Nuestro país no es un espacio
para el aburrimiento. Todos los días, en el mundo político ocurren situaciones
que pueden generar perturbación, molestia, hilaridad y, como ya va sucediendo
en los últimos lustros, escepticismo. Esta actitud escéptica comenzó con la
complacencia y complicidad aceptando a personajes cuestionados convertirse en
dirigentes de nuestro país o de ciudades importantes. El lema “roba, pero hace
obra” se volvió una suerte de eslogan que tipificaba nuestra complacencia con
políticos de dudosa reputación, pero que recibían la anuencia popular a través
de los votos. Un poco a lo “ya, pues, qué importa”. Esta complicidad pasiva de
la población ha permitido que la corrupción crezca en desmedro de nosotros
mismos. Sabido es que cualquier acto de corrupción tiene una repercusión
negativa, mínima o de magnitud, que se evidencia en la lentitud de procesos en
favor de un grupo o población, así como una escuela o un hospital menos. Quizá
nuestro sentido de culpabilidad por haber otorgado un voto más a estos
personajes hace que la sociedad calle en todos los sentidos.
Estamos presenciando un
momento clave para la alicaída política peruana. El único líder importante que
estaba en prisión preventiva, Ollanta Humala y su esposa, ha salido para seguir
su proceso en libertad. La Justicia peruana se halla en la encrucijada de
acelerar una imputación de lavado de activos que, por extensión, obligará a, de
ser correcto, encerrar a otros líderes de la política peruana o regional, entre
ellos, varios expresidentes. Sin embargo, Perú es el país de la magia y podría
convertir sorpresivamente, de la noche a la mañana, un delito, en algo
correcto, propio, saneado: de ser así, todos los personajes, incluso nuestro
renunciante expresidente podría respirar tranquilo y solo tener “remordimiento
de conciencia” el haber liberado a un criticado personaje como lo es Alberto
Fujimori. De todo esto, los votantes somos testigos. De ser coherentes las
observaciones hechas tipificadas como delitos, todos esos cuestionados
personajes: Alan García (dos veces elegido), Alejandro Toledo, PPK, Ollanta
Humala y la dos veces candidata Keiko Fujimori (todos fueron llevados o
acercados al sillón presidencial, por nuestro voto); todos deberían de ir a
prisión. Pero, Perú es país de posibilidades.
El Congreso, plagado de
personajes altamente cuestionables, vinculados –muchos de ellos- con redes
turbias de corrupción, ha sido “construido” por nuestros votos preferenciales. Estos
han aprendido, por la indiferencia nuestra, a vivir a expensas de nosotros como
avaladores de sus inconductas. Esta indiferencia viene de un socavamiento
contundente desarrollado por la dupla Montesinos-Fujimori desde su primer
gobierno. Destruyeron la vida política y creó una sociedad inerme, indiferente,
banal (con ayuda de los medios) y hasta infantil, preocupada más por su álbum
Panini o un mundial de fútbol, que por la realidad de su entorno social. Un mal que no se extingue; por el contrario, crece desmesuradamente.
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