Tomemos algunos hechos al azar
de la semana que pasó: el asesinato de 17 personas en Norteamérica por Nikolas
Cruz, un joven de 19 años; la muerte de 5 jóvenes en el Centro Juvenil de Diagnóstico y Rehabilitación de Trujillo (Ex Floresta);
y la puesta en libertad de Adriano Pozo, autor de la agresión contra Arlette
Contreras en julio del 2015. Obviamente, el nexo entre los tres casos es la
violencia protagonizada por adolescentes y jóvenes, la cual puede ser ejercida
por o contra ellos. Los casos son todos lamentables y origina una cantidad
de preguntas, muchas reiterativas, de lo que nuestra sociedad está haciendo con
el fin de prevenir hechos luctuosos o vejatorios, tan frecuentes en nuestros
días. No nos estamos reponiendo, pero sí olvidando, de la violación y posterior
asesinato de la niña Jimena por parte de César Alva Mendoza cuando estos nuevos
casos nos perturban por nuestra incapacidad de adelantarnos a los hechos; o, de
haber ocurrido, sancionarlos adecuada y ejemplarmente con el fin de crear una
cultura del control personal y social para no trasgredir normas básicas de
convivencia.
Aunque el caso de Nikolas Cruz
no sucedió en nuestro país, muchas de las causas por las cuales se entiende esta
masacre en un colegio de Florida en EE.UU. están latentes en todas las
sociedades en las que la soledad juvenil y la construcción de arquetipos
violentos alimentados por la frustración forjan a jóvenes kamikazes contra la
sociedad y las personas que la integran; aunque distantes por las razones, el
actuar de estos jóvenes termina por parecerse al de los fanáticos religiosos
que detestan al otro, al diferente, al causante de su mal. Ahora, agreguemos,
como en el caso de nuestras sociedades tercermundistas, la pobreza para ver
cómo surgen uniones de adolescentes abandonados por sus familias, su sociedad,
el mundo. Es el clan, la pandilla, la que asume el valor de pertenencia. Sus
intereses y acciones difieren de las normas sociales regulares. El
amotinamiento de la Ex Floresta (también Maranguita en Lima) no está del todo
claras, se habla de maltratos físicos; pero las razones por las que están
recluidos es por su trasgresión permanente.
La sociedad trata de hallar
mecanismos para proteger a la persona en situaciones críticas en las que se pueden
hallar desvalidas frente a la violencia policial (hay que leer el capítulo Las
nuevas reglas del juego del libro El origen de la hidra de Charlie Becerra) y
el poder judicial asume ese rol. Sin embargo, las decisiones que algunos jueces
suelen tomar desarman las estrategias preventivas sociales como lo es la
sanción frente a una grave falta: es una forma de aprendizaje. Si la violencia debe de ser sancionada, entonces ¿cómo quedamos frente a la cuestionada liberación de
Adriano Pozo, quien infligió daños contra su pareja y fue difundido por redes
abiertamente? El sentido de impunidad que se vive todos los días es alimentado
por aquellos que dicen protegernos.