Un viaje anhelado por tiempo era retornar a Iquitos para ver
la ciudad y sus alrededores. Y este retorno se hizo realidad este 28 de
setiembre, luego de 32 años de mi primera visita. Soraia, la hija de María,
venía nuevamente a Perú y esta vez nos fuimos a la selva, a la Amazonía. Y el
viaje fue toda una experiencia de emociones, de aventuras y también de escenas
tristes que conforman la realidad de nuestro país.
Salimos, María y yo, en un vuelo de Avianca a Lima el
miércoles 27. El vuelo ya estaba atrasado; sin embargo, teníamos que esperar en
el aeropuerto unas cuantas horas más hasta la llegada de Soraia. La espera fue
un poco fatigosa, pues si quieres esperar tantas horas, lo debes de hacer en un
restaurante y debes de consumir. El aeropuerto de Lima es incómodo y atiborrado
de gente. Además ambos terminales, el internacional y nacional, comparten los
mismos espacios, lo que hace que sus instalaciones estén llenas y ruidosas en
todo momento. Paciencia. Una vez llegada Soraia, esperamos hasta una hora
prudente para dejar las maletas en Peruvian, la línea en la que nos íbamos a
Iquitos. Felizmente nos aceptaron las maletas temprano, ya que nos íbamos con
todo el equipaje de Soraia desde Portugal hasta Iquitos. Ya acomodados en el
avión, el vuelo salió relativamente a la hora. El vuelo hacía escala en
Pucallpa, donde permanecimos unos 25 minutos. Llegamos a Iquitos a eso de las 3
y media de la tarde. Recién aterrizado el avión se desató un aguacero que nos
cogió de sorpresa. Quedamos embobados con el chapuzón, tanto así que tomábamos
fotos en una zona de seguridad y riesgo. El personal del aeropuerto nos pidió
que saliéramos de la zona de aterrizaje. Todos unos provincianos. El agua mojó
todo el equipaje de mano, nuestra ropa y las maletas. Ya nos esperaba un auto
del hotel en que nos íbamos a hospedar. La lluvia caía copiosamente; según el
taxista, no había caído lluvia en los días previos y nuestra presencia la
atrajo. Quizás. Desde el aeropuerto hasta el hotel Época nos tomó algo de 20
minutos. Estábamos empapados y sorprendidos por el buen chapuzón. La selva nos
estaba recibiendo. El mismo chofer nos ofreció sus servicios para llevarnos a
un mariposario y lugar de rescate animal, más otros lugares; pero los precios
nos parecieron exorbitantes. Iquitos en una ciudad cara y estos días nos lo iba
a demostrar.
Llegamos a nuestro hotel y procedimos a instalarnos. El hotel
se ubica en pleno Malecón Tarapacá (o Maldonado), no lejos de la Plaza de
Armas, ni de Belén. Estábamos a espaldas del Jirón Próspero, la arteria
comercial de la ciudad. La gente del hotel nos dio diversa información y, luego
de una buena ducha, salimos a almorzar-cenar algo decente. Al salir nos
cercioramos de que ya no llovía y nos fuimos a caminar por el malecón. Este ya
no da al río Amazonas, como cuando vine hace años. Ahora el río que pasa es
afluente, el Itaya. En nuestro recorrido nos topamos con casas de azulejos,
herencia esplendorosa de la época del caucho. Una casa de este malecón había
sufrido un grave incendio y, luego hablando con algunas personas al respecto,
estaban en la duda de restaurarla o demolerla. Esa casa, que ha quedado en
cascarón y su estructura metálica está declarada como monumento nacional, por
lo tanto debe de ser restaurada. Además es parte de ese armonioso conjunto que
es ese malecón. Muchas de estas casas son ocupadas por dependencias militares o
policiales; espero estén bien tenidas, pues son zonas de acceso restringido
(menos la policial que la militar por razones de seguridad). En el camino vimos
también vimos la zona regional de Cultura y el Museo Amazónico al cual quisimos
ingresar, pero el tiempo nos era corto. Esta fue una acción, como algunas otras,
de la que nos arrepentiríamos luego, pues nunca logramos visitar el mismo por
las actividades de los días restantes. Lo dejamos para el domingo, nuestro
último día, pero ese día nos enteramos que no lo abrían. Pésima realidad de
esta institución, pues los museos cierran los lunes. Bueno, para otra vez será.
En el camino nos hallamos con uno de los restaurantes recomendados. Ingresamos
al Amazon Bistró, nuestra primera experiencia gastronómica de la ciudad. Y no
nos arrepentimos. Rociado con cerveza fría para contrarrestar el intenso calor
amazónico, degustamos platos nacionales o internacionales con la producción
local: pedí, como suelo hacerlo, una fusión de sabores, un plato a base de
cuatro tipos de ají (incluido el regional) con pescados de la zona (doncella).
Magnífico. Luego de nuestro opíparo almuerzo, salimos en dirección hacia el
jirón Putumayo, en el cual hallamos una empresa dedicada al turismo de aventura
en el corazón de la selva. La empresa se llama Avatar, obvio título para la
acción amazónica, es manejada por un
grupo de venezolanos. Nos mostraron algunos videos para mostrarnos su
campamento en la zona por el río Amazonas. Compramos uno de día completo, pues
queríamos ver más sitios de interés en Iquitos o alrededores. Nos fuimos a
hacer algunas compras para llevar al día siguiente, algo de fruta, pan, agua.
Nos fuimos caminando por la calle Próspero desde la Plaza de Armas, después de
haber visto parcialmente la Casa de Hierro, raramente restaurada. Nos fuimos a
reposar por el largo día, pues no habíamos dormido casi nada en el aeropuerto
de Lima.
Viernes 29. Nos levantamos temprano. Nuestro guía venía a las
9 am a recogernos. Los tiempos son también bastante sui géneris en la selva.
Sin embargo sí vino puntualmente y nos dirigimos al embarcadero Bellavista
Nanay, ubicado en el distrito de Punchana, para descender en la zona del
mercado. En el camino, en la Plaza 28 de Julio, nos cruzamos con un desfile
escolar llamando a la conciencia ecológica. En verdad, tras lo que veremos en
nuestra corta visita a esta zona, es urgente que todos cambiemos de actitud
frente a la selva. Ya en el mercado, viviremos nuestro primer gran encuentro
con el mundo amazónico. En el mercado ves todo tipo de pescado capturado de los
ríos afluentes del Amazonas y de este mismo. Además vimos al famoso Suri, un
gusano que se desarrolla en los aguajes. Nuestro guía nos explicó que
anteriormente por conseguir este apreciado gusano se talaba varios árboles de
aguaje, poniendo en riesgo su existencia. Unos ecologistas italianos enseñaron
a “sembrar” huevos y larvas en agujeros hechos en estos árboles de tal manera
que se hicieran como nidos controlados para luego hacer “la cosecha”. Los
gusanos no tienen un aspecto tan agradable, son gordos, llenos de grasa
positiva (como la palta) y procedimos, Soraia y yo, a probar uno en forma de
anticucho. El sabor es raro, pero la imagen causa un poco de rechazo. Desde el
punto de vista de la salud es una carne nutritiva y su relleno, saludable.
Caminamos un poco más para ver restos de lagarto y tortuga asados a la
parrilla. Pero si comparamos a los mercados nuestros es como ver cerdos
desollados, vaca y terneros trozados para la venta al público. Actuamos con
muchos prejuicios. Luego de nuestra experiencia en Bellavista, nos vino a recoger
la movilidad para llevarnos ya al embarcadero en sí, donde hay movimiento
permanente. Las carreteras de la selva son los ríos, caminos naturales de
cientos de hombres y mujeres que se desplazan a todas partes. Nos dirigimos a
nuestro segundo destino: Fundo Pedrito, ya en el río Amazonas. La llegada fue
tranquila, en el trayecto vimos cientos de barcazas de todo tipo y calado, con
motores rápidos o lentos (casi no vimos canoas a remo, todas tienen motor lo
que hace suponer una suerte de contaminación galopante de combustible). En el
camino vimos también un gran almacén de petróleo, bastante cuestionado por los
frecuentes casos de contaminación ambiental y daños a la fauna y flora local.
Fundo Pedrito es regentado por una comunidad aborigen (http://www.perutoptours.com/index15lo_fundo_pedrito.html) No recuerdo haber visto animales en
cautiverio, pues algunos los deben de soltar para dar paso a nuevas crías.
Vimos pirañas grandes (las más pequeñas, oscuras, son más voraces), unos
pequeños monos titíes a los cuales no pudimos fotografiar por ser muy
escurridizos; paiches, grandes, impresionantes, la textura de sus escamas y su
inmensa boca que causaba un poco de reserva; una pequeñas aves con inmensos
dedos en sus patas se desplaza con ligereza sobre las flores de la victoria
regia; esta planta sí es increíble, es un gran lirio y sus hojas pueden
soportar hasta ¡40 kilos bien distribuidos! Es una planta oriunda del Amazonas
y se la llamó pues el duque de Devonshire se la presentó a la Reina Victoria y,
en su homenaje, le puso ese nombre. Aquí hay más información (https://www.floresyplantas.net/victoria-regia-la-flor-acuatica-mas-grande-del-mundo/). La selva tiene una flora y fauna
impresionante, y solo es cuestión de abrir bien los ojos para ver animales
grandes y pequeños, y sorprenderte. Aquí más datos interesantes de nuestra
fauna amazónica (https://horizontes-salvajes.com/2017/03/23/animales-silvestres-de-la-amazonia/).
Nuevamente nos embarcamos en nuestro peque-peque para dirigirnos
al campamento Avatar. Aquí nos tocaría vivir las experiencias para contar a los
nietos sobre cómo la adrenalina nos motiva a hacer locuras. Al bajar de la
barcaza, nos dirigimos por un sendero de troncos hacia nuestro destino; es una
caminata de una media hora, pues nos detenemos a ver árboles, floración o
animales como mariposas o insectos. Las hormigas sí que son grandes aquí. Hasta
que llegamos a nuestro destino ingresando por un puente que iba a ser un
preámbulo de lo que se nos venía. El estrecho puente nos recibe con banderas de
diversos países. Al llegar nos ubicaron en el restaurante donde luego
almorzaríamos, tras el casi suicidio que vivimos María y yo. Íbamos a hacer
canopy, una forma de combinar caminatas por las copas de árboles (hasta casi 80
metros, en este caso 40) y rapel. Nos pusieron toda la indumentaria necesaria.
Álvaro, nuestro furtivo entrenador, nos hablaba preparándonos para la nueva
experiencia. Cuando subimos la escalera adherida a un árbol no había marcha
atrás. El estrecho puente colgante fue la primera prueba de fuego y la pasamos
no sin sufrimiento y miedo. El puente tendría unos 20 metros suspendido a 40
metros sobre el piso. La cruzada no fue muy agradable. María logró cruzar con
bastantes sobresaltos. En nuestro segundo turno, este fue más sencillo, luego
de haber pasado el primer obstáculo. Nos deslizamos por un cable de metal como
si fuese una oroya, antiguo puente usado en diversas partes del Perú que ahora
tiene un anglicismo por nombre. Dos cruces más y luego un descenso en rapel
para llegar al piso. Nuevamente ascendimos ahora a unos 20 metros para
descender a toda velocidad hacia otro punto que nos acercaba al hospedaje. La
experiencia fue excitante, pura adrenalina. María, que permaneció muda en todo
el trayecto, dio un abrazo final a nuestro guía Álvaro por la emoción contenida
que vivió. Nos fuimos a almorzar. Ya en la pausa, nuestro guía nos habló de
Pacaya-Samiria, un lugar que me parecía idílico y del cual había tanto leído. Estuvimos
reposando en las hamacas del lugar hasta que nos tocó regresar. En el retorno
nuestro grupo incrementó a varias más personas que habían pernoctado en el
lugar.
El regreso fue tranquilo y directo contemplando el paisaje amazónico,
rivera y el río en nuestro camino hacia el embarcadero de Bellavista, donde nos
esperaba la pequeña van para llevar a todos. Arreglamos con nuestro guía para
indicarle que lo íbamos a llamar más tarde para ver si íbamos. Nos recogió la
movilidad que nos llevó al hotel, no sin antes dejar a los otros pasajeros. Ya
en el hotel decidimos tomar una buena ducha y tomamos la decisión de ir a Nauta
y Pacaya. Salimos a cenar haciendo nuestra buena caminata por el malecón. En el
mismo nos topamos con un simpático grupo de jóvenes de regalaban abrazos a los
transeúntes; uno de ellos iba disfrazado de hombre araña. Luego vimos un lugar donde vendían artesanía el cual
visitamos con tranquilidad. Al subir al malecón (habíamos bajado casi al nivel
del río para entrar al centro artesanal Anaconda), vi un conjunto
arquitectónico interesante: la iglesia y el seminario de los agustinos. Ya en
la caminata fuimos husmeando varios restaurantes, hasta que me llamó la
atención uno: Fitzcarraldo. Las imágenes que decoran al mismo me llamaron la
atención. Les dije a María y Soraia para entrar ahí. Y luego me fui percatando
que todo estaba relacionado al film de Werner Herzog, quien lo filmó en los 80.
El mascarón de proa y el timón era parte del decorado de ese barco hecho
especialmente para rodar esta accidentada película en lugares especiales de la
selva: el barco fue trasladado de un río a otro a través de troncos que se
utilizaron para “rodar” el inmenso barco; esto no terminó nada bien, pues hubo
algunos integrantes muertos de los aborígenes que estuvieron en el rodaje del
film. Fue una película medio “maldita”; el principal personaje era Mick Jagger
de los Rolling Stones, pero al final desistió y asumió el papel Klaus Kinski,
su actor fetiche con quien peleaba a cada rato: una relación odio-amor. El film
fue un éxito tanto en Alemania como el Perú. Recuerdo a miembros de la Orquesta
Sinfónica de Perú que fueron a Iquitos para filmar la última escena sobre el
barco que ahora está repartido por diversos lugares de la selva. La cena fue
buena. Comimos a gusto. Soraia estaba agotada por el cambio de horario y fuimos
a dejarla al hotel. María y yo salimos para ir al banco, compra agua y frutas,
y tomar un delicioso jugo en Express Café, el sitio al cual iríamos a cenar el
sábado 30, nuestra última noche en Iquitos. Teníamos que desayunar temprano,
pues nos esperaba un largo día.
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