PPK ha caído. El longevo
jerarca duró un total de un año, siete meses y 21 días, lapso en el cual
su gobierno fue zarandeado, torpedeado por diversos escándalos y los deseos de
venganza de la candidata perdedora. Los cancerberos de esta y la ineptitud de
los hombres de gobierno de aquel se encargaron de tirarse abajo cualquier buena
propuesta para el país o, lo más escandaloso, defenestrar algunos ministros,
como el caso de Jaime Saavedra, que, luego, tuvieron el reconocimiento que
merecía en la comunidad internacional. Este hecho hizo recordar el famoso
baloteo congresal contra Javier Pérez de Cuéllar, encabezado por Javier Arias
Orlandini, quienes no le perdonaron haber ejercido el cargo de diplomático en
la novísima Embajada de Perú en la Moscú de la extinta URSS. Los políticos actuaron
con sed de venganza. PPK estuvo atado y no tuvo “muñeca” para despercudirse de
un lastre que cargó a lo largo de sus días gubernamentales; además permitió que
congresistas de bajo o escaso nivel académico y de nula catadura moral vejasen
a personas preparadas. Su final se precipitó con la desacertada decisión de liberar
al reo más polémico, arruinando las fiestas navideñas de millones de peruanos.
Fue uno de los regalos más amargos que un presidente puede hacerle a su
sociedad. PPK se fue quedando solo.
Martín Vizcarra recibe un
pasivo peligroso, creado por personajes de mala laya. Su objetivo dista mucho
del bien nacional. A estas alturas, ya hay muchas personas que dudan de la
famosa división fraternal fujimorista. Pareciera que solo han sido movidas de
piezas en el ajedrez político para lograr los objetivos ya alcanzados: sacar a
Alberto Fujimori y deshacerse de PPK. Sin embargo, debe de entenderse que la
salida de Kuczynski no es por el plan maquiavélico fujimorista, sino la
corrupción de Odebrecht que cruza de cabo a rabo toda la política peruana,
corrupción en la que expresidentes y pasados candidatos están nombrados y
potencialmente incluidos en sus tentáculos. Pareciera que ante el ruido
generado por las declaraciones de Jorge Barata ha tenido que habérselo acallado
con otro escándalo mayor. La renuncia de un presidente ciertamente que lo es.
Esperemos que el Poder Judicial siga trabajando en lo suyo y la presión
exterior guíe su rumbo. Vizcarra no debe de cerrar este Congreso, pues lo poco
avanzado en la investigación Odebrecht puede volver a cero. Hay muchos que
extrañan la palabra “disolver”.
Frente a esta realidad, Martín Vizcarra tiene una buena capacidad de maniobra para gobernar. Su mensaje se
centró en lucha contra la corrupción (harto difícil) y retomar la confianza en
el Estado, institución expoliada por gobernantes anteriores. Hace bien en organizar
un nuevo gabinete; el otro ya estaba desgastado y nació con tan mala estrella
(por ejemplo, el actuar del APRA con los entonces ministros convocados). Se centrará en la reconstrucción (que sea
técnica) y educación de calidad.
Solo queda desearle la mejor
de la suerte, será por el bien nuestro.
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