Ambos candidatos vienen con
mochilas muy pesadas. Uno, la de haber pertenecido a movimientos que causan
temor entre muchas personas que vivimos la dantesca década de los 80, que
creció ante la ineficiente respuesta de los gobiernos de turno; además, Castillo
ha dirigido una larga huelga de los docentes en el 2017 y mantiene vínculos con
personas ligadas a la corrupción, como es el caso de Vladimir Cerrón. Keiko tiene una mochila mucho más pesada, por
eso arrastra tras de sí un rechazo de mucha gente en nuestra sociedad: trae a
rastras el pasado de su padre que permitió que la corrupción calase en todas
las instituciones de la sociedad peruana; envileció medios de difusión, amenazó
a opositores a su régimen; compró el Poder Judicial a su medida y destruyó la
credibilidad en las fuerzas armadas y policiales. Permitió un modelo económico
exitoso a nivel macro, pero no hubo un desarrollo positivo en todos los niveles
sociales. En su plan de privatizaciones, lanzó a las calles a miles de personas
y, para atenuar la situación, permitió el ingreso de ticos, buses camión,
combis, custer, mototaxis; convirtiendo al sistema de transporte público en la
pesadilla que es ahora. Aceleró el centralismo y permitió el crecimiento de
monopolios de servicios como el de telefonía e internet convirtiéndolo en uno
caro. Permitió la apertura de instituciones educativas lo que fue lentamente
envilecido por personas que vieron más un negocio que un servicio en bien de la
comunidad.
Ambos candidatos tienen un bolsón duro de votantes, uno bastante mayor que el de la otra. La refriega se va a dar en el campo de los indecisos. Hay muchas personas que no cederán su voto al otro contrincante; otros dudan. Castillo es una inmensa incertidumbre. Pero, la imagen asociada de Keiko a realidades que se han desnudado con la pandemia y la corrupción, con el comportamiento de sus congresistas que generaron tanta inestabilidad y los escándalos que la asocian con lavado de activos y narcotráfico; todo eso hace dudar a muchos. Su influencia se ha visto en medios que la apoyan abiertamente y la reciente destitución en América TV genera muchas más dudas. Los estrategas de marketing político de cada candidato tratarán de convencer a gente que ha sido olvidada o ha sido testigo de tantos desaciertos que nos han llevado, quiérase o no, a la situación en la que nos hallamos. Y hay algo que sí debería de preocuparnos mucho: el narcotráfico. Ser un narcoestado es una condición que nos hundiría en una espiral de violencia tan grave o peor como la que pasamos en los 80. Duro dilema.
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