Viernes 02 de julio. Luego de
estar casi un año y medio inmovilizado por la pandemia, César me dice para
hacer un viaje a Chiclayo para despejar la mente y volver a vivir luego del
enclaustramiento obligatorio. Luego de haber dejado todo el trabajo previo
(tiempos de asambleas y cerrando trimestre escolar) nos fuimos en un bus a las
3:30 pm. Previamente había contactado con la agencia de alquileres de vehículos
para rentar uno durante todo el sábado, pues el domingo era día de restricción
vehicular para autos particulares. Un sábado para sacarle el jugo. Y lo íbamos
a hacer. El bus llegó tarde, pues el tránsito desde Reque hasta la ciudad misma
de Chiclayo es insufrible: no entiendo cómo aún no hacen una buena autopista de
entrada a la ciudad teniendo ese tráfico y contando con un mantenimiento de calles
mucho mejor que en Trujillo donde los numerosos huecos tienen un pedazo de calle.
En ese sentido, Chiclayo tiene menos problemas en sus calles y, además, existe
una mejor interconectividad entre los numerosos pueblos de su valle. Habíamos
quedado con la gente de la Alianza Francesa de Trujillo en participar en una
actividad en la cual tenía que hablar y pensaba que no iba a tener problema
alguno, pues indican que el bus suele llegar un poco más allá de la 7 pm. Pero
eran las 7:30 y aún no estábamos en la ciudad. Llegamos a toda prisa al hotel y
solo pude participar en el evento hacia finales de la conferencia pactada. Una
vez concluida esta, salimos con César a cenar algo ligero y comprar unas sandalias,
pues las mías habían muerto por uso. Luego de una comida ligera, nos fuimos a
nuestro hotel a descansar y levantarnos temprano.
Sábado 04 de julio. Nuestro
hotel, por cuestiones de protocolo sanitario, servía un desayuno muy triste. Así
que decidimos ir a un restaurante para tomar algo consistente. Fuimos a un café
restaurante, Café España, lugar que ofrecía sánguches prodigiosos y un buen café.
Una cosa inaudita que vi en esta ciudad es la proliferación de varios lugares
de venta de café, una bebida que no era tan popular en su consumo por la
población salvo del hecho en casa (café pasado). Esto es muy simpático, pues el
día anterior habíamos visto un local listo para inaugurarse y, sin quererlo,
íbamos a usarlo este sábado. Comimos un buen sánguche y nos llevamos otro para
el camino. De ahí nos fuimos al aeropuerto para alquilar la camioneta con la
que nos íbamos a desplazar ese día. Cosas de la vida: una confusión hizo que
alquilemos una camioneta que nos iba a ser mucho más útil para nuestro periplo.
Nos fuimos en dirección a
Pomalca. Recogimos a un amigo y de ahí nos dirigimos hacia Pampa Grande. En la
visita de 2019 con Carmen y su hermana, habíamos llegado a este lugar luego del
periplo sureño (Zaña, Huaca Rajada) por lo que llegamos ya un poco tarde. Este
es un lugar de origen moche, aunque hay vestigios de mucha más antigüedad. He
aquí más información: “[..] Los misterios que guarda el complejo arqueológico
Pampa Grande conocida como la última capital del reino Mochica vienen poco a
poco develándose. El equipo de investigadores del Proyecto arqueológico Pampa
Grande que trabajan en un área aproximada de 600 hectáreas ha reportado
importantes hallazgos arquitectónicos en este centro urbano que alojó a los
señores de Sipán en los años 700 d.C. En la plataforma norte se ha registrado
un muro principal que divide la excavación en dos espacios diferenciados. Al
este del muro principal se observa la presencia de una rampa de más de 10
metros de longitud, asociada a dos frentes y un piso finamente elaborado.
Mientras que al oeste a más de 3 metros de profundidad se registra parte de estructura
arquitectónica conformada por amplios ambientes, con rampas y asociaciones arquitectónicas
directas a la última plataforma ubicada al sur del edificio. En la plataforma
menor, al sureste de la Huaca Principal (Huaca Fortaleza) en el sector Piedemonte
norte, se ha reportado similares contextos a los de la zona norte, con la única
diferencia que la rampa de más de 10 metros de longitud se encuentra orientada
al sur. La evidencia de sellos rituales de la arquitectura ha sido ampliamente
corroborada en esta unidad, recuperándose la osamenta de un niño y 3 camélidos
completos, en el relleno de tierra suelta. [..]” (http://www.naylamp.gob.pe/noticias/NOTA%20DE%20PRENSA%20N%C2%BA%2056-%202013%20UEN005.pdf).
Una pena que haya habido personal en el lugar; la visita la hicimos solos, pero
el paisaje es impresionante y con una geografía interesante, un valle encerrado
por estribaciones andinas que ubican a esta fortaleza como entrada o salida de
este valle. Aquí hay más datos: http://ponce.sdsu.edu/resena_historica_del_centro_poblado_pampa_grande.html.
Después de esta visita de casi
dos horas, nos fuimos a buscar una iglesia de la cual había leído escasamente
en algunas fuentes; los datos indicaban Saltur, nos fuimos a este lugar. Al
llegar a Saltur, una amable señora nos dijo que no era esa, sino otro espacio
no muy alejado de ahí, La Punta. En este lugar hay una pequeña capilla ya
ruinosa, construida a inicios del siglo XX. Espero que haya una buena voluntad
para evitar que este pequeño monumento desaparezca.
De ahí nos enrumbamos a almorzar a
Lambayeque. Para evitar la ciudad, fuimos por una avenida, Av. Chiclayo, que estaba
sí en un estado calamitoso no por la pista, sino por la cantidad ingente de
basura de todo tipo que se acumula en todo lado: era una travesía penosa,
decepcionante. No sé si hay algunos viajeros que toman esa ruta, pero uno de
los problemas de nuestras ciudades es utilizar las veredas o los senderos de
los caminos y carreteras como vertedero de basura de todo tipo. Es increíble,
es parte del paisaje y estamos tan acostumbrados que no nos llama la atención;
no solo es un problema de las autoridades, sino de la población misma:
colchones, basura orgánica, cajas y cartones, miles de bolsas de plástico, cadáveres
de perros o gatos, restos de lavaderos, escombros de construcción: es todo un
abanico humillante de nuestra sociedad. Pese a todo, logramos cruzar evitando
el centro de Chiclayo y salimos ya cerca de Lambayeque. Nuestra primera
intención era un buen almuerzo en el Restaurante Descalzi, pero había una boda.
Nos dirigimos, entonces, a El rincón del pato, donde me encontré con mi
exalumno de la universidad. Conversamos un rato, mientras venían nuestros
platos y nos dieron de obsequio una fuente de tamalitos verdes: comer en
Chiclayo no tiene pierde. Una vez concluida nuestro opíparo almuerzo, nos
fuimos a San José a respirar un poco de aire marino.
Hay ahora un bonito bulevar
desde el cual la caminata a la orilla no era muy distante. Vimos una buena
cantidad de bolicheras en la arena y pocas personas en la mar. Hacía un poco de
frío. Estuvimos un rato, pues la idea era hacer un periplo costero: Pimentel y
Eten, cruzando Monsefú. Así lo hicimos una breve entrada a Pimentel, fuimos paralelo
al mar y retomamos la carretera a Eten y decidimos ir al muelle (he ido un par
de veces más), pero uno de los amigos de César nos dijo subir al faro: extraordinaria
decisión. Subimos hasta cierto lugar prudente, pues queríamos entregar la
camioneta a las 7 pm; fuimos hacia el faro y tuvimos un espectáculo impresionante:
el gran muelle de Eten y su inmensa playa hacia la derecha del faro (viendo
hacia el mar) y hacia la izquierda la bonita playa Media Luna. Había mucha
gente que iba al faro en sí, ciclistas y gente que iba a acampar, fuera de pescadores
con cordel. El frío arreciaba. Decidimos retornar por la carretera Panamericana
Sur. Un tránsito penoso. Llegamos a tiempo, luego de pasar el endemoniado óvalo
de ingreso a la ciudad: manejar en Chiclayo puede ser una de las experiencias
más frustrantes y desafiantes de la vida. Llegamos al punto de encuentro con la
persona a la que íbamos a devolver la camioneta. Una vez entregada, nos fuimos
caminando por la avenida Balta hasta llegar a ese Café que el día anterior
estaban preparando para inaugurarlo ese sábado. Entramos, tomamos un buen café
y un postre para levantar las energías. Nos despedimos y fuimos al hotel a dormir
un día largo, pero bien aprovechado.
Domingo 05 de julio. Último
día. Nos fuimos a tomar un buen desayuno: el tradicional frito chiclayano. De
ahí un taxi a Lambayeque, queríamos ir al Museo Brüning, pero ese día no se abría
por los protocolos de rigor. Así que nos fuimos a la simpática plaza de armas.
La iglesia matriz estaba abierta por una ceremonia de confirmación. No sé si ya
se permiten esas ceremonias, pero nos permitió visitar el lugar con calma para
ver cómo ha quedado la restauración de sus altares. Al salir, vimos un accidente
absurdo: una moto contra un auto.
Tratamos de almorzar algo, pero el tiempo nos
apremiaba. Vimos algunas estatuas en esta pequeña ciudad en la que hay varias,
pues es una de las cunas de la independencia de nuestro país. Nos fuimos a
Chiclayo; almorzamos algo ligero y de ahí a la agencia.
Un viaje breve pero
revitalizante.