En exactamente una semana, millones de peruanos, tanto en nuestro país como en otras naciones, iremos a las urnas en una de las elecciones generales más anómalas de nuestra historia como país independiente, exactamente 200 años después. La situación política irregular vivida desde hace un lustro, producto de una serie de errores de las últimas décadas y el voluntarismo negativo de una lideresa, confluyen con una feroz pandemia que ha ayudado a desnudar las miserias de este sistema y ha sacado lo mejor, pero también lo peor, de nuestra sociedad. Cinco años en los que hemos tenido tres presidentes y dos congresos, todos electos por votos ciudadanos, los nuestros.
Estamos en la recta final.
Durante estas dos últimas semanas presenciamos (y sufrimos) diversos debates de
candidatos tanto para la Presidencia como para el Congreso. Personalmente, me
hallo ante una encrucijada difícil de dilucidar; pero también me ha sido fácil
descartar candidatos para sendos puestos. Pese a todo, los debates permitieron
delatar a individuos con pésimas actitudes frente a otras situaciones y otros
posibles escenarios. Fuimos testigos de cómo las posiciones extremas se tocaron
en el camino y, luego extrañamente, terminaron por negarse. Vimos reacciones de
todo tipo contra candidatos juzgados desde ópticas racistas, machistas,
clasistas; muchas de estas reacciones son producto de formas violentistas con
las que muchos postulantes difunden sus ideas cargadas con actitudes impulsivas
que generan la exacerbación de emociones negativas vistas a lo largo de esta
accidentada campaña; estas sirven para acentuar hondas diferencias, fuera de las
que la pandemia nos está mostrando en su rostro más cruel y perverso. Oí
propuestas populistas tanto de izquierda como de derecha. He visto el deterioro
de personas enfrascadas en defender a su candidato, más que permitirse una
autocrítica. Bien se dice que en un bar se prohíbe hablar de fútbol, política o
religión, los cuales terminan por ser campos de dogmas más que de racionalidad.
Muchos ciudadanos están más preocupados en conseguir oxígeno, una cama UCI o
recursos económicos; todo esto producto de errores acumulados por décadas por
haber descuidado los pilares de una sociedad con tantas carencias como la
peruana. Lo más terrible es el desencanto de habernos creído los pumas de
América en la primera década de este siglo para terminar como estamos ahora. Burbuja
dorada.
Los ciudadanos tenemos la responsabilidad de tener no solo un presidente, sino un Congreso equilibrado que es mucho más importante. Elegimos en los últimos años unos congresos Frankenstein que no contribuyeron en casi nada a favor de la ciudadanía, esa que los puso en el poder. Y también está la irresponsabilidad innegable de los partidos políticos, aquellos que nos proponen candidatos más a la medida de sus intereses que a la ciudadanía. La democracia formal ha engendrado monstruos que nada la benefician. Reflexionemos.