El día decisivo llegó. Casi veintitrés millones de peruanos,
y entre ellos casi tres millones de nuevos votantes jóvenes, iremos a las urnas
para escoger entre los diez candidatos que postulan a la Presidencia a aquel
que nos gobernará por los siguientes cinco años, acompañado de sus
vicepresidentes; y, además, a los 130 congresistas que conformarán el nuevo
Congreso que legislará durante un lustro a la sociedad peruana. En este acto
electoral, los peruanos delegaremos a 138 personas que nos representen,
legislen, protejan, eduquen, cuiden nuestra salud, actúen racionalmente,
defiendan nuestros intereses y el bien común, culturicen, protejan nuestro
medio ambiente, respeten nuestras ideas, faciliten nuestros proyectos; todo bajo
la perspectiva de lograr una sociedad más justa, integrada, inclusiva y
dirigida hacia la felicidad. Esas son
las promesas que los cientos de candidatos han estado difundiendo en diferentes
medios a una sociedad bastante vapuleada y desencantada de mensajes positivos
que se lanzan al aire y que vienen de personas cargadas de un pesado pasado que
debe de ser tomado en cuenta.
Desde el inicio de la democracia formal en nuestro país,
hemos tenido diversos presidentes electos y de facto que han intentado
propuestas y modelos para poder desarrollar nuestra sociedad. Hubo 59
presidentes (algunos interinos y de transición) desde que nuestro país se
declaró independiente de España. Todos ellos ascendieron al poder, de manera
legal o subrepticia, con la responsabilidad de gobernar a una sociedad que
tiene grandes carencias y profundas diferencias. Una sociedad en la cual muchas
formas de escepticismo e indiferencia han ido ganando terreno gracias a que las
grandes necesidades básicas no han sido satisfechas o son de mala calidad;
necesidades convertidas en promesas de diversos
gobernantes de turno, los cuales las olvidaron o postergaron una vez ya en el
poder. Una sociedad que ha visto a sus instituciones políticas debilitarse por
el carácter caudillista de sus líderes, la escasa educación cívica de la
ciudadanía y la carencia mortificante de una ideología tras un partido
político. Y estas elecciones se han visto agravadas por haber tenido poco
espacio para discutir planes concretos de gobierno y sí para defenestrar al
oponente y crear un clima de zozobra y pánico que nada bien le hace a nuestra
sociedad.
Quien suba al sillón presidencial este 28 de julio tiene la
obligada misión de trabajar para la sociedad, que apunte hacia el desarrollo y
no solo el crecimiento, el cual ha deslumbrado a un grupo de peruanos por haber
contemplado solo lo económico sin ver los demás rubros importantes como salud,
educación, integridad y bienestar, y que alcance a la mayoría de peruanos.
Sino, todo esto, como de costumbre, volverá a ser promesa electoral en cinco
años. La pobreza e ignorancia son
fuentes inagotables de réditos políticos.
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