Conversaba el otro día con una amiga que está usando una silla de ruedas para su recuperación. Me comentaba con bastante desasosiego todas las vicisitudes que tiene que pasar para desplazarse por una ciudad que es hostil no sólo para las personas que tienen una discapacidad, sino para el ciudadano en general. Personalmente tuve una vez la necesidad de usar una banda yeso en un pie con un calzado especial para poder desplazarme y hacer mis labores cotidianas, y fue una dura experiencia. Pero, cuando uno está en esas condiciones, identifica rápidamente a una gran cantidad de personas que están pasando la misma experiencia de recuperación cuya movilidad era muy penosa. La empatía, palabra clave, aparece en uno cuando vive una experiencia radical. Para mi amiga, desplazarse por instalaciones internas (casa, oficinas, tiendas) es penoso, uno puede imaginarse el calvario que es desplazarse por la ciudad. Con las veredas rotas, calles con huecos, escasa señalización y choferes salvajes que no tienen el menor respeto por el peatón; salir a la calle en esas condiciones se convierte en un acto temerario. Recientemente vi a una mujer con una pierna amputada acompañada de su pequeño hijo sorteando huecos de aceras y calles: un verdadero drama al cual le era indiferente a la mayoría de peatones. Un triste ejemplo es el ingreso al Hospital de Alta Complejidad al que iba con frecuencia para el tratamiento oncológico de mi madre. Nuestra ciudad se ha vuelto lentamente en un lugar agreste para sus habitantes. Y pareciera que sus autoridades son enemigos contumaces que se esfuerzan por hacerla cada vez más hostil y desagradable. Hace dos semanas escribí sobre el problema que se ha generado en el cambio del sistema de agua y desagüe por una mala comunicación y algunos ejemplos de intervenciones en otras partes de la ciudad que son como pesadillas que podrían ocurrir, caso Huerta Grande. Como comenté en ese artículo, es bueno y necesario hacer mantenimientos de redes tan vitales como el de agua potable; pero, los anuncios y monitoreos no han sido los adecuados y un ciudadano con muletas comentó que esa situación era una verdadera pesadilla personal. Y también están los malos ciudadanos que invaden espacios públicos de tránsito peatonal que entorpecen el desplazamiento seguro de las personas. Hay zonas en el centro en las que se puede ver aceras ocupadas por muebles u objetos que obligan al peatón a tener que bajar al pavimento con el riesgo de ser atropellado, conociendo la vesania de algunos conductores, públicos y privados, para manejar sus vehículos. ¿Existen políticas claras, consensuadas y coercitivas del manejo de una ciudad caótica como Trujillo? Todo apunta a que no, pues lo que vemos diariamente es un caos; cada uno sobrevive como puede. Hace años, Marcela García organizaba eventos para proyectar una ciudad vivible. No sería una mala idea volver a convocar a diversos actores relevantes de la ciudad para velar por ella.