Sábado 03 de febrero. Luego de un reparador sueño, nuestros
pasos iban a ir hacia el sur, hacia el Bosque de Cañoncillo y San Pedro de
Lloc. La mañana iba a ser una visita a estos lugares y la tarde íbamos a peinar
Pacasmayo. Estuve preguntando por Pacatnamú y la gente no suele tener mucha
información al respecto. Esta zona se halla en la desembocadura del río
Jequetepeque y su visita no es muy segura. Una lástima. También ese día, por la
tarde, nos dieron información sobre la Huaca Dos Cabezas, la cual se podía ver
desde el hotel. Frente a la huaca, se halla Pacatnamú, separados por el delta
del río en mención. Es un pendiente.
Tomamos nuestro desayuno, yo un poco ligero (el estómago me
estaba jugando pasadas); el día se presentaba nublado y eso iba a ser una
bendición, pues recorrer un bosque de algarrobos cargando una mochila iba a ser
una experiencia “interesante”. Salimos con nuestras cosas rumbo hacia el Norte,
pues íbamos a ingresar por el acceso a San José, un desvío antes de llegar al
puente sobre el río Jequetepeque. De ahí ingresamos al camino de trocha (por
esta zona) hasta llegar al pueblo de San José, lugar en el que vimos los restos
de un cine. Estos han muerto de pie. De ahí nos dirigimos a Tecapa. El acceso
está en reparación. Una mujer amable nos indicó el camino que deberíamos de
tomar. Espero que para la próxima visita ya esté disponible, pues el que
tomamos era bastante estrecho y de haber venido otro auto en sentido contrario
nos íbamos a ver en un aprieto. Llegamos hasta la entrada del mismo. Luego del
pago de dos soles, nos fuimos a la búsqueda de las tres lagunas, todas en
dirección hacia el sur: Cañoncillo, La Larga y Gallinazo. Sería bueno que
colocasen los carteles que se ven en la entrada en la misma locación de las
lagunas. En algunos casos se ha talado los algarrobos (algunos troncos) con el
fin de establecer un camino a seguir. El ecosistema creado por estas emanaciones
acuíferas en medio del desierto la convirtieron en un verdadero oasis. La primera
vez que fui no había tanto cultivo como el que hay ahora. Indudablemente eso ha
de impactar en el bosque a la larga, pues los árboles están acostumbrados a la
sequedad. Ahora ves arrozales en las cercanías y, sin duda, los cambios se
vienen. ¿Cómo ha de impactar esto en el ecosistema? Ya hemos visto cómo
Chavimochic ha impactado en nuestra sociedad desde el punto de visa climático:
más humedad, presencia pluvial en verano, más neblinas, napa freática más alta
(sobre todo en las zonas más cercanas al litoral), contrastes más marcados
entre la estación de calor y la fría. Pese a todo, la caminata fue saludable;
pese a que había otras personas, el sonido más persistente era el silencio,
solo se oía el crujir de la arena, hojas o restos de ramas que pisábamos en
nuestro andar. En nuestra caminata nos topamos con un grupo de caminantes
liderados por un señor setentón que suele ir con frecuencia al lugar desde que
era niño. Se conoce todos los senderos. Al llegar a la última laguna, decidimos
regresar, pero confundimos el sendero. Pronto distinguimos la ruta original, a
la cual regresamos. En el camino nos topamos con numerosos cañanes, algunos de
ellos multicolores y de buen tamaño. Nos detuvimos a ver el comportamiento de
los mismos, pues comenzaron a mover hojas secas; en un principio pensé que
estaban haciendo un nido, pero estaban a la cacería de insectos. La zona está
llena de aves, mariposas y peligrosos mosquitos. También hallamos un extraño
hongo que parecía un percebe; es extraño, pues la parte exterior es totalmente
blanca, pero si lo frotas todo el interior es negro. Vimos algunos en nuestro
retorno y pensábamos que los habían quemado. El retorno se hizo un poco pesado,
la arena ingresaba en nuestras zapatillas, más en las de María. Al llegar a la
camioneta, tomamos toda el agua que quedaba.
Así emprendimos nuestro camino de
retorno. María conducía y le pedí parar un rato en San José para tomar algunas
fotos de la pequeña iglesia en su plaza y lo que quedaba del cine teatro del
pueblo.
De ahí tomamos el camino por Mazanca y Chocofán que estaba asfaltado y
que nos acercaba a San Pedro de Lloc. Ya en San Pedro fuimos a ver su bella
iglesia, la iglesia matriz, restaurada de una manera caprichosa, con tensores
que cruzan de cabo a rabo toda la iglesia en su ancho. La vez pasada que la
visitamos estaba llena de gente por la misa; ahora estaba totalmente libre para
nosotros. Pudimos ver con calma sus altares y también algunas peligrosas
grietas que exigen ser reparadas pronto. Es un monumento histórico en riesgo. Las
calles de San Pedro hacen recordar a Lambayeque; hay bellas casas, algunas ya
condenadas a la demolición. Muchas de estas familias ya no viven en esta
ciudad. Quisimos visitar el Museo Raimondi, pero está en refacción. El hambre apretaba
y con María decidimos no comer el atún y fruta, sino comer un delicioso pescado
frito, pedimos datos a una señora y nos indicó el Boulevard; hacia allí nos
dirigimos. El lugar es muy simpático; fue de lo más anecdótico. Cuando
estábamos ingresando a la carretera Panamericana, vimos a un grupo de personas
que iban al cementerio de la ciudad. Ese grupo lo volvimos a encontrar en el
restaurante, que tiene un pequeño zoológico, una alberca pequeña para niños y un
amplio patio. Pedimos deliciosas chitas fritas y una cerveza. Buen momento.
Terminado nuestro almuerzo, nos fuimos a Pacasmayo a
visitarlo, ver sus casas, sus mercados, sus edificios ruinosos, los que ya van
muriendo con el “progreso” de mal gusto, chillón y estridente. Vimos los restos
del cine del pueblo, cine Gloria, y varias casas más ya derruidas, queriendo
reemplazar el adobe por el ladrillo y dejando todas las casas a medio hacer
como lo es todo el Perú. Luego de recorrer las calles centrales, nos fuimos al
hotel a esperar la puesta de sol en la terraza bebiendo un jugo helado. La
puesta de sol arregló todo. Por la noche salimos a cenar nuevamente pescado
(estamos en un puerto) que no fue del todo exitoso.
Nos fuimos a dormir
temprano, puesto que teníamos que salir temprano de Pacasmayo para llegar antes
de las 11 de la mañana al aeropuerto para dejar la camioneta e íbamos a
detenernos en el camino para comprar algo de fruta y atravesar las pesadillas
que son Paiján y Chocope. Fue un buen viaje corto.