Hay muchas cosas por las cuales podemos escribir un artículo de opinión, pero este está centrado en la jungla salvaje en la que nos hemos convertido con acciones por las cuales cualquiera puede poner en tela de juicio el concepto de ciudad, espacio que refleja a la sociedad, los ciudadanos que la habitan. Y para eso tenemos como claro ejemplo de ello, nuestro tráfico diario. Iba manejando mi auto por una vía de un único sentido, cuando al voltear en una esquina me encuentro con otro auto particular que iba a ingresar a la calle en sentido contrario contraviniendo la regla. Casi causando un choque pues el conductor venía a velocidad, le increpo su acción y por única respuesta escucho un insulto y luego una grosería, y se fue campante. Una acción que retrató en un microcosmos el cosmos peruano: yo hago lo que me da la gana y te aguantas. Estas acciones ocurren cotidianamente por el escaso o nulo respeto por las normas y las leyes; pero también vemos a autoridades locales, regionales y nacionales hacer lo que les da la gana saltándose cualquier normativa o ley con el fin de lograr sus ambiciones, muchas de las cuales se hacen torciendo o rompiendo toda norma de una sociedad que se está acostumbrado a evitar el bienestar común. Creo que a eso no apuntamos todos los que integramos un espacio urbano; se pide reglamentar precisamente para lograr ese orden deseado por sensatez y actuar coercitivamente contra aquellos que lo rompan o alteren. Nuestra ciudad es casi un campo de batalla diaria en la que peatones sobreviven como puedan y choferes abusivos, tanto del sector privado como público, actúan salvajemente. Las entidades responsables de velar por que la vida sea lo más digna posible, permanecen inertes ante el desorden e impunidad; pareciera que los fomentasen. No basta la delincuencia diaria; también hay que soportar el comportamiento díscolo, disruptivo y matonesco de muchas personas que actúan sin ningún temor a sanción. Lo que vemos es el fiel reflejo de la degradación de lo que estamos viviendo en nuestro país con el acentuado deterior de la autoridad debido a los desaciertos del mundo político, responsable de su promoción. La prioridad de los políticos dista mucho de la preocupación ciudadana; hay una suerte de desamparo social y la población, desprotegida, busca formas, muchas veces, extremas que pueden ser muy peligrosas. La actual anomia que vivimos en el micro y macrocosmos peruano puede devenir en algo peor de lo que estamos viviendo, pues cada vez más gente abraza causas extremas, algunas de cuales no podrán ser contenidas con ilusas leyes que este inefable Congreso pueda gestar. Ante esta indiferencia, es momento que las universidades, colegios profesionales y asociaciones civiles comprometidas tomen un rol más protagónico, ya que el individuo por sí solo no podrá enfrentar esta realidad en la que ganan pocos y pierden muchos, muchísimos (así, en superlativo).