A uno le gustaría empezar una actividad, como el redactar un texto, con buena predisposición. Sin embargo, la presencia de tantos incidentes, cifras y noticias ligados a la pandemia lo hacen a uno cambiar de opinión en el camino. Por ejemplo, el mundo político con su campaña electoral daría tanto que hablar que uno podría escribir muchos artículos al respecto, entre alarmantes y jocosos, irónicos y reflexivos. O el Poder Judicial y sus sorprendentes liberaciones de personajes peligrosos. Pero no.
Círculos cercanos de amigos y
experiencias personales me han llevado nuevamente a este asunto, que ya parece
monotemático, único. La semana comenzó a fragmentárseme al leer los textos de diversos
grupos de amigos y colegas de trabajo que informaban sobre el contagio de
amigas y amigos que habían sido muy cautelosos en su quehacer. A estas alturas,
puedo afirmar que no hay ningún chat colectivo en los que participo en el que
no haya habido personas contaminadas, enfermas o fallecidas desde el inicio de
la pandemia. En junio y julio del año pasado leía textos desesperanzados de familiares
cuyos padres, hermanos o tíos habían caído enfermos y necesitaban urgente
apoyo. O saber que algunos de ellos fallecieron. Y, de pronto, en estas últimas
semanas se repite ese duro panorama. Dos buenos amigos están infectados y
guardan su aislamiento de rigor. Un excolega de trabajo y su familia están en
el hospital bajo observación. Mi madre que sigue un tratamiento por una
dolencia tuvo que ser desplazada a un piso superior por la demanda de espacio
para personas infectadas. Mi esposa me comenta que Portugal vive lo mismo y en
los hospitales hay hileras de ambulancias esperando colocar a los enfermos. Ahora
los jóvenes conforman el nuevo grupo de riesgo; cada día hay más infectados.
Acabo de hablar con un exalumno mío que sale de su convalecencia. Estos datos
no son de noticias elaboradas, son los que recibo de manera directa.
La gente pide no parar las
actividades económicas. Nos tratamos de recuperar. Pero nuestros errores como
sociedad nos han puesto en esta encrucijada. El debilitamiento del sistema de
salud pública es uno de ellos y estamos pagando las consecuencias. Hay gente
que pide que el sector privado asuma la entrega de vacunas. Si algún candidato
ofrece esto, ese es el promotor de una estrategia terrible: genocidio. Vemos
que no hay una receta social eficaz que contenga el avance de la pandemia hasta
la fecha. Algunos datos preocupantes latinoamericanos: Panamá, un país modelo de economía pujante:
población 4´711 mil habitantes y 4,980 muertos por COVID. En otras palabras, un
poco más de un muerto por cada 1000 habitantes; al igual que nuestro país en
relación con el número de habitantes. Colombia y Argentina se dispararon. Ni
hablar de Brasil o México. Y cada vez rodeados de irresponsables antivacunas o
antimascarillas (hasta un candidato sale así en las entrevistas). La verdad,
¿la hay?