1988, mes de enero; salgo con un grupo de alumnos del Colegio León Pinelo hacia Israel. El avión de KLM que estaba programado para nuestro vuelo un día martes queda varado en la ciudad de Guayaquil; hacía apenas unos meses que el avión que llevaba al equipo de Alianza Lima había caído al mar a la altura de Ventanilla y esos recuerdos quedaban en latentes, atemorizando a los viajeros del aeropuerto Jorge Chávez de Lima. Teníamos que salir ese día ya que nos permitía llegar antes del Shabbat (sábado judío) que empieza el viernes a las 4:30 p.m. aproximadamente (en invierno). Los planes cambiados ya generaban ciertas angustias que el grupo de 58 personas compartimos.
Personalmente me había preparado para este viaje por todo lo que iba a ver y a recibir de este interesante y explosivo lado del planeta. El vuelo desde Ámsterdam hacia Tel- Aviv ya era toda otra historia; como habíamos partido el viernes temprano, nos permitía llegar a Israel antes de las 4 de la tarde; pero en el avión iba gente de confesión musulmana y judía; a ciertas horas, algunos musulmanes empezaban su rezo hacia la Meca; las aeromozas sorteaban en el pasadizo a aquellos que habían extendido su alfombra o hacían plegarias de pie hacia la sagrada ciudad. La comida kosher era de rigor; ya estaba en otro mundo y solo me quedaba mirar y aprender. Aterrizamos a eso de la 1 de la tarde sin contratiempos, el grupo pasó rápidamente los controles de migración y todo ese terrible escrutinio que ahora se ha puesto de moda en los Estados Unidos. Nos llevó un bus hacia nuestras instalaciones, que quedaban hacia el norte de Israel, más cerca de Haifa que de Tel-Aviv o Jerusalén. Ya estábamos en Israel, el frío nos recibió, la lluvia y un país moderno. Los estereotipos de un país desértico, caluroso y lleno de ruinas por doquier no estaban encajando en lo que veía. Personalmente quería ver la historia viva, tenía esa marcada intención; tenía que esperar un poco más.
A la semana siguiente, una vez instalados todos y ya trabajando (fuimos a trabajar), tuvimos nuestra primera extraordinaria visita: íbamos a Jerusalén. La mayoría de chicos era de confesión judía (salvo uno); mi compañera de viaje era una persona religiosa, pero el fanatismo no era algo que la caracterizara: Aún así, la ciudad era toda una idea acompañada de una emoción que todos hemos desarrollado a lo largo de nuestra formación cultural. Este pequeño espacio en el mundo había sido el lugar codiciado por judíos, egipcios, persas, hititas, asirios, filisteos, mongoles, mamelucos, árabes, turcos, cruzados, franceses, ingleses; por aquí solo faltó que pasaran aztecas, mayas e incas. Fue una velada misión la mía. La ciudad moderna es muy bonita, pero cuando vimos las murallas de Solimán el Magnífico, ya estábamos en otra órbita. A pesar de estar en invierno, ese día, ese mediodía que llegamos al Muro de los Lamentos, había un sol radiante para ver a todos los peregrinos que estaban rezando dios hebreo. De pronto, una sensación indescriptible nos embargó al oír a los Muezines comenzar el rezo en árabe ALÁ ES GRANDE Y SU MÁXIMO PROFETA ES MAHOMA; al mismo tiempo, se oyen los tañidos de cientos de las campanas de todas las iglesias cristianas de la ciudad (sí, no solo católicas, sino coptas, armenias, sirias, ortodoxas rusas o griegas, y todas las protestantes). Inefable sensación.
Israel es el centro de las tres grandes religiones monoteístas de occidente; no solo Jerusalén es el punto de peregrinaje obligado de judíos, cristianos y musulmanes, pero sí uno de los más importantes. Cuando hubimos llegado a Israel, los palestinos los antiguos filisteos, sus antepasados) habían comenzado una larga huelga por el reclamo de sus derechos: la Intifada. Fuera de estar en una zona tensa históricamente hablando, este nuevo hecho acentuó nuestra atención en ser precavidos al ir a los lugares que nos provocaba visitar. Esta situación de tensión en este espacio territorial tan pequeño (Israel es del tamaño del departamento de La Libertad) se ha trasladado a muchos niveles de instituciones que hacen interesante la vida en esos lugares. Un lugar tan relevante para el mundo cristiano como es El Santo Sepulcro está controlado por Católicos franciscanos, ortodoxos griegos y armenios; pero los espacios más pequeños (algunas capillas) son también del dominio cristianos coptos, sirios y etíopes. Contaban que para colocar un foco, era necesaria la reunión de todos los integrantes y muchas veces no llegaban a ponerse de acuerdo. Esto sí era preocupante, puesto que desde algunos aspectos este monumento estaba un tanto deteriorado (lo vi nuevamente en 1990) y no había una intención colectiva de un arreglo del mismo. La vida cotidiana había llegado a las instituciones, sobre todo, aquellas tan antiguas y jerárquicas como las religiosas.
Personalmente, no soy una persona religiosa; mas he sido criado en una sociedad de cultura cristiana católica, es parte de mi patrimonio personal y es, a través de ello, como veo muchas cosas del mundo, es una perspectiva cosmogónica y también una formación estética, emocional y espiritual a la cual me identifico por mi intención de pertenencia. En cuanto estuve caminando por las calles de Nazaré, Jerusalén, Hebrón o Belén, mis referentes eran los sacerdotes y monjas católicos, y todo aquello que me identificara con ese mundo. Identifiqué como lugares válidos, pese a ser solo sostenidos por el dogma, aquellos que la iglesia refrendaba como verdaderos lugares por los que anduvieron patriarcas, profetas y santos del antiguo y nuevo Testamentos. Muchas veces caminaba por la Jerusalén antigua y más de una oportunidad oí a varios oradores que mostraban un nuevo Gólgota, lejos del que yace bajo la iglesia del Santo Sepulcro. Hablé en algunos hospicios de Nazaré con monjas palestinas o inglesas (a las cuales les hablé del espíritu de Chesterton), y compartimos un mundo común pese a las diferencias idiomáticas y culturales. Visité la iglesia de la Dormición de la Virgen en Jerusalén y entré en algunos conflictos históricos cuando en Turquía, visitando Éfeso, me hablaron de Meryemana, el lugar donde María había muerto (así está registrada en la historia de la iglesia, el viaje del apóstol Juan y el virgen María, quien acompañó a Juan en su peregrinaje por Éfeso y en donde edificaron una bella iglesia, actualmente en ruinas). Quizá la racionalidad permite tener un conocimiento más exacto y veraz de las cosas; pero el ver a tanta gente movilizada durante los peregrinajes no dejaba de conmoverme. Vi gente de toda condición, edad, raza, lenguas, movilizarse por estos antiguos parajes en busca de una sensación. La Fe mueve montañas. Y también el peso de la historia.
Uno de los momentos más culminantes y que en cierta manera cubrió mucho de este viaje fue el viaje a Belén. La llegada a esta ciudad es interesante; ahora pertenece a Palestina, cuando estuve aún era territorio ocupado por Israel. Fue una visita tensa, con muchas advertencias severas de lo que nos podría pasar (fuimos 3 personas). La iglesia es discreta y como muchas de la antigua Jerusalén, está regentada por varias instituciones cristianas; al descender al lugar donde posiblemente estuvo el pesebre, confluimos muchas personas de lenguas y razas diversas; pese a ser febrero, un grupo cantó en inglés NOCHE DE PAZ, los demás seguimos espontáneamente en nuestras lenguas (unas 10 por lo menos) hasta que terminamos; fue emocionante. Pero afuera nos esperaba otra cosa: Un grupo de palestinos salió por las estrechas calles gritando contra Israel, la policía llegó, bombas lacrimógenas; tuvimos que correr hacia diversos lugares para refugiarnos; yo me dirigí hacia los baños públicos y ahí me encontré con varias personas que habían huido buscando protección. Calmada la situación salí en busca de mis amigas que habían corrido hacia la Municipalidad. Comentamos el caso, fue una tensa experiencia. Pero ni aún eso nos ha de quitar ese tranquilo momento que habíamos vivido por unos minutos confiando y esperando en que algún día la Humanidad aprenda a vivir en paz, que ese espíritu por el cual clamamos un 24 de diciembre de cada año, sea el modo de vivir para cada uno de los habitantes de este aún bello planeta. Esperemos así sea. Amén.
Personalmente me había preparado para este viaje por todo lo que iba a ver y a recibir de este interesante y explosivo lado del planeta. El vuelo desde Ámsterdam hacia Tel- Aviv ya era toda otra historia; como habíamos partido el viernes temprano, nos permitía llegar a Israel antes de las 4 de la tarde; pero en el avión iba gente de confesión musulmana y judía; a ciertas horas, algunos musulmanes empezaban su rezo hacia la Meca; las aeromozas sorteaban en el pasadizo a aquellos que habían extendido su alfombra o hacían plegarias de pie hacia la sagrada ciudad. La comida kosher era de rigor; ya estaba en otro mundo y solo me quedaba mirar y aprender. Aterrizamos a eso de la 1 de la tarde sin contratiempos, el grupo pasó rápidamente los controles de migración y todo ese terrible escrutinio que ahora se ha puesto de moda en los Estados Unidos. Nos llevó un bus hacia nuestras instalaciones, que quedaban hacia el norte de Israel, más cerca de Haifa que de Tel-Aviv o Jerusalén. Ya estábamos en Israel, el frío nos recibió, la lluvia y un país moderno. Los estereotipos de un país desértico, caluroso y lleno de ruinas por doquier no estaban encajando en lo que veía. Personalmente quería ver la historia viva, tenía esa marcada intención; tenía que esperar un poco más.
A la semana siguiente, una vez instalados todos y ya trabajando (fuimos a trabajar), tuvimos nuestra primera extraordinaria visita: íbamos a Jerusalén. La mayoría de chicos era de confesión judía (salvo uno); mi compañera de viaje era una persona religiosa, pero el fanatismo no era algo que la caracterizara: Aún así, la ciudad era toda una idea acompañada de una emoción que todos hemos desarrollado a lo largo de nuestra formación cultural. Este pequeño espacio en el mundo había sido el lugar codiciado por judíos, egipcios, persas, hititas, asirios, filisteos, mongoles, mamelucos, árabes, turcos, cruzados, franceses, ingleses; por aquí solo faltó que pasaran aztecas, mayas e incas. Fue una velada misión la mía. La ciudad moderna es muy bonita, pero cuando vimos las murallas de Solimán el Magnífico, ya estábamos en otra órbita. A pesar de estar en invierno, ese día, ese mediodía que llegamos al Muro de los Lamentos, había un sol radiante para ver a todos los peregrinos que estaban rezando dios hebreo. De pronto, una sensación indescriptible nos embargó al oír a los Muezines comenzar el rezo en árabe ALÁ ES GRANDE Y SU MÁXIMO PROFETA ES MAHOMA; al mismo tiempo, se oyen los tañidos de cientos de las campanas de todas las iglesias cristianas de la ciudad (sí, no solo católicas, sino coptas, armenias, sirias, ortodoxas rusas o griegas, y todas las protestantes). Inefable sensación.
Israel es el centro de las tres grandes religiones monoteístas de occidente; no solo Jerusalén es el punto de peregrinaje obligado de judíos, cristianos y musulmanes, pero sí uno de los más importantes. Cuando hubimos llegado a Israel, los palestinos los antiguos filisteos, sus antepasados) habían comenzado una larga huelga por el reclamo de sus derechos: la Intifada. Fuera de estar en una zona tensa históricamente hablando, este nuevo hecho acentuó nuestra atención en ser precavidos al ir a los lugares que nos provocaba visitar. Esta situación de tensión en este espacio territorial tan pequeño (Israel es del tamaño del departamento de La Libertad) se ha trasladado a muchos niveles de instituciones que hacen interesante la vida en esos lugares. Un lugar tan relevante para el mundo cristiano como es El Santo Sepulcro está controlado por Católicos franciscanos, ortodoxos griegos y armenios; pero los espacios más pequeños (algunas capillas) son también del dominio cristianos coptos, sirios y etíopes. Contaban que para colocar un foco, era necesaria la reunión de todos los integrantes y muchas veces no llegaban a ponerse de acuerdo. Esto sí era preocupante, puesto que desde algunos aspectos este monumento estaba un tanto deteriorado (lo vi nuevamente en 1990) y no había una intención colectiva de un arreglo del mismo. La vida cotidiana había llegado a las instituciones, sobre todo, aquellas tan antiguas y jerárquicas como las religiosas.
Personalmente, no soy una persona religiosa; mas he sido criado en una sociedad de cultura cristiana católica, es parte de mi patrimonio personal y es, a través de ello, como veo muchas cosas del mundo, es una perspectiva cosmogónica y también una formación estética, emocional y espiritual a la cual me identifico por mi intención de pertenencia. En cuanto estuve caminando por las calles de Nazaré, Jerusalén, Hebrón o Belén, mis referentes eran los sacerdotes y monjas católicos, y todo aquello que me identificara con ese mundo. Identifiqué como lugares válidos, pese a ser solo sostenidos por el dogma, aquellos que la iglesia refrendaba como verdaderos lugares por los que anduvieron patriarcas, profetas y santos del antiguo y nuevo Testamentos. Muchas veces caminaba por la Jerusalén antigua y más de una oportunidad oí a varios oradores que mostraban un nuevo Gólgota, lejos del que yace bajo la iglesia del Santo Sepulcro. Hablé en algunos hospicios de Nazaré con monjas palestinas o inglesas (a las cuales les hablé del espíritu de Chesterton), y compartimos un mundo común pese a las diferencias idiomáticas y culturales. Visité la iglesia de la Dormición de la Virgen en Jerusalén y entré en algunos conflictos históricos cuando en Turquía, visitando Éfeso, me hablaron de Meryemana, el lugar donde María había muerto (así está registrada en la historia de la iglesia, el viaje del apóstol Juan y el virgen María, quien acompañó a Juan en su peregrinaje por Éfeso y en donde edificaron una bella iglesia, actualmente en ruinas). Quizá la racionalidad permite tener un conocimiento más exacto y veraz de las cosas; pero el ver a tanta gente movilizada durante los peregrinajes no dejaba de conmoverme. Vi gente de toda condición, edad, raza, lenguas, movilizarse por estos antiguos parajes en busca de una sensación. La Fe mueve montañas. Y también el peso de la historia.
Uno de los momentos más culminantes y que en cierta manera cubrió mucho de este viaje fue el viaje a Belén. La llegada a esta ciudad es interesante; ahora pertenece a Palestina, cuando estuve aún era territorio ocupado por Israel. Fue una visita tensa, con muchas advertencias severas de lo que nos podría pasar (fuimos 3 personas). La iglesia es discreta y como muchas de la antigua Jerusalén, está regentada por varias instituciones cristianas; al descender al lugar donde posiblemente estuvo el pesebre, confluimos muchas personas de lenguas y razas diversas; pese a ser febrero, un grupo cantó en inglés NOCHE DE PAZ, los demás seguimos espontáneamente en nuestras lenguas (unas 10 por lo menos) hasta que terminamos; fue emocionante. Pero afuera nos esperaba otra cosa: Un grupo de palestinos salió por las estrechas calles gritando contra Israel, la policía llegó, bombas lacrimógenas; tuvimos que correr hacia diversos lugares para refugiarnos; yo me dirigí hacia los baños públicos y ahí me encontré con varias personas que habían huido buscando protección. Calmada la situación salí en busca de mis amigas que habían corrido hacia la Municipalidad. Comentamos el caso, fue una tensa experiencia. Pero ni aún eso nos ha de quitar ese tranquilo momento que habíamos vivido por unos minutos confiando y esperando en que algún día la Humanidad aprenda a vivir en paz, que ese espíritu por el cual clamamos un 24 de diciembre de cada año, sea el modo de vivir para cada uno de los habitantes de este aún bello planeta. Esperemos así sea. Amén.
(Salió publicado en Díatreinta, publicación mensual de la Facultad de CC. de la Comunicación de la UPN)
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