Domingo 10 de setiembre. Nuestro último día en Huaraz y en el
Callejón de Huaylas. Ese día, por la noche, regresábamos a Trujillo nuevamente.
A la humedad y al frío inclemente que ha estallado en estos días. Sin embargo,
nuestra despedida iba a ser un poco accidentada. Decidimos cambiar de servicio
de agencia de turismo, pues la anterior nos había fallado en el servicio; así
que probamos con la del hotel. Pero…
Nos levantamos temprano para dejar todo arreglado; además nos
fuimos al mercado para comprar el pan matutino y unas guaguas que salían
frescas y ricas. Además pedimos pagar todo nuestro gasto para que al llegar no
tengamos apuro alguno. Dejamos todo listo y lo único que íbamos a tener
pendiente iba a ser los quesos que habíamos dejado en refrigeración. Además ya por la noche iba a comprar un
nacimiento para llevar de recuerdo a Trujillo. Tomamos un buen desayuno y
esperamos. El tiempo aquí es bastante relativo. Nos dijeron que nos iban a
recoger a las 8; pasaron por nosotros a las 9. Y fuimos los últimos; esta
situación me hizo montar en cólera, pues nos tocó los peores lugares; de
haberlo sabido, hubiéramos ido más temprano y nos hubiéramos ubicado en sitios
más cómodos para nuestra última visita de este viaje: Chavín de Huántar.
Con el humor revuelto, salimos hacia nuestro destino.
Sentados de manera incómoda nos y tomar la carretera hacia Huari. En el camino
bajamos a ver una laguna por un espacio de 10 minutos. Estábamos atrasados
supuestamente por nuestro “retraso”. Esa información me sacó más de quicio. Lo
mejor que hice ante esta situación fue dormir. No tenía mucho interés en ver la
ruta, ni el túnel Kahuish, ni otro detalle. Así que recién desperté faltando
poco para llegar a Chavín de Huántar. Gran parte de la carretera está
asfaltada, pero inusualmente el último tramo para llegar a este sitio
arqueológico estaba bastante deteriorado. La primera vez que fui en 1985, la
ruta estaba asfaltada y el tramo del túnel era bastante inusitado: el túnel
presentaba rajaduras por las cuales caía agua. En el 2000, el viaje se hizo con
un tráfico endemoniado, una fila de buses que se dirigían a las ruinas de
Chavín. Y en la última oportunidad, al retornar de la visita a Chavín una vez
cruzado el túnel tuvimos delante de nosotros la carretera y los cerros
cubiertos de una capa fina de nieve. En esta oportunidad no hubo nada de
excepcional. Sin embargo, la visita sí me permitió conocer el nuevo Museo
Arqueológico de Chavín. Anteriormente, muchas de las piezas halladas en el
complejo arqueológico estaban en una suerte de museo provisional que aún se
halla en la entrada a dicho complejo.
Llegamos aproximadamente a las 11 del día; la mañana estaba
parcialmente nublada y me temía una lluvia; felizmente no hubo tal. Ingresamos
al museo previa compra de la entrada; eso es lo complicado del servicio: el
precio del tour no incluye los boletos que hay que pagar tanto para el complejo
como para el museo. Algunos turistas estaban desorientados en cuanto a esta
situación. Incluso algunos tenían información de que tenían que pagar 5 soles,
que luego se convierte en 7. Si Ancash quiere prosperar en este rumbo (y pueden
apostar por ello, ya que mueve todos los servicios de ciudades grandes y
pequeñas del Callejón) es comenzar a sensibilizar a la gente en cuanto a
mejorar la calidad de sus servicios y cumplir con lo que ofrecen desde el
horario hasta la visita en sí; deben de especificar qué es lo que incluye el
servicio y qué no con el fin de que el turista tenga una idea de los gastos que
debe de afrontar. Quizá no afecte tanto a una sola persona, pero para un padre
de familia (como uno que iba en el tour con su esposa y dos hijos) puede ser
mortificante. Nos juntamos para empezar la visita y esta se hizo con una
explicación nada práctica y redundante en detalles poco relevantes. Además
muchos de los espacios estaban cubiertos, puesto que las lluvias ya están
próximas y hay que cubrir algunas partes para evitar su deterioro. La primera
visita en el 85 vi poco del monumento; ahora ya hay más espacios descubiertos.
Otro problema que afrontan espacios como estos es el aforo de visitas que hace
que algunos espacios sean difíciles de visitar como sucedió con las visitas a
las galerías o al lanzón monolítico. Cuando vine en 1993 y 2000 no pude
ingresar a ambos lugares. En 2008 y ahora sí pude visitar ambos lugares muy
interesantes. El lanzón está aislado y protegido con una mica. Antes te
acercabas a él y muchas personas lo tocaban. Algo nuevo para mí fue
precisamente una plaza circular que apunta a la galería en la que se halla el
Lanzón. Todo esto se ubica en torno al
edificio principal denominado A, en el que se encuentran las galerías, el
Lanzón y en las paredes exteriores la única cabeza clava que se halla en su
sitio. Aquí hay más información (http://www.arqueologiadelperu.com.ar/chavin.htm).
La zona, como todo el Callejón, es altamente sísmica y ha sufrido daños sea por
los terremotos o los aludes que afectaron su estructura. El más “reciente” fue
el de 1945 que afectó a la población y al sitio arqueológico; aquí más datos (http://culturaancash.blogspot.pe/2014/01/17-de-enero-de-1945-aluvion-en-chavin.html).
El sitio no cuenta con una guía escrita o folleto. El último que obtuve fue en
2000. Pena. El sitio se halla estratégicamente ubicado en la confluencia de dos pequeños ríos que alimentan sus canales y que les permitió crear un sistema hidráulico impresionante y valorado casi 5 mil años después. Aquí hay un video educativo español para niños que lo explica: este es https://www.youtube.com/watch?v=TWO8lCHmE2o.
Nos fuimos a almorzar en uno de los numerosos restaurantes que
ahora hay en la zona. Recuerdo que en 1985, había un solo restaurante cuyos
servicios higiénicos eran letrinas. Esos años. El almuerzo fue generoso, una
buena trucha al ajo. Espectacular, todo rociado con cerveza. Pena que no había
artesanales, pues Huaraz es productora de ello. Luego del almuerzo, nos fuimos
al Museo Nacional de Chavín, obsequio del gobierno de Japón. Esta visita sí
bien merece una misa. Aunque el edificio no es notable y rompe, en cierta
forma, con el medio circundante, el anterior sí por lo demás interesante, con
una museografía detallada, con piezas líticas que antes se hallaban en el
complejo y que ahora se hallan protegidas de la intemperie y del manoseo de los
turistas que gustan tocar las cosas. Aquí se encuentran numerosas cabezas
clavas que antes se hallaban apiñadas en el museo provisional. Hay maquetas,
mapas, líneas de tiempo y una rica información de la cosmogonía de esta vieja
cultura. Además la magia de la informática hace una lectura detallada de los
principales monumentos de esta civilización con el Lanzón o la Estela Raimondi. Este museo espera, además, así como toda la ciudad y Región, la devolución de la famosa Estela Raimondi, la cual se halla en el Museo de Arqueología de Lima,lugar del cual robaron hace varias décadas el famoso tumi. Hay ya un sitio reservado para esa Estela. Para cerrar esta visita, pasamos por una galería de hombres ilustres que
trabajaron y trabajan para desentrañar esta cultura, abriéndola Don Julio C.
Tello. Mis respetos para este hombre terco y celoso de su trabajo que mostró al
mundo por qué somos el Viejo Nuevo Mundo.
Listos para retornar, nos fuimos a la plaza de armas del
pueblo a recoger a una turista alemana, Corina, quien estaba más interesada en
ver plantas medicinales que ruinas. Antes de salir quise comprar un recuerdo:
nadie estaba en el stand de ventas. Problema de una institución pública. Una vez ya recogida Corina, ella nos comenzó a
mostrar lo que había comprado. Hablamos sobre medicina tradicional, le conté
sobre nuestras usanzas y las famosas recetas de las abuelas, farmacias
vivientes que te sacan de todo apuro. Nos enseñó la cantidad de plantas
medicinales deshidratadas que había comprado. Para ella era un tesoro
impresionante que había descubierto, lo que muchas veces vemos en nuestros
mercados y despreciamos por ser “cosa de indios”. Así se descubrió la quinina,
la uña de gato, el matico, chancapiedra, un largo etcétera de plantas que son
nuestro patrimonio; pero como es cosa de indios… Un percance en el camino me hizo temer lo peor:
el pedal de los cambios se malogró y mis dudas de llegar a tiempo a Huaraz
comenzaron a crecer en mí. Sin embargo, yendo en primera y segunda llegamos a
esta ciudad a las 7 pm. Nos despedimos de la gente y nos fuimos hasta la plaza
de armas. Ahí compré el nacimiento típico de aquí y luego nos fuimos al hotel.
Nos quedaban algunas horas más. Salimos a cenar a un simpático restaurante:
Trivia. Espectacular. Comer en Huaraz ha sido toda una revelación y debería de
figurar en cada guía de viajero: no hay pierde. Y nos quedamos cortos de
visitar más sitios para cenar en un lugar tan cosmopolita como se esta ciudad.
Cinco estrellas.
Faltando media hora para irnos, nos despedimos de la amable
gente del hotel Casablanca y nos fuimos a Moviltours. Trujillo nos esperaba.