En
la política peruana todo está permitido. Vale todo. La actividad de todos los
actores políticos del congreso y del poder ejecutivo con la inefable Dina
Boluarte a la cabeza nos ha demostrado que hay más fondo del que uno puede
suponer en las honduras de la miasma en la que esos personajes nos han sumido.
En los últimos meses hemos visto la suma de contubernios a los que pueden llegar una banda “legal” de desalmados angurrientos que dicen llamarse congresistas, ministros o funcionarios del mediocre e impopular gobierno que nos están llevando a la anomia política que vivimos en la época del Fujimorismo más desalmado de los 90. En ese entonces, tras la disolución del congreso y de diversos poderes del Estado en el golpe del 5 de abril de 1992, todo este aparato estatal funcionaba siniestramente para los propósitos de la dupla siniestra y la banda de secuaces que deterioraron todas las instancias sociales, políticas, económicas, educativas y culturales de entonces y cuyas consecuencias estamos pagando ahora. El remedo de Congreso y sus integrantes son, en cierta manera, es producto del desarme gestado desde entonces. Ahora la figura recae en esa camarilla que ascendieron a una curul supuestamente bajo los ideales de una ideología, la cual enviaron literalmente al tacho tan sólo para satisfacer sus apetitos de posesión y poder, y de enriquecimiento los más. Desde la elección del Defensor del Pueblo, los tumbos políticos que vamos viendo son terribles. La impopular gobernante y sus ministros juegan a pared con muchos congresistas, posición que se entiende para sus intereses, contrarios a la gobernabilidad en general trasgrediendo todo el sistema legal y constitucional. El rompimiento peligroso de equilibrio de poderes que estamos presenciando, ahora con el absoluto empoderamiento negativo del Congreso cambia el punto gravitacional en una de las instituciones más impopular y cínica que se haya visto. No importa, todo vale. Por eso vemos las alianzas que presenciamos atónitamente. Haciendo historia, hubo alianzas que fueron escandalosas como la dupla APRA-UNO durante el primer gobierno de Belaunde, posición que hizo que varios apristas de buen cuño se alejaran del partido (los termocéfalos); ese “pacto” volvió ingobernable al país, pues petardeó los intentos de cambios del bisoño presidente frente a lo que halló en ese congreso. Ahora es lo contrario; ambas partes fagocitan para poder quedarse hasta el 2026. La ciudadanía está abrumada por la mediocridad, las amenazas de este gobierno bravucón e incompetente que no tiene (hasta la fecha) la capacidad de responder ante la amenaza de un nuevo El Niño, pues para más preocupado en negociar concesiones y arreglos políticos. Por otro lado, el retorno de Keiko significa el lento desplazamiento de grupos políticos similares, la absorción de varios de sus congresistas y, pronto, abiertos choques con otro partido que apunta a la misma masa electoral: APP.