Miércoles 22 de marzo. Luego de
una semana de lluvias y huaycos (riadas de lodo y piedra), salí a ver cómo
estaban mis amigos y una parte de la ciudad: el centro histórico de Trujillo. Premunido
de una máscara, gorro, agua y una cámara fotográfica me enfilé hacia la Av.
América Norte, ubicada a dos cuadras de mi casa. Mi caminata fue un poco accidentada,
pues se habían colocado bolsas de arena en lugares que entorpecían el paso o lo
obstaculizaba del todo. Además se veían muchas calles con el acceso a ellas
totalmente cerrado. Ojalá que alguno de sus residentes no vaya a pasar alguna
urgencia, pues la posibilidad de llegar a cualquier domicilio en esa calle es
nula. Agreguémosle la cantidad de tranqueras que se han colocado en varios
barrios para que uno imagine el caos que hay en la ciudad. Y muchos vecinos han
sacado sus bolsas de basura para depositarlas en las calles a las cuales, tal
como están las cosas, dudo que llegue el camión de recojo. En varios aspectos,
los ciudadanos, más que ser parte de la solución, somos parte del gran problema
en situaciones como estas. En realidad, tenemos de nota en Civismo: 0.
Luego de seis riadas, el Centro Histórico ha sido uno de los barrios más castigados de la urbe. El Porvenir y
Buenos Aires, ambos equidistantes, son también los que más graves consecuencias
han tenido. Estos barrios han sido construidos sobre varios lechos de ríos
secos que se activan en temporadas pluviales como esta. Recuerdo una visita que
hice por el sur de Israel, zona generalmente desértica, en la cual hay lluvias
esporádicas pero violentas. Las autoridades habían planificado estos lugares
llamados Wadi (un poco como los lechos de ríos secos) para que nada se
construyese sobre ellos y que haya advertencias para cualquier visitante, fuera
de refugios por su hubiera una furtiva riada de agua. Me tocó la experiencia de
vivir una tormenta sorprendente con rayos que iluminaban la noche y que
retumbaban sobre las cabañas en las que estábamos hospedados; al día siguiente,
hubo una fuerte lluvia y vi cómo esos lechos secos se cargaban de agua que
formaban una fuerte corriente y que arrastraba con todo. Buen susto, pero todo
bien previsto. Aquí varios de estos lechos son zonas urbanizadas e incluso
lotizadas “legalmente”, producto de invasiones, traficantes de tierras y de
políticos inescrupulosos para obtener votos futuros. A mi parecer, hay zonas en
las cuales la intervención de un proyecto de canalización de aguas significará forzosamente
la expropiación de casas e incluso cuadras para construir un gran canal dren
para la ciudad. Esperemos que haya ese líder que se faje esta impopular medida,
pero necesaria si la ciudad en su conjunto quiere seguir existiendo. Las
medidas hechas en Ecuador para su sistema de drenaje han sido extraordinarias,
un verdadero ejemplo para el de nosotros, el país que lideraba la economía del continente
y no ha sido capaz de crear verdaderos proyectos de impacto social como sí lo
ha hecho Ecuador. 19 años perdidos desde el Fujimorato con el Niño del 98 y 34
años desde el Niño 82-83 desde el segundo gobierno de Belaunde. Tiempo perdido.
Sigamos con el lamentable
periplo. Entré por la Avenida Manuel Vera Enríquez para encontrarme con un
tráfico endemoniado y que levantaba un polvo bastante dañino. Esta tierra llegó
del famoso camposanto de Mampuesto, un ex reservorio chimú ahora un cementerio.
Huelgan las palabras para preguntar cómo es que este reservorio natural terminó
de cementerio que colapsa por ¡segunda vez! Imagino que en la era Chimú, muchos
canales se servían de estas aguas cuando había lluvias cuyas aguas alimentaban
este reservorio natural. Ahora no existen esas fugas o las mismas se han
convertido en calles, avenidas o manzanas de casas. Al llegar a la esquina
entre la avenida mencionada y la 8 de Octubre me hallé con un microbús atascado
en un hoyo abierto por la corrosión de la capa asfáltica. La presencia de
varios policías de tránsito como algunos voluntarios controló el tráfico de
gente desesperada de salir como sea de ese tráfago. La gente acataba las
reglas, pero no faltaba algún abusivo en camionetas 4x4 que generaban desorden:
increíble, no era el transporte público, sino energúmenos al volante que se
creen con todo el derecho del mundo a avanzar sin respetar a los demás; incluso
algunos parecían tener la intención de arrollar peatones. Subí un par de cuadras
la avenida 8 de Octubre y la situación era caótica. Muchas calles estaban
bloqueadas u otras llenas de lodo de la riada del domingo 19 (la que fue más
fuerte). Me dirigí nuevamente a la Avenida Manuel Vera y tomé la dirección de
Av. España. Era un caos total, los policías indicaban a los choferes de no
tomar la Vera Enríquez por la cantidad de barro acumulado. Crucé hacia la calle
Junín. Un triste panorama; sin embargo, ya había maquinaria removiendo el barro
para que haya un tránsito fluido. Tres cuadras de Junín, cercanas a la calle
San Martín, estaban llenas de lodo y basura. Y así sucedió con todas las
transversales a San Martín, la que ha soportado todas las riadas y, quizá, las
que vengan aún. Cuando escribo esto, ya están anunciando otra.
Entrar a San Martín es sentirse
desolado. Imagino la pesadilla que habrán vivido residentes y comercios que se
hallan en esta calle. Aún discurría agua cerca de las bermas. Me acerqué a la
Alianza Francesa a ver el edificio. No había nadie, pero luego hablé con el
Director y me comentó que habían previsto varias medidas: cubrir objetos y elevarlos,
igual libros y otros materiales, asegurar ventanas y puertas. En el 98, el
entonces Director vio pasar flotando un gran conteiner de basura desde la
avenida Miraflores. No sé qué habrán visto esta vez. Me acerqué al restaurante
de unos amigos, el Patio Rojo: daños considerables. Espero que los bancos
tengan una política de préstamos blandos a muchos pequeños y medianos
empresarios que han sufrido pérdidas parciales o totales de sus medios de
trabajo: es lo mínimo que pueden hacer, ya que ahora te prestan dinero a por
doquier. Solo espero que no sea una política de usura total que es la esencia, en
cierta manera, de un banco.
Seguí caminando por San Martín y
vi las tres casas que amenazan desplomarse. Creo que se haría una acción de
emergencia, ya que la gente pasa al costado de ellas sin medir el peligro de la
caída parcial o completa de una de estas casas. Lamentable. Esta vez me dirigí
hacia el Club Libertad. Hablé con el Sr. Anticona, guardián del lugar; me contó
aterrado cómo el agua y el lodo ingresaron en el local inundando parte de las
canchas de básquet y la entrada. De ahí me dirigí hacia la calle Almagro. Antes
di una mano a un señor gasfitero que iba a hacer unos arreglos a una casa, el
señor es discapacitado físico y no podía subir los montículos creados con los
sacos de arena. Vi otros casos más; si la ciudad en sí es poco amable con los
discapacitados físicos, por estos días el panorama es peor. De Almagro fui
hacia la Plaza de Armas que yacía aún con polvo, pero ya no como la vi
fotografiada el domingo. Subí por Pizarro y en el camino te encuentras con vendedores
improvisados de venta de mascarillas. Fui a una farmacia a comprar una medicina
que sí había, aparte pregunté por mascarillas: agotadas. Todas estas están en
las calles sobrevaloradas. Imagino que el índice de inflación por estos días
debe de estar llegando más allá del 40 %. Seguí por Pizarro, quise tomar un
jugo y no tenía vuelto: el billete de 10 o 20 soles era raro. Me abstuve y me
dirigí hacia la Casa de Emancipación: cerrada. Luego Club Central: cerrado.
Doblé por Junín para ver Santa Clara: cerrada. Tomé la calle Independencia
hasta España en cruce con Av. Del Ejército. Crucé la avenida, ya no tan caótica
para dirigirme hacia la Av. Miraflores. Aquí ya es otro el panorama y el caos
volvía a cundir.
La Av. Miraflores ha sido el cauce “natural” de estas riadas. El
asfalto se ha hundido por muchas partes, pero no se ven dichos huecos por la
presencia de agua. El caos se iba acentuando a medida que uno se acerca a la
Av. Túpac Amaru. La calle está cerrada y a lo largo de la avenida en dirección
hacia la Av. América Este las calles trasversales están todas cerradas con
barreras de sacos o tranqueras. Es la locura total. En algunos casos, la gente ha
hecho una suerte de fortines que a la llegada del agua la derivan hacia el
vecino afectándolo. Los trujillanos se quejan del molón de Salaverry y ellos
han hecho réplicas del mismo sin importarles a quiénes afectan. Nuevamente, 0
civismo.
Pasé frente al Cementerio de
Miraflores. No vi mucho, pero creo que los vivos se han preocupado más por sus
vidas que por los muertos. Seguí hasta llegar a Borgoño, doblé para ver cómo
estaba la Universidad Privada del Norte, mi ex centro de trabajo, poco
afectado. Luego me dirigí hasta Daniel Hoyle para visitar a María. Estaba tranquila
felizmente. Pero problemas de agua y organización son los que carcomen la
paciencia de la gente. En su casa hice una buena pascana. Como reflexión es la
necesidad de organizarnos para exigir a las autoridades presentes y venideras
en embarcarse en proyectos globales urbanos que consideren drenes, canales,
parques, una urbanización ordenada de la ciudad.
Tomé el camino hacia 8 de
Octubre, luego de mi pascana. También en un estado lamentable. Hay algunos
sectores que han llegado a situaciones extremas: han construido un muro rápido
de ladrillos y cemento.
Trujillo tiene que pensar que ya
somos una ciudad tropical y que esta experiencia sea el punto de partida de una
ciudad mejor. No queda otra. Porque Trujillo sigue siendo un lugar bonito para vivir y lo haremos.