Los países hispanoamericanos comenzaron a festejar sus bicentenarios independistas desde 2010. Desde México hasta Argentina y Chile, sus festejos fueron accidentados, pues eran momentos históricos en los que una nación se veía “el ombligo”. Recuerdo que en Chile se hizo una ceremonia un poco accidentada para revalorar a sus pueblos indígenas, en especial los mapuches, como un saldo histórico de olvidos y vejámenes.
Nuestro Bicentenario viene muy
cargado. La pandemia asoló a la sociedad peruana y desnudó las profundas
brechas que se pensaban que habían sido acortadas: sueños de opio. Y se han
ahondado más en la reciente campaña electoral bastante accidentada y lamentable
en la que los extremos han sido alimentados por odios y miedos. Las sorpresas
venían de uno y otro partido en la contienda final, cada uno de ellos envueltos
en diversos tipos de corrupción y el consiguiente escándalo. Los candidatos de
la segunda vuelta, para asombro de muchos peruanos, arrastraban muchos pasivos,
aún con la posibilidad de que una de ellos termine en la cárcel de donde había
salido el año pasado por la urgencia sanitaria.
El Bicentenario ya está aquí. Hay
temas prioritarios como la salud, educación y empleo; pero hay asuntos que han
salido a flote en este histórico contexto que están horadando a la sociedad:
abierto y descarnado racismo, tendencias totalitarias, proyectos trasnochados
que han circulado en toda forma de comunicación terminando por dañar el tejido
social en estas celebraciones: la fiesta que pudo haber servido para regocijarnos
y sentirnos integrados se ha convertido en una suerte de pesadilla. Pero queda
este aprendizaje duro y triste que ya no está en manos de un gobernante al cual
se le da cinco años para dirigir (aunque con lo que hemos vivido hay una gran incertidumbre);
sino en manos de su propia ciudadanía para seguir como nación a futuro: son
cambios urgentes que involucra a cada uno de los ciudadanos de nuestro país,
sin excepción. Y con ello van muchas cosas más que nos erosionan todos los
días: corrupción, narcotráfico, ilegalidad, exclusión, graves daños ambientales,
seguridad; temas que no tienen tintes ideológicos, pero son abordados intencionalmente
de manera errónea para su manipulación como bandera de exclusividad. Los otros
puntos son equidad laboral y servicios básicos de calidad, álgidas
problemáticas también estigmatizadas. Los derechos son inalienables y van más
allá de los partidos políticos. Son temas obligatorios. Y tres puntos
importantes para nuestro bien vivir políticamente hablando: institucionalidad,
descentralización efectiva y partidos políticos. Como ya lo venía advirtiendo
Alberto Vergara: “la aparición de partidos que ordenen la participación
política”. Así evitaremos estar siempre en el dilema de escoger el “mal menor”,
desgracia que nos atormenta varias décadas.
Sólo queda desearle lo mejor para nuestro presidente, pues su suerte es también la nuestra.