua de la Venus de Frías y el Señor de Sipán, se mudará una vez se construya un buen museo de sitio. Había estado ahí hace 6 años y las excavaciones estaban muy avanzadas y los frisos eran notables y bellos. Una vez culminada la breve visita a las instalaciones museísticas nos fuimos al complejo arqueológico y arquitectónico. Ya en el camino ves los estragos de las lluvias de este reciente verano; y la tristeza iba a venir al entrar en el monumento en sí. Los daños han sido fuertes en esta zona y han afectado a toda la edificación en sí. 





Hay muchos frisos dañados, pese a toda la protección colocada, techos y plásticos, tubos de desfogue; parece ser que aquí el Niño costero se desquitó de toda la arqueología y el patrimonio peruano norteño. Aún tengo algunas fotos de esa época que muestran los relieves polícromos, ahora ya desaparecidos (https://www.facebook.com/jesusgerardo.caillomanavarrete/media_set?set=a.512705168759509.129625.100000600914417&type=3). Aquí la reconstrucción va a ser lenta y penosa. Da mucha pena, pues se ve que se ha invertido para que haya un concepto turístico claro para el visitante, pero muchas de esas instalaciones han quedado dañadas. Así dejamos estas instalaciones que espero sean recuperadas pronto. Y que apunten a su nuevo museo de sitio.
Tomamos el camino a Caleta San José e hicimos ingreso a la misma a través de los bofedales que la circundan. Pobres bofedales, los usan de botadero de basura. Las pobres aves marinas se posan entre plásticos y restos de colchones o artefactos eléctricos abandonados. Una verdadera lástima. Lambayeque está descuidando dos grandes patrimonios posibles que se pueden fundir en uno: arqueología y naturaleza (ornitología, recursos marinos y paisajismo). Un plan como el hecho en Túcume o Caral sería ideal para la zona. Chotuna y Caleta San José deben de ser una unidad, como la hipótesis lo dice. Un complejo que podría reconstruir Chotuna y su contexto geográfico a su llegada siglos ha. (http://pueblosoriginarios.com/sur/andina/lambayeque/naymlap.html)
En el camino antes de llegar a Pimentel para ir recién comer nuestro segundo bloque de sánguches, les dije para entrar a ver el criadero de avestruces, pero la fatiga y el hambre eran rampantes. Llegamos a Pimentel que sigue siendo un balneario simpático y bastante organizado. Nos fuimos a la zona de los restaurantes y nos alejamos un poco. Llegamos a una playa relativamente desolada en la que había un puñado pequeño de bañistas jugando paleta o fútbol. Luego de nuestro frugal almuerzo, nos fuimos a Chiclayo.



Llegamos al hotel para dejar todas nuestras cosas y reposar un poco para salir a cenar a las 8 de la noche como ya habíamos coordinado. De ahí empezó una nueva odisea: como no queríamos sacar el auto, decidimos tomar un taxi para ir al restaurante Vichayo con cuya gente me había comunicado temprano. Al llegar al lugar nos dimos con la sorpresa de que estaba cerrado. Había una persona que nos indicaba que no se iba a atender; bastante sorprendidos, llame a Milagros con quien había quedado para darle la ingrata nueva; luego nos fuimos cerca de ahí a un restaurante que dice llamarse, en su formato, Sushi Lounge. Preguntamos por sushi y este no existía en la carta. Nuevamente salimos para tomar un taxi y que nos lleve a otro restaurante, uno japonés de largo nombre. Nos pareció adecuado y pedimos la carta: una vez concluida nuestro pedido, nos dicen que no hay cerveza blanca, solo para una persona. Le indicamos que podíamos traer cerveza y se nos comunicó que estaba prohibido, le pedimos que nos consigan ellos unas; nos indica que no se podía hacer eso. Nos salimos de este restaurante y por tercera vez tomamos otro taxi, ahora con rumbo al hotel Casa Andina. Lo primero que hacemos es preguntar si había lo que la carta decía y le dije si había bastante vodka (ya estaba tenso y colérico), nos dicen que sí. Nos sentamos y pedimos nuestra orden. Pedí un segundo vodka tonic y vimos discretamente que ya no tenían agua tónica. Felizmente tomaron la iniciativa de conseguir más agua tónica, sino me hubieran arruinado la noche por su propia preocupación en servicios. Así cerramos nuestro segundo día y nuestra última noche en Chiclayo.