En octubre de 1994 pisé tierras danesas. En mi vida hubiera imaginado recalar en este lejano (para mí, cuestión de perspectivas) rincón del planeta. Había ganado una beca de AFS, una suerte de stage en un colegio de la pequeña ciudad de Klemensker en la isla de Borholm. Debo confesar que hasta el momento en que me dijeron que la había ganado, poco sabía de Dinamarca y los daneses. Mis conocimientos eran sólo literarios (Hans Christian Andersen) e históricos (tierra de los vikingos, como el resto de los países nórdicos-salvo Finlandia-). Así que con este miserable bagaje cultural, subí al avión de Iberia que me llevaría a København (Copenhague), vía Madrid. Así empezó mi largo periplo de un poco más de tres meses en tierras noreuropeas en un relativo invierno moderado.
Cuando pisé Dinamarca, recibí por advertencia el estar preparado a esa nueva sensación que iba a recibir en el reloj biológico: la duración de la luz solar. Mi primer día en casa de una pareja muy simpática fue casi de shock: a las 4 de la tarde......ya había cientos de estrellas en el firmamento. Pero aún no caía en cuenta de lo que se me venía. El segundo día en una corta siesta, al despertar mi sensación de desubicación cronológica era total. Así como existe la adecuación física (soroche y esas cosas) , también no hay que maltratar nuestro reloj incorporado; es terrible trabajar en esos vuelos intercontinentales, pues quedas patas arriba. Eso que llaman Jetlag.
Tras mi trabajo escolar en Klemensker y luego de mi periplo por Suiza y Alemania, me decidí por conocer más tierras danesas. Había estado en Roskilde, ciudad tan cargada de historia, pero quería ver más. Muchos daneses me decían ir a Odense u Århus, me decidí por la última, ya que no tenía mucho tiempo y había cosas interesantes de esta ciudad. Era cierto lo que había oído.
Tomé el tren desde Copenhague y me esperaban ya allá. Lo bacán de AFS es la red que se arma entre los miembros de esta institución para poder alojar a la gente de otras partes (eso me sirvió en Berlín y Estocolmo también). Llegué en el tren ICE puntualmente (más exacto que los alemanes) y los Rassmussen me esperaban. La casa de ellos estaba en el centro y me hospedé sin problemas. Por la tarde-noche salí a dar una pequeña vuelta para conocer la ciudad, cuyos orígenes se pierden en la historia de vikingos y el intensos comercio del medioevo. Esta ciudad es muy activa y es el puerto más importante de toda Dinamarca. Muchas de las cosas que vi en Copenhague, en el Museo Nacional de la Edad de Bronce fueron halladas por estos territorios.
Lo impresionante de esta vieja ciudad son sus iglesias; tanto la Catedral (Domkirken), impresionante edificio (aunque, valgan verdades, más me impresionó la de Roskilde) y la bella (sí, bella) y pequeña Vor Frue Kirke (la iglesia de Nuestra Señora), la cual tiene los restos de otra iglesia adentro. Esta "gran" iglesia es gótica y la del interior es románica. Tiene unos altares maravillosos, que hacen recordar los de la Catedral de Colonia (otra belleza) y los dípticos o trípticos de pintura de Van Eyck. Las altas paredes están pintadas con viejos detalles religiosos que se distinguen gracias el blanco color que tiene como base. La cúpula interior está pintada con imágenes de santos y santas, y se destaca el trazado de la arquería como si fuesen vetas anudadas. El remate de los arcos son ojivales, un bonito detalle. Las partes expuestas de las arquerías están pintadas con detalles miniaturistas. La iglesia tiene ahora una decoración sobria (abruma el blanco, ya que casi no hay pinturas en sus paredes), típico de lo luterano. Pero su altar mayor es una explosión de imaginería como pocas veces había visto en otras iglesias de la zona o en los museos de arte religiosos en Copenhague u otras partes (hay uno en Rønne, muy simpático).
Cuando miraba embelesado todo, una amable señora se acercó a interrogarme; al decirle que era peruano, sus grandes ojos azules se abrieron y me dijo si en algún momento su hija podría ser recibida en mi casa cuando hiciese una gira por Sudamérica; le respondí gustoso que sí. Esto fue en enero de 1995. Aún la espero.
Estuve dos breves días en esta bella ciudad, insuficientes. Lástima que fui en invierno, pues me dicen que en verano esta ciudad vive su ritmo. Me la imagino.
Antes de irme y uno de mis principales motivos de viajes, fui a visitar al hombre de Grauballe, este estaba en un museo que queda un poco lejos de la ciudad, en el Forhistorisk Museum Moesgård; este es un interesante museo, ves objetos prehistóricos, así como objetos vikingos, por supuesto las famosas piedras rúnicas (tienen una buena colección). Pero el cadáver intacto de este hombre que fue sacrificado hace siglos es impresionante. En realidad, es un poco morboso lo que uno hace como visitante, ves el cuerpo de un hombre que fue estrangulado como sacrificio y lanzado a un depósito de turba (parecido al carbón) que lo preservó por siglos (casi 20, en la edad de hierro) y que fue hallado en Billund. Puede uno observar muchos detalles, incluso sus huellas dactilares. Debido a la larga permanencia en los depósitos de turba, todo su cuerpo es oscuro. la ciencia moderna ya ha estudiado su cuerpo y la reconstrucción hipotética que se ha hecho a los momentos previos a su sacrificio. Además parece que se dio para ingerir hongos alucinógenos (como a la niña llamada momia Juanita en Arequipa, que le dieron chicha para emborracharla).
Luego de esta alucinante visita, estuve en un pequeño museo que las feministas han hecho para honrar a una mujer que trabajó por los derechos de las mujeres y que fue una investigadora de botánica. Una puntual e interesante exposición de sus trabajos y de sus ideas: Maria Sibylla Merian.
Dejé con mucha pena esta linda ciudad, pero me iba hacia el sur a Bélgica y Alemania; Bruselas me esperaba.
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