“Evitemos, pues, en tiempos tamaños males, no introduzcamos nosotros mismos el funesto pus, y después de plácidos días, y lisonjeras esperanzas, la noche menos pensada se gangrene el cuerpo”. Este fragmento escrito por José Faustino Sánchez Carrión en su carta fechada el 01 de marzo de 1822 al editor de El Correo mercantil describe los peligros de un gobierno monárquico para el Perú. Este fragmento aparece luego de las violentas acciones históricas vividas, hechas por diversos monarcas ingleses contra la Carta Magna de sus ciudadanos. El Solitario de Sayán sabía de la debilidad de un grupo poderoso de ciudadanos acostumbrados al servilismo, la comodidad y la traición, capaces de defender sus intereses por encima del bien común esgrimiendo perniciosos argumentos disuasivos a una sociedad en formación cívica.
Cuando comenzaba a escribir
este artículo, experimenté dos momentos emotivos que le dan mucho sentido a
este: una entrevista grabada por parte de un grupo de jóvenes sobre una visión
mía del Perú, una proyección feliz de la sociedad peruana; y, por otro lado, el
lamentable fallecimiento de Sigisfredo Orbegoso, con quien tuve algunas breves
conversaciones e intercambio de opiniones en la virtualidad. En la entrevista,
imaginé una sociedad inclusiva, tolerante, equitativa, respetuosa de la ley, orgullosa
de su pasado; una sociedad confiada en su futuro en el que todos vivamos en
armonía con nuestros connacionales y el medio ambiente tan rico y variado que
tenemos, ese que debemos de dejar en herencia a los futuros peruanos; una
sociedad en la que la ley sea para todos y que la corrupción sea paulatinamente
derrotada por la ciudadanía. Pero, de pronto, llega la noticia de la muerte de
Don Sigisfredo, imbatible luchador de una justicia social tan dura de lograr y
tan difícil de entender. Cientos de miles de peruanos viven excluidos, alejados
de una calidad de vida digna, abandonados a su suerte en cuanto a seguridad,
salud, educación, justicia. En momentos en que nuestra democracia se ve en
riesgo por un débil gobierno carente de liderazgo y un impopular congreso
plagado de personajes cuestionables que aspiran a un golpe de estado descarado para
acallar los numerosos brotes de corrupción e imponer su voluntad a rajatabla;
por todo esto, vuelve a mi memoria las palabras que había escrito el Solitario
de Sayán para hacer entender a los incrédulos ciudadanos de entonces la importancia de la democracia y
sus beneficios por los cuales hay que luchar. Doscientos años después, abusando
y prostituyendo el verdadero significado de la democracia, vemos que nada o poco
se ha aprendido. Así pues, hay un largo y tortuoso camino por delante. Se
debería empezar por replantear los llamados partidos políticos, actores
principales del modelo democrático. Con lo que vemos diariamente, estos hacen
cualquier cosa, menos el principal objetivo: servir a la sociedad para la
construcción de su felicidad.