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Trujillo, La Libertad, Peru
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martes, 19 de septiembre de 2017

CALLEJÓN DE HUAYLAS: RIQUEZA ARQUEOLÓGICA Y NATURAL



Luego de un viernes agitado, el sábado 09 iba a ser un día más tranquilo. Habíamos decidido no ir a Chavín de Huántar para hacerlo el último día en Huaraz, el domingo 10. Busqué una nueva opción: había pensado ir a Willkawaín y visitar el Museo Arqueológico de la ciudad. La última vez que visité este museo fue en el 2000, hace 17 años. En ese entonces quedé impresionado por todo el material lítico con el que se cuenta. Es un museo injustamente postergado por no ser tan promocionado. De haber sabido que íbamos a salir a las 10 am hacia nuestra visita al sitio arqueológico y natural de Honcopampa, hubiésemos hecho una visita relámpago al lugar. Sí no hubiéramos podido ir a las ruinas de Willkawaín (Wari), pues hay que ir con vehículo (aunque está a 8 km de la ciudad) y amerita una visita detenida de los restos. Casi todo el Callejón de Huaylas tiene vestigios Chavín, Recuay, Wari o Inca. Es un gran parque arqueológico. Eso hubiéramos visto de manera sintética en el Museo Arqueológico. En fin queda pendiente.
Como quedaba pendiente la visita al mercado quedaba al frente de nuestro hotel, nos fuimos a hacer las compras para llevar a Trujillo; así buscamos embutidos y chorizos que estaban a buen precio y había variedad. El día anterior por la noche, en camino a nuestro hotel de retorno a Yungay, hicimos la compra de quesos. Es mejor hacer la compra en el momento: si postergas dichas compras, es altamente probable que al final de cuentas no las hagas. Eso me dijo Olivier en Madrid, cuando veía unos libros de fotografías o cómics, me dijo que los comprase: sabio consejo.
Como íbamos a baños termales de Chancos, pedimos “prestadas” algunas toallas del hotel. El auto (sí, nos fuimos en auto, un error que nos pudo costar caro) vino a recogernos al hotel a las 10 am y nos fuimos a recoger al último pasajero: éramos cuatro viajeros y nuestro chofer que iba a fungir de guía. Tomamos la ruta al Norte como si fuéramos a Yungay. Poco antes de cruzar el río Santa para acceder a Anta, el auto siguió en el margen derecho (mejor sería decir al lado de la Cordillera Blanca) para dirigirnos a nuestro objetivo. Llegamos al poblado de Pariahuanca en pleno ascenso. Según nuestro chofer-guía, íbamos a subir hasta casi 4 mil metros de altura. Íbamos un poco incómodos; sin embargo, la novedad y los nuevos paisajes atenuaban las molestias. Cruzamos muchos pequeños poblados y nos sorprendía la cantidad de jóvenes y niños que regresaban de sus colegios o escuelas. Sábado de recuperación. En la entrada al aún no reconocido parque arqueológico, miembros de la comunidad nos recibieron en la garita de peaje: el señor nos quiso cobrar como extranjeros, pero cuando entre ellos hablaban en quechua, se refirieron de nosotros con la palabra Misti, y les dije que éramos peruanos, solté varias palabras en quechua. De pronto, los demás integrantes del grupo, salvo María, hablaban o entendían quechua: uno su madre era originaria de Huancavelica y le hablaba en quechua; otro, toda su familia venía de Ayacucho; el chofer sí hablaba quechua y yo me defendí con todo el vocabulario que aprendí en Arequipa y en la Universidad Católica en mis clases de quechua. Insólito y sintomático.  Al fin llegamos a nuestro primer objetivo: las ruinas de Honcopampa.





Las ruinas se ubican en una zona de gran emanación acuífera, la napa está muy cerca de la superficie y tiene una vegetación frondosa pero de poca altura. Al preguntarle por el origen del nombre del lugar, aventuró una teoría del nombre y la palabra Junco, pues por la presencia de estas aguas subterráneas, se formaban (ahora ya no tanto) frondosas matas de ichu (pero hubiera sido más lógico Ichupampa). El complejo lítico está en buen estado, podría estar mejor si hubiera un proyecto de restauración. Y hay que apurarse, pues estas ruinas Wari son la delicia de los idiotas que quieren dejar su nombre inscrito en las paredes del lugar. Tienes muchos  nombres sobre las piedras, algunos con pinturas u otros han tallado la piedra para poner sus “recuerdos” de sus acciones estúpidas.


Luego de esta visita, nos dirigimos hacia las cataratas cercanas llamada Yuracyacu (Agua blanca). Estas cataratas son el producto directo del deshielo, por eso sus aguas son bastante frías. Llegamos a un recodo donde dejamos el auto; en ese lugar había un buen grupo de personas que había llegado en buses y muchas personas del lugar que habían llegado para ofrecer sus alimentos a los viajeros. Una vez que nos apeamos del auto y nos preparamos para ir hacia nuestro destino final, nuestro guía nos dijo que íbamos a ascender más y que nos tomaría casi una hora para llegar al lugar. Cuando comenzamos la ascensión, María me dijo que no se sentía del todo bien, así que cuando llegamos a una suerte de pascana en el camino, se detuvo y me dijo que nos iba a esperar ahí. En realidad, fue sensata, pues el resto del camino me hizo recordar la odisea que pasamos en Chachapoyas cuando fuimos a conocer las cataratas de Gocta, caminata que casi se convierte en un suplicio. La marcha se apresuró, pues todavía faltaba un buen tramo para llegar al último destino que era los baños termales de Chancos. Al llegar a las cataratas, tenía ante mí una bella caída de agua fría, por cierto muy fría. Estuvimos un buen rato contemplando la caída de estas aguas, sensación bastante agradable a pesar de parecer un rugido. Quizá sea que este sonido es permanente y genera una sensación de calma y no es un sonido agudo y dañino. Después de todo el discurrir de las aguas siempre causa quietud y es lo mismo que sentí en el oleaje perezoso en la playa de Zorritos o la lluvia que caía en Huamachuco, Cajamarca o Arequipa. Claro que también hay rugidos de agua terribles como los que experimentamos este año en Trujillo con una lluvia torrencial un martes 14 de marzo o siete huaycos que cruzaron nuestra ciudad. En fin.





Descendimos para ya irnos a las aguas termales de Chancos. En el retorno, me adelanté para recoger a María que se había quedado esperándonos. Al pasar por el lugar no la vi por lo que pensé que había descendido al auto. Al llegar tampoco la vi. Retorné al mismo lugar y en el camino lancé varios gritos y ella respondió, se había ido a caminar y tomaba sol con una campesina. Antes de irnos, decidimos comer algo, un rico choclo con papa. Trabamos una simpática conversación y entre chistes fui averiguando algunos costos que en realidad muestran por qué la pobreza y el retraso de estas zonas; por ejemplo, un kilo de azúcar les cuesta a ellos tres soles. La conversación fue por lo demás amena. Al terminar subimos al auto.
El último tramo sí fue una pequeña calamidad. Nuestro guía-chofer tomaba esta ruta por primera vez; y será la última. El jovencito no tenía la menor idea del estado calamitoso en se hallaba este tramo que une Honcopampa con Chancos. El tiempo que le tomó para recorrer tan corto espacio fue excesivo y nos hizo perder buenos minutos que hubiéramos aprovechado para retornar temprano a Huaraz y ver el Museo Arqueológico. Hubo momentos en los cuales todos los pasajeros tuvimos que bajar, pues el auto no podía pasar. Parte de la aventura. En esos momentos, María aprovechaba para recoger semillas de eucalipto para emplearlas como un buen remedio para la gripe o golpes cuando se deja las mismas en alcohol de 90 grados. Nos llevamos incluso hasta una inmensa rama. Las semillas nos acompañaron hasta nuestro retorno a Trujillo.




Los baños termales de Chancos podrían ser una verdadera bendición para el descanso y el relajo. Pero la organización y administración del mismo es un verdadero caos, peor fin de semana. Compramos el servicio para entrar a las cuevas que funcionan como sauna; pero no teníamos una real información. Luego nos enteramos por uno de los acompañantes del viaje que podías esperar hasta una hora para ingresar. Una estafa. Decidimos ir a los baños en sí: otro caos. Tuvimos que actuar de manera bravucona para poder tomar una sala de baño. Y así lo hicimos. Pero una vez ya adentro y con el agua caliente que salía de las cañerías, nuestro humor cambió. Tras 20 minutos de reposo y zambullidas, salimos un poco atontados por el baño, el calor corporal y la sed que nos mataba. Al salir de las instalaciones, nos dirigimos a un puesto ambulante a tomar un reparador jugo de naranja con miel. Increíble. Un baño de vigor y de placer que tu cuerpo necesitaba en esos momentos.
Y así retornamos a Huaraz, vía Marcará (la carretera que habíamos empleado para ir a Yungay el día anterior) ya por una vía totalmente asfaltada. La conversación fue amena. Pensábamos ir al Museo pero tiempo restante era nimio. Así que le pedimos que nos dejase en nuestro hotel para tomar una buena ducha y luego salir a buscar libros de la zona. En realidad, esta es una falencia en la ciudad. No hay librerías, no podemos hallar libros de viajes de la zona para que te puedas informar más y tener fuentes más documentadas. Fuimos a ver al restaurante del día anterior, Chilli Heavens, y la dueña nos contó que había traído un buen lote de libros sobre Callejón de Huaylas y que estos habían prácticamente “volado”. No sería una mala idea traer otro bloque más de libros; pese a internet, aún hay viajeros como nosotros que tenemos necesidad de leer más; por ejemplo, conocer las montañas con sus fotos para que no nos estén diciendo una retahíla de cosas que las vamos a olvidar como pasó con todos los nombres que nuestro primer guía nos dijo.
Por la noche fuimos a cenar con María del Carmen Altuna que había ido a dictar un curso. Cerramos así un segundo día divertido con sus altibajos.