Una semana de pesadilla, de divisiones, de situaciones vergonzosas. A estas alturas, algunos medios de prensa internacional comparan el comportamiento de la lideresa Keiko Fujimori con los de Trump y el israelí Netanyahu, quienes hicieron tambalear el sistema democrático de sus respectivos países; peor aún en el nuestro por las graves deficiencias que este tiene en una sociedad muy golpeada por la corrupción y la crisis de la pandemia. Parece que su suerte está echada. Estamos en vilo.
Keiko es un personaje surgido
de uno de los gobiernos más corruptos que tuvo nuestro país; ese gobierno supo
debilitar las instituciones de nuestra sociedad y a muchas las corrompió de
raíz. Con ella también vino una serie de personajes que incursionaron en la
política gracias al debilitamiento y vacío de los tradicionales partidos
políticos. Así se entiende la desaparición del APRA o el PPC del mapa
electoral en los últimos años o en el fantoche que se convirtió AP. Esos
vacíos fueron ocupados por nuevos partidos que se adecuan a un neo clientelismo
(“plata como cancha”, por ejemplo) que ha viciado el mundo político. Keiko se
erigió como una lideresa que recogió la popularidad positiva y negativa de su
padre, quien quedó en la recordación de mucha gente por su estilo práctico de
gobernar y toda esa urdimbre corrupta que envileció a nuestro país por una
década y cuyos rezagos seguimos sufriendo. Ella comenzó a marcar ciertos rumbos
de nuestra sociedad: con Ollanta abrió su primer frente. Su trabajo de bases,
sobre todo en el Norte peruano, comenzó a entrar en acción logrando destacados
avances; por eso, Keiko esperaba su ascenso apoteósico en su segunda contienda;
pero, la suerte le fue adversa. Ella, increíblemente, quemó un capital político
que ahora le hubiera sido totalmente positivo. Pudo más el rencor que la
racionalidad y en su insano accionar sumió a nuestro país en un lustro para el
olvido: 4 presidentes, dos congresos y un colapso del sistema por una pandemia
que desnudó graves vacíos de décadas.
Estoy leyendo justificaciones por los
resultados adversos en estas elecciones, incluso culpando al electorado de
ignorante e irresponsable por haber permitido el triunfo de Pedro Castillo. No.
El sentimiento anti Keiko cruza todos los estratos de la sociedad, la que
hastiada ha visto tambalear la democracia por sus caprichos. No podemos borrar
cinco años de pesadilla. Pedro Castillo debe de tomar en cuenta esto. Miles de
votos vienen no de apoyo abierto a su tendencia política, sino de un rechazo a
una candidata que arrastra tantos pasivos que cualquier otro candidato, que
hubiera estado frente a ella en segunda vuelta, la hubiera vencido por un margen
arrasador. Ni la inversión millonaria, ni los miedos y pánicos difundidos por
los medios, ni los pactos y apoyos de personalidades han sido suficientes para maquillarla.
Solo han servido para dividir más a nuestra fragmentada sociedad. Penoso
Bicentenario.