Luego de una cena relativamente opípara y un merecido sueño,
el 29 de julio nos levantamos temprano para desayunar y cumplir con nuestro
nuevo periplo hacia el norte de Chiclayo: Túcume, Mórrope y luego irnos hacia
Lambayeque para alcanzar Huaca Chotuna. Luego del desayuno, fuimos por la
camioneta y me encontré con estacionamiento abarrotado de vehículos; se logró
sacar la camioneta y salimos rumbo al Norte. El tramo entre Chiclayo y
Lambayeque es cada vez más reducido por el rápido poblamiento de ambas bermas
de la autopista. Eso la hace peligrosa, pues no hay una cultura de tránsito,
tanto de peatones como conductores. A veces te encuentras con personas que
cruzan intempestivamente la pista o aparecer un gran camión saliendo raudamente
de algunas de las fábricas que pueblan esta transitada vía. En realidad
pensábamos hallar la infraestructura vial de Lambayeque dañada, pero no está
tan golpeada. Cruzamos la ciudad rápidamente para irnos a Túcume. En ese tramo
sí se ve bastante afectada la carretera que se dirige a Olmos y la selva
Nororiental del Perú. Túcume se halla a 35 kilómetros de Chiclayo y podría llegarse
con más seguridad si esta vía se convirtiera en autopista como la que conecta
Chiclayo con Lambayeque. Cruzar los pequeños pueblos en bastante pintoresco,
pero se ven algunas huellas dejadas por el Niño costero de este verano último.
La entrada de Túcume sí muestra muchos estragos; nos hizo temer que el Museo de
Sitio del complejo arqueológico iba a estar muy afectado. Sin embargo, el Museo
y el complejo en general no han sufrido fuertes daños por las lluvias e
inundaciones. Estacionamos el auto y nos dirigimos a la entrada a comprar los
boletos. Al ingresar nos pudimos percatar que el Museo no había sido afectado.
Fuimos primero a la tienda de souvenir para comprar un polo; no encontré uno de
acuerdo a mis expectativas. Antes de
visitar el museo, nos fuimos a ver la Huaca Las Balsas.
Cuando salíamos de las
instalaciones para tomar un simpático sendero que lleva hacia la huaca,
cruzamos la fuente artificial que adorna la entrada y la vimos llena de ranas.
En el sendero nos encontramos con numerosos animales domésticos. El espacio es
usado por los pobladores, quienes protegen este patrimonio. Vimos una chancha,
gorda y rebosante, con numerosas crías que eran amamantadas. Así llegamos a
nuestro destino. Este sitio se ha rescatado en la última década y es apoyado
por el Fondo Contravalor Perú-Francia. Felizmente, las instalaciones que cubren
el monumento lo han salvado de posibles daños por las fuertes lluvias que
empezaron en febrero. Ni Carmen ni Orietta conocían el lugar. Hay un camino
formado por rampas altas sobre el monumento. Hay un sector con bellos frisos.
Al salir nos encontramos con un pequeño zorro, el cual no se inmutó con nuestra
presencia, Había visto un ave que estaba malherida. Imagino que fue su alimento
de día. Retornamos al Centro del
complejo para visitar ya el Museo. Ingresar a este es disfrutar de un espacio
amable para toda la familia; uno puede interactuar con mucha de la información
que se ofrece al público. Es un buen museo que amerita una visita más
detallada. En sus instalaciones no solo se muestra lo arqueológico, sino toda
la continuidad histórica de esta zona, hechos y costumbres que se repiten de
antaño. La población de la zona participó con sus datos y fotografías para
enriquecer la museografía.
Toda una mañana y parte de la tarde puede invertirse
en todas las instalaciones de este conjunto arqueológico; por eso, y ya contra
el tiempo, no alcanzamos a ver las huacas ni subir al Cerro Purgatorio que
completa el extenso circuito de Túcume. Sí logramos ver el pequeño (ya no tanto
ahora) de plantas oriundas que además realiza interesantes campañas educativas
con los niños y jóvenes de la localidad. Hay una muestra permanente de material
reciclado (sobre todo de plástico que es la basura más común generada por la
población) que es utilizado para macetas o formas de riego. En realidad, es una
pena ver la cantidad de basura, sobre todo bolsas y botellas de plásticas, que
se ve en la entrada (o salida, depende cómo lo veamos) de nuestras ciudades que
afean el panorama, más en la costa por el paisaje desértico que ve las
fantasmales bolsas pegadas a los secos arbustos cercanos a la carretera Panamericana.
Peor aún, es el botadero de basura (¿relleno sanitario?) que está en la entrada
sureña de Chiclayo que da un aspecto lamentable. Interesante forma de recibir
al visitante. En fin. Ojalá que esta campaña, quizá en solitario, que hace este
museo se expanda agresivamente entre la población para que sea más consciente
de su espacio (que es suyo a fin de cuentas) y no lo utilice como un gran
botadero de basura. Quizá, luego de ver el uso de los diversos espacios de las
muchas huacas que pueblan el mundo moche, tengan la identidad atávica de volver
su espacio habitable en botaderos como lo fueron las huacas ancestrales.
Nuestra visita a este bello lugar estaba llegando a su fin.
Cuando salíamos nos encontramos con una lechuza, que extrañamente tiene hábitos
diurnos. Esta ave caza los animales que pronto íbamos a ver en la salida del
lugar: los inmensos lagartos o pacazos. Estos apacibles animales se ponen a luz
solar para “jalar” calor a sus cuerpos. Antes de partir del lugar, comimos algo de fruta. Obviamente Orietta no perdió la
oportunidad de dar de comer a algunos perros vagabundos del lugar y a un perro
calato que por ahí pululaba. María manejó el siguiente tramo.
De ahí nos dirigimos hacia Mórrope. En el trayecto llamamos a
un restaurante en Chiclayo para ir a cenar por el cumpleaños de Orietta, además
de encontrarnos en Milagros Alegría y su esposo en el mismo para celebrar el
cumpleaños y el viaje. Hice las reservaciones debidas y luego tendremos el
fiasco. Llegamos a Mórrope y dejamos la camioneta cerca a la Plaza que estaba
engalanada por las Fiestas Patrias. Nos dirigimos al conjunto de iglesias para
visitarlas, pero ya era un poco tarde y la gente estaba de feriado. Pena, solo
vimos parte de ella; sin embargo, en la visita que hice con Lorena, Isabel y
María hace dos años pude registrarlo (https://elrincondeschultz.blogspot.pe/2015/12/cronicas-de-lambayeque-1.html).
Pero en la fiesta armada cerca de la Plaza vimos un singular espectáculo: tres
niños, dos varones y una chica, disputaban el trofeo del más mamón de chicha (de
maní). Había una feria de comida y una ronda de espectáculos. La niña estaba
vestida a la usanza del lugar, pero los dos varoncitos ya vestían más a la “occidental”.
Ganó uno de los niños que se bebió de un solo sorbo toda la chicha de un mate.
Dejamos Mórrope y nos enrumbamos a Lambayeque para llegar a
Huaca Chotuna, nuestro último objetivo del viaje de ese día. Los mismos
lambayecanos desconocen la ruta de acceso desde su ciudad a este sitio
arqueológico. Pregunté en el Museo Brüning y la explicación fue un poco vaga.
La ruta no era clara y no ha señalética alguna para ir al lugar. Paso a paso
logramos dar con la ruta e, incluso, en la ruta misma hay que ir preguntando
pues accedes por vario senderos agrícolas donde la señalización es escasa.
Antes de llegar a nuestro destino, indiqué a María el sendero
que íbamos a tomar de retorno para salir por la caleta de San José; de repente
caímos en un hueco que nos causó una gran sorpresa y susto. María hizo una
pregunta ingenua que, tras los comentarios de Orietta, todos rompimos a reír
abiertamente. Llegamos a Chotuna, el lugar estaba desolado, ni un alma, solo el
guardián que se alegró con nuestra visita (rarísimas por el lugar). En el lugar
se halló a la famosa Dama de Chornancap, la cual se halla en el Museo Brüning
y, que con el tiempo como pasó con la pequeña estatua de la Venus de Frías y el
Señor de Sipán, se mudará una vez se construya un buen museo de sitio. Había
estado ahí hace 6 años y las excavaciones estaban muy avanzadas y los frisos
eran notables y bellos. Una vez culminada la breve visita a las instalaciones
museísticas nos fuimos al complejo arqueológico y arquitectónico. Ya en el
camino ves los estragos de las lluvias de este reciente verano; y la tristeza
iba a venir al entrar en el monumento en sí. Los daños han sido fuertes en esta
zona y han afectado a toda la edificación en sí.
Hay muchos frisos dañados,
pese a toda la protección colocada, techos y plásticos, tubos de desfogue;
parece ser que aquí el Niño costero se desquitó de toda la arqueología y el
patrimonio peruano norteño. Aún tengo algunas fotos de esa época que muestran
los relieves polícromos, ahora ya desaparecidos (https://www.facebook.com/jesusgerardo.caillomanavarrete/media_set?set=a.512705168759509.129625.100000600914417&type=3).
Aquí la reconstrucción va a ser lenta y penosa. Da mucha pena, pues se ve que
se ha invertido para que haya un concepto turístico claro para el visitante,
pero muchas de esas instalaciones han quedado dañadas. Así dejamos estas
instalaciones que espero sean recuperadas pronto. Y que apunten a su nuevo
museo de sitio.
Tomamos el camino a Caleta San José e hicimos ingreso a la
misma a través de los bofedales que la circundan. Pobres bofedales, los usan de
botadero de basura. Las pobres aves marinas se posan entre plásticos y restos
de colchones o artefactos eléctricos abandonados. Una verdadera lástima.
Lambayeque está descuidando dos grandes patrimonios posibles que se pueden
fundir en uno: arqueología y naturaleza (ornitología, recursos marinos y
paisajismo). Un plan como el hecho en Túcume o Caral sería ideal para la zona.
Chotuna y Caleta San José deben de ser una unidad, como la hipótesis lo dice.
Un complejo que podría reconstruir Chotuna y su contexto geográfico a su
llegada siglos ha. (http://pueblosoriginarios.com/sur/andina/lambayeque/naymlap.html)
En el camino antes de llegar a Pimentel para ir recién comer
nuestro segundo bloque de sánguches, les dije para entrar a ver el criadero de
avestruces, pero la fatiga y el hambre eran rampantes. Llegamos a Pimentel que
sigue siendo un balneario simpático y bastante organizado. Nos fuimos a la zona
de los restaurantes y nos alejamos un poco. Llegamos a una playa relativamente
desolada en la que había un puñado pequeño de bañistas jugando paleta o fútbol.
Luego de nuestro frugal almuerzo, nos fuimos a Chiclayo.
Llegamos al hotel para dejar todas nuestras cosas y reposar
un poco para salir a cenar a las 8 de la noche como ya habíamos coordinado. De
ahí empezó una nueva odisea: como no queríamos sacar el auto, decidimos tomar
un taxi para ir al restaurante Vichayo con cuya gente me había comunicado
temprano. Al llegar al lugar nos dimos con la sorpresa de que estaba cerrado. Había
una persona que nos indicaba que no se iba a atender; bastante sorprendidos,
llame a Milagros con quien había quedado para darle la ingrata nueva; luego nos
fuimos cerca de ahí a un restaurante que dice llamarse, en su formato, Sushi
Lounge. Preguntamos por sushi y este no existía en la carta. Nuevamente salimos
para tomar un taxi y que nos lleve a otro restaurante, uno japonés de largo
nombre. Nos pareció adecuado y pedimos la carta: una vez concluida nuestro
pedido, nos dicen que no hay cerveza blanca, solo para una persona. Le
indicamos que podíamos traer cerveza y se nos comunicó que estaba prohibido, le
pedimos que nos consigan ellos unas; nos indica que no se podía hacer eso. Nos
salimos de este restaurante y por tercera vez tomamos otro taxi, ahora con
rumbo al hotel Casa Andina. Lo primero que hacemos es preguntar si había lo que
la carta decía y le dije si había bastante vodka (ya estaba tenso y colérico),
nos dicen que sí. Nos sentamos y pedimos nuestra orden. Pedí un segundo vodka
tonic y vimos discretamente que ya no tenían agua tónica. Felizmente tomaron la
iniciativa de conseguir más agua tónica, sino me hubieran arruinado la noche
por su propia preocupación en servicios. Así cerramos nuestro segundo día y
nuestra última noche en Chiclayo.