Sábado 30 de septiembre. El día anterior habíamos acordado ir a Pacaya Samiria a conocer la reserva, ver los delfines rosados y saber por qué es importante este santuario, que se ve a frecuencia amenazado por la explotación petrolera. Estuvimos viendo las posibilidades de nuestro viaje y hablamos por teléfono con el guía quien pasó a recoger parte del dinero para salir temprano el sábado rumbo a Nauta y luego hasta la entrada del Parque Nacional Pacaya Samiria. En el hotel nos habían dicho que no solían servir el desayuno tan temprano. Por eso fuimos de compras para llevar fruta y otras avituallas para el camino. Grande fue la sorpresa que nos habían preparado un buen desayuno y que además habían traído algunas cosas para nosotros que María había pedido con el fin de preparar unos buenos sánguches para el camino. Barriga llena, corazón contento.
El guía nos recogió a la hora acordada. Íbamos a ir en un taxi
que nos llevaría a Nauta por un camino pavimentado (suerte) y de ahí nos íbamos
en un bote con motor hasta la entrada de la Reserva. El trayecto se hizo con
regularidad, el paisaje es feraz, el verde nos rodeaba y salía hasta de la
carretera. La selva con el tiempo termina por devorar todo. Los pequeños
poblados que crecen a ambos márgenes de la carretera se iban desperezando para
su jornada diaria, poblados dedicados a la agricultura. Comercian con Iquitos. Íbamos
en dirección suroeste, hacia un lugar que en mi niñez aprendí en mis clases de
Geografía. Nauta era el punto donde confluían el Marañón y el Ucayali para
formar el Amazonas. De niño esos nombres me parecían míticos, hablaban del río
mar y había leído mitos y leyendas de la selva. Imaginé el cuento El bagrecico
de Francisco Izquierdo y comparé la información que me daban los lugareños para
ir a las grandes ciudades que se conectan entre sí en esas carreteras acuáticas
naturales que son los ríos amazónicos. 5 días a Yurimaguas o a Leticia…días…
Para un pececito era una vida. Todo es descomunal aquí y la gente convive con
su naturaleza, aunque ahora están comenzando aceleradamente a maltratarla con
tráficos ilegales de especies nativas, con
la basura que vierten a los ríos (lo veremos en Belén) o con el
combustible desparramado de los cada vez más frecuentes botes con motor fuera
de borda; ya lo advierte Roger Rumrill en su obra La virgen de Samiria.
Al llegar a Nauta, tan solo ingresamos a las primeras casas y
se desata un tremendo aguacero. Pero la vida de la gente sigue normal; una
lluvia más, como la que nos recibió en el aeropuerto dos días antes. Nos
dirigimos al embarcadero bajo el fuerte chapuzón. El guía hacía las últimas
operaciones, mientras nos íbamos acomodando en nuestro bote. El conductor era
un joven no más de 20 años, orgulloso de su movilidad. En nuestra espera, vimos
la polución que existe en el embarcadero, con un derrame permanente de
combustible. Peligroso. También peligroso era el transporte de combustible así
como las estaciones de combustible que se encuentran en el mismo embarcadero;
no quiero imaginar un incendio en el lugar.
Al zarpar vimos diversas embarcaciones, pequeñas y grandes, sencillas y lujosas. Vimos los lujosos barcos con los te internas por días en la jungla y uno de los cuales fue asaltado hace algunos años, cual piratería moderna. Encomendándonos a los dioses amazónicos salimos para nuestro objetivo bajo una densa lluvia que entraba por todas partes. Salimos del embarcadero y nos dirigimos hacia la reserva (http://www.sernanp.gob.pe/pacaya-samiria) (en realidad, ya estábamos casi en la Reserva pues tiene una extensión un poco más de dos millones de hectáreas… ¡es inmensa! Íbamos a tocar, rasgar, parte de su inmenso territorio. Lo que en realidad queríamos era ver la belleza natural del lugar y sus fantásticos animales como los delfines rosados, temido por los aborígenes del lugar por ser un ser que se transforma en un gringo que seduce y rapta a las chicas del lugar. Quizá estos sean las evocaciones tristes de las épocas de cristianización y luego la dolorosa época del caucho. Y los malos gringos siguen haciendo de las suyas con explotaciones petroleras o minería, sea legal o ilegal, que amenazan la zona y su población autóctona. Me hacía recordar a María Reátegui Torres, personaje central de la novela La virgen del Samiria, prostituida en un campamento petrolero. La selva, en su belleza, oculta historias muy tristes. También uno recuerda el film colombiano El abrazo de la serpiente y lo que fue la dolorosa historia del caucho (como lo relata MVLL de manera indirecta a través de los ojos de Roger Casement en su novela El sueño del celta y de quien veremos en Nauta una interesante exposición). Cosas de la vida que se hilvanan contigo.
Al zarpar vimos diversas embarcaciones, pequeñas y grandes, sencillas y lujosas. Vimos los lujosos barcos con los te internas por días en la jungla y uno de los cuales fue asaltado hace algunos años, cual piratería moderna. Encomendándonos a los dioses amazónicos salimos para nuestro objetivo bajo una densa lluvia que entraba por todas partes. Salimos del embarcadero y nos dirigimos hacia la reserva (http://www.sernanp.gob.pe/pacaya-samiria) (en realidad, ya estábamos casi en la Reserva pues tiene una extensión un poco más de dos millones de hectáreas… ¡es inmensa! Íbamos a tocar, rasgar, parte de su inmenso territorio. Lo que en realidad queríamos era ver la belleza natural del lugar y sus fantásticos animales como los delfines rosados, temido por los aborígenes del lugar por ser un ser que se transforma en un gringo que seduce y rapta a las chicas del lugar. Quizá estos sean las evocaciones tristes de las épocas de cristianización y luego la dolorosa época del caucho. Y los malos gringos siguen haciendo de las suyas con explotaciones petroleras o minería, sea legal o ilegal, que amenazan la zona y su población autóctona. Me hacía recordar a María Reátegui Torres, personaje central de la novela La virgen del Samiria, prostituida en un campamento petrolero. La selva, en su belleza, oculta historias muy tristes. También uno recuerda el film colombiano El abrazo de la serpiente y lo que fue la dolorosa historia del caucho (como lo relata MVLL de manera indirecta a través de los ojos de Roger Casement en su novela El sueño del celta y de quien veremos en Nauta una interesante exposición). Cosas de la vida que se hilvanan contigo.
El trayecto bajo la lluvia fue toda una experiencia en un
principio fascinante, pero luego se volvió molestosa. El agua entraba por todos
lados, iba mojando nuestra ropa, nuestras cámaras, nuestras valijas. Tampoco
podíamos percibir muchos del paisaje, pues las nubes cayeron sobre la selva y
el río Marañón. Y así recuerdas el film Fitzcarraldo, al cual recordamos la
noche anterior en un restaurante. La bruma cubría la vegetación, los barcos de
todo calado que navegaban por el río. Un paisaje fantasmal. Casi media hora
después, el cielo comenzó a despejarse y ya veíamos contornos más definidos. En
nuestro trayecto cruzamos el encuentro con un afluente más pequeño del cual
“descendían” dos canoas. Alucinante el encuentro de los dos ríos: nuestro guía
nos comentaba que muchos afluentes tienen colores de sus aguas diferentes. En
nuestra marcha, llegó un momento en el que el guía comenzó a sacar agua del
interior del bote. No pánico. Cesada la lluvia, vimos las aves, la selva feraz,
brutalmente verde. De pronto, ya cerca de la guardianía de la Reserva en el
encuentro con otro pequeño afluente comenzamos a ver los delfines grises y los
rosados. Había cardúmenes de peces que saltaban fuera del agua, señal que
llegaban los delfines. Con un extraño silbido de nuestro guía, los delfines se
aproximaban. Salían, algunos saltaban, pasaban por debajo de nuestra
embarcación. Fue un espectáculo bello, que no pudimos captar fácilmente con las
cámaras, pues su aparición era súbita y no nos daba tiempo para captar la
escena, solo parcialmente. Así que nos dedicamos a observar. Nos acercamos a
las cabañas de la guardia forestal de la Reserva para hacer uso de sus
instalaciones. Ahí nos percatamos que nuestro guía no había hecho nada de
gestiones y que no podíamos avanzar más allá. Decepción y engaño. Sin embargo,
íbamos a sacarle el jugo a las circunstancias. Almorzamos nuestros sánguches
hechos por María y Soraia que aplacaron el hambre. Ya antes de retornar dimos
una última vuelta y nos encontramos con mantarrayas de río muertas, que estaban
varadas en un recodo del río y comenzabas a ser devoradas por los buitres. La
idea era sacar carnaza para pescar algo; lo único que se logró fue ver este par
de mantarrayas (una grande y otra pequeña). Comenzó nuestro retorno el cual fue
más rápido pues ya no íbamos contracorriente. Dormí un buen tramo y al
despertar ya estábamos en Nauta. Descendimos del bote y nos despedimos de
nuestro joven conductor, el cual en un momento de nuestra espera para que
lleguen los delfines se lanzó al río para llamar la atención de ellos, ¡qué
loco!
Ya en Nauta nos fuimos hacia la plaza de armas. Salimos del embarcadero y cruzamos el colorido mercado con gente que venía en día de feria. Había gente de las comunidades aledañas, algunas vestidas con sus trajes que las identifica, personas de tribus que fueron casi diezmadas en la época del caucho. Antes de
llegar a esta vimos un mural en el cual se narraba la historia triste de la
evangelización y la era del caucho, la presencia no grata de los jesuitas y los
caucheros que diezmaron tribus de la selva. Las historias narradas en las
paredes de un instituto son tristes, pero el mural es bello. Se halla en un complejo que pertenece a los curas agustinos. Luego nos
dirigimos hacia la plaza de armas en sí hacia la Municipalidad. Aquí nos íbamos
a encontrar con una interesante exposición, la de Roger Casement. Esta muestra
era organizada por el Ministerio de Relaciones Exteriores (está en tres
idiomas: español, portugués e inglés) con varias fotografías de este casi
anónimo hombre que fue maltratado por la corona inglesa y que arriesgó su vida
para denunciar las torturas de la esclavitud moderna en el Congo belga y en el
Perú de la era del caucho. Fotos terribles, hombres, mujeres y niños mutilados
o azotados. Castigados por no haber llegado a la cuota del día (algo así como
las cuotas de los vendedores en las empresas modernas). La muestra se había
clausurado el día anterior, pero la gente muy gentilmente accedió a abrir las
puertas de la Sala de Exposiciones para poder verla en este rincón del mundo.
Una vez concluida nuestra visita nos fuimos hacia un parque en el que había
cientos de tortugas taricayas en una laguna cercana a la Plaza de Armas, Laguna
Sapi Sapi. El lugar es fantástico, cientos de tortugas, aves y me dicen que hay
algunos paiches pequeños (piscigranja) hacen un buen remanso para pasear y descansar.
Llegó nuestra movilidad y nos pusimos en camino. Nauta pudo haber sido la capital de esta zona y tuvo más relevancia de Iquitos, pero diversas circunstancias le quitó ese privilegio.
Nuestro chofer resultó ser un
exsacerdote muy simpático que nos contó sus vicisitudes, que incluso vive en
una suerte de ostracismo familiar, pues su madre no lo quiere volver a ver. En
el camino nos animamos más con las canciones que evocaba Soraia, todas
graciosas y con un lenguaje picante que nos hacía reír.
Al llegar a Iquitos, nos fuimos a nuestro hotel para salir
más tarde a cenar al Espresso Café, lugar que el día anterior habíamos visitado
con María, luego que dejamos a Soraia en el hotel por el cansancio natural del
viaje desde Portugal. El Espresso Café es un sitio simpático, ubicado en el
segundo piso de una gran casa de la época dorada de Iquitos, esas casas
amplias, frescas, con varios balcones. El lugar se ha convertido, además, en un
espacio de arte: hay litografías, grabados, pinturas, música en vivo. Lo mejor
en nuestra cena fueron las alitas picantes que comimos de entrada y los buenos
jugos que hay. Para cerrar la noche nos dimos una vuelta por la Plaza de Armas,
la que aún formalmente no habíamos visitado. Una plaza simpática, llena de
gente. Nos fuimos a un centro artesanal y vimos varias cosas que quisimos
llevar. Lo dejamos para el domingo. Craso error, pues al día siguiente los
vendedores estaban en resaca, quizás.