Viernes santo, 30 de marzo. Luego de un buen sueño y un
suculento desayuno, decidimos ir hacia una zona que siempre anhelé conocer por
diversas razones: familiares (la línea familiar de abuelo paterno), históricas
(la migración judía en el Perú desde la época de la colonia) y geográficas
(había oído hablar de lo maravilloso y espeluznante que es el viaje a Balsas).
Por todas estas razones, más las de María (quería conocer la ruta portuguesa de
migrantes que vinieron desde el Brasil), hacían de este viaje imprescindible.
Salimos temprano del hotel y fuimos a recoger la camioneta. Tomamos el camino a
La Encañada y Polloc, zonas que habíamos estado previamente en viajes
anteriores. El viaje se hizo sin problema alguno; luego de pasar el Santuario
de Nuestra Señora del Rosario de la Encañada en Polloc, ya era una ruta nueva.
Llegamos unos 10 minutos después al pueblo de Encañada, el cual ha aprovechado
la fama y estilo de trabajo del santuario para hacer una plaza principal y
algunos monumentos al estilo del santuario. De ahí comenzamos un ascenso y un
buen tramo sinuoso ya en camino a Celendín. El paisaje es impresionante; no
podía detenerme mucho a tomar fotografías, pues el tiempo nos era corto para
llegar a completar nuestros objetivos: las distancias y los tiempos eran tan
relativos (las personas nos daban diversos datos) acentuado con la lluvia que
estaba cayendo por esos días. Llegamos a Cruz Conga, con un tráfico moderado.
Había varios vehículos que conectan Cajamarca con Celendín y que corren de una
manera alocada; en realidad, es un milagro que no haya accidentes fatales en la
zona. No sé si esos locos del volante correrán de igual manera bajo la lluvia
copiosa que suele caer. La carretera se vuelve un poco jabonosa. Nuestro destino
estaba cada vez más cerca. La carretera asfaltada nos daba comodidad para poder
avanzar sin sobresaltos hasta nuestro primer objetivo.
Casi promediando mediodía llegamos a Celendín, el mundo
chilico. Celendín es una pequeña ciudad con todos los servicios bien
acondicionados y se muestra ordenada e, incluso, limpia; esto no suele suceder
con muchos pueblos que hemos visitado por diversas partes de la sierra peruana.
Se ve comercio activo (era viernes santo, fiestas de guardar para el mundo
católico). Nos dirigimos a la Plaza de Armas, estacionamos la camioneta cerca
de un restaurante, típico temor de gente que viene de la costa por el temor del
robo. Tomamos algunas fotos en la Plaza y nos dirigimos a la Iglesia Matriz
(que es una gran capilla): la iglesia de la Santísima Virgen del Carmen. Al
entrar, vimos a muchas personas preparándola para los oficios de la festividad
central. El altar mayor está presidido por la imagen de un Cristo crucificado
muy realista (dicen que el modelo fue un joven fallecido de la localidad que
“prestó” su cadáver para la inspiración) y la imagen de la patrona de la
ciudad: la Virgen del Carmen. La gente nos recibió con mucha amabilidad y María
se acercó a hablar con algunos de ellos, mientras yo hacía fotos de los altares
y vitrales que hay en sus instalaciones. Hay un interesante cuadro de la Virgen
del Carmen. Las conversaciones de María dieron sus frutos, los vecinos
comentaron tantas cosas, datos, nombres de personas de la zona: María
constataba los nombres de hombres y mujeres portugueses que vinieron por estas
tierras hace siglos. Todo apunta que hubo una fuerte presencia de judíos
portugueses en esta zona. He aquí bastante información al respecto (http://zamorablog.blogspot.pe/2007/11/la-colonia-los-migrantes-portugueses-y.html) (https://sucremus.blogspot.pe/2017/11/memoria-marrana-en-celendin.html). Agrego esta excelente conferencia en
el IFEA del investigador histórico Nathan Wachtel en Lima sobre la migración en
Cajamarca, en Celendín en especial (https://www.youtube.com/watch?v=b9G8iGdNaEg&t=704s). Nuestro país tiene innumerables
lugares por conocer y estudiar. Al momento de salir de la iglesia, vi a un
señor ya anciano que me hizo recordar a mi abuelo Rogelio, a quien no conocí
mucho pues murió siendo yo muy niño. Lo recuerdo que me llevó un pequeño camión
de madera, pero mi recuerdo es muy vago. Nostalgia. Una vez terminada la visita
a la iglesia, subimos al mirador para tener una vista panorámica de la ciudad.
El problema que todas nuestras ciudades tiene es el de la escasez de enlucido. Las
grandes paredes con los ladrillos expuestos se ven por todas partes. De
educarnos en apreciar a nuestras ciudades con sus paredes enlucidas, sin el feo
aspecto de medio acabar, creo que la gente tendría otra actitud con su entorno.
Tomamos unas cuantas fotos más y nos enrumbamos hacia nuestro destino final:
Balsas.
Salimos de la ciudad con ese destino, ya nos habían advertido
sobre la estrechez de la misma, sobre todo en lugares impresionantes, no solo
por el paisaje, sino por lo riesgoso del lugar: hondos precipicios nos
acompañaban en todo el trayecto y había tramos en los cuales solo pasaba la
camioneta. Recordé El salario del miedo, ese film de Clouzot que ponía los
pelos de punta. Ascendimos hasta llegar a un punto en que se divisaba el río
Marañón, la Serpiente de oro de Ciro Alegría, y a lo lejos, diminutamente, el
pueblo de Balsas. Comenzamos el descenso; en un tramo casi por llegar ya al
nivel de río Marañón nos encontramos con un camión que cargaba ganado. Lo
correcto, y como se hizo, es que el vehículo que desciende debe de dar
prioridad al que está subiendo; así pues, tuve que retroceder unos cuantos
metros para permitir el paso del camión. Hubo intervalos de lluvia en el
descenso, pero no eran tan perturbadores como el que íbamos a tener en nuestro
retorno. Hicimos un alto en el camino para comprar nísperos, plátanos. Pero la
emoción y adrenalina por lo accidentado de la carretera me hacía comer poco. Tras
casi dos horas de viaje llegamos al puente Chacanto que une Cajamarca con la
Región Amazonas. Luego de este trayecto de descenso recordé a un turista alemán
en Kuélap que había llegado a Chachapoyas desde Cajamarca, vía Balsas. Me
acerqué para comentarle lo bonito de la zona y lo único que recibí de respuesta
fue una explicación de su viaje en un bus que iba sin llanta de repuesto y que
utilizaba una piedra como seguro cuando se detenía en ciertas zonas: estaba
aterrado. Creo que su viaje por estas bellas zonas, en esas condiciones, no fue
nada placentero e imagino que se llevó a su país la peor de las impresiones
sobre los servicios y el sistema vial (que hasta la fecha no deja de ser
cierto). De tener una vía como la existente entre Cajamarca y Celendín otra
sería la experiencia. Ya cerca al puente Chacanto, la carretera se ha
malogrado; imagino por las lluvias que caen copiosamente por la región. Vimos
un nuevo puente en construcción, mucho más grande y más alto que permitirá
sortear las subidas de agua; pero eso significará la muerte del pequeño pueblo
de Chacanto, surgido al costado del puente viejo, ya en el sector de Amazonas.
Pero el nuevo puente ya pasó una triste prueba de fuego: la muerte de cuatro
obreros en febrero del año pasado en un lamentable accidente con la caída de
parte de la infraestructura. Vaya bautizo (https://diariocorreo.pe/ciudad/tragedia-en-chachapoyas-puente-en-construccion-cae-y-deja-cuatro-obreros-muertos-fotos-733284/)
. Por un momento, pensábamos que ese era el acceso hacia la Región Amazonas,
por eso dimos vuelta para regresar. En el breve recorrido de nuestro primer
fallido retorno, preguntamos a un señor que venía con su familia y nos indicó
que, si seguíamos la ruta, llegaríamos al antiguo puente Chacanto. Ahora
haciendo un recuento de lo vimos, quizá el trabajo de este nuevo puente esté
paralizado, aunque era feriado de Semana Santa. Queda como dato pendiente. Así
cruzamos el Marañón una vez más (lo hice cuando estuve en Jaén y decidimos ir a
Bagua, atravesándolo a bordo de una frágil canoa – una locura-; y también
cuando fui a Pataz y Huaylillas) y nos detuvimos a merendar los buenos pedazos
de pizza que habían quedado de la cena de ayer. Con unas cervecitas para
refrescar, nos cayó de perlas. Mucha excitación por lo vivido meritaba una
buena pausa. De ahí fuimos hasta el pueblo de Balsas por una carretera rodeada
de una frondosa vegetación arbórea. El paraíso.
El retorno ya correspondía a María. Así que tomó el volante y
empezamos a desandar nuestro camino. Cruzamos el pueblo de Balsas, el puente y
comenzamos el ascenso para llegar al punto más alto de este bravo serpentín.
Fuimos cruzando ya un camino conocido, pero que ahora, como copiloto, apreciaba
en su magnitud que provocaba diversas emociones, sobre todo de belleza y temor.
En la parte más estrecha de la carretera nos topamos con un auto que descendía.
Como se estila, el vehículo retrocedió un poco para que nos dejara pasar. Sé
que esos retrocesos son mortales en algunos casos, pues un mal cálculo puede
significar la caída de varios cientos de metros y una muerte segura. Luego de
un lento ascenso, logramos alcanzar la cima justo con las caídas de las
primeras gotas de lluvia y el incremento de la niebla. Hicimos un alto en esta
suerte de abra en la que por un lado ves el Marañón y del otro el valle y la
ciudad de Celendín.
De ahí ya el retorno fue bajo una fuerte niebla y una fuerte
lluvia, sobre todo por la zona de Polloc, que no nos dejaba ver la ruta. Llegamos a Cajamarca, promediando las 6 de la
tarde. Habíamos hecho un viaje inolvidable. Por la noche fuimos a recorrer otro
poco de iglesias y nos fuimos a cenar al Cherubino, el cual ya no tiene la
misma calidad de antes. Luego nos fuimos a ver la procesión del Santo Sepulcro, a la Recoleta, que fue la vedette durante estas pascuas. Así terminamos nuestro segundo día en Cajamarca.