Si alguna vez tuve un nombre fijo en mi memoria y que se convirtió casi en obsesión por años fue Potosí. Desde cuando vivía en Arequipa y escuchaba a amigos bolivianos o por los vínculos que se tenía con ese país. Cuando aprendí Historia del Perú colonial en la Universidad Católica o Historia Económica del Perú con Heraclio Bonilla, ese nombre era con regularidad nombrado. Así como Amsterdam, Estambul, Praga o Kioto, se volvieron nombres obsesivos, Potosí engrosaba esa lista que con el tiempo se volvieron promesas u objetivos que había que cumplir en mi vida. Debo decir que se vuelven motores de mi accionar y mi planificación de vida.
En 1993 decidí hacer una buena gira por algunas ciudades serranas bolivianas: estuve en La Paz, Sucre y sobre todo en esta impresionante ciudad, donde el oxígeno decide no subir más y donde el aire es muy transparente.
En ese trayecto caí en Sucre con tres simpáticos señores chilenos; hicimos buenas migas con Ximena, quien trabaja para Codelco (¿qué será de ella? muy simpática) y luego de una opípara cena en un restaurante en la vieja Sucre, nos decidimos viajar por un solo día al "cielo"; compramos al día siguiente tres pasajes y alquilamos un balón de oxígeno por si acaso. Salimos muy temprano en un viaje de aprox. 4 horas; llegamos a Potosí a eso de las 11 de la mañana y comenzamos un breve recorrido por la ciudad antigua; esta ciudad tuvo algo así 40 iglesias (me hace recordar a Ayacucho) y fue más espledorosa que París en el siglo XVI; se cuenta que con toda la plata que se extrajo de su cerro tutelar (mina inmensa) se podía hacer un camino de este material desde ahí hasta Madrid.
La ciudad es sinuosa, con altos y bajos (no nos olvidemos que está a las faldas de un cerro, llamado Cerro Rico, por motivos obvios) por lo que caminar demandaba mucha calma para no agotar el oxígeno. Por sus estrechas calles discurría nuestro lento caminar, no había que abusar.
A pesar de nuestro lento peregrinaje sí vimos las iglesias de San Lorenzo (bueno, al menos su portada), un monumento impresionante; una lástima que no se pueda entrar con frecuencia. Sí vimos el interior del Templo de San Francisco (no sé por qué les dicen los pobres si hay una riqueza impresionante). Vimos un poco la de San Luis (por fuera).
El plato de fondo fue la Casa de la Moneda, con su interesante máscara en la fachada. Esta visita es muy bacán, ves tantas cosas en su solo espacio; no sólo numismática, sino pintura, muebles, máquinas de acuñamiento; sus patios interiores son interesantes.
Antes de irnos de Potosí, fuimos al mercado y compré un antiguo dije de varios pescados de plata de la zona. Un buen recuerdo.
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