Hoy es un día clave para millones de peruanos. Tras una década turbulenta, llegamos a un periodo electoral trascendental para nuestra sociedad: hoy debemos elegir al presidente del Bicentenario. No solo para que dirija el destino de nuestro país en los próximos cinco años, sino la persona que reciba una celebración clave que debe de resaltar nuestra identidad como nación.
Este último lustro ha sido una
agonía por nuestra inestabilidad política. No bien se determinó una segunda
vuelta entre PPK y Keiko Fujimori para que diversos analistas vieran la
fragilidad de la situación. Ambos candidatos venían con duros pasivos de
corrupción (no olvidar Panamá papers, por ejemplo). El triunfo por escaso
margen de PPK fue el inicio del suplicio para la sociedad peruana: un poder
legislativo desafiante y boicoteador contra un endeble presidente que veía a
sus ministros censurados, oír pedidos extravagantes y soportar la malcriadez de
la candidata contrincante por no reconocer el triunfo del contendor e, incluso,
sugerir fraude. PPK se vio en el tortuoso camino de entablar conversaciones con
diversos partidos con el fin de generar estabilidad. Hasta que llegaron las
negociaciones con un grupo de disidentes del fujimorismo con Kenji a la cabeza obteniendo
el insólito indulto a Alberto Fujimori, acción que precipitó la caída de su
gobierno de turno y el inicio de una larga pesadilla entre el legislativo y el
ejecutivo lo que devino en dos congresos (uno peor que el otro), cuatro
presidentes (incluidos PPK), todo en medio de una avasallante pandemia que
mostró la realidad de una sociedad que aparentó ser rica y solo sirvió para acentuar
las profundas divisiones socioeconómicas y geográficas. Las últimas décadas,
lejos de haberse trabajado en ser una sociedad más inclusiva, más equilibrada en
servicios para su población, con mejor sistema de salud y educación, con
sistema de justicia más eficiente y con criterio de imparcialidad, y una
seguridad otorgada a toda su población; todo esto, por lo contrario, se
derrumbó con la crisis sanitaria. Una salud pública venida a menos ha hecho que
miles de peruanos se hayan visto forzados a asumir costos onerosos que la salud
privada exigía y sigue exigiendo. Cosas como balón de oxígeno o camas UCI
pueden significar la ruina familiar, todo por haber descuidado un sistema que
debió haber sido reforzado y haberse convertido en paradigma para los demás
países que se compraban el concepto de vernos un país con un modelo económico
exitoso. De manera brusca, los peruanos nos hemos desnudado. Una segunda
fantasía del guano llega a su fin.
Las encuestas finales son, sin
embargo y de ser ciertas, una triste evidencia de que no se ha aprendido. Temerosos
y avasallados, los ciudadanos se están volcando en extremismos pensando que
hallarán estabilidad. Además, con un posible congreso peor que los anteriores,
veremos más oscuridad en el horizonte. Todo está ahora en nuestras manos.