Informar es una de las funciones
obligatorias, por no decir la principal, que cumplen cotidianamente los medios
de comunicación con el fin de tener al tanto a la comunidad sobre diversos
acontecimientos que suceden en nuestra localidad. Cumplen, así, con los
derechos de los ciudadanos a la información, al conocimiento de su entorno, y
contribuyen indirectamente en la educación de una sociedad. Son, además,
forjadores de la conciencia política, cultural y social de sus habitantes. Los
espacios físicos y virtuales de un medio se convierten en lugar de debate
público y son también una vitrina de los acontecimientos relevantes de todo
tipo de los diversos hechos e incidentes que suceden en nuestra ciudad, país y
el mundo. Han ayudado y ayudan a desenmascarar actos delictivos de todo nivel,
como el que venimos viviendo todos los peruanos con la escandalosa corrupción
del grupo Odebrecht en el mundo político en todos sus estratos. Por eso, es el
cuarto poder. Alta responsabilidad además.
Hay algunos hechos, los luctuosos,
que llenan los diarios y se han convertido en una parte relevante en la
estructuración cotidiana de muchos medios de la localidad, el país y el mundo.
Se convierten en su primera plana con el fin de resaltar, pensemos
optimistamente, la escalada de violencia de nuestra ciudad. En el mundo del
periodismo se sabe que el tratamiento de una noticia debe de ser lo más
objetiva posible; sin embargo, el prisma con que abordamos tal o cual
acontecimiento no deja de tener una perspectiva personal. Si uno ve un film
como Rashomon del maestro Kurosawa, podrá constatar que un incidente cualquiera
recibe percepciones diferentes que no dejan de ser parte importante de la
verdad como un todo.
Cuando la noticia que se
ofrece recibe una fuerte distorsión que va más allá del simple hecho de
informar y manifiesta una intención abiertamente reñida contra la ética profesional,
la comunidad debe de sancionar y manifestar su abierto rechazo ante la burda
manipulación de la verdad. El hecho como la muerte de un niño existe, pero se
convierte en un espectáculo circense para modelar el morbo de una población ya
deformada por el tosco tratamiento de este tipo de noticias. El ser humano es mostrado
en una vitrina para el torcido gusto de cierto público y convierte al personaje
de tal o cual evento en una cifra más de un sistema cuyo motor económico es el
dolor y sangre en este tipo de medios. La contribución de estos medios es
nimia, escasa, nula; pues coadyuva a formar la conciencia de una población
escasa de valores edificantes. Si queremos verlo desde una perspectiva
negativa, sí redunda una autopercepción de clase contra la cual la educación,
las corrientes preventivas contra la violencia y propuestas por mejorar la
calidad de vida de las personas se oponen.
En la novela Tinta Roja del escritor chileno Alberto Fuguet, el periodista
Faúndez, principal redactor de un diario amarillista, decía que estos diarios
eran la columna social de los estratos más deprimidos. Esta lógica sigue siendo
vigente.
No hay comentarios:
Publicar un comentario