La comunidad peruana ha visto el sábado 02 de julio una
marcha en muchas de sus ciudades que ha removido varias conciencias, ha llamado
la atención a diversos medios y ha perturbado la mente y la tranquilidad de ese
extraño statu quo que atenta contra muchas minorías. La marcha de la comunidad
LGBT por las calles de Trujillo el último sábado ha perturbado muchos pareceres
de varios trujillanos sobre el problema de minorías. Quizá para muchos, algunas
actitudes de los participantes no eran las adecuadas y trasgredían ciertos
códigos de moral cotidiana, pero estas marchas ocurren porque algo no está
marchando bien entre nosotros. Sin embargo, actividades como estas ya están
calando en nuestra sociedad aún intolerante y anclada en zonas de confort que
supuestamente reflejan el pensamiento de una mayoría. Estamos cambiando.
Pero mientras vemos a personas e instituciones que luchan por
lograr una sociedad más tolerante y que se maneje con criterios de justicia y
equidad, en otros lares de nuestro planeta hemos visto, conmovidos y
aterrorizados, cómo la intolerancia y la
intransigencia están a flor de piel y se manifiestan de las maneras más
cruentas e implacables. La absurda muerte de más de dos centenares de personas
por una bomba asesina en la vieja Bagdad y la de dos ciudadanos afroamericanos
y la masacre de una discoteca gay y la de cinco policías en Norteamérica, así
como la silenciosa muerte de un joven travesti en un barrio de nuestra ciudad, nos muestran que el camino aún es largo por
recorrer. El hombre crea más instrumentos y referentes de segregación que de
integración; y los extremos de estos son los fanatismos y dogmatismos. Son
herramientas supuestamente prácticas e, incluso, incuestionables que usamos
para “medir” al otro, para encasillarlo y clasificarlo, ubicarlo en un
escalafón de una estructura social que queremos que sea inamovible. Hombres y
mujeres tratan de hallar mecanismos de integración para lograr una sociedad
menos violenta y más inclusiva, pero diversos motivos se hallan para que estos
no se logren. Solo basta ver todas estas
herramientas que me permiten segregar: raciales, generacionales, lingüísticos, económicos,
geográficos, culturales, físicos, de género, de opción sexual.
El mundo jurídico e intelectual propone
mecanismos y posturas que tratan de contrarrestar esta situación, pero las
costumbres y los saberes adquiridos desde la niñez en el hogar y escuela
enraizados en nosotros impiden su implementación. Es un proceso lento que parte
desde la casa y las aulas. Muchas sociedades han comenzado a trabajar en
propuestas inclusivas que han tenido muchas reacciones de animadversión, más
por ignorancia que por planteamientos coherentes. Pero se ha avanzado. Y la
peruana está en ese camino inexorablemente.