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Trujillo, La Libertad, Peru
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sábado, 3 de enero de 2009

EL CIELO CAPRICHOSO DE CAJAMARCA


30 de diciembre. Llegamos por Transporte Línea a la ciudad de Cajamarca. El viaje que solía durar 6 a 7 horas aproximadamente, ahora se hace en casi 9 horas. La carretera a partir de Tembladera es una penitencia. Felizmente iba lo suficientemente cansado como para no haberme dado cuenta. Desperté cuando el brillo del sol serrano daba contra el bus y ya sentías, además, otros aires. Tan pronto bajamos del bus fuimos a nuestro hotel. La sierra tiene otro brillo solar y te da otro semblante (tanto por la dinámica de la vida, así como la altura, factor que no hay que desdeñar, dicho sea de paso).
Caminar por Cajamarca me hace ver los cambios sustanciales que ha tenido esta ciudad; la primera vez que vine fue en 1984. Era una ciudad pequeña, agradable, segura. Ahora las cosas han cambiado; pese a todo, pese a la falsa modernidad que se quiere vivir, aún puedes ver gente sana (para muchos, ingenua) que creen en tu palabra y en los vínculos que establecen contigo.
La ciudad tiene muchos lugares en ella para visitarla, ya que tiene espacios transcendentales para nuestra historia: tal es el caso del Cuarto del Rescate (valioso por lo que simboliza, no hay otro tipo de atracción que la justifique) que en cierta manera inicia el desplome del antiguo sistema de ese entonces y comienza a gestarse lo que somos ahora (muchos creen que lo que somos se inicia en la República: falso). Como era una suerte de centro inca reciente (antes estaba la cultura Caxamarca), la españolización no se hizo esperar y es por eso que esta pequeña ciudad tiene fastuosos monasterios y claustros como el de San Francisco y Belén, franciscanos y belenitas, encargados en la evangelización y planificación de los espacios que eran ocupados por los conquistadores. Esos eran sus trabajos. Interesante ver que la Catedral no es la iglesia suntuosa que debería ser, e incluso no tiene sus torres concluidos (eso era para evitar pagar impuestos). Una congregación evidenciaba su poder a través de la edificación de torres en sus iglesias; si eran dos, mejor marketing.
De este viaje debo rescatar dos interesantes visitas: las ruinas de Combayo, quizá una de las más interesantes necrópolis de nuestras antiguas culturas, situadas a unos 20 km. de Cajamarca, con cientos de nichos ubicados en las laderas de cerros bastante empinados. Hay una muestra de ello en la zona llamada Otuzco (en Cajamarca), pero su extensión palidece cuando nos dirigimos a Combayo. Hay, parece ser, aún zonas con tumbas aún selladas, algunas en lugares bastantes agrestes y con pequeños senderos trazados por pastores y su ganado de ovejas. La vegetación, incluso, protege a algunas tumbas de la simple vista de un visitante. La caminata para llegar a una ladera nos tomó algo de 2 horas. En el ascenso, veíamos al cielo lentamente oscurecerse. Nuestro guía, Segundo, nos había dicho que el cielo no nos iba a traicionar; ya lo había hecho el primer día, cuando llegábamos de Otuzco mismo (una lluvia refrescante para la caminata que hicimos); nos había sucedido al segundo día, luego de nuestras visita a la Granja Porcón (lugar siempre agradable en el cual sería ideal pasar nuestra vejez); nos sucedió por la mañana del mismo día que visitamos Combayo, luego de la visita a la siempre excitante visita a Cumbemayo. Para algunos las nomenclaturas y topónimos les toma algunos días aprenderlos y diferenciarlos, no escapé de ese grupo de viajeros. Al comenzar a descender, el cielo se iba oscureciendo paulatinamente, enviándonos sus señales de advertencia. Muy amable de su parte. Ya a pocos metros de nuestro auto, la lluvia se desató, caían gruesas gotas que hicieron que pronto mis pantalones estuviesen empapados. Rica lluvia que me hacía recordar a mi infancia en los meses de "verano serrano" en Arequipa. Ya en el auto, y con la música de Maná (el antiguo) la lluvia nos envolvía y de vez en cuando el sol nos golpeaba con sus rayos para darnos en bella y extraña sensación de luz entre las montañas con las gotas que caían por todas partes. Alucinante. Al llegar a Cajamarca, ya la penumbra de un cielo cargado de nubes había sumido a toda la ciudad en la oscuridad. Pronto el alumbrado público se encendió y era aún las 6 de la tarde.
Nuestro día de partida lo dedicamos a Kuntur (Cóndor) Wasi (Casa). Este viaje es sorprendente, tanto del punto de vista positivo como negativo. Debo empezar por lo negativo, ya que la carretera de acceso y salida hacia la costa es inefable. La recuerdo en 1998 y la belleza que esta carretera te daba: la sierra en un espacio de paisajes de carácter, no hay pierde. Cuando retornaba a la costa y veía esta suerte de llanura desértica, no podía evitar de hacer comparaciones odiosas. La sierra es un festín de imágenes para gran angular (el que hace fotografía lo entenderá bien). Ahora la carretera da lástima y temor (por un accidente). La primera vez que fui a Kuntur Wasi fui por el camino de Porcón. A pesar de ir por un camino de trocha, el viaje fue extraordinario. Así como en Cumbemayo se aprovecha el divortio aquorum de manera técnica, uno puede ver en esta ruta a la sabia naturaleza hacer esta división (la que ha hecho por millones de años). Y así es como llegamos al típico pueblo de San Pablo. En esta oportunidad, nuestra vía de acceso y salida fue por Chilete, feo típico pueblo que crece desordenadamente a los costados de la carretera a la costa. Nos comentaba el guía que esta va a ser la carretera alternativa que Yanacocha construye, debido a los conflictos con los pobladores de los pueblos de la carretera actual. Pero, valgan verdades, es el intenso tráfico pesado de camiones cargados de mineral que ha provocado el colapso de esta carretera. Hay tramos en los cuales dicha carretera desaparece y ves en el trayecto a vehículos con turistas aterrorizados que van en las camionetas Van especiales para ello. Ojalá que los tipos involucrados en este manejo (Ministerio de Transporte, Gobierno Regional y las compañías mineras -hay más de una-) se pongan de acuerdo y la arreglen de una vez por todas. Llegar a Kuntur Wasi es toda una "experiencia religiosa": rodeada de cerros y hondos abismos, vemos en la parte superior al centro ceremonial; la misión japonesa (cuándo no ellos, todos pulcros) tiene el lugar bien señalizado y en la medida de lo posible mantenido adecuadamente. Se han puesto réplicas para evitar algo muy frecuente en la zona: el cáncer de la piedra. De esto sufren tanto monumentos prehispánicos (hay que ver lo que pasa con las ventanillas de Otuzco) como coloniales (la iglesia de San Francisco y la Catedral tienen todas las evidencias, además de sufrir por la excesiva presencia de líquenes que se adhieren a la piedra). Es por ello que los encargados del museo nos explicaban que algunos monolitos han sido enterrados nuevamente para evitar la incontenible erosión de los mismos. Al finalizar la visita al santuario, unas esporádicas gotas nos anunciaban que el cielo estaba presto a desplomarse. A correr al museo de sitio. El pequeño museo de sitio muestra ya algunos deterioros de cuando lo vi por primera vez en 2001. Pero se ve mucho más esmero en la museografía, y aunque no cuente con muchas piezas, las pocas que tiene son impresionantes, tanto por el valor histórico como artístico. Es una cultura de casi 3000 años y muestra sofisticaciones de culturas actuales. Creo que estas dos visitas nos hicieron ver, pese a todos los problemas que uno pueda hallar en un viaje cualquiera que la belleza de los espacios pueden transcender la estupidez humana. Ojalá siempre sea así.



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