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Trujillo, La Libertad, Peru
Un espacio para mostrar ideas y puntos de vista ligados al arte, a la cultura y la vida de una sociedad tanto peruana como universal
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domingo, 19 de noviembre de 2017

PACAYA SAMIRIA, UN INTENTO (VIAJE A IQUITOS)



Sábado 30 de septiembre. El día anterior habíamos acordado ir a Pacaya Samiria a conocer la reserva, ver los delfines rosados y saber por qué es importante este santuario, que se ve a frecuencia amenazado por la explotación petrolera. Estuvimos viendo las posibilidades de nuestro viaje y hablamos por teléfono con el guía quien pasó a recoger parte del dinero para salir temprano el sábado rumbo a Nauta y luego hasta la entrada del Parque Nacional Pacaya Samiria. En el hotel nos habían dicho que no solían servir el desayuno tan temprano. Por eso fuimos de compras para llevar fruta y otras avituallas para el camino. Grande fue la sorpresa que nos habían preparado un buen desayuno y que además habían traído algunas cosas para nosotros que María había pedido con el fin de preparar unos buenos sánguches para el camino. Barriga llena, corazón contento.
El guía nos recogió a la hora acordada. Íbamos a ir en un taxi que nos llevaría a Nauta por un camino pavimentado (suerte) y de ahí nos íbamos en un bote con motor hasta la entrada de la Reserva. El trayecto se hizo con regularidad, el paisaje es feraz, el verde nos rodeaba y salía hasta de la carretera. La selva con el tiempo termina por devorar todo. Los pequeños poblados que crecen a ambos márgenes de la carretera se iban desperezando para su jornada diaria, poblados dedicados a la agricultura. Comercian con Iquitos. Íbamos en dirección suroeste, hacia un lugar que en mi niñez aprendí en mis clases de Geografía. Nauta era el punto donde confluían el Marañón y el Ucayali para formar el Amazonas. De niño esos nombres me parecían míticos, hablaban del río mar y había leído mitos y leyendas de la selva. Imaginé el cuento El bagrecico de Francisco Izquierdo y comparé la información que me daban los lugareños para ir a las grandes ciudades que se conectan entre sí en esas carreteras acuáticas naturales que son los ríos amazónicos. 5 días a Yurimaguas o a Leticia…días… Para un pececito era una vida. Todo es descomunal aquí y la gente convive con su naturaleza, aunque ahora están comenzando aceleradamente a maltratarla con tráficos ilegales de especies nativas, con  la basura que vierten a los ríos (lo veremos en Belén) o con el combustible desparramado de los cada vez más frecuentes botes con motor fuera de borda; ya lo advierte Roger Rumrill en su obra La virgen de Samiria.
Al llegar a Nauta, tan solo ingresamos a las primeras casas y se desata un tremendo aguacero. Pero la vida de la gente sigue normal; una lluvia más, como la que nos recibió en el aeropuerto dos días antes. Nos dirigimos al embarcadero bajo el fuerte chapuzón. El guía hacía las últimas operaciones, mientras nos íbamos acomodando en nuestro bote. El conductor era un joven no más de 20 años, orgulloso de su movilidad. En nuestra espera, vimos la polución que existe en el embarcadero, con un derrame permanente de combustible. Peligroso. También peligroso era el transporte de combustible así como las estaciones de combustible que se encuentran en el mismo embarcadero; no quiero imaginar un incendio en el lugar.



Al zarpar vimos diversas embarcaciones, pequeñas y grandes, sencillas y lujosas. Vimos los lujosos barcos con los te internas por días en la jungla y uno de los cuales fue asaltado hace algunos años, cual piratería moderna. Encomendándonos a los dioses amazónicos salimos para nuestro objetivo bajo una densa lluvia que entraba por todas partes. Salimos del embarcadero y nos dirigimos hacia la reserva (http://www.sernanp.gob.pe/pacaya-samiria)    (en realidad, ya estábamos casi en la Reserva pues tiene una extensión un poco más de dos millones de hectáreas… ¡es inmensa! Íbamos a tocar, rasgar, parte de su inmenso territorio. Lo que en realidad queríamos era ver la belleza natural del lugar y sus fantásticos animales como los delfines rosados, temido por los aborígenes del lugar por ser un ser que se transforma en un gringo que seduce y rapta a las chicas del lugar. Quizá estos sean las evocaciones tristes de las épocas de cristianización y luego la dolorosa época del caucho. Y los malos gringos siguen haciendo de las suyas con explotaciones petroleras o minería, sea legal o ilegal, que amenazan la zona y su población autóctona. Me hacía recordar a María Reátegui Torres, personaje central de la novela La virgen del Samiria, prostituida en un campamento petrolero. La selva, en su belleza, oculta historias muy tristes. También uno recuerda el film colombiano El abrazo de la serpiente y lo que fue la dolorosa historia del caucho (como lo relata MVLL de manera indirecta a través de los ojos de Roger Casement en su novela El sueño del celta y de quien veremos en Nauta una interesante exposición). Cosas de la vida que se hilvanan contigo.
El trayecto bajo la lluvia fue toda una experiencia en un principio fascinante, pero luego se volvió molestosa. El agua entraba por todos lados, iba mojando nuestra ropa, nuestras cámaras, nuestras valijas. Tampoco podíamos percibir muchos del paisaje, pues las nubes cayeron sobre la selva y el río Marañón. Y así recuerdas el film Fitzcarraldo, al cual recordamos la noche anterior en un restaurante. La bruma cubría la vegetación, los barcos de todo calado que navegaban por el río. Un paisaje fantasmal. Casi media hora después, el cielo comenzó a despejarse y ya veíamos contornos más definidos. En nuestro trayecto cruzamos el encuentro con un afluente más pequeño del cual “descendían” dos canoas. Alucinante el encuentro de los dos ríos: nuestro guía nos comentaba que muchos afluentes tienen colores de sus aguas diferentes. En nuestra marcha, llegó un momento en el que el guía comenzó a sacar agua del interior del bote. No pánico. Cesada la lluvia, vimos las aves, la selva feraz, brutalmente verde. De pronto, ya cerca de la guardianía de la Reserva en el encuentro con otro pequeño afluente comenzamos a ver los delfines grises y los rosados. Había cardúmenes de peces que saltaban fuera del agua, señal que llegaban los delfines. Con un extraño silbido de nuestro guía, los delfines se aproximaban. Salían, algunos saltaban, pasaban por debajo de nuestra embarcación. Fue un espectáculo bello, que no pudimos captar fácilmente con las cámaras, pues su aparición era súbita y no nos daba tiempo para captar la escena, solo parcialmente. Así que nos dedicamos a observar. Nos acercamos a las cabañas de la guardia forestal de la Reserva para hacer uso de sus instalaciones. Ahí nos percatamos que nuestro guía no había hecho nada de gestiones y que no podíamos avanzar más allá. Decepción y engaño. Sin embargo, íbamos a sacarle el jugo a las circunstancias. Almorzamos nuestros sánguches hechos por María y Soraia que aplacaron el hambre. Ya antes de retornar dimos una última vuelta y nos encontramos con mantarrayas de río muertas, que estaban varadas en un recodo del río y comenzabas a ser devoradas por los buitres. La idea era sacar carnaza para pescar algo; lo único que se logró fue ver este par de mantarrayas (una grande y otra pequeña). Comenzó nuestro retorno el cual fue más rápido pues ya no íbamos contracorriente. Dormí un buen tramo y al despertar ya estábamos en Nauta. Descendimos del bote y nos despedimos de nuestro joven conductor, el cual en un momento de nuestra espera para que lleguen los delfines se lanzó al río para llamar la atención de ellos, ¡qué loco!




Ya en Nauta nos fuimos hacia la plaza de armas. Salimos del embarcadero y cruzamos el colorido mercado con gente que venía en día de feria. Había gente de las comunidades aledañas, algunas vestidas con sus trajes que las identifica, personas de tribus que fueron casi diezmadas en la época del caucho. Antes de llegar a esta vimos un mural en el cual se narraba la historia triste de la evangelización y la era del caucho, la presencia no grata de los jesuitas y los caucheros que diezmaron tribus de la selva. Las historias narradas en las paredes de un instituto son tristes, pero el mural es bello. Se halla en un complejo que pertenece a los curas agustinos. Luego nos dirigimos hacia la plaza de armas en sí hacia la Municipalidad. Aquí nos íbamos a encontrar con una interesante exposición, la de Roger Casement. Esta muestra era organizada por el Ministerio de Relaciones Exteriores (está en tres idiomas: español, portugués e inglés) con varias fotografías de este casi anónimo hombre que fue maltratado por la corona inglesa y que arriesgó su vida para denunciar las torturas de la esclavitud moderna en el Congo belga y en el Perú de la era del caucho. Fotos terribles, hombres, mujeres y niños mutilados o azotados. Castigados por no haber llegado a la cuota del día (algo así como las cuotas de los vendedores en las empresas modernas). La muestra se había clausurado el día anterior, pero la gente muy gentilmente accedió a abrir las puertas de la Sala de Exposiciones para poder verla en este rincón del mundo. Una vez concluida nuestra visita nos fuimos hacia un parque en el que había cientos de tortugas taricayas en una laguna cercana a la Plaza de Armas, Laguna Sapi Sapi. El lugar es fantástico, cientos de tortugas, aves y me dicen que hay algunos paiches pequeños (piscigranja) hacen un buen remanso para pasear y descansar. Llegó nuestra movilidad y nos pusimos en camino. Nauta pudo haber sido la capital de esta zona y tuvo más relevancia de Iquitos, pero diversas circunstancias le quitó ese privilegio. 






Nuestro chofer resultó ser un exsacerdote muy simpático que nos contó sus vicisitudes, que incluso vive en una suerte de ostracismo familiar, pues su madre no lo quiere volver a ver. En el camino nos animamos más con las canciones que evocaba Soraia, todas graciosas y con un lenguaje picante que nos hacía reír.



Al llegar a Iquitos, nos fuimos a nuestro hotel para salir más tarde a cenar al Espresso Café, lugar que el día anterior habíamos visitado con María, luego que dejamos a Soraia en el hotel por el cansancio natural del viaje desde Portugal. El Espresso Café es un sitio simpático, ubicado en el segundo piso de una gran casa de la época dorada de Iquitos, esas casas amplias, frescas, con varios balcones. El lugar se ha convertido, además, en un espacio de arte: hay litografías, grabados, pinturas, música en vivo. Lo mejor en nuestra cena fueron las alitas picantes que comimos de entrada y los buenos jugos que hay. Para cerrar la noche nos dimos una vuelta por la Plaza de Armas, la que aún formalmente no habíamos visitado. Una plaza simpática, llena de gente. Nos fuimos a un centro artesanal y vimos varias cosas que quisimos llevar. Lo dejamos para el domingo. Craso error, pues al día siguiente los vendedores estaban en resaca, quizás.

Nos fuimos a nuestro hotel para tener todo listo para nuestro último día en Iquitos.




domingo, 29 de octubre de 2017

EN EL CORAZÓN AMAZÓNICO: VIAJE IQUITOS. Reencuentro con la ciudad luego de 33 años



Un viaje anhelado por tiempo era retornar a Iquitos para ver la ciudad y sus alrededores. Y este retorno se hizo realidad este 28 de setiembre, luego de 32 años de mi primera visita. Soraia, la hija de María, venía nuevamente a Perú y esta vez nos fuimos a la selva, a la Amazonía. Y el viaje fue toda una experiencia de emociones, de aventuras y también de escenas tristes que conforman la realidad de nuestro país.
Salimos, María y yo, en un vuelo de Avianca a Lima el miércoles 27. El vuelo ya estaba atrasado; sin embargo, teníamos que esperar en el aeropuerto unas cuantas horas más hasta la llegada de Soraia. La espera fue un poco fatigosa, pues si quieres esperar tantas horas, lo debes de hacer en un restaurante y debes de consumir. El aeropuerto de Lima es incómodo y atiborrado de gente. Además ambos terminales, el internacional y nacional, comparten los mismos espacios, lo que hace que sus instalaciones estén llenas y ruidosas en todo momento. Paciencia. Una vez llegada Soraia, esperamos hasta una hora prudente para dejar las maletas en Peruvian, la línea en la que nos íbamos a Iquitos. Felizmente nos aceptaron las maletas temprano, ya que nos íbamos con todo el equipaje de Soraia desde Portugal hasta Iquitos. Ya acomodados en el avión, el vuelo salió relativamente a la hora. El vuelo hacía escala en Pucallpa, donde permanecimos unos 25 minutos. Llegamos a Iquitos a eso de las 3 y media de la tarde. Recién aterrizado el avión se desató un aguacero que nos cogió de sorpresa. Quedamos embobados con el chapuzón, tanto así que tomábamos fotos en una zona de seguridad y riesgo. El personal del aeropuerto nos pidió que saliéramos de la zona de aterrizaje. Todos unos provincianos. El agua mojó todo el equipaje de mano, nuestra ropa y las maletas. Ya nos esperaba un auto del hotel en que nos íbamos a hospedar. La lluvia caía copiosamente; según el taxista, no había caído lluvia en los días previos y nuestra presencia la atrajo. Quizás. Desde el aeropuerto hasta el hotel Época nos tomó algo de 20 minutos. Estábamos empapados y sorprendidos por el buen chapuzón. La selva nos estaba recibiendo. El mismo chofer nos ofreció sus servicios para llevarnos a un mariposario y lugar de rescate animal, más otros lugares; pero los precios nos parecieron exorbitantes. Iquitos en una ciudad cara y estos días nos lo iba a demostrar.





Llegamos a nuestro hotel y procedimos a instalarnos. El hotel se ubica en pleno Malecón Tarapacá (o Maldonado), no lejos de la Plaza de Armas, ni de Belén. Estábamos a espaldas del Jirón Próspero, la arteria comercial de la ciudad. La gente del hotel nos dio diversa información y, luego de una buena ducha, salimos a almorzar-cenar algo decente. Al salir nos cercioramos de que ya no llovía y nos fuimos a caminar por el malecón. Este ya no da al río Amazonas, como cuando vine hace años. Ahora el río que pasa es afluente, el Itaya. En nuestro recorrido nos topamos con casas de azulejos, herencia esplendorosa de la época del caucho. Una casa de este malecón había sufrido un grave incendio y, luego hablando con algunas personas al respecto, estaban en la duda de restaurarla o demolerla. Esa casa, que ha quedado en cascarón y su estructura metálica está declarada como monumento nacional, por lo tanto debe de ser restaurada. Además es parte de ese armonioso conjunto que es ese malecón. Muchas de estas casas son ocupadas por dependencias militares o policiales; espero estén bien tenidas, pues son zonas de acceso restringido (menos la policial que la militar por razones de seguridad). En el camino vimos también vimos la zona regional de Cultura y el Museo Amazónico al cual quisimos ingresar, pero el tiempo nos era corto. Esta fue una acción, como algunas otras, de la que nos arrepentiríamos luego, pues nunca logramos visitar el mismo por las actividades de los días restantes. Lo dejamos para el domingo, nuestro último día, pero ese día nos enteramos que no lo abrían. Pésima realidad de esta institución, pues los museos cierran los lunes. Bueno, para otra vez será. En el camino nos hallamos con uno de los restaurantes recomendados. Ingresamos al Amazon Bistró, nuestra primera experiencia gastronómica de la ciudad. Y no nos arrepentimos. Rociado con cerveza fría para contrarrestar el intenso calor amazónico, degustamos platos nacionales o internacionales con la producción local: pedí, como suelo hacerlo, una fusión de sabores, un plato a base de cuatro tipos de ají (incluido el regional) con pescados de la zona (doncella). Magnífico. Luego de nuestro opíparo almuerzo, salimos en dirección hacia el jirón Putumayo, en el cual hallamos una empresa dedicada al turismo de aventura en el corazón de la selva. La empresa se llama Avatar, obvio título para la acción amazónica, es manejada por un  grupo de venezolanos. Nos mostraron algunos videos para mostrarnos su campamento en la zona por el río Amazonas. Compramos uno de día completo, pues queríamos ver más sitios de interés en Iquitos o alrededores. Nos fuimos a hacer algunas compras para llevar al día siguiente, algo de fruta, pan, agua. Nos fuimos caminando por la calle Próspero desde la Plaza de Armas, después de haber visto parcialmente la Casa de Hierro, raramente restaurada. Nos fuimos a reposar por el largo día, pues no habíamos dormido casi nada en el aeropuerto de Lima.








Viernes 29. Nos levantamos temprano. Nuestro guía venía a las 9 am a recogernos. Los tiempos son también bastante sui géneris en la selva. Sin embargo sí vino puntualmente y nos dirigimos al embarcadero Bellavista Nanay, ubicado en el distrito de Punchana, para descender en la zona del mercado. En el camino, en la Plaza 28 de Julio, nos cruzamos con un desfile escolar llamando a la conciencia ecológica. En verdad, tras lo que veremos en nuestra corta visita a esta zona, es urgente que todos cambiemos de actitud frente a la selva. Ya en el mercado, viviremos nuestro primer gran encuentro con el mundo amazónico. En el mercado ves todo tipo de pescado capturado de los ríos afluentes del Amazonas y de este mismo. Además vimos al famoso Suri, un gusano que se desarrolla en los aguajes. Nuestro guía nos explicó que anteriormente por conseguir este apreciado gusano se talaba varios árboles de aguaje, poniendo en riesgo su existencia. Unos ecologistas italianos enseñaron a “sembrar” huevos y larvas en agujeros hechos en estos árboles de tal manera que se hicieran como nidos controlados para luego hacer “la cosecha”. Los gusanos no tienen un aspecto tan agradable, son gordos, llenos de grasa positiva (como la palta) y procedimos, Soraia y yo, a probar uno en forma de anticucho. El sabor es raro, pero la imagen causa un poco de rechazo. Desde el punto de vista de la salud es una carne nutritiva y su relleno, saludable. Caminamos un poco más para ver restos de lagarto y tortuga asados a la parrilla. Pero si comparamos a los mercados nuestros es como ver cerdos desollados, vaca y terneros trozados para la venta al público. Actuamos con muchos prejuicios. Luego de nuestra experiencia en Bellavista, nos vino a recoger la movilidad para llevarnos ya al embarcadero en sí, donde hay movimiento permanente. Las carreteras de la selva son los ríos, caminos naturales de cientos de hombres y mujeres que se desplazan a todas partes. Nos dirigimos a nuestro segundo destino: Fundo Pedrito, ya en el río Amazonas. La llegada fue tranquila, en el trayecto vimos cientos de barcazas de todo tipo y calado, con motores rápidos o lentos (casi no vimos canoas a remo, todas tienen motor lo que hace suponer una suerte de contaminación galopante de combustible). En el camino vimos también un gran almacén de petróleo, bastante cuestionado por los frecuentes casos de contaminación ambiental y daños a la fauna y flora local. Fundo Pedrito es regentado por una comunidad aborigen (http://www.perutoptours.com/index15lo_fundo_pedrito.html) No recuerdo haber visto animales en cautiverio, pues algunos los deben de soltar para dar paso a nuevas crías. Vimos pirañas grandes (las más pequeñas, oscuras, son más voraces), unos pequeños monos titíes a los cuales no pudimos fotografiar por ser muy escurridizos; paiches, grandes, impresionantes, la textura de sus escamas y su inmensa boca que causaba un poco de reserva; una pequeñas aves con inmensos dedos en sus patas se desplaza con ligereza sobre las flores de la victoria regia; esta planta sí es increíble, es un gran lirio y sus hojas pueden soportar hasta ¡40 kilos bien distribuidos! Es una planta oriunda del Amazonas y se la llamó pues el duque de Devonshire se la presentó a la Reina Victoria y, en su homenaje, le puso ese nombre. Aquí hay más información (https://www.floresyplantas.net/victoria-regia-la-flor-acuatica-mas-grande-del-mundo/). La selva tiene una flora y fauna impresionante, y solo es cuestión de abrir bien los ojos para ver animales grandes y pequeños, y sorprenderte. Aquí más datos interesantes de nuestra fauna amazónica (https://horizontes-salvajes.com/2017/03/23/animales-silvestres-de-la-amazonia/).








Nuevamente nos embarcamos en nuestro peque-peque para dirigirnos al campamento Avatar. Aquí nos tocaría vivir las experiencias para contar a los nietos sobre cómo la adrenalina nos motiva a hacer locuras. Al bajar de la barcaza, nos dirigimos por un sendero de troncos hacia nuestro destino; es una caminata de una media hora, pues nos detenemos a ver árboles, floración o animales como mariposas o insectos. Las hormigas sí que son grandes aquí. Hasta que llegamos a nuestro destino ingresando por un puente que iba a ser un preámbulo de lo que se nos venía. El estrecho puente nos recibe con banderas de diversos países. Al llegar nos ubicaron en el restaurante donde luego almorzaríamos, tras el casi suicidio que vivimos María y yo. Íbamos a hacer canopy, una forma de combinar caminatas por las copas de árboles (hasta casi 80 metros, en este caso 40) y rapel. Nos pusieron toda la indumentaria necesaria. Álvaro, nuestro furtivo entrenador, nos hablaba preparándonos para la nueva experiencia. Cuando subimos la escalera adherida a un árbol no había marcha atrás. El estrecho puente colgante fue la primera prueba de fuego y la pasamos no sin sufrimiento y miedo. El puente tendría unos 20 metros suspendido a 40 metros sobre el piso. La cruzada no fue muy agradable. María logró cruzar con bastantes sobresaltos. En nuestro segundo turno, este fue más sencillo, luego de haber pasado el primer obstáculo. Nos deslizamos por un cable de metal como si fuese una oroya, antiguo puente usado en diversas partes del Perú que ahora tiene un anglicismo por nombre. Dos cruces más y luego un descenso en rapel para llegar al piso. Nuevamente ascendimos ahora a unos 20 metros para descender a toda velocidad hacia otro punto que nos acercaba al hospedaje. La experiencia fue excitante, pura adrenalina. María, que permaneció muda en todo el trayecto, dio un abrazo final a nuestro guía Álvaro por la emoción contenida que vivió. Nos fuimos a almorzar. Ya en la pausa, nuestro guía nos habló de Pacaya-Samiria, un lugar que me parecía idílico y del cual había tanto leído. Estuvimos reposando en las hamacas del lugar hasta que nos tocó regresar. En el retorno nuestro grupo incrementó a varias más personas que habían pernoctado en el lugar. 




El regreso fue tranquilo y directo contemplando el paisaje amazónico, rivera y el río en nuestro camino hacia el embarcadero de Bellavista, donde nos esperaba la pequeña van para llevar a todos. Arreglamos con nuestro guía para indicarle que lo íbamos a llamar más tarde para ver si íbamos. Nos recogió la movilidad que nos llevó al hotel, no sin antes dejar a los otros pasajeros. Ya en el hotel decidimos tomar una buena ducha y tomamos la decisión de ir a Nauta y Pacaya. Salimos a cenar haciendo nuestra buena caminata por el malecón. En el mismo nos topamos con un simpático grupo de jóvenes de regalaban abrazos a los transeúntes; uno de ellos iba disfrazado de hombre araña. Luego vimos un  lugar donde vendían artesanía el cual visitamos con tranquilidad. Al subir al malecón (habíamos bajado casi al nivel del río para entrar al centro artesanal Anaconda), vi un conjunto arquitectónico interesante: la iglesia y el seminario de los agustinos. Ya en la caminata fuimos husmeando varios restaurantes, hasta que me llamó la atención uno: Fitzcarraldo. Las imágenes que decoran al mismo me llamaron la atención. Les dije a María y Soraia para entrar ahí. Y luego me fui percatando que todo estaba relacionado al film de Werner Herzog, quien lo filmó en los 80. El mascarón de proa y el timón era parte del decorado de ese barco hecho especialmente para rodar esta accidentada película en lugares especiales de la selva: el barco fue trasladado de un río a otro a través de troncos que se utilizaron para “rodar” el inmenso barco; esto no terminó nada bien, pues hubo algunos integrantes muertos de los aborígenes que estuvieron en el rodaje del film. Fue una película medio “maldita”; el principal personaje era Mick Jagger de los Rolling Stones, pero al final desistió y asumió el papel Klaus Kinski, su actor fetiche con quien peleaba a cada rato: una relación odio-amor. El film fue un éxito tanto en Alemania como el Perú. Recuerdo a miembros de la Orquesta Sinfónica de Perú que fueron a Iquitos para filmar la última escena sobre el barco que ahora está repartido por diversos lugares de la selva. La cena fue buena. Comimos a gusto. Soraia estaba agotada por el cambio de horario y fuimos a dejarla al hotel. María y yo salimos para ir al banco, compra agua y frutas, y tomar un delicioso jugo en Express Café, el sitio al cual iríamos a cenar el sábado 30, nuestra última noche en Iquitos. Teníamos que desayunar temprano, pues nos esperaba un largo día.